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Justicia social en tiempos opacos

Respuesta a ‘La igualdad, la prioridad y los molinos’ de Ernesto Castro
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Antes de entrar en materia, quiero agradecer a Ernesto Castro la respuesta a mi artículo “Contra el igualitarismo”. El objetivo de aquel escrito era alimentar una discusión serena, reflexiva y respetuosa, sin perder de vista la urgencia del tema y, a juzgar por el tono, el contenido y el espíritu de la reacción de Castro, lo estoy logrando.

Castro formula cuatro objeciones a mi ensayo de las cuales me voy a ocupar a continuación. Primero, considera simplista la narrativa histórica. En segundo lugar, duda de la pertinencia de Rawls en el debate y cree que mi lectura del mismo incurre en errores e imprecisiones. Su tercera objeción apunta a lo que él considera una visión excesivamente optimista del desarrollo económico de los últimos cuarenta años. Por último, se muestra insatisfecho con mi uso del término “concepción pública de la justicia”.

Es obvio que mi ensayo, por razones de espacio, ofrece una visión muy simplista de la historia de la izquierda del siglo XX. Pero el objetivo del ensayo no era un ajuste de cuentas con el pasado sino alimentar una discusión programática hacia el futuro. (Aunque me voy a permitir volverle las tornas a Castro más adelante…).

¿Por qué Rawls? No lo escogí porque lo considerara, en palabras de Castro, “el máximo exponente de la izquierda”. Eso habría sido ingenuo aun en el Harvard de 1971 y lo es mucho más en la España del 2016. Pero el credo socialdemócrata de los últimos años solía presentarse como la encarnación de los planteamientos rawlsianos y Rawls es un pensador mucho más rico de lo que muchos socialdemócratas están dispuestos a reconocer. A mi juicio, sus nociones sobre la “estructura básica de la sociedad” y una “concepción pública de la justicia” (sobre la cual volveré más adelante) ofrecen una base sobre la cual construir una agenda más progresista que la que sus supuestos seguidores han propuesto. Por supuesto, Rawls mismo no era un izquierdista estridente. En el ensayo dije muy claramente que alguien podría acusarme no sin razón de estar usando las ideas de Rawls para defender conclusiones no rawlsianas.

Las predilecciones del autor también cuentan. No entro a discutir con qué métrica ha concluido Castro que el “panorama intelectual y mediático actual está claramente dominado por corrientes como el posmarxismo althusseriano-lacaniano”. Los resultados electorales del 20-D dan indicios para creer una cosa y su contraria. (Máxime si vemos cuál fue, gústenos o no, el partido más votado). Pero yo no soy ni lacaniano ni althusseriano. Me siento más cómodo tratando de articular un discurso de izquierda que se nutra de otras fuentes. Quiero creer que, independientemente de cuánto esté dominando el panorama actual, no es necesario hacer una profesión de fe lacaniana a las puertas de entrada al debate de izquierdas. Me parecería una pésima noticia si así fuera.

Castro ofrece una síntesis adecuada de algunos de los planteamientos centrales de Rawls y de allí pasa a negar que Rawls sea un igualitarista. No estoy seguro de cuán importante es este punto, ya que mi ensayo no es ni estrictamente rawlsiano ni, mucho menos, igualitarista. Pero, sin querer entrar aquí en un certamen de citas de Rawls, él fue abundantemente claro en muchas ocasiones al insistir en que su objetivo era ofrecer un andamiaje teórico y conceptual que armonizara los principios de libertad e igualdad. Por supuesto que, en materia de ingreso disponible, Rawls consideraba que la igualdad era defendible sólo dentro de los confines del “principio de la diferencia”. Pero eso no lo convierte en un enemigo de la igualdad, sino en alguien que la valora junto con otras metas adicionales. Si, por poner un ejemplo, yo estuviera a favor de sanciones económicas y legales modestas a medios de comunicación que publiquen calumnias y piezas de morboso contenido racista, eso no bastaría para decir que estoy en contra de la libertad de prensa. Sería, más bien, alguien que defiende la libertad de prensa pero que considera que ésta debe estar en equilibrio con otros principios que en algunas ocasiones puntuales justifican ciertas restricciones. Por tanto, me declaro inocente de la confusión conceptual que Castro me atribuye a este respecto.

Castro se sorprende de que yo “ni siquiera haya ensayado una comparación entre el desarrollo económico y social que se ha producido durante las últimas cuatro décadas con tasas de desigualdad crecientes y el que se hubiera podido producir en condiciones más igualitarias”. Con perdón, pero ¿cuatro décadas? ¿Hay alguien en el mundo capaz de hacer semejante comparación? Si los economistas españoles no se ponen de acuerdo sobre cuál habría sido la tasa de crecimiento de los últimos cinco años sin los recortes, dejando intacta la estructura social y el cambio tecnológico, ¿podemos esperar algún día tener una conclusión sobre el ejercicio que propone Castro?

Además, no veo para qué. Precisamente una de las cosas que me preocupan del rawlsianismo en su versión socialdemócrata es que apela a criterios contrafactuales complejos. Por eso eché mano en mi ensayo de la idea rawlsiana de una “concepción pública de la justicia”.

En el curso de la evolución de sus ideas, Rawls, en parte como resultado de sus intercambios con Habermas, enfatizó la necesidad de que los principios de la justicia fueran “perspicuos”, es decir, que los ciudadanos pudieran reconocer las instituciones de la estructura básica de la sociedad como instituciones claramente orientadas hacia su bienestar en comunidad. Esa definición de “concepción pública” no supone nada ni sobre la provisión estatal de los servicios sociales ni sobre las mayorías electorales como Castro cree que yo estoy suponiendo. Tiene razón Castro cuando dice que la concepción pública apela a “valores y estándares comunes”, pero Rawls dudaba de que la “competencia mercantil sin trabas” fuera un estándar satisfactorio. Rawls mismo defendió la cobertura universal de servicios de sanidad, no porque confundiera “público” con “estatal” sino porque para él un sistema robusto de sanidad universal enviaba el mensaje inequívoco a todos los ciudadanos de que la estructura básica de la sociedad estaba orientada a aliviarles las enormes incertidumbres que los riesgos catastróficos de salud implican en una sociedad moderna. En esto estoy de acuerdo con Rawls.

En ese mismo espíritu, en el ensayo me atreví a afirmar que la globalización y la financialización han vuelto más opaca la estructura básica de la sociedad, y me ratifico. Pongamos dos ejemplos: el derecho a la vivienda y el derecho al trabajo. Ninguno de estos derechos goza hoy de un soporte firme porque la financialización (desahucios) y la globalización (deslocalización) los han puesto en peligro. En el capitalismo moderno esos derechos no se pueden afirmar de una manera pública contundente ya que su disfrute está condicionado por una complejísima red de interacciones económicas que escapan al control, y a veces a la misma comprensión, de la mayoría de los ciudadanos.

En mi ensayo me referí a la necesidad de “vigorizar el control ciudadano”, algo que Castro considera “tan idiosincrático que se puede considerar prácticamente una invención” mía. No sé la intención con que lo dijo Castro, pero yo, que soy dado a lo idiosincrático, lo recibo como un elogio. Inmerecido ya que, como él mismo dice, ideas similares han reverberado en la izquierda desde hace más de un siglo. Castro me critica por olvidar el hecho de que la izquierda con opciones electorales ha terminado casi siempre por conformarse con subir impuestos. (O sea que de pronto mi excesiva simplificación de la historia no era tan inadecuada para el problema que nos ocupa). No lo he olvidado. Más bien, considero que es una fórmula agotada y, si se me apura un poco, diré que sí, que a pesar de que estas ideas fueron abandonadas en el siglo XX, en el siglo XXI tienen más opciones debido a los profundos cambios estructurales y tecnológicos que han tenido lugar en las últimas décadas. (El ensayo que publiqué es, precisamente, parte de un libro donde defenderé esta tesis).

Castro cierra su texto equiparando la renta básica con el principio de igualdad de ingreso disponible. No voy a entrar a discutir todas las posibles variantes de renta básica y sus justificaciones. (Hay muchas y disímiles). Pero creo haber sido muy claro en que para mí la renta básica puede (y debe) ir más allá de la simple igualdad de ingreso. Precisamente, por eso la inscribí en el contexto de una agenda de control ciudadano.

Aunque me sostengo en mi interpretación de Rawls y defiendo mi excesiva simplificación de asuntos históricos, debo confesar que las cuestiones exegéticas me impacientan ya que, para volver al elogio que me otorga Castro, soy dado a mezclas idiosincráticas de ideas y temas. A autores como yo nos viene bien que nos llamen al orden de vez en cuando. Ahora que, gracias a los comentarios de Castro, creo haber aclarado algunas posibles confusiones, tal vez podamos adentrarnos más en los debates sustantivos que no dan espera.

 
Mural de Joe Caslin en Cork. Fotografía de © Seán Jackson.