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Have you seen ‘Narcos’?

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Es una pregunta común entre mis estudiantes. La hacen casi siempre los lunes, después de pasar un fin de semana viendo Netflix a lo que dé. “Have you seen Narcos?” Imagino que oyen a Wagner Moura decir “Medelín” y recuerdan que yo una vez hice un sonido similar. Ignoro la pregunta y sigo con mi clase. El subjuntivo no se enseña solo.

Un antecedente: nací y me crié en Medellín durante la década de los noventa. Trato de disimular lo paisa, pero es una empresa sin éxito. Como me sé las historias de los narcos y he oído sus bombas y he visto algunos de sus muertos, no me interesan las series sobre el tema. Paso de ellas. Son versiones acomodadas en las que casi siempre cuento más mentiras que verdades.

Estaba bien sin ver Narcos hasta que empecé a salir con un gringo. Como el man es realmente encantador, no le vi problema a que dijera que sabía de Medellín por Narcos. Como el man en serio me gusta, acepté ver la serie con él. Sabrán mis principios perdonar el afán que tengo por sumar todos los puntos posibles en esta relación; soy una romántica empedernida.

Entonces intenté. Al tercer episodio le dije al man que con él todo bien pero que con la serie no, que mejor renunciaba a los puntos. Le di una lista, para que viera que tenía argumentos y que me dolía, en serio, quedarme sin esos goles. Traté de negociar, pues, con estas premisas: 1. no necesito ningún gringo que me cuente la historia de mi ciudad (el narrador de la serie es una agente de la DEA) en su versión favorita (es decir, en la que los EE UU, de nuevo, salvan el mundo); 2. no me convence del todo que el gobierno colombiano haya financiado esta serie a la que no le haría daño un poco de rigor histórico (dio 40% para la producción y 20% para los gastos logísticos a través de la Ley Filmación Colombia); 3. y ésta es la razón más importante: yo, que me quiero exorcizar lo paisa, no puedo con que el personaje principal, Pablo Escobar, sea interpretado por un brasilero. Esa melcocha de acentos latinoamericanos, inexistente para el oído gringo, es dolorosa para el mío. No me deja concentrar. No puedo ser parte de los tres millones de espectadores que tiene el programa, ni apreciar las secuencias de bala sacadas de Hollywood, ni admirar el trabajo de sus cuatro directores (José Padilha, Andrés Baiz, Guillermo Navarro y Fernando Coimbra) porque me desespera que Rodrigo Lara Bonilla hable en mexicano y la mamá de Pablo Escobar en cubano.

Pero como me siguen preguntando por la bendita serie y yo soy fiel creyente de que el libro es mejor que la película, hice esta lista, por si alguien quiere saber lo que pasó y no salió en Narcos:

La parábola de Pablo
El periodista y político Alonso Salazar recoge en este libro, que inspiró la serie colombiana El patrón del mal, testimonios de familiares, enemigos y trabajadores del narcotraficante para salirse de la anécdota y dar una imagen clara de la historia del hombre.

Rebusque mayor: Relatos de mulas, traquetos y embarques
Ricos, pobres, clase media (como la canción de Calle 13), en Colombia todos tenemos seis grados de separación (o menos) con alguien que tuvo velas en el negocio de las drogas. En este libro, el periodista Alfredo Molano reúne las historias en la base de la pirámide de la coca.

Medellín: tragedia y resurrección. Mafia, ciudad y Estado. 1975-2012
¿Cómo llegó la ciudad a tener 90 mil homicidios en 37 años? El sociólogo holandés Gerard Martin analiza la violencia compleja y desmedida que alcanzó la ciudad en este tiempo, el papel del Estado para motivar y detenerla.

Cartas cruzadas
En esta novela, Darío Jaramillo Agudelo usa un profesor de literatura para narrar a manera epistolar los cambios y conflictos de la sociedad antioqueña en los años 70 y 80. Los lectores, si pacientes, se verán recompensados con una gran obra de ficción sobre el tema.

 

Narcos, imágenes promocionales. © Netflix.