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Ocurrió en Pozuelo

Diario de un interventor de Somos Pozuelo, la marca de Podemos en la localidad con la renta per cápita más alta de España
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Eran las nueve de la noche cuando terminamos de contar las papeletas del voto al ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón en la mesa del instituto Camilo José Cela y la frenética verbena de sensaciones que me habían sacudido durante toda la jornada reventaron como un petardo de pólvora bajo mi pecho. La candidatura de unidad popular Somos Pozuelo —la marca de Podemos en el pueblo— había logrado un apoyo extraordinario.

A falta del recuento general, Somos Pozuelo se colocaba como la tercera fuerza política del municipio, por detrás del PP, como era de esperar, y de Ciudadanos, esa formación que también anuncia aires nuevos aunque inquieta mucho menos porque se aparecen fabricados puros y aseados, y liberados del aliento de lobos furiosos que nos atribuyen a nosotros. Y hemos empatado con el PSOE, ¡vaya cosa!

Y ha ocurrido en Pozuelo, localidad del noroeste de Madrid famosa en el mundo entero por tener el dudoso honor de ser el pueblo con la renta per cápita más alta de España. Dicho así parecería que aquí, en Pozuelo, atamos los perros con percebes. ¡Joder, los más ricos de España! Vamos, que yo, yo y todos mis vecinos, antes de irnos a la cama, qué les voy a contar, nos zampamos una cazuela de angulas con Remelluri de reserva para rematar con un chuletón de Ávila y un par de piononos. Y ahí no queda eso. Después, al jacuzzi, ¡hombre, claro!, en compañía o solos, depende del día, con una botella de Veuve Clicquot bien fresquita en el minibar. Y no sigo. Pero ya se habrán imaginado que esto no es así, al menos no para todos los que vivimos en Pozuelo.

Son las cosas de las matemáticas. Porque, claro, han promediado lo que gano yo con lo que ingresan mis vecinos Cristiano Ronaldo, Sergio Ramos, Iker Casillas, Alejandro Sanz, Ruiz Mateos, etc., y ha salido lo que ha salido. Menudas cuentas de matemático tarado. Pues esto es Pozuelo, donde conviven saharauis apátridas con nativos del Aconcagua, negros zahínos, chinos bastante chelis, dominicanos fardones y gente de Carabanchel. Yo soy de Marqués de Vadillo, por ejemplo, donde con más finura se jugaba al futbolín. Y al otro lado de la gruesa línea roja del pueblo se encuentran los otros, todos marqueses y marquesas, financieros y financieras, y todos esos supuestos cracks que sólo golean al Granada y al Getafe. Y al echar las cuentas somos los más ricos, lo que significa que por culpa de todos esos fenómenos nos toca pagar más de IBI, de UVA y de AVE. Y Pozuelo, vaya con Pozuelo, y yo con la misma camiseta de ayer, también es el ojo del huracán de la maldita trama Gürtel, con su anterior alcalde Jesús Sepúlveda a la cabeza, seguido con su melena lacia en su Jaguar caído del cielo de su mujer, Ana Mato, a la que premiaron su atolondramiento de buena esposa con una cartera de ministra.

Se me cruzaban estos pensamientos mientras observaba sentado en una silla de escolar el trasiego del personal en el aula, sin grandes sofocos.

En eso pensaba mientras asistía como interventor de Somos Pozuelo en el instituto Camilo José Cela al desarrollo de la jornada de elecciones. Entonces, un señor elegante y con poblada barba se quitó el sombrero y sacó de su interior, como Santi El Mago, la papeleta del voto que introdujo en la urna con una gracia inquietante. Y veinte monjas descendieron de varios vehículos oscuros y se acercaron a la mesa muy dispuestas y apremiadas con la papeleta del voto encerrada en su puño. Y desparecieron en un santiamén, claro. Una pareja con olor a jazmín y con gafas oscuras de pasta se acercó, agarrados de la mano, a la mesa, y al unísono se dieron un besito casto y algo repugnante, la verdad, e intentaron colar su papeleta en la urna, pero lo hicieron a la vez y, claro, se chocaron sus manos en el filo de la ranura. Eso les divirtió mucho, por lo que volvieron a darse otro de esos besitos y él le dijo a ella:

—Tú primero, mi amor.

“¡Hoy nace todo!”, exclamó una señora madura y muy hermosa según avanzaba pizpireta por el aula. Se vino directa a mí y me soltó que llevaba toda la vida en Pozuelo y que nunca había sentido nada igual. Me tendió la mano y me pidió que le acompañara. Por supuesto, señora. Ya pensaba que había ligado, pero no, con mucha firmeza me rogó que le indicara dónde estaban las papeletas de Podemos. Pues ahí, le dije, algo defraudado y con cierta desgana. ¡Bah! En otro momento, una señora muy enlacada y vestida de domingo salió pitando de la sala y con malos humos, más bien aterrada, al toparse con la larga coleta que lucía el presidente de la mesa.

—¡Esto no es Pozuelo, que me lo han cambiado! ¡Pero cómo pueden poner en una mesa electoral a un presidente con coleta! —iba exclamando la mujer en busca de una salida que no encontraba.

Estaban pasando cosas, sí.

Y ha ocurrido en Pozuelo, no me lo podía imaginar después de todo un año reuníendonos algunos parroquianos de todas castas y edades, casi de forma clandestina, en destartalados locales del pueblo para hablar sobre la necesidad de sacudir el patio. Pensaba en eso mientras deambulaba por los pasillos abarrotados del instituto, que seguía oliendo a instituto. Hay olores que se quedan con uno para siempre. Y, entre el barullo y esos perturbadores aromas, me topé con un viejo conocido del pueblo, delegado electoral del PP, ferviente madridista, y al que noté algo abatido, no sé, como abandonado en la niebla y con la colilla del cigarro consumiéndose entre sus dedos.

—No te pongas meláncolico, hombre, si sólo va a ser una sacudida..., pero la vais a notar —le espeté con cariño y algo de suficiencia.

—¡Bah! Esto del PP es como lo del Madrid: hasta que no se vaya Florentino todo va a seguir igual de mal. ¡Pues en el PP, hasta que no se vaya Rajoy, lo mismo! —me soltó arrastrando sus palabras, con tono amargo.

Este tipo, que es toda una institución en Pozuelo, empresario de postín, exconcejal del PP, íntimo de la alcaldesa y fuerza viva donde las haya, se estaba derrumbando ante un pobre diablo de Podemos.

Están pasando cosas, eso se ve en los ojos de la gente, y hoy he visto muchos. De todos los tamaños y colores, ojos que miraban de otra manera, al menos eso notaba mientras los miraba yo. Hasta creí ver a una muchacha en flor llevándose la mano a sus ojos para frenar alguna lágrima furtiva vencida por la emoción mientras votaba; bueno, a lo mejor era la alergia, qué sabe nadie. Pero nadie me miró mal, eso también lo vi, menos la señora enlacada esa que sufrió el sofocón. Pero es normal. Llegué al instituto con algunas dudas y, sobre todo, con curiosidad por sentir cómo iba a transcurrir esa importante jornada en la que el símbolo que colgaba de mi pecho parecía desafiar toda la cultura de gobierno establecida desde los orígenes del mundo en Pozuelo. Y no pasó nada. Pero algo pasó. Se trataba de sacudir el patio, espabilar al personal y cambiar el agua de los floreros, que no se puede ser tan guarro. Pues bien, acaba de empezar a pasar todo y parece que algo tiembla. Estaremos pendientes del rozamiento de las placas. En mi caso, ya digo, me ha estallado algo dentro del pecho. Acidez no es porque siento cierto regusto, como al echar un trago de Remelluri para pasar las angulas por el gaznate. Así que ya me retiro porque me espera el jacuzzi y, ya saben, todo eso. Vivir en Pozuelo es lo que tiene.