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Fasenuova: un rito ateo

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Las cuencas mineras de Asturias son propicias a la alucinación. Tanto su paisaje como su historia están recorridas por fracturas, construidