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Michel Tournier se ha reunido con sus mitos
El escritor Michel Tournier fallecía el pasado 18 de enero a los 91 años en Choisel, un pueblecito del valle de Chevreuse, al sur de París, en cuyo presbiterio vivía retirado. Tuve la fortuna de conocerle y entrevistarle en varias ocasiones. La primera para la revista El Europeo, cuyo texto se publica a continuación, y la segunda para el programa Los libros de TVE, además de organizar una mesa redonda acerca de su obra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde contamos con su presencia.
Filósofo de formación y gran conocedor de la cultura alemana, suspendió las oposiciones a la Universidad y comenzó ganándose la vida como periodista y traductor, lo que le permitió contactar con el gran público. El objetivo principal de su trabajo se resuelve en cómo hablar a ese gran público sin perder ni olvidar la cultura filosófica.
El actual presidente de la Academia Goncourt y figura histórica del periodismo cultural francés, Bernard Pivot, cofundador de la revista Lire y director de los programas clásicos de Televisión Ouvrez les Guillemets (Abran comillas), Apostrophes o Bouillon de culture (Sopa de cultura), quien le entrevistó en más de una docena de ocasiones, escribía en Twitter: “Michel Tournier se ha reunido esta noche con los grandes nombres de la historia de los mitos, de quienes fue un genial novelista”. Y en su crónica literaria de Le Journal du Dimanche, definía certeramente la temática de su obra. “Clásico por su escritura pero muy moderno en los temas de sus novelas: la marginalidad, la transgresión, las sexualidades desviadas, las fuerzas tenebrosas, la negación del orden, la fascinación del mal, las bondades y las trampas de la naturaleza, la gemelidad, el poder y la sumisión, las contradicciones del mundo, la santidad, los fulgores del amor. Alimentado de filosofía alemana, Michel Tournier no escribió novelas filosóficas pero todos sus personajes poseen un punto de vista metafísico.”
El gran escritor de la novela mitológica hizo su incursión en la literatura tardíamente con su primera novela, Viernes o los limbos del Pacífico, que fue galardonada en 1967 con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y le convirtió en un escritor de culto durante Mayo del 68. El éxito se repitió con El rey de los Alisos, con la que obtuvo el Premio Goncourt en 1970, y fue llevada al cine por Volker Schlöndorff con el título de El ogro. Autor de otros relatos como Los meteoros, Melchor, Gaspar y Baltasar, Gilles et Jeanne, La gota de oro y de ensayos de crítica literaria como El vuelo del vampiro; además de una magnífica autobiografía, El viento Paráclito, texto fundamental que cuenta la historia de su vocación literaria y constituye una original reflexión sobre sus libros. Para Tournier, el mito es una historia que todo el mundo conoce y la función del escritor consiste en impedir que ese mito se convierta en alegoría o caiga en el olvido.
Fue un gran lector de la Biblia. “La Biblia –afirma– es el único libro que salva Robinson del naufragio, es el libro del viajero y del peregrino.” Conoció y convivió con una generación dorada de pensadores franceses de la época de los sesenta. Amigo y compañero de estudios de Gilles Deleuze. Discípulo de Gaston Bachelard y de Lévi-Strauss, con quien colaboró en el Museo del Hombre en París. Admirador de Sartre en su época de estudiante, se distanció de su pensamiento en la madurez. Fue amigo personal de Miterrand, y nunca dejó de decir lo que pensaba aunque le acarreara todo tipo de enemistades. Esa mirada observadora y crítica la mantuvo hasta el final de sus días.
El Presidente Françoise Hollande le rendía homenaje en su twitter: “Michel Tournier fue un gran escritor, un escritor europeo cuya obra atraviesa el siglo XX y marca la historia de la literatura. Entre el realismo y la magia, sus obras han influenciado a una generación de franceses y europeos, amantes como él de las letras, de la historia, de la aventura, de la naturaleza y de nuestro continente”.
La conversación que se puede leer a continuación fue publicada en la revista El Europeo en 1998, dentro de un número monográfico titulado “La vuelta al orden. Un adiós al siglo XX”.
UNA TARDE EN EL PRESBITERIO DE MICHEL TOURNIER
“La risa es una llamada al orden, o más bien es a la inversa, una llamada a ese desorden que es la vida, una puesta en tela de juicio permanente al orden de ayer.”
MT
Michel Tournier vive a unos cuarenta kilómetros de París, en un pueblecito agrícola del valle de Chevreuse, en una antigua casa parroquial al lado de una iglesia. Para llegar hasta allí nos desviamos por una estrecha carretera que conduce a Rambouillet, atravesando un bosque de castaños en una luminosa tarde de septiembre. El autor de Viernes o los limbos del Pacífico ha hablado tanto sobre el encanto de Le Presbytère en sus libros que, por cada pueblo que pasábamos, buscaba alguna iglesia intentando reconocer la suya. Por fin, a la salida de una curva, apareció una construcción de piedra junto a la parroquia. El conductor se detuvo en la entrada junto a un grupo de gente. Unos periodistas de una televisión israelí terminaban de hacerle un reportaje y se despedían. El escritor me recibió riendo a carcajadas porque habían insistido en sacarle bajo la sinagoga. “Si el cura del pueblo, que está al otro lado del muro, les llega a oír cómo llaman sinagoga a su iglesia, ¡ja, ja, ja!...”, exclama mientras muestra su jardín y una casa con las puertas y las ventanas abiertas, como si fuera una parte de la iglesia misma.
Allí estaba Michel Tournier, radiante y encantador. Satisfecho porque publicaba durante esos días su última novela, Eleazar. Quiso leer una cita en español que aparece en su edición francesa: “En la lucha entre el agua y el fuego sempre es el fuego el que muere…” “El corrector de Gallimard se equivocó, se confundió con el italiano y escribió sempre en vez de siempre: yo la escribí correctamente…” “Soy un inventor de palabras, me invento palabras que no existen, mis libros están llenos de palabras que no existen”, comenta refiriéndose a las erratas. Viste de manera informal, en vaqueros y jersey azul marino, y cubre su cabeza con un pequeño gorro de lana azul claro. Su aspecto es sencillo, como de marinero, si no fuera por la delgadez de su cuerpo y unas delicadas manos que le delatan. No sé si por la proximidad de la iglesia, se respiraba un ambiente austero y espiritual. Me pareció que vivía como un eremita. Un hombre serenamente solo. Todo un personaje de irresistible glamour literario. Podría haber salido de una novela de Verne, Conrad o ser el mismo Robinson. Le pregunté si este retiro era su isla; pero durante la entrevista dejó bien claro que no vivía aislado porque necesita a la gente para crear personajes y experimentar. Así que no quiso ni oír hablar de contemplación filosófica o mística, sino de la experiencia del hombre moderno en la gran ciudad. Se considera a sí mismo como un médico, un hombre de la multitud, que observa sin ser visto y que aplica una mente ordenada por la filosofía a urdir un sentido metafísico para lo que se presenta azaroso y caótico.
Rosa Falcón: Parece que la historia ha dado un giro de timón y hemos vuelto a una brusca involución. Políticas culturales generales, viejos esquemas de jerarquía, de renuncia de las propuestas de discusión. ¿Qué opina usted de esta vuelta al orden?
Michel Tournier: Es verdad que hay una vuelta al orden religioso. Malraux ha dicho en una frase que se ha vuelto célebre que el siglo XXI será religioso. Efectivamente, se nota un orden religioso imperativo que vuelve principalmente en los países árabes, en Irán, en Israel. En Francia se ha votado, hace algunos años, una ley que se llama Ley Gayssot y que castiga con prisión el negacionismo. Es decir, se vuelve a una ley que castiga con pena de muerte a los blasfemos, la gente que dice algo en contra de la religión. Esta ley cayó en desuso con Luis XIV en el siglo XVIII. En Francia hay ahora mismo dos hombres conocidos inculpados por dicha ley: Roger Garaudy y el Abate Pierre. Me pregunto: ¿cuándo van a tener lugar dichos juicios? Y ¿cómo se van a desarrollar? Creo que todo esto es muy interesante. Se ha desencadenado en Estados Unidos una enorme polémica para decidir lo políticamente correcto, aparte de haber cada vez más asuntos de moral. Todo ello indica, en efecto, una vuelta a la religión y al orden moral.
RF: Si en un orden jerárquico y represivo era revolucionario destruir el sistema y crear caos ¿es revolucionario en el sistema del caos generar orden?
MT: Veo una gran diferencia entre revolucionario y rebelde. El rebelde quiere destruir la situación actual. El revolucionario quiere construir un nuevo sistema. No es en absoluto lo mismo. Creo que los jóvenes desgraciados y miserables son una fábrica de rebeldes; mientras que, de los jóvenes intelectuales y universitarios surgen revolucionarios. Es la diferencia entre Gilles Valette, que es un escritor conocido y un rebelde total, pero no revolucionario; y, hombres como Marx o Engels, que eran teóricos ante todo y querían construir una sociedad.
RF: Usted vivió intensamente la década de los 60 como un bohemio en el barrio parisino de la Isla de St. Louis. Allí se reunía con ciertos intelectuales de élite que marcaron el pensamiento de toda una generación. ¿Qué piensa del cansancio de la vanguardia intelectual en la actualidad?
MT: No es la fatiga de los intelectuales sino su envejecimiento. El pensamiento revolucionario y el pensamiento en grupo es un asunto de jóvenes. Es preciso ser joven para vivir con los compañeros, afilar las ideas, rehacer el mundo todas las noches, comiendo poco y mal. Más tarde, con la edad, uno se separa, se vive más en soledad o con otras personas de diferente categoría intelectual. Yo veo muy poco a otros escritores aquí. Mi entorno son campesinos del pueblo, artesanos. Ellos no leen. Les doy mis libros para que no se enfaden, pero no los leen. A aquel joven de la foto le he educado yo, es mi ahijado, un chico del pueblo. Tenía diez años en la foto. Ahora tiene cuarenta años y tres hijos, le he dedicado Viernes... Puede ver que está dedicado a Laurent. Es el más célebre de mis libros, con cuatro millones de ejemplares vendidos en Francia. Él está muy orgulloso, se lo enseña a todo el mundo, pero no lo ha leído aún. Hay una broma que se cuenta. Usted ofrece un libro a alguien y le contesta: “no, gracias, ya tengo uno”. Por otra parte, estoy muy contento en este entorno. No me quejo en absoluto. Yo lo he escogido. Poco antes de llegar usted, estaba con mi vecino de enfrente. Viene frecuentemente, aprecio mucho a su mujer y a sus hijas; pero, no son intelectuales, ni lectores, ni nada. Cuando pienso en un grupo de intelectuales, sólo se me ocurre la Academia Goncourt. Somos diez y finalmente hablamos muy poco de literatura. Nos contamos historias divertidas, anécdotas de lo que hemos hecho en vacaciones; pero, la literatura es el trabajo ¿comprende? Creo que la creación literaria seria es la soledad. Es arriba, en el granero, donde yo escribo. Voy a enseñarle mi sanctasanctórum, es un lugar que no muestro a nadie. Ningún periodista llega aquí arriba.
Subimos por una escalera de madera, el eje central de la casa, hasta el antiguo granero, habilitado hoy como buhardilla. Junto a un montón de libros colocados por el suelo porque no le caben en las estanterías, se encuentran tres mesas de trabajo, la más grande junto a la ventana, desde donde se ve el paisaje húmedo del valle, al lado de una mesita baja llena de diccionarios. Escribe con pluma sobre papel, y luego lo pasa a limpio en la mesa mediana, donde tiene dos máquinas de escribir. Una muy vieja y otra eléctrica, un poco más moderna. Presidiendo este santuario digno de un sumo sacerdote, una bellísima talla en madera policromada de una virgen románica de Bretaña. Éste es su retiro más secreto. En esta austeridad Michel Tournier pasa la mayor parte de su tiempo en soledad. Imaginando y escribiendo sus historias. Bajo un silencio de monasterio, sólo interrumpido por el canto de los pájaros, el rumor del viento y las campanas de la iglesia cercana que, como otra llamada al orden, se escucharán durante toda la tarde justo encima de nosotros.
RF: Su primer encuentro con las palabras fue a través de los nombres científicos de los fármacos de su abuelo, según cuenta usted en un pasaje muy bello del libro El viento Paráclito. Esa atención científica por las palabras parece haberle acompañado siempre en la construcción de su mundo literario y de sus novelas, que no disimulan su indiscutible bagaje intelectual. ¿Qué puede decirme acerca de su método de trabajo?
MT: Las palabras cuentan mucho para mí. Me considero un artesano, trabajo con mis manos. Escribo manuscritos. Escribo a mano. Y mi material no es la madera, ni la tela, ni el metal, son las palabras. A eso se debe que haya tantos diccionarios, la casa está llena de ellos. Hay palabras que tomo para darles un sentido original y otras para inventarlas. Por ejemplo, en El rey de los Alisos he inventado la palabra foria que no existe y, que viene del griego phorine, que significa llevar. Cristoforo, el portador de Cristo. Dorisforo, el portado de una vara. He inventado palabras, no muchas, cuatro o cinco. He creado la palabra bajitud, lo contrario de altitud. Altitud está sobre el nivel del mar, bajitud bajo el mar. Por ejemplo, el Mar Muerto en Israel tiene 400 metros de bajitud. Antes se decía altitud negativa. Lo que no está bien. Desafortunadamente, nadie la emplea. Yo muy poco, dado que no es una palabra corriente.
RF: Algún crítico ha dicho que El rey de los Alisos es una novela musical. Cuenta usted cómo se le ocurrió la historia leyendo el poema de Goethe del mismo título y oyendo el lied de Schubert; mientras escribía, escuchaba El cántico de los jóvenes hebreos de Stockhausen. Sonido y significado, música y palabra parecen un mismo lenguaje para usted.
MT: Soy de una familia de músicos. Usted conoce a Jean-Loup [Tournier, hermano de Michel], que es flautista y preside la SACEM (Sociedad de Autores, Compositores y Editores Musicales). Mi madre era pianista. Mi hermana tocaba la guitarra. Yo soy el único que no sé tocar ningún instrumento, pero siempre he tenido la música a mi alrededor. Actualmente estoy escribiendo algo sobre Johann Sebastian Bach. Me encanta escribir sobre él. Lo he hecho en El viento Paráclito. Ahora estoy feliz porque he encontrado una cita magnífica que no conocía. La cita es de Ingmar Bergman, dice: “La música de Bach nos consuela de nuestra impiedad”. Es bonita ¿no?
RF: Viernes o los limbos del Pacífico podría ser la desconstrucción de los clichés de las novelas de aventuras inglesas del siglo XIX; El rey de los Alisos, la recreación de cierta mitología romántica alemana y Los meteoros, un análisis del mito de los gemelos. ¿Está usted de acuerdo con esta reflexión? ¿Qué extraña fórmula ha utilizado para conseguir resultados tan originales? Le confieso que nunca había leído nada parecido y que la lectura de estas tres novelas me dejó bastante desconcertada.
MT: El uso de la mitología no es nada fácil. Por ejemplo, en El rey de los Alisos, mi héroe tiene por un lado a San Cristóbal, el buen portador de niños; y por otro lado, al ogro, el mal portador de niños que se los lleva para matarlos. En mi última novela, Eleazar, el héroe es un pastor irlandés de 1845, que cruza el Atlántico para llegar a América. Atravesando el desierto del Colorado siente que por encima de él está Moisés, la llave de su destino. Me ha costado descubrirlo. No es un truco fácil. No sé si haré otra novela como ésta.
RF: El destino es una constante en su obra. La fatalidad del destino lleva a Robinson a su condición de náufrago. En el comienzo de la novela, con ese juego del tarot, ya aparece cierto fatum del protagonista. Luego observamos que la numeración de las cartas coincide con los capítulos de la novela. ¿Qué pretendía con esto?
MT: El destino es siempre retrospectivo. Cuando se observa a los hombres que han tenido un destino, descubrimos cierta lógica del principio al fin. Los escritores han fallado un poco. ¿Sabe que van a llevar las cenizas de Malraux al Panteón? Es un poco ridículo, todo el mundo literario se retuerce de risa. Porque Malraux siempre había querido tener un destino, pero le ha fallado todo. Por ejemplo, un obseso del destino como él debía de haber estado al lado de De Gaulle en Londres, el 18 de junio de 1940, pero estaba en la Costa Azul con su mujer. Esperó diez días después del desembarco para comprometerse con la Resistencia. Esperó a 1958 para descubrir que De Gaulle era un gran hombre. Verdaderamente Malraux es un personaje ridículo. El destino es la lógica de una vida. Cuando la vida ha terminado se tiene la impresión de una obra, de que la vida es una obra.
RF: Desde la perspectiva que le da la madurez ¿Con qué tono se quedaría, con la risa, la levedad o la ironía?
MT: Con la risa, que es una manifestación física y una manera de fundir el alma con el cuerpo.
Michel Tournier tiene 71 años bien llevados. Mantiene un carácter jovial y un gran sentido del humor. Se ríe todo el tiempo, con una risa sana y contagiosa que estalla en carcajadas y te hace cómplice al instante. Como dos caras de la misma moneda. A veces es también una risa teatral. Una máscara que simula comicidad pero que en realidad esconde un gesto más serio y profundo. Parece ese árbol que vive junto al agua o en tierra muy húmeda, cuya raíz es siempre más profunda que el tronco que asoma en la superficie. Dice que el hombre moderno actúa como un autómata que recita su programa y no como un ser vivo en perpetuo estado de improvisación creadora. El remedio que utiliza para acabar con la esclerosis del sistema es la risa.
RF: ¿Está usted de acuerdo con la tesis de Deleuze acerca de que el personaje de su novela es tanto Robinson como la propia isla o Viernes?
MT: El personaje de mi novela es Viernes. El que lleva la creación, el agua a la isla. Para que una isla sea habitable basta que tenga agua. Desde ese momento hay gente. Un niño me ha dicho que ha y una isla habitada que no tiene agua. Se llama Pantelleria. Está a medio camino entre Sicilia y Túnez, el agua la traen barco y tiene diez mil habitantes. Incluso sin agua hay gente.
RF: Fue usted compañero de estudios y amigo personal de Gilles Deleuze. ¿Cómo explicaría la influencia de este filósofo en su obra?
MT: Deleuze ha sido para mí más un hermano que un amigo. Tenía un mes menos que yo. Él nació en enero de 1925 y yo en diciembre del 24. De manera que siendo de la misma edad, en clase iba un año retrasado. Cuando yo estudiaba filosofía, él estaba en el último año de bachiller. Su filosofía no me ha influenciado mucho. Pero el libro que prefiero y el que más me ha impresionado es el último sobre la filosofía del Pliegue: El pliegue, Leibniz y el barroco. Es un libro magnífico y seguramente escribiré algo inspirado en él.
RF: La muerte de Deleuze ha sido una gran pérdida. ¿Por qué se suicidó?
MT: Me impresionó mucho porque hacía tiempo que no le veía a causa de su deterioro físico. Era insoportable para mí verle en ese estado. Habría ido a verle si me hubiera llamado o hecho alguna señal. Cuando murió, hacía diez años que no le veía.
RF: ¿Por qué la naturaleza en sus novelas tiene tanta importancia? Me refiero a las descripciones de paisajes. El pasaje del Bosque en El rey de los Alisos, o la propia isla en el caso de Viernes o los limbos del Pacífico.
MT: Podemos hacer una gran distinción entre los escritores que son inspirados por la geografía y los que son inspirados por la historia. Si usted quiere, es un juego que puede practicar con los escritores españoles. Averiguar si son escritores de la geografía o de la historia. Esta distinción es particularmente notable en la pintura. Los paisajistas están al lado de la geografía, evidentemente y los pintores de la historia, son los más reconocidos porque han reflejado las batallas, los reyes... En Francia se dice popularmente que Dumas ha sido el escritor de la historia y, Julio Verne, el escritor de la geografía. La diferencia más evidente es que hay un pesimismo en el caso del escritor de la historia y un cierto entusiasmo en el escritor de la geografía. Se podría decir que la historia la ha escrito el diablo y la geografía la ha escrito Dios. Yo creo que soy un escritor de la geografía; incluso, en El rey de los Alisos, que es un libro histórico, la presencia del paisaje es predominante.
RF: ¿Qué aportó su experiencia de periodista a su trabajo literario?
MT: Yo quería ser filósofo. Después renuncié porque fracasé en las oposiciones. Me he ganado la vida como periodista. Lo que me ha llevado a un contacto con el gran público. Cómo hablar con ese gran público, sin perder ni olvidar la cultura filosófica, es el problema de mi estética. Mi última novela es un western auténtico, con caballos, carretas, bandidos, indios, serpientes... Pero en el fondo es una reflexión sobre el destino de Moisés. Se trata para mí de contar algo con otra historia bajo la mesa. Soy un contrabandista de la filosofía.
RF: ¿Se ha retirado usted a una isla desierta o sólo lo ha hecho con la imaginación? ¿En qué se asemeja la soledad de Robinson con la soledad del escritor?
MT: No tiene ninguna relación. Yo viajo mucho, investigo... Ahora me ocupo del metro parisino. Conozco a un conductor del metro que me lleva con él y me cuenta sus experiencias, sus temores, etc. Estoy contento porque ha cambiado de línea. Ha pasado de Nation-Dauphine a la Vincennes-Neully, que voy a descubrir pronto. Me ha dicho: “Ya verás. Es estupendo. Tiene neumáticos”. Le voy a contar otro ejemplo de mis experiencias en el metro. ¿Sabe cuál es la preocupación, el suplicio del conductor? La gente que se lanza contra el tren. Trescientos al año en París. Casi uno diario... cuando estoy con él en la cabina y entramos en una estación con la gente amurallada en el andén, le aseguro que es terrorífico. Visitar lugares, hacer encuestas es una tradición realista y naturalista. Es lo contrario del romanticismo. El romántico se interesa en sí mismo. Cuenta sus aventuras personales, sus amores. No tiene necesidad de hacer encuestas. No tiene más que mirarse; mientras que, el realista o el naturalista, Flaubert o Zola, no se interesan por ellos mismos. Les hace falta ver qué pasa en la calle, en el otro lado. Yo soy de ellos. Estoy siempre observando. Soy un indiscreto. Tengo vergüenza algunas veces de mi indiscreción. Pero me digo a mí mismo: “Eres médico y un médico no debe tener ningún pudor”. Le voy a contar una anécdota muy reciente. Un joven de diecinueve años vino a verme. Un chico muy modesto, un aprendiz. Se le olvidó la cartera en mi casa. Y me pregunté: ¿Debo mirar lo que hay dentro? Yo soy escritor, tengo una excusa. ¿Qué habría hecho usted en mi lugar? Estoy contento de haberlo hecho. Había un papel. Una tarjeta de crédito, documentos y una foto. ¿Y sabe usted de quién era esa foto? De su perro. ¡Un chico de diecinueve años! ¿No lo encuentra horrible? Casi lloré cuando lo vi. Todo lo que llevaba en la cartera era la foto de su perro. Estoy feliz de haber mirado su cartera. Porque jamás podría haberlo inventado.
