Contenido
La nevera es un espacio público
Afectos en el frío
El espacio público es antes que nada un espacio de afectos. De afectos encontrados, compartidos, perseguidos, anhelados, invisibilizados o excluidos. El espacio público no es entonces una entidad nominativa, algo que podemos señalar, sino un proceso que se despliega en continuidad y simultaneidad con otros lugares, como la casa, las instituciones que lo normativizan, los objetos que lo conforman, o las personas que circulan por él, etc. Es un proceso, y como tal proceso se desarrolla en base a mediaciones que se producen entre humanos, tecnologías y más que humanos en diversos lugares que denominamos urbanos.
La nevera doméstica, sí: nuestras neveras son lugares urbanos privilegiados. Espacios públicos en discusión, instalados en nuestras propias casas. Peter Sloterdijk define lugar como “una porción de aire cercada y acondicionada, un local de atmósfera transmitida y actualizada, un nudo de relaciones de hospedaje, un cruce en una red de flujos de datos, una dirección para iniciativas empresariales, un nicho para auto-relaciones, un campamento base para expediciones al entorno de trabajo y vivencias o un emplazamiento para negocios”. Si atendemos a esta definición, la nevera es un lugar urbano de primera magnitud. La nevera es un local de atmósfera transmitida, actualizada y fría, un nudo de relaciones de hospedaje (de no-humanos), un cruce de flujo de datos. Y además posee también las condiciones afectivas y virtuales de lo urbano. La nevera es un objeto donde se despliegan nuestros afectos: los personales (fotos familiares, calendarios de menús, facturas atrasadas, imanes activistas, etc.) y los políticos (qué comemos, cómo consumimos, qué huella ecológica dejan nuestras prácticas, etc.).
La nevera es por lo tanto un objeto urbano localizado y ubicuo a la vez, que contiene productos de múltiples localizaciones, ubicuos también, aislados, envueltos, paquetizados o en tuppers. Podemos entender la nevera como un electrodoméstico que ensambla las trayectorias que pasan por él en el día a día. Lejos de ser el objeto blanco, neutro y apolítico que ofrecen las multinacionales, la nevera es un objeto político y por lo tanto afectivo.
Los urbanismos de la nevera revelarían por ejemplo múltiples posiciones en conflicto que podrían leerse al abrir una nevera cualquiera. Esta desvelaría cuestiones en términos de producción alimentaria, conservacionismo, antiespecismo, veganismo; sobre la salud y los cuidados de niños u mayores, cuestiones de género sobre quien o con qué se ocupan las bandejas un día de futbol. La nevera se configura entonces como una entidad aglutinadora de estas controversias y de esta manera podemos entenderla como un espacio público en discusión y conflicto.
La nevera define entonces un ensamblaje asociado a cada entidad micro (un individuo o unidad familiar diversa) y sus entidades macro (sus sistemas de consumo, procedencias, etc.) e incluso la virtualidad de su entidad múltiple (política, afectiva, etc.). Podríamos observar cómo la nevera es punto de paso de las producciones industrializadas de la carne situadas a cientos de kilómetros de la ciudad, o de su interferencia en la capa de ozono por sus líquidos refrigerante, o su desecho en los cementerios de residuos de neveras que se acumulan en el Norte de Inglaterra, los conflictos de género que están inmersos en ella o los afectos que se acumulan en su puerta. Visualizar también, a través de una nevera particular, la vinculación ciudadana y urbana de su propietario con, por ejemplo, los huertos urbanos y la producción agroecológica y próxima; o su uso como objeto de resistencia frente a la policía en un desahucio, etc. La nevera, por lo tanto tiene capacidad de agencia y esta se despliega en múltiples espacialidades y temporalidades. Es por ello, un buen lugar para extender los estudios urbanos.
Parece que la nevera no es solamente un objeto o electrodoméstico políticamente neutro. Es también un espacio público en controversia que revela nuestras prácticas cotidianas enlazadas en continuidad con el supuesto exterior. “Salir del armario” es también un “abrir la nevera” que puede transparentar los procesos que circulan por ella. Animalismos, veganismos, desarrollo territorial, basuras y la industria alimentaria se instalan en nuestras neveras, sin que nos demos cuenta de que desde ellas se compone también ese aparente mundo del afuera. No congelemos nuestros afectos, despleguémoslos en el espacio público. Compartamos nuestras neveras abiertas para aprender a ser afectados por otras, como lo ha compartido la obra de Tania Blanco instalada en la exposición Capital Animal. Los alimentos paquetizados que consumimos, impiden conocer la realidad. Tania Blanco reproduce los envoltorios de los alimentos para transparentar la información no visible sobre ellos. Y así, de esta manera, los alimentos se depositan entre bandejas de acero, como lo están los animales en las granjas de producción. La violencia también es una condición del espacio público, y se instala día a día en nuestros afectos, en nuestras neveras.
En portada, In Your fridge, trabajo de Stephanie de Rouge sobre las modificaciones de hábitos de un camarero entre 2008 (izquierda) y 2012 (derecha).
Fotografía de Mark Menjivar de la nevera familiar de un fotógrafo y carpintero de San Antonio, Tejas. Tres personas en casa. Un alce con 12 cuernos abatido en la propiedad de la familia.
Obra de Tania Blanco, Unlid, 2016. en la reciente exposición "Capital Animal" de La Casa Encendida.
La nevera es un espacio público
El espacio público es antes que nada un espacio de afectos. De afectos encontrados, compartidos, perseguidos, anhelados, invisibilizados o excluidos. El espacio público no es entonces una entidad nominativa, algo que podemos señalar, sino un proceso que se despliega en continuidad y simultaneidad con otros lugares, como la casa, las instituciones que lo normativizan, los objetos que lo conforman, o las personas que circulan por él, etc. Es un proceso, y como tal proceso se desarrolla en base a mediaciones que se producen entre humanos, tecnologías y más que humanos en diversos lugares que denominamos urbanos.
La nevera doméstica, sí: nuestras neveras son lugares urbanos privilegiados. Espacios públicos en discusión, instalados en nuestras propias casas. Peter Sloterdijk define lugar como “una porción de aire cercada y acondicionada, un local de atmósfera transmitida y actualizada, un nudo de relaciones de hospedaje, un cruce en una red de flujos de datos, una dirección para iniciativas empresariales, un nicho para auto-relaciones, un campamento base para expediciones al entorno de trabajo y vivencias o un emplazamiento para negocios”. Si atendemos a esta definición, la nevera es un lugar urbano de primera magnitud. La nevera es un local de atmósfera transmitida, actualizada y fría, un nudo de relaciones de hospedaje (de no-humanos), un cruce de flujo de datos. Y además posee también las condiciones afectivas y virtuales de lo urbano. La nevera es un objeto donde se despliegan nuestros afectos: los personales (fotos familiares, calendarios de menús, facturas atrasadas, imanes activistas, etc.) y los políticos (qué comemos, cómo consumimos, qué huella ecológica dejan nuestras prácticas, etc.).
La nevera es por lo tanto un objeto urbano localizado y ubicuo a la vez, que contiene productos de múltiples localizaciones, ubicuos también, aislados, envueltos, paquetizados o en tuppers. Podemos entender la nevera como un electrodoméstico que ensambla las trayectorias que pasan por él en el día a día. Lejos de ser el objeto blanco, neutro y apolítico que ofrecen las multinacionales, la nevera es un objeto político y por lo tanto afectivo.
Los urbanismos de la nevera revelarían por ejemplo múltiples posiciones en conflicto que podrían leerse al abrir una nevera cualquiera. Esta desvelaría cuestiones en términos de producción alimentaria, conservacionismo, antiespecismo, veganismo; sobre la salud y los cuidados de niños u mayores, cuestiones de género sobre quien o con qué se ocupan las bandejas un día de futbol. La nevera se configura entonces como una entidad aglutinadora de estas controversias y de esta manera podemos entenderla como un espacio público en discusión y conflicto.
La nevera define entonces un ensamblaje asociado a cada entidad micro (un individuo o unidad familiar diversa) y sus entidades macro (sus sistemas de consumo, procedencias, etc.) e incluso la virtualidad de su entidad múltiple (política, afectiva, etc.). Podríamos observar cómo la nevera es punto de paso de las producciones industrializadas de la carne situadas a cientos de kilómetros de la ciudad, o de su interferencia en la capa de ozono por sus líquidos refrigerante, o su desecho en los cementerios de residuos de neveras que se acumulan en el Norte de Inglaterra, los conflictos de género que están inmersos en ella o los afectos que se acumulan en su puerta. Visualizar también, a través de una nevera particular, la vinculación ciudadana y urbana de su propietario con, por ejemplo, los huertos urbanos y la producción agroecológica y próxima; o su uso como objeto de resistencia frente a la policía en un desahucio, etc. La nevera, por lo tanto tiene capacidad de agencia y esta se despliega en múltiples espacialidades y temporalidades. Es por ello, un buen lugar para extender los estudios urbanos.
Parece que la nevera no es solamente un objeto o electrodoméstico políticamente neutro. Es también un espacio público en controversia que revela nuestras prácticas cotidianas enlazadas en continuidad con el supuesto exterior. “Salir del armario” es también un “abrir la nevera” que puede transparentar los procesos que circulan por ella. Animalismos, veganismos, desarrollo territorial, basuras y la industria alimentaria se instalan en nuestras neveras, sin que nos demos cuenta de que desde ellas se compone también ese aparente mundo del afuera. No congelemos nuestros afectos, despleguémoslos en el espacio público. Compartamos nuestras neveras abiertas para aprender a ser afectados por otras, como lo ha compartido la obra de Tania Blanco instalada en la exposición Capital Animal. Los alimentos paquetizados que consumimos, impiden conocer la realidad. Tania Blanco reproduce los envoltorios de los alimentos para transparentar la información no visible sobre ellos. Y así, de esta manera, los alimentos se depositan entre bandejas de acero, como lo están los animales en las granjas de producción. La violencia también es una condición del espacio público, y se instala día a día en nuestros afectos, en nuestras neveras.
En portada, In Your fridge, trabajo de Stephanie de Rouge sobre las modificaciones de hábitos de un camarero entre 2008 (izquierda) y 2012 (derecha).
Fotografía de Mark Menjivar de la nevera familiar de un fotógrafo y carpintero de San Antonio, Tejas. Tres personas en casa. Un alce con 12 cuernos abatido en la propiedad de la familia.
Obra de Tania Blanco, Unlid, 2016. en la reciente exposición "Capital Animal" de La Casa Encendida.