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La danza no mete goles

Sobre el estado de la danza en Madrid
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Desnudos gratuitos, convulsiones “sin venir a cuento”, falta de narrativa, gente que baila raro, que no baila, espectáculos en los que no hay música... Sí, vayamos allí, hasta el mismo corazón de sus defectos . O… ¿son sus clichés?

Cuando alguien se interesa por la danza, más concretamente la contemporánea, además de conocer las luces debe conocer también sus sombras, las entrañas. Sólo así es posible entenderla, y comprender ese segundo plano al que ha quedado relegada. Así se puede ser cómplice cuando se acuda a ver espectáculos, works in progress, experiencias varias alrededor de la danza y el hecho coreográfico… pensando en esto como algo casi ideológico. Ojalá a raíz de este artículo alguien se plantee: Pues vamos a ver algo de danza, a ver si es para tanto como para dejarla fuera… Y sea consciente de ese momento indefinido en el que la danza no estaba presente y se aprovechó para excluirla. Lo cierto es que de forma rotunda, a diario, sin pudor, todo funciona como si la danza no formase parte de la Cultura. Desde una perspectiva política y crítica, la danza presenta un interesante entramado muy complejo y una falta de políticas culturales, claras y firmes, que resuelvan una cosa tan sencilla como que la danza tenga público. Porque la danza, incluida la contemporánea, le gusta a la gente. Al menos hasta que se demuestre lo contrario. De la misma forma que a la gente le gusta y le interesa el arte abstracto, lo entienda o no, y de esa tensión han resultado experiencias muy interesantes. Entonces ¿qué es primero: el huevo o la gallina? ¿Que el considerado profesional de la cultura no sepa nada de danza y entonces la excluya, casi para protegerse? ¿O que haya entrado gente a gestionar cultura que no son verdaderos profesionales, puesto que no son capaces de entenderla de forma total, completa y contemporánea (y la laguna es notoria en el caso de la danza)? Porque en muchas de las instituciones y entidades de referencia, los responsables de los presupuestos y la gestión no han visto nunca danza. Y eso es preocupante.

Una de las cosas más llamativas es que –aun considerando las escasísimas vías de apoyo con las que cuenta, incluso en la supuestamente contemporánea Madrid– parte del público culto no asiste nunca a espectáculos de danza. Esto lo digo basándome en una convocatoria reciente, en un contexto de creación e investigación coreográfica que pusimos en marcha desde MILK&HONEY (“3,2, 1… and ACTION and DANCE”): varios cineastas a los que propuse formar parte del jurado no vieron clara la invitación, reconociéndome no haber visto nunca danza. Traté de explicarles que no era un problema, que la deliberación se sustentaría en tres perfiles, y esa era su riqueza: una persona de danza, otra de cine y yo, para hacer de anclaje entre las dos disciplinas y procesos que conozco mejor. Pero la palabra nunca reverberó en mi cabeza…  ¿Nunca, ni una vez? Esa especie de rechazo, de descarte social. Una demostración más de que la danza ha quedado fuera del “quesito rosa”, y de que a nadie le extraña no haber visto nada de nada de danza, una de las disciplinas cuya formación es más dura.

Y es llamativo, porque precisamente en el cine español existe un peso pesado, uno de esos nombres que el buen cinéfilo conoce muy bien, que lleva muchos años llevando la danza a la pantalla, retratándola, mostrando aspectos que no son los que uno ve habitualmente, dejándose seducir por el intérprete: Carlos Saura, al que podríamos casi considerar padre, o precursor, del “screendance” (que es como se llama a este género audiovisual, en el que se cuentan historias desde lo coreográfico). La Historia, el Cine y la Danza se han dado la mano y bailado juntas varias veces; conservemos y promovamos el concepto de coreografía como artefacto cultural y antropológico.