Como un moderno Lewis Carroll, Michel Tournier es un gran aficionado a la fotografía. La fotografía es uno de los grandes temas de sus libros. El escritor no pierde ocasión de referirse a la experiencia artística del fotógrafo y a la creación fotográfica como un erotismo en estado puro. Recordemos la afición del personaje principal del El rey de los Alisos, donde Tournier dedica varias páginas a la alquimia del revelado. A esa magia benigna y maligna de la fotografía en blanco y negro; a la ampliación y a la posibilidad de invertir el negativo y de convertir la izquierda en derecha y la derecha en izquierda. En La gota de oro, la fotografía es el leitmotiv del relato. Cuando Idriss, un joven bereber, conduce su rebaño de cabras a un oasis es sorprendido por una turista que le saca una foto como souvenir y regresa a su país. A partir de ese momento, Idriss sólo tratará de recuperar su imagen y partirá en busca de su foto. El escritor llega a comparar la fotografía con la poesía: “igual que el poema tiene la ambición natural de ser aprendido de memoria, recitado, recitado y recitado una vez más, la fotografía pide que la contemplen. No una vez ni dos sino sin descanso ni tregua, ya esté colocada sobre una chimenea o conservada en una cartera”.
RF: ¿Qué prefiere: vivir la aventura, inventarla o analizarla?
MT: Prefiero inventar la aventura. Soy un inventor.
RF: En su literatura hay siempre una mirada hacia la infancia ¿Por qué ese enorme interés por la infancia?
MT: No estoy de acuerdo con el lugar importante del niño en mis libros. Cuando cuento la vida de un héroe, empiezo por su infancia. No soy Victor Hugo, que lo hizo con El culto al niño. Para Victor Hugo, el niño era Dios. Tampoco he hecho lo que Rousseau con Emilio. Sin embargo mi última novela se la dedico a Coralie, una niña de diez años, una de las hijas de Laurent.
RF: Además de novelas ha escrito usted muchos relatos breves. ¿Por qué se ha inclinado por el cuento con tanta frecuencia?
MT: Hay un problema de vocabulario. No estoy seguro de que fábula, cuento y novela tenga en español el mismo sentido que en francés. En inglés desde luego que no. Me gusta la fábula porque en sus historias está presente la filosofía. Escritores como Esopo, La Fontaine. En la novela corta hay una historia pero ninguna filosofía. Es un género realista, triste equivalente a las crónicas de sucesos en el periódico. Un hombre que mata y después se suicida, un robo, etc. El cuento encierra todo. Es perfecto. Tiene una filosofía que está oculta, no evidente como en la fábula. Es preciso buscarla y cada uno encuentra una distinta. Se puede interpretar un cuento como marxista, psicoanalista, religioso, estructuralista, o bien de una manera puramente individual. Esto es lo maravilloso del cuento. Hay una filosofía que se nos oculta, como escondida debajo de la mesa. Ésa es la razón por la que me siento tan próximo al cuento.
RF: La película El ogro, de Volker Schlöndorff, basada en su novela El rey de los Alisos ¿qué le ha parecido?
MT: Soy el peor espectador que pueda imaginar. Mientras que el verdadero espectador está virgen y no ha oído hablar nunca del libro, yo no solamente lo he leído sino que lo he escrito. Es espantoso. La película es de una fidelidad rigurosa que le reprocho. Habría preferido un poco más de creación y de invención de su parte. Porque yo he hecho un libro y él debía haber hecho una película sin repetir lo mismo. Lo único que ha hecho es traducir, sin crear una película como una ópera o una pintura.
Al igual que un caracol ermitaño unido a su concha, Michel Tournier mantiene una relación de amor y de fidelidad con su casa y su jardín. Cuenta que la tapia linda con el viejo cementerio y que de madrugada las almas vecinas parecen acompañarle. Debajo del muro de su jardín, junto a un rosal trepador y las glicinias, se encuentra en un pequeño santuario dedicado a su madre. Pegado a la pared y sobre la tumba, un medallón con la imagen de un Cupido con las manos atadas a la espalda y el carcaj caído a sus pies. “Éste era un objeto muy apreciado por ella, aún me pregunto lo que puede significar. ¿Qué sentido tiene un Cupido sin flechas y con las manos atadas? Esta imagen clásica de inenarrable belleza invierte el mito de Eros, y se podría hacer de ella una lectura inversa como figura poética del final de la pasión amorosa o acaso del desamor.”
***
CODA: Entrevista a Michel Tournier en el programa Los libros, de TVE, en 1999.
Rosa Falcón: Usted comenzó a escribir en el periodismo. ¿Encuentra alguna relación entre el trabajo del periodista y el del escritor?
Michel Tournier: Hay un antagonismo total entre el oficio de periodista y el del escritor porque el periodista está sometido a dos obligaciones que son insoportables para el escritor: La primera es respetar la actualidad; la segunda es respetar la ideología oficial. La actualidad, por ejemplo, es que ahora hay que hablar de Pinochet y no se debe hablar de Castro. Es absurdo, pero la obligación del periodista es seguir la actualidad día a día. Sin embargo el escritor crea para la eternidad.
RF: Todas sus novelas parten de un análisis mítico. En Viernes o los limbos del Pacífico reescribe el mito de Robinson Crusoe ¿Por qué cree que es un mito moderno?
MT: Primero es preciso ver ¿Qué es un mito? Creamos un personaje de novela y normalmente este personaje queda prisionero de la obra en la que actúa. Por ejemplo, Julien Sorel ha quedado prisionero en la obra de Stendhal. Cuando un personaje se hace mito, se escapa de la obra en la que ha sido creado y toma vida propia más allá de la obra… Por ejemplo, Tirso de Molina crea el personaje de Don Juan en la obra El burlador de Sevilla, que aunque por cierto no es una gran obra ha inventado a Don Juan, que salta de esta obra a otras como la de Moliére, o la ópera de Mozart, novelas… y se escapa de su autor. ¿Por qué Don Juan ha escapado de Tirso de Molina? Esa es la cuestión. La respuesta es que Don Juan encarna una aventura excepcional, que es el choque entre la sexualidad y la sociedad. La parte anarquista de la sexualidad. La sexualidad siempre tiene una fuerza anárquica. Bueno, en el caso de Robinson Crusoe es lo mismo. Daniel Defoe creó en 1719 Robinson Crusoe y el personaje ha poblado otras obras. Yo he sido de los últimos en reescribir Robinson Crusoe: ¿por qué? Porque Robinson encarna dos grandes aventuras humanas que son de una extrema actualidad, mucho más que en la época de Daniel Defoe. Primero es la soledad, Robinson está solo en su isla desierta. Es el héroe de la soledad. Esta soledad es un problema completamente moderno y no hay necesidad de una isla desierta. El hombre moderno está solo en la sociedad. Vive encerrado en soledad en su apartamento, en su coche… el coche es una célula de soledad. Esto es un drama que actúa sobre su cerebro, sobre su corazón y sobre su alma. Robinson, el héroe de la soledad, conoce a Viernes, que es el hombre del Tercer Mundo, que tiene otro color de piel, otra religión. Robinson y Viernes encarnan el choque entre el mundo occidental y el Tercer Mundo. He aquí porque Robinson es un héroe moderno, totalmente actual. Y por ello he tenido la necesidad de reescribir una vez más la aventura de Robinson y Viernes.
RF: ¿Cuál es su último trabajo?
MT: Voy a publicar en el mes de marzo un libro que se titula Celebraciones, que se compone de ochenta pequeños textos. Son textos de admiración, de asombro por todo el mundo, sobre animales, árboles, países, hombres, personas que he conocido que son extraordinarias y algunas veces atemorizantes. Es un libro para la vista, yo observo, veo cosas y lo que me divierte es que todo el mundo las ve y no se dan cuenta. Voy a dar un ejemplo: en las revistas de publicidad, los relojes siempre tienen las diez y diez. Es extraordinario, tiene una explicación que he descubierto porque es la sonrisa del reloj. Si lo pusiera a las ocho y veinte sería el enfado del reloj. Son observaciones que antes que yo nadie había hecho.
Las imágenes, de arriba abajo, son una ilustración para una antigua edición de Robinson Crusoe; dos retratos de Michel Tournier; portadas de algunos de sus libros; el Gran Cañón del Colorado; Gilles Deleuze en la película Georges qui? (Michèle Rosier, 1973); retrato tomado en la edición de 1971 de los Encuentros de Arlés por Marc Pérard (de izquierda a derecha, aparecen Jean-Claude Lemagny, Tobb Webb, Michel Tournier, Lucien Clergue, Jean-Claude Gautrand, Jean-Pierre Sudre, Edouard Boubat, Denis Brihat, Jean Dieuzaide y Jean-Maurice Rouquette); John Malkovich en El ogro (Volker Schlöndorff, 1996).
Michel Tournier se ha reunido con sus mitos
El escritor Michel Tournier fallecía el pasado 18 de enero a los 91 años en Choisel, un pueblecito del valle de Chevreuse, al sur de París, en cuyo presbiterio vivía retirado. Tuve la fortuna de conocerle y entrevistarle en varias ocasiones. La primera para la revista El Europeo, cuyo texto se publica a continuación, y la segunda para el programa Los libros de TVE, además de organizar una mesa redonda acerca de su obra en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde contamos con su presencia.
Filósofo de formación y gran conocedor de la cultura alemana, suspendió las oposiciones a la Universidad y comenzó ganándose la vida como periodista y traductor, lo que le permitió contactar con el gran público. El objetivo principal de su trabajo se resuelve en cómo hablar a ese gran público sin perder ni olvidar la cultura filosófica.
El actual presidente de la Academia Goncourt y figura histórica del periodismo cultural francés, Bernard Pivot, cofundador de la revista Lire y director de los programas clásicos de Televisión Ouvrez les Guillemets (Abran comillas), Apostrophes o Bouillon de culture (Sopa de cultura), quien le entrevistó en más de una docena de ocasiones, escribía en Twitter: “Michel Tournier se ha reunido esta noche con los grandes nombres de la historia de los mitos, de quienes fue un genial novelista”. Y en su crónica literaria de Le Journal du Dimanche, definía certeramente la temática de su obra. “Clásico por su escritura pero muy moderno en los temas de sus novelas: la marginalidad, la transgresión, las sexualidades desviadas, las fuerzas tenebrosas, la negación del orden, la fascinación del mal, las bondades y las trampas de la naturaleza, la gemelidad, el poder y la sumisión, las contradicciones del mundo, la santidad, los fulgores del amor. Alimentado de filosofía alemana, Michel Tournier no escribió novelas filosóficas pero todos sus personajes poseen un punto de vista metafísico.”
El gran escritor de la novela mitológica hizo su incursión en la literatura tardíamente con su primera novela, Viernes o los limbos del Pacífico, que fue galardonada en 1967 con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y le convirtió en un escritor de culto durante Mayo del 68. El éxito se repitió con El rey de los Alisos, con la que obtuvo el Premio Goncourt en 1970, y fue llevada al cine por Volker Schlöndorff con el título de El ogro. Autor de otros relatos como Los meteoros, Melchor, Gaspar y Baltasar, Gilles et Jeanne, La gota de oro y de ensayos de crítica literaria como El vuelo del vampiro; además de una magnífica autobiografía, El viento Paráclito, texto fundamental que cuenta la historia de su vocación literaria y constituye una original reflexión sobre sus libros. Para Tournier, el mito es una historia que todo el mundo conoce y la función del escritor consiste en impedir que ese mito se convierta en alegoría o caiga en el olvido.
Fue un gran lector de la Biblia. “La Biblia –afirma– es el único libro que salva Robinson del naufragio, es el libro del viajero y del peregrino.” Conoció y convivió con una generación dorada de pensadores franceses de la época de los sesenta. Amigo y compañero de estudios de Gilles Deleuze. Discípulo de Gaston Bachelard y de Lévi-Strauss, con quien colaboró en el Museo del Hombre en París. Admirador de Sartre en su época de estudiante, se distanció de su pensamiento en la madurez. Fue amigo personal de Miterrand, y nunca dejó de decir lo que pensaba aunque le acarreara todo tipo de enemistades. Esa mirada observadora y crítica la mantuvo hasta el final de sus días.
El Presidente Françoise Hollande le rendía homenaje en su twitter: “Michel Tournier fue un gran escritor, un escritor europeo cuya obra atraviesa el siglo XX y marca la historia de la literatura. Entre el realismo y la magia, sus obras han influenciado a una generación de franceses y europeos, amantes como él de las letras, de la historia, de la aventura, de la naturaleza y de nuestro continente”.
La conversación que se puede leer a continuación fue publicada en la revista El Europeo en 1998, dentro de un número monográfico titulado “La vuelta al orden. Un adiós al siglo XX”.
UNA TARDE EN EL PRESBITERIO DE MICHEL TOURNIER
“La risa es una llamada al orden, o más bien es a la inversa, una llamada a ese desorden que es la vida, una puesta en tela de juicio permanente al orden de ayer.”
MT
Michel Tournier vive a unos cuarenta kilómetros de París, en un pueblecito agrícola del valle de Chevreuse, en una antigua casa parroquial al lado de una iglesia. Para llegar hasta allí nos desviamos por una estrecha carretera que conduce a Rambouillet, atravesando un bosque de castaños en una luminosa tarde de septiembre. El autor de Viernes o los limbos del Pacífico ha hablado tanto sobre el encanto de Le Presbytère en sus libros que, por cada pueblo que pasábamos, buscaba alguna iglesia intentando reconocer la suya. Por fin, a la salida de una curva, apareció una construcción de piedra junto a la parroquia. El conductor se detuvo en la entrada junto a un grupo de gente. Unos periodistas de una televisión israelí terminaban de hacerle un reportaje y se despedían. El escritor me recibió riendo a carcajadas porque habían insistido en sacarle bajo la sinagoga. “Si el cura del pueblo, que está al otro lado del muro, les llega a oír cómo llaman sinagoga a su iglesia, ¡ja, ja, ja!...”, exclama mientras muestra su jardín y una casa con las puertas y las ventanas abiertas, como si fuera una parte de la iglesia misma.
Allí estaba Michel Tournier, radiante y encantador. Satisfecho porque publicaba durante esos días su última novela, Eleazar. Quiso leer una cita en español que aparece en su edición francesa: “En la lucha entre el agua y el fuego sempre es el fuego el que muere…” “El corrector de Gallimard se equivocó, se confundió con el italiano y escribió sempre en vez de siempre: yo la escribí correctamente…” “Soy un inventor de palabras, me invento palabras que no existen, mis libros están llenos de palabras que no existen”, comenta refiriéndose a las erratas. Viste de manera informal, en vaqueros y jersey azul marino, y cubre su cabeza con un pequeño gorro de lana azul claro. Su aspecto es sencillo, como de marinero, si no fuera por la delgadez de su cuerpo y unas delicadas manos que le delatan. No sé si por la proximidad de la iglesia, se respiraba un ambiente austero y espiritual. Me pareció que vivía como un eremita. Un hombre serenamente solo. Todo un personaje de irresistible glamour literario. Podría haber salido de una novela de Verne, Conrad o ser el mismo Robinson. Le pregunté si este retiro era su isla; pero durante la entrevista dejó bien claro que no vivía aislado porque necesita a la gente para crear personajes y experimentar. Así que no quiso ni oír hablar de contemplación filosófica o mística, sino de la experiencia del hombre moderno en la gran ciudad. Se considera a sí mismo como un médico, un hombre de la multitud, que observa sin ser visto y que aplica una mente ordenada por la filosofía a urdir un sentido metafísico para lo que se presenta azaroso y caótico.
Rosa Falcón: Parece que la historia ha dado un giro de timón y hemos vuelto a una brusca involución. Políticas culturales generales, viejos esquemas de jerarquía, de renuncia de las propuestas de discusión. ¿Qué opina usted de esta vuelta al orden?
Michel Tournier: Es verdad que hay una vuelta al orden religioso. Malraux ha dicho en una frase que se ha vuelto célebre que el siglo XXI será religioso. Efectivamente, se nota un orden religioso imperativo que vuelve principalmente en los países árabes, en Irán, en Israel. En Francia se ha votado, hace algunos años, una ley que se llama Ley Gayssot y que castiga con prisión el negacionismo. Es decir, se vuelve a una ley que castiga con pena de muerte a los blasfemos, la gente que dice algo en contra de la religión. Esta ley cayó en desuso con Luis XIV en el siglo XVIII. En Francia hay ahora mismo dos hombres conocidos inculpados por dicha ley: Roger Garaudy y el Abate Pierre. Me pregunto: ¿cuándo van a tener lugar dichos juicios? Y ¿cómo se van a desarrollar? Creo que todo esto es muy interesante. Se ha desencadenado en Estados Unidos una enorme polémica para decidir lo políticamente correcto, aparte de haber cada vez más asuntos de moral. Todo ello indica, en efecto, una vuelta a la religión y al orden moral.
RF: Si en un orden jerárquico y represivo era revolucionario destruir el sistema y crear caos ¿es revolucionario en el sistema del caos generar orden?
MT: Veo una gran diferencia entre revolucionario y rebelde. El rebelde quiere destruir la situación actual. El revolucionario quiere construir un nuevo sistema. No es en absoluto lo mismo. Creo que los jóvenes desgraciados y miserables son una fábrica de rebeldes; mientras que, de los jóvenes intelectuales y universitarios surgen revolucionarios. Es la diferencia entre Gilles Valette, que es un escritor conocido y un rebelde total, pero no revolucionario; y, hombres como Marx o Engels, que eran teóricos ante todo y querían construir una sociedad.
RF: Usted vivió intensamente la década de los 60 como un bohemio en el barrio parisino de la Isla de St. Louis. Allí se reunía con ciertos intelectuales de élite que marcaron el pensamiento de toda una generación. ¿Qué piensa del cansancio de la vanguardia intelectual en la actualidad?
MT: No es la fatiga de los intelectuales sino su envejecimiento. El pensamiento revolucionario y el pensamiento en grupo es un asunto de jóvenes. Es preciso ser joven para vivir con los compañeros, afilar las ideas, rehacer el mundo todas las noches, comiendo poco y mal. Más tarde, con la edad, uno se separa, se vive más en soledad o con otras personas de diferente categoría intelectual. Yo veo muy poco a otros escritores aquí. Mi entorno son campesinos del pueblo, artesanos. Ellos no leen. Les doy mis libros para que no se enfaden, pero no los leen. A aquel joven de la foto le he educado yo, es mi ahijado, un chico del pueblo. Tenía diez años en la foto. Ahora tiene cuarenta años y tres hijos, le he dedicado Viernes... Puede ver que está dedicado a Laurent. Es el más célebre de mis libros, con cuatro millones de ejemplares vendidos en Francia. Él está muy orgulloso, se lo enseña a todo el mundo, pero no lo ha leído aún. Hay una broma que se cuenta. Usted ofrece un libro a alguien y le contesta: “no, gracias, ya tengo uno”. Por otra parte, estoy muy contento en este entorno. No me quejo en absoluto. Yo lo he escogido. Poco antes de llegar usted, estaba con mi vecino de enfrente. Viene frecuentemente, aprecio mucho a su mujer y a sus hijas; pero, no son intelectuales, ni lectores, ni nada. Cuando pienso en un grupo de intelectuales, sólo se me ocurre la Academia Goncourt. Somos diez y finalmente hablamos muy poco de literatura. Nos contamos historias divertidas, anécdotas de lo que hemos hecho en vacaciones; pero, la literatura es el trabajo ¿comprende? Creo que la creación literaria seria es la soledad. Es arriba, en el granero, donde yo escribo. Voy a enseñarle mi sanctasanctórum, es un lugar que no muestro a nadie. Ningún periodista llega aquí arriba.
Subimos por una escalera de madera, el eje central de la casa, hasta el antiguo granero, habilitado hoy como buhardilla. Junto a un montón de libros colocados por el suelo porque no le caben en las estanterías, se encuentran tres mesas de trabajo, la más grande junto a la ventana, desde donde se ve el paisaje húmedo del valle, al lado de una mesita baja llena de diccionarios. Escribe con pluma sobre papel, y luego lo pasa a limpio en la mesa mediana, donde tiene dos máquinas de escribir. Una muy vieja y otra eléctrica, un poco más moderna. Presidiendo este santuario digno de un sumo sacerdote, una bellísima talla en madera policromada de una virgen románica de Bretaña. Éste es su retiro más secreto. En esta austeridad Michel Tournier pasa la mayor parte de su tiempo en soledad. Imaginando y escribiendo sus historias. Bajo un silencio de monasterio, sólo interrumpido por el canto de los pájaros, el rumor del viento y las campanas de la iglesia cercana que, como otra llamada al orden, se escucharán durante toda la tarde justo encima de nosotros.
RF: Su primer encuentro con las palabras fue a través de los nombres científicos de los fármacos de su abuelo, según cuenta usted en un pasaje muy bello del libro El viento Paráclito. Esa atención científica por las palabras parece haberle acompañado siempre en la construcción de su mundo literario y de sus novelas, que no disimulan su indiscutible bagaje intelectual. ¿Qué puede decirme acerca de su método de trabajo?
MT: Las palabras cuentan mucho para mí. Me considero un artesano, trabajo con mis manos. Escribo manuscritos. Escribo a mano. Y mi material no es la madera, ni la tela, ni el metal, son las palabras. A eso se debe que haya tantos diccionarios, la casa está llena de ellos. Hay palabras que tomo para darles un sentido original y otras para inventarlas. Por ejemplo, en El rey de los Alisos he inventado la palabra foria que no existe y, que viene del griego phorine, que significa llevar. Cristoforo, el portador de Cristo. Dorisforo, el portado de una vara. He inventado palabras, no muchas, cuatro o cinco. He creado la palabra bajitud, lo contrario de altitud. Altitud está sobre el nivel del mar, bajitud bajo el mar. Por ejemplo, el Mar Muerto en Israel tiene 400 metros de bajitud. Antes se decía altitud negativa. Lo que no está bien. Desafortunadamente, nadie la emplea. Yo muy poco, dado que no es una palabra corriente.
MT: Soy de una familia de músicos. Usted conoce a Jean-Loup [Tournier, hermano de Michel], que es flautista y preside la SACEM (Sociedad de Autores, Compositores y Editores Musicales). Mi madre era pianista. Mi hermana tocaba la guitarra. Yo soy el único que no sé tocar ningún instrumento, pero siempre he tenido la música a mi alrededor. Actualmente estoy escribiendo algo sobre Johann Sebastian Bach. Me encanta escribir sobre él. Lo he hecho en El viento Paráclito. Ahora estoy feliz porque he encontrado una cita magnífica que no conocía. La cita es de Ingmar Bergman, dice: “La música de Bach nos consuela de nuestra impiedad”. Es bonita ¿no?
RF: Viernes o los limbos del Pacífico podría ser la desconstrucción de los clichés de las novelas de aventuras inglesas del siglo XIX; El rey de los Alisos, la recreación de cierta mitología romántica alemana y Los meteoros, un análisis del mito de los gemelos. ¿Está usted de acuerdo con esta reflexión? ¿Qué extraña fórmula ha utilizado para conseguir resultados tan originales? Le confieso que nunca había leído nada parecido y que la lectura de estas tres novelas me dejó bastante desconcertada.
MT: El uso de la mitología no es nada fácil. Por ejemplo, en El rey de los Alisos, mi héroe tiene por un lado a San Cristóbal, el buen portador de niños; y por otro lado, al ogro, el mal portador de niños que se los lleva para matarlos. En mi última novela, Eleazar, el héroe es un pastor irlandés de 1845, que cruza el Atlántico para llegar a América. Atravesando el desierto del Colorado siente que por encima de él está Moisés, la llave de su destino. Me ha costado descubrirlo. No es un truco fácil. No sé si haré otra novela como ésta.
RF: El destino es una constante en su obra. La fatalidad del destino lleva a Robinson a su condición de náufrago. En el comienzo de la novela, con ese juego del tarot, ya aparece cierto fatum del protagonista. Luego observamos que la numeración de las cartas coincide con los capítulos de la novela. ¿Qué pretendía con esto?
MT: El destino es siempre retrospectivo. Cuando se observa a los hombres que han tenido un destino, descubrimos cierta lógica del principio al fin. Los escritores han fallado un poco. ¿Sabe que van a llevar las cenizas de Malraux al Panteón? Es un poco ridículo, todo el mundo literario se retuerce de risa. Porque Malraux siempre había querido tener un destino, pero le ha fallado todo. Por ejemplo, un obseso del destino como él debía de haber estado al lado de De Gaulle en Londres, el 18 de junio de 1940, pero estaba en la Costa Azul con su mujer. Esperó diez días después del desembarco para comprometerse con la Resistencia. Esperó a 1958 para descubrir que De Gaulle era un gran hombre. Verdaderamente Malraux es un personaje ridículo. El destino es la lógica de una vida. Cuando la vida ha terminado se tiene la impresión de una obra, de que la vida es una obra.
RF: Desde la perspectiva que le da la madurez ¿Con qué tono se quedaría, con la risa, la levedad o la ironía?
MT: Con la risa, que es una manifestación física y una manera de fundir el alma con el cuerpo.
Michel Tournier tiene 71 años bien llevados. Mantiene un carácter jovial y un gran sentido del humor. Se ríe todo el tiempo, con una risa sana y contagiosa que estalla en carcajadas y te hace cómplice al instante. Como dos caras de la misma moneda. A veces es también una risa teatral. Una máscara que simula comicidad pero que en realidad esconde un gesto más serio y profundo. Parece ese árbol que vive junto al agua o en tierra muy húmeda, cuya raíz es siempre más profunda que el tronco que asoma en la superficie. Dice que el hombre moderno actúa como un autómata que recita su programa y no como un ser vivo en perpetuo estado de improvisación creadora. El remedio que utiliza para acabar con la esclerosis del sistema es la risa.
RF: ¿Está usted de acuerdo con la tesis de Deleuze acerca de que el personaje de su novela es tanto Robinson como la propia isla o Viernes?
MT: El personaje de mi novela es Viernes. El que lleva la creación, el agua a la isla. Para que una isla sea habitable basta que tenga agua. Desde ese momento hay gente. Un niño me ha dicho que ha y una isla habitada que no tiene agua. Se llama Pantelleria. Está a medio camino entre Sicilia y Túnez, el agua la traen barco y tiene diez mil habitantes. Incluso sin agua hay gente.
RF: Fue usted compañero de estudios y amigo personal de Gilles Deleuze. ¿Cómo explicaría la influencia de este filósofo en su obra?
MT: Deleuze ha sido para mí más un hermano que un amigo. Tenía un mes menos que yo. Él nació en enero de 1925 y yo en diciembre del 24. De manera que siendo de la misma edad, en clase iba un año retrasado. Cuando yo estudiaba filosofía, él estaba en el último año de bachiller. Su filosofía no me ha influenciado mucho. Pero el libro que prefiero y el que más me ha impresionado es el último sobre la filosofía del Pliegue: El pliegue, Leibniz y el barroco. Es un libro magnífico y seguramente escribiré algo inspirado en él.
RF: La muerte de Deleuze ha sido una gran pérdida. ¿Por qué se suicidó?
MT: Me impresionó mucho porque hacía tiempo que no le veía a causa de su deterioro físico. Era insoportable para mí verle en ese estado. Habría ido a verle si me hubiera llamado o hecho alguna señal. Cuando murió, hacía diez años que no le veía.
RF: ¿Por qué la naturaleza en sus novelas tiene tanta importancia? Me refiero a las descripciones de paisajes. El pasaje del Bosque en El rey de los Alisos, o la propia isla en el caso de Viernes o los limbos del Pacífico.
MT: Podemos hacer una gran distinción entre los escritores que son inspirados por la geografía y los que son inspirados por la historia. Si usted quiere, es un juego que puede practicar con los escritores españoles. Averiguar si son escritores de la geografía o de la historia. Esta distinción es particularmente notable en la pintura. Los paisajistas están al lado de la geografía, evidentemente y los pintores de la historia, son los más reconocidos porque han reflejado las batallas, los reyes... En Francia se dice popularmente que Dumas ha sido el escritor de la historia y, Julio Verne, el escritor de la geografía. La diferencia más evidente es que hay un pesimismo en el caso del escritor de la historia y un cierto entusiasmo en el escritor de la geografía. Se podría decir que la historia la ha escrito el diablo y la geografía la ha escrito Dios. Yo creo que soy un escritor de la geografía; incluso, en El rey de los Alisos, que es un libro histórico, la presencia del paisaje es predominante.
RF: ¿Qué aportó su experiencia de periodista a su trabajo literario?
MT: Yo quería ser filósofo. Después renuncié porque fracasé en las oposiciones. Me he ganado la vida como periodista. Lo que me ha llevado a un contacto con el gran público. Cómo hablar con ese gran público, sin perder ni olvidar la cultura filosófica, es el problema de mi estética. Mi última novela es un western auténtico, con caballos, carretas, bandidos, indios, serpientes... Pero en el fondo es una reflexión sobre el destino de Moisés. Se trata para mí de contar algo con otra historia bajo la mesa. Soy un contrabandista de la filosofía.
RF: ¿Se ha retirado usted a una isla desierta o sólo lo ha hecho con la imaginación? ¿En qué se asemeja la soledad de Robinson con la soledad del escritor?
MT: No tiene ninguna relación. Yo viajo mucho, investigo... Ahora me ocupo del metro parisino. Conozco a un conductor del metro que me lleva con él y me cuenta sus experiencias, sus temores, etc. Estoy contento porque ha cambiado de línea. Ha pasado de Nation-Dauphine a la Vincennes-Neully, que voy a descubrir pronto. Me ha dicho: “Ya verás. Es estupendo. Tiene neumáticos”. Le voy a contar otro ejemplo de mis experiencias en el metro. ¿Sabe cuál es la preocupación, el suplicio del conductor? La gente que se lanza contra el tren. Trescientos al año en París. Casi uno diario... cuando estoy con él en la cabina y entramos en una estación con la gente amurallada en el andén, le aseguro que es terrorífico. Visitar lugares, hacer encuestas es una tradición realista y naturalista. Es lo contrario del romanticismo. El romántico se interesa en sí mismo. Cuenta sus aventuras personales, sus amores. No tiene necesidad de hacer encuestas. No tiene más que mirarse; mientras que, el realista o el naturalista, Flaubert o Zola, no se interesan por ellos mismos. Les hace falta ver qué pasa en la calle, en el otro lado. Yo soy de ellos. Estoy siempre observando. Soy un indiscreto. Tengo vergüenza algunas veces de mi indiscreción. Pero me digo a mí mismo: “Eres médico y un médico no debe tener ningún pudor”. Le voy a contar una anécdota muy reciente. Un joven de diecinueve años vino a verme. Un chico muy modesto, un aprendiz. Se le olvidó la cartera en mi casa. Y me pregunté: ¿Debo mirar lo que hay dentro? Yo soy escritor, tengo una excusa. ¿Qué habría hecho usted en mi lugar? Estoy contento de haberlo hecho. Había un papel. Una tarjeta de crédito, documentos y una foto. ¿Y sabe usted de quién era esa foto? De su perro. ¡Un chico de diecinueve años! ¿No lo encuentra horrible? Casi lloré cuando lo vi. Todo lo que llevaba en la cartera era la foto de su perro. Estoy feliz de haber mirado su cartera. Porque jamás podría haberlo inventado.
Como un moderno Lewis Carroll, Michel Tournier es un gran aficionado a la fotografía. La fotografía es uno de los grandes temas de sus libros. El escritor no pierde ocasión de referirse a la experiencia artística del fotógrafo y a la creación fotográfica como un erotismo en estado puro. Recordemos la afición del personaje principal del El rey de los Alisos, donde Tournier dedica varias páginas a la alquimia del revelado. A esa magia benigna y maligna de la fotografía en blanco y negro; a la ampliación y a la posibilidad de invertir el negativo y de convertir la izquierda en derecha y la derecha en izquierda. En La gota de oro, la fotografía es el leitmotiv del relato. Cuando Idriss, un joven bereber, conduce su rebaño de cabras a un oasis es sorprendido por una turista que le saca una foto como souvenir y regresa a su país. A partir de ese momento, Idriss sólo tratará de recuperar su imagen y partirá en busca de su foto. El escritor llega a comparar la fotografía con la poesía: “igual que el poema tiene la ambición natural de ser aprendido de memoria, recitado, recitado y recitado una vez más, la fotografía pide que la contemplen. No una vez ni dos sino sin descanso ni tregua, ya esté colocada sobre una chimenea o conservada en una cartera”.
RF: ¿Qué prefiere: vivir la aventura, inventarla o analizarla?
MT: Prefiero inventar la aventura. Soy un inventor.
RF: En su literatura hay siempre una mirada hacia la infancia ¿Por qué ese enorme interés por la infancia?
MT: No estoy de acuerdo con el lugar importante del niño en mis libros. Cuando cuento la vida de un héroe, empiezo por su infancia. No soy Victor Hugo, que lo hizo con El culto al niño. Para Victor Hugo, el niño era Dios. Tampoco he hecho lo que Rousseau con Emilio. Sin embargo mi última novela se la dedico a Coralie, una niña de diez años, una de las hijas de Laurent.
RF: Además de novelas ha escrito usted muchos relatos breves. ¿Por qué se ha inclinado por el cuento con tanta frecuencia?
MT: Hay un problema de vocabulario. No estoy seguro de que fábula, cuento y novela tenga en español el mismo sentido que en francés. En inglés desde luego que no. Me gusta la fábula porque en sus historias está presente la filosofía. Escritores como Esopo, La Fontaine. En la novela corta hay una historia pero ninguna filosofía. Es un género realista, triste equivalente a las crónicas de sucesos en el periódico. Un hombre que mata y después se suicida, un robo, etc. El cuento encierra todo. Es perfecto. Tiene una filosofía que está oculta, no evidente como en la fábula. Es preciso buscarla y cada uno encuentra una distinta. Se puede interpretar un cuento como marxista, psicoanalista, religioso, estructuralista, o bien de una manera puramente individual. Esto es lo maravilloso del cuento. Hay una filosofía que se nos oculta, como escondida debajo de la mesa. Ésa es la razón por la que me siento tan próximo al cuento.
RF: La película El ogro, de Volker Schlöndorff, basada en su novela El rey de los Alisos ¿qué le ha parecido?
MT: Soy el peor espectador que pueda imaginar. Mientras que el verdadero espectador está virgen y no ha oído hablar nunca del libro, yo no solamente lo he leído sino que lo he escrito. Es espantoso. La película es de una fidelidad rigurosa que le reprocho. Habría preferido un poco más de creación y de invención de su parte. Porque yo he hecho un libro y él debía haber hecho una película sin repetir lo mismo. Lo único que ha hecho es traducir, sin crear una película como una ópera o una pintura.
Al igual que un caracol ermitaño unido a su concha, Michel Tournier mantiene una relación de amor y de fidelidad con su casa y su jardín. Cuenta que la tapia linda con el viejo cementerio y que de madrugada las almas vecinas parecen acompañarle. Debajo del muro de su jardín, junto a un rosal trepador y las glicinias, se encuentra en un pequeño santuario dedicado a su madre. Pegado a la pared y sobre la tumba, un medallón con la imagen de un Cupido con las manos atadas a la espalda y el carcaj caído a sus pies. “Éste era un objeto muy apreciado por ella, aún me pregunto lo que puede significar. ¿Qué sentido tiene un Cupido sin flechas y con las manos atadas? Esta imagen clásica de inenarrable belleza invierte el mito de Eros, y se podría hacer de ella una lectura inversa como figura poética del final de la pasión amorosa o acaso del desamor.”
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CODA: Entrevista a Michel Tournier en el programa Los libros, de TVE, en 1999.
Rosa Falcón: Usted comenzó a escribir en el periodismo. ¿Encuentra alguna relación entre el trabajo del periodista y el del escritor?
Michel Tournier: Hay un antagonismo total entre el oficio de periodista y el del escritor porque el periodista está sometido a dos obligaciones que son insoportables para el escritor: La primera es respetar la actualidad; la segunda es respetar la ideología oficial. La actualidad, por ejemplo, es que ahora hay que hablar de Pinochet y no se debe hablar de Castro. Es absurdo, pero la obligación del periodista es seguir la actualidad día a día. Sin embargo el escritor crea para la eternidad.
RF: Todas sus novelas parten de un análisis mítico. En Viernes o los limbos del Pacífico reescribe el mito de Robinson Crusoe ¿Por qué cree que es un mito moderno?
MT: Primero es preciso ver ¿Qué es un mito? Creamos un personaje de novela y normalmente este personaje queda prisionero de la obra en la que actúa. Por ejemplo, Julien Sorel ha quedado prisionero en la obra de Stendhal. Cuando un personaje se hace mito, se escapa de la obra en la que ha sido creado y toma vida propia más allá de la obra… Por ejemplo, Tirso de Molina crea el personaje de Don Juan en la obra El burlador de Sevilla, que aunque por cierto no es una gran obra ha inventado a Don Juan, que salta de esta obra a otras como la de Moliére, o la ópera de Mozart, novelas… y se escapa de su autor. ¿Por qué Don Juan ha escapado de Tirso de Molina? Esa es la cuestión. La respuesta es que Don Juan encarna una aventura excepcional, que es el choque entre la sexualidad y la sociedad. La parte anarquista de la sexualidad. La sexualidad siempre tiene una fuerza anárquica. Bueno, en el caso de Robinson Crusoe es lo mismo. Daniel Defoe creó en 1719 Robinson Crusoe y el personaje ha poblado otras obras. Yo he sido de los últimos en reescribir Robinson Crusoe: ¿por qué? Porque Robinson encarna dos grandes aventuras humanas que son de una extrema actualidad, mucho más que en la época de Daniel Defoe. Primero es la soledad, Robinson está solo en su isla desierta. Es el héroe de la soledad. Esta soledad es un problema completamente moderno y no hay necesidad de una isla desierta. El hombre moderno está solo en la sociedad. Vive encerrado en soledad en su apartamento, en su coche… el coche es una célula de soledad. Esto es un drama que actúa sobre su cerebro, sobre su corazón y sobre su alma. Robinson, el héroe de la soledad, conoce a Viernes, que es el hombre del Tercer Mundo, que tiene otro color de piel, otra religión. Robinson y Viernes encarnan el choque entre el mundo occidental y el Tercer Mundo. He aquí porque Robinson es un héroe moderno, totalmente actual. Y por ello he tenido la necesidad de reescribir una vez más la aventura de Robinson y Viernes.
RF: ¿Cuál es su último trabajo?
MT: Voy a publicar en el mes de marzo un libro que se titula Celebraciones, que se compone de ochenta pequeños textos. Son textos de admiración, de asombro por todo el mundo, sobre animales, árboles, países, hombres, personas que he conocido que son extraordinarias y algunas veces atemorizantes. Es un libro para la vista, yo observo, veo cosas y lo que me divierte es que todo el mundo las ve y no se dan cuenta. Voy a dar un ejemplo: en las revistas de publicidad, los relojes siempre tienen las diez y diez. Es extraordinario, tiene una explicación que he descubierto porque es la sonrisa del reloj. Si lo pusiera a las ocho y veinte sería el enfado del reloj. Son observaciones que antes que yo nadie había hecho.
Las imágenes, de arriba abajo, son una ilustración para una antigua edición de Robinson Crusoe; dos retratos de Michel Tournier; portadas de algunos de sus libros; el Gran Cañón del Colorado; Gilles Deleuze en la película Georges qui? (Michèle Rosier, 1973); retrato tomado en la edición de 1971 de los Encuentros de Arlés por Marc Pérard (de izquierda a derecha, aparecen Jean-Claude Lemagny, Tobb Webb, Michel Tournier, Lucien Clergue, Jean-Claude Gautrand, Jean-Pierre Sudre, Edouard Boubat, Denis Brihat, Jean Dieuzaide y Jean-Maurice Rouquette); John Malkovich en El ogro (Volker Schlöndorff, 1996).