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“Hay que resistir ante el dominio de la actualidad”

Una entrevista al filósofo Josep Maria Esquirol
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¿Existe el rebelde discreto? ¿Un rebelde que no levante pancartas ni grite consignas ni discuta sobre Podemos y las elecciones? En la Universidad de Barcelona hay uno: lleva treinta años dando clase y en ese tiempo se ha convertido en maestro y filósofo. Como muchos académicos, empezó escribiendo sobre lo que otros habían dicho: Kojève, Arendt, Lévinas... Pero su palabra se ha ido haciendo fuerte en sus últimos libros y finalmente ha cristalizado en La resistencia íntima, publicado recientemente por Acantilado. En este ensayo, Esquirol se suma con voz propia al diálogo de la filosofía contemporánea, desde Nietzsche hasta Foucault, y sienta las bases de una filosofía de la proximidad, una respuesta al nihilismo que pone el énfasis en la cotidianeidad, el cuidado, la relación con el otro, la diferencia, el amparo... La resistencia íntima es resistencia ante la disgregación del ser y el contentamiento masivo, ante la abstracción desconectada de la vida y la homogeneidad del mundo tecnificado: "El resistente se resiste al dominio y a la victoria del egoísmo, a la indiferencia, al imperio de la actualidad y a la ceguera del destino, a la retórica sin palabra, al absurdo, al mal y a la injusticia". La resistencia de Esquirol consiste en mantener un espacio al margen para poder pensar. Decía Adorno que "quien piensa no está airado en la crítica: el pensamiento ha sublimado la ira." La resistencia íntima es este esfuerzo por pensar, algo que para algunos —se  reía Adorno— "exige demasiado trabajo, es demasiado práctico."

A. P. : Varias generaciones de alumnos han aprendido a leer y a escuchar contigo, y saben ya que para captar la profundidad de lo que dices hay que tener una paciencia y una sensibilidad que hoy no abundan.

J. M. E. : Yo tuve la gran suerte de tener muy buenos maestros. Les debo mucho. En mi labor docente quiero responder a esta deuda. Desgraciadamente, estamos presenciando una progresiva deriva académica rodeada de lenguajes vacíos y de mucha confusión, lo que, sin duda, afecta a los alumnos y a su capacidad de recepción. Pero no todo está perdido. Después de más de media vida dedicado a la docencia, no dejo de dar importancia al privilegio de poder hacer algún bien a cada una de las personas que están en clase.

A. P. : Pero seguro que sabes que es fácil caer en una lectura equivocada de tu discurso. Haces un viaje de vuelta a la experiencia y al sentido común, te empeñas en recuperar palabras y conceptos que han sido absolutamente desprestigiados. El intelectual de postín los despreciará, sacará su artillería de citas y te acusará de farfullar obviedades. El adepto a la literatura de autoayuda no entenderá que precisamente estás huyendo de la banalización.

J. M. E. : Si, efectivamente, a veces el camino no resulta fácil. Pero tengo muy buenos amigos y compañeros que siempre me animan a seguir adelante. Este reconocimiento cualitativo es decisivo. Además, yo nunca he entendido mi ocupación al margen de un compromiso. Diría, aunque pueda sonar algo pretencioso, que es mi compromiso con la verdad. Sin este compromiso todo resultaría un simple juego de retórica y de seducción. Y sí, tengo mis “enemigos” en el academicismo hueco y en los comerciantes del crecimiento personal. Pero el combate principal lo libro conmigo mismo; con mis debilidades y con mis cansancios espirituales.

A. P. : En La resistencia íntima hay dos hilos que se van entrelazando. De un lado, un análisis del nihilismo; del otro, una reflexión sobre las formas y motivos que nos permiten resistir. Tú propones una filosofía de la proximidad. Se trata de una posición muy distinta de la de Nietzsche: "En vez del eterno retorno, el retorno a casa. En vez de la voluntad de poder, la resistencia; en vez del superhombre, la proximidad; en vez de la afirmación, la problematicidad; en vez del futuro, la memoria".

J. M. E. : Analizo el nihilismo como experiencia existencial más que como posición teórica. Es decir, como experiencia que determina nuestro modo de ser. Ante tal experiencia, el movimiento más necesario es el de la resistencia. Esto también lo decía un nietzscheano como Deleuze. Allí donde marcamos una bifurcación es en el modo de interpretar la resistencia. La filosofía de la proximidad no subraya la potenciación y la expansión de la vida sino más bien su protección y su menor exposición a los elementos disgregadores de la realidad. Con esta finalidad, me propongo mostrar lo beneficioso de una cotidianidad repetitiva —que no monótona— y recuperar la temática clásica del cuidado de sí, coincidiendo, en esto, con el último Foucault. Cuidar de uno mismo significa precisamente no dejarse llevar por lo que a uno le pierde (riquezas, honores, desmesura en los deseos…). Resistir es cuidarse y cuidar. A Nietzsche le faltó casa. Demasiada exposición sin refugio ni cuidados.

A. P. : También te alejas del existencialismo y de su idea del hombre como proyecto. La existencia humana no sería principalmente proyectarse, sino resistir. Esto rompe con la creencia hegemónica de que vivir es realizarse.

J. M. E. : Es cierto que el existencialismo promovió la idea de proyecto y, desde entonces, toda una serie de derivados suyos de carácter psicologista ha venido insistiendo en la necesidad de conseguir la “realización personal”. Me parece que asumir acríticamente este tópico suele llevar a dolorosas frustraciones. La dificultad de la vida no es una enfermedad. El existencialismo acierta al interpretar que nuestro modo de ser tiene que ver con la “ex” de la existencia; que vivimos en un continuo movimiento de exteriorización… pero eso no está reñido con la “re” de la “resistencia” ni con el movimiento de amparo. Para salir hay que poder volver. Para salir ha de haber refugio. También concuerdo con el existencialismo en que la descripción de nuestro modo de ser hay que llevarla a cabo al margen de una metafísica de la sustancia o de la identidad. Se trata, más bien, de movimientos de la existencia humana.

A. P. : En este sentido, indicas que la metafísica postnihilista debería ser una metafísica de la casa. Citas a un Pascal que parece a la orden del día: "Toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa, la de no saber permanecer en reposo en una habitación".

J. M. E. : Una cosa es la soledad y otra el aislamiento. En realidad, quien está aislado no tiene casa, sólo simulacros de la misma. La soledad es como el preámbulo de la buena compañía. Sólo quien es capaz de soledad aportará algo en su compañía con los demás. Hay una fortaleza que se adquiere en la soledad y que luego se vierte en el cuidado de los otros. Esa fortaleza procede del hecho de hacerse cargo de la intemperie metafísica, es decir, de no poseer un sentido dado y seguro.

A. P. : Paradójicamente, la casa haría posible este reconocimiento de la intemperie. Sería el centro discreto de una existencia que a menudo se nos presenta como totalizadora. Pero tú mismo dices que ésta es una de las posibilidades de lo cotidiano, no la única. ¿Hasta qué punto las casas empíricas siguen siendo el lugar donde recogernos? ¿Es posible ejercer la resistencia íntima en nuestras casas, atravesadas por lo exterior y por el entretenimiento?

J. M. E. : Antes que un elemento arquitectónico, la casa es la expresión de un movimiento. Casar significa reunir y protegerse en lo reunido. Lo que importa, pues, es la intimidad protegida. Es verdad que, a veces sin casi advertirlo, y a veces celebrándolo, nuestro mundo está promoviendo la conectividad de todos los espacios y, en cierto sentido, su transparencia. Ya Benjamin indicaba lo preocupante de la transparencia; decía que el vidrio ―y las casas con demasiadas paredes de vidrio― no tiene aura. Esta transparencia, junto con la distracción continua, es lo que hoy está protagonizando una alienación de enormes proporciones. Y, sin embargo, la reacción ante tal alienación es muy escasa.

A. P. : En la historia de la filosofía, la vida cotidiana a menudo ha ocupado un lugar secundario, cuando no claramente el peor lugar. Heidegger es paradigmático en este sentido, con su identificación de la cotidianeidad con un modo de vivir impropio e inauténtico. Curiosamente es Lévinas, discípulo de Heidegger, quien lleva a cabo la recuperación filosófica de la casa y quien inspira tu obra en muchos sentidos.

J. M. E. : Tendría que decir de Lévinas lo mismo que él dijo de Rosenzweig: que está demasiado presente en mi obra como para ser citado. La deuda que tengo con él, más que relativa a algunos de los contenidos de su filosofía, lo es con su “decir”, con la intención que la guía. Lévinas junto con Patočka son mis dos principales referentes. Sin embargo, ambos están en deuda con Heidegger. Fue él quien contribuyó decisivamente a que la mirada filosófica se convirtiera y se dirigiera a las cosas concretas. Si bien el concepto de cotidianidad no queda demasiado bien valorado en su obra, Heidegger sí reivindica la proximidad y la sencillez. En este sentido, Lévinas pudo escribir Totalidad e infinito porque antes estaba ya Ser y tiempo.

A. P. : Insistes mucho en la esfera íntima, pero adviertes que la revalorización de lo cotidiano no implica un abandono de la política. De hecho, sostienes que "la precaria comunidad del nosotros" depende de la cotidianidad, y que la debilidad de la casa puede redundar en lo que llamas política epidérmica.

J. M. E. : La política es la exposición en el espacio público. Cuando falta la calidez del resguardo familiar, esa exposición se debilita. Paradójicamente, puede aparentar mucha fuerza y empeño, pero en el fondo flojea y, debido a esto, tenderá a la demagogia. Dicho en otras palabras: la condición de la ciudadanía es la familiaridad. O hay espacio para lo familiar o el espacio público tenderá a la mera apariencia y será implícitamente totalitario. Ésta es, por cierto, una idea muy cercana al planteamiento de Hannah Arendt; también ella entendía que el oikos —la casa—  es condición de la polis.

A. P. : Desde este punto de vista, urges a repensar la comunidad yendo más allá del liberalismo, el comunismo y el comunitarismo. ¿Crees que el nuevo escenario político aporta algo en esta dirección?

J. M. E. : Creo que continúa siendo urgente pensar la comunidad o, si se quiere usar una expresión algo llamativa, “la comunidad imposible”. La comunidad que se corresponde con la filosofía de la proximidad sería la comunidad que cura o, literalmente, la comunidad terapéutica. No creo que tengamos que rechazar de raíz nuestra tradición de pensamiento político. Tanto en el liberalismo político —que hay que diferenciar del economicismo liberal—, como en el comunismo y comunitarismo, hay unos elementos esenciales que estarían también presentes en la comunidad terapéutica. Tengo la intención de escribir una filosofía política, pero lo voy posponiendo; a veces con la excusa de que, según algunos grandes filósofos, es algo debe hacerse en la vejez.

A. P. : La resistencia íntima implica, entre otras cosas, resistirnos al imperio de la actualidad y a la retórica de los enterados. Denuncias que nos hemos convertido en servidores de la actualización del futuro, que nos va llegando en flujo constante a través de las pantallas. Tú propones resistir en lo inactual, protegiendo la diferencia.

J. M. E. : Hay que resistir ante todo dominio. Y, hoy, uno de los más tremendamente eficaces es el que llamo “dominio de la actualidad”. Esta actualidad nos exige continua conexión y es más poderosa que el destino de antaño. Sin embargo, conviene advertir que en la mayoría de situaciones de dominio el problema no está tanto en la cosa que domina como en el hecho de dominar. Todo dominio supone homogeneización y alienación de la diferencia. De ahí que, del mismo modo que hay que denunciar la abstracción desconectada, ante el dominio lo que conviene es no ceder. No ceder a lo que domina es resistir en la diferencia. Y, hoy, la diferencia está en la proximidad: en el “materialismo” de las cosas, en las manos que manipulan y tocan, en el aliento de las palabras que vibran ante el tú...

A. P. : Insistes en que la resistencia suele ser discreta: "El resistente sabe que, pase lo que pase, su acción no es absurda ni estéril; confía en su fecundidad a pesar de que ignora cuándo y cómo germinará. Sólo sabe que la gestación se produce manteniéndose al margen, lateralmente". Esta discreción atraviesa tu obra. ¿Crees que hay lugar para un discurso filosófico como el tuyo en nuestra época?

J. M. E. : No hay lugar, y precisamente por este motivo lo veo tan urgente y necesario. Al dominio de la actualidad homogénea hay que buscarle una marginalidad que le plante cara. Por suerte, los dominios nunca son absolutos, y siempre queda algún espacio, aunque sea estrecho, para poder vivir de otro modo. El esfuerzo que requiere la resistencia está alimentado por una esperanza: la de esta fecundidad de cualquier marginalidad, siempre y cuando ésta sea auténtica, franca. 

A. P. : En uno de tus libros, El respeto o la mirada atenta, encontré lo que podría ser una advertencia de lectura para La resistencia íntima: "Lo esencial está en la superficie. Por eso hay superficies que son a la vez profundidades. Pero no nos llamemos a engaño: que lo esencial esté en la superficie no supone que su acceso sea fácil".

J. M. E. : Se trata de la paradoja de que lo evidente pasa desapercibido. Hay que poner atención y dejar el lastre de tanta abstracción superflua. De ahí se puede extraer un programa entero de trabajo filosófico, consistente en dejar que la vida se muestre en la profundidad de su superficie, así como también en sus fisuras. Entiendo que la metafísica es lo que debe ocuparse, precisamente, de estas misteriosas fisuras de la vida; de estas fisuras que, de la profundidad de la superficie, llevan a otra profundidad, o a una profundidad otra.