Hace tiempo llevé a cabo un experimento: salimos a la calle a preguntar a los viandantes por su opinión sobre la danza. Este es el resultado:

Han pasado un par de meses desde que celebramos el Día Internacional de la Danza (el viernes 29 de abril). La primera pregunta sería: ¿Alguien se enteró? Muchos lo habrían disfrutado. Hubo nombres muy interesantes, especialmente en los museos, que hicieron una apuesta puntual, siendo sede de “los asaltos de la danza” (el principio de algo mayor y más regular, esperemos…). Pero no se comunicó bien, hasta el punto de que varios de los propios profesionales de este reducido gremio deambulábamos por la ciudad, tratando de averiguar dónde había algo más allá de los dos eventos cuyas entradas se agotaron. Por supuesto, no se convirtió en algo mediático, sino que, al menos en Madrid, se disipó en la niebla del solapamiento de los planes, que, es cierto, en esta época son muchos y buenos (entre otros, una estupenda edición más del DOCUMENTAMADRID). Por otro lado, muchos de los espacios de la danza no arriesgaron ni generaron algo, por falta de presupuesto y de entrenamiento de ingenio, o bien se acabó tergiversando en cierta forma al sector y a su estado de invisibilidad. Es decir, en el pensamiento colectivo de la danza, que lo hay, aunque no exista una “comunidad de la danza”, no es fácil entender ni gestionar un día especial, de alguien a quien nunca se le deja ser y se ve convertido de golpe y por un día en protagonista.

Y ¿qué pasó? Que finalmente no hubo una celebración con la que nos identificásemos. Y es una pena, porque el potencial que tiene la danza en la calle, tomando la ciudad, es enorme. Probablemente no haya disciplina que pueda generar, sin previo aviso, tanta reacción. Pero al final el Día Internacional de la Danza fue, más bien, un guateque: correcto, pero sin alcohol. ¿Por qué? Porque no nos juntamos, para organizar, de una forma conjunta y colectiva, algo grande. Y, además, porque no es fácil definir y defender un formato crítico, teniendo en cuenta la invisibilidad que la danza sufre el resto de los días del año.  Sobre todo cuando no se la quiere asociar a “lo bien que se baila”, a la pirueta, al virtuosismo, sino al hecho de que la danza pertenece a la cultura contemporánea y que la coreografía es una forma de creación contemporánea. Un lugar, de hecho, muy rico en nuevas tendencias.

Existe una cierta frivolidad en torno a la danza… Porque existen muchas ‘madres de la danza’, pero la danza, sin embargo, está huérfana. ¿Custodia compartida, para reducir disponibilidad? Una vez más, la misma historia de los trozos de la tarta (cuando hace falta, son pocos; Cuando tienen que ser claros y pocos, se multiplican…)

Y es que, a día de hoy, a la danza ya sólo se la puede defender de una manera: como a una hermana pequeña. Si alguien estuviera dispuesto a pegar a alguien una sola vez, a violentarse a ese nivel, sería por el hermano, por la hermana. Que se abuse, acose o alguien se aproveche de ella afecta al “honor” (o como sea que se llame eso ahora, porque es algo que sigue existiendo y que perdurará), más que de la familia, de lo que uno piensa que es el sentido de justicia básico. Es, sencillamente, algo que no se deja pasar. Lo que sentimos por el hermano pequeño es lo mejor de nosotros. No se tolera fácilmente el ataque a lo vulnerable. Y eso es de lo que hablamos aquí: del estado vulnerable, sin serlo en sí la danza, a la que a ésta se la tiene sometida. Y de que hay que estar de verdad comprometido, y sentirse de verdad responsable, por algo cuyo estado preocupa. Un buen filtro para definir quién tiene que estar en la gestión de la danza.

La "antipromo" del vídeo de arriba muestra que por un dinero insignificante se puede llevar a cabo una acción con repercusión… Y que por tanto estamos, más que nunca, en la época de la gente que hace y no se entretiene (“qué haría yo si…”). Es la gente que tiene la capacidad de generar quien debería gestionar los presupuestos. Un justo y necesitado trueque, dado que esos núcleos de experimentación son absolutamente claves en el tejido cultural de una ciudad. Como luces que empiezan a parpadear, a revitalizar, a formar parte del engranaje y de la personalidad artística de una ciudad, desde diversos puntos periféricos que enriquecen un mapeado de la creación.   

Porque ¿cuándo y dónde se puede ver danza, si no se va a una sala? A mí el fútbol no me interesa y lo veo prácticamente a diario: cada vez que entro a un bar, cada vez que veo un telediario… Me empachan de él, sin que yo lo elija. Y “él” existe, se exhibe en todas las franjas prime time de los medios. Cuenta con una artillería pesada de medios, profesionales, memorabilia… Lejos de ese mundo mediático, la danza. ¿Unos segundos de gloria, quizá una vez al mes, cuando están apareciendo los créditos finales del telediario? Sí, algo que no se queda en la retina y que va después del fútbol. Pero mantengamos esa referencia: la danza como posible símbolo del fracaso, de la no-imagen pública, y el fútbol como emblema del éxito y del prime time. Al menos en cuanto a su posicionamiento e imagen pública.

La danza también se filma. Pero no como el fútbol, con muchas cámaras, siguiendo el balón y el gol. La danza no se puede filmar así, no porque no haya balón ni gol, sino porque tiene otra intensidad: el cuerpo en movimiento no está tan delimitado por su piel como lo está el balón por su material, por los remates. No porque el cuerpo no lo merezca sino porque sencillamente esa no es su lógica: lo coreográfico es una escritura abstracta. A veces la gente filma así la danza, como si fuera un partido, a veces por falta de experiencia o familiaridad con el medio. Pero no le pidamos a la danza goles… Precisamente en el maravilloso documental Zidane: A 21st Century Portrait (Douglas Gordon y Philippe Parreno, 2006), puro videoarte que tiene mucho de coreografía para cámara, se descontextualiza un partido de fútbol y se hace un retrato total en vivo de alguien que observa, reacciona. Un elegantísimo trabajo sobre el fuera de campo. Quizá al fútbol –el protegido, el mediático, el elogiado– podría aprender de otras lógicas del movimiento, de las artes en vivo. Al menos en la forma de grabarse. Quizá en el siglo XXI deberíamos avanzar en los contenidos que consumimos y dejar a la mirada ser menos concreta y más descentralizada. 

Pero incluso retrocediendo encontramos maravillas como esta: la elegante Debbie Reynolds en una secuencia de I Love Melvin (1953) y esa quelque chose que tiene coreografiar, que es, por así decirlo, combinar realidad y ficción, representar:

No seamos prejuiciosos con la danza contemporánea y no le digamos a la danza lo que tiene que ser. Ni digamos que al público no le gusta. Porque talento coreográfico existe, por suerte, en este país, a raudales. Otra cosa es que lo estemos desaprovechando y se nos esté esparciendo por el mundo…. Pero hay mucho coreógrafo exiliado con ganas de volver. Así que hace falta presupuesto y en buenas manos. Porque, de precariedad y supervivencia, hace tiempo que la danza va más que servida. Ahora es importante ver el valor que tiene la danza y  mejorar las condiciones de todos los profesionales que nos dejamos la piel, de una forma u otra, por ella. Sobre todo a quienes la crean: que cobren cachés dignos. Y que el ciudadano empiece a darse cuenta de que se ha perdido algo todo este tiempo.

 

En portada, fotograma de At cows and bees land, de Gonzalo Zeballos, Sara Mohíno, Llanos de Miguel y Marta Llorente (2014).Con el apoyo de: MILK&HONEY|Plat. Intérprete (o en la foto): Sara Mohíno. 

En el texto, fotogramas de La danza contemporánea no es lo que parece (Idea: María Rogel; realización: Patty de Frutos; redacción: Maria Rogel; edición: Patty de Frutos; música: ANAUT). Estrenado con motivo del 28º Certamen Coreográfico de Madrid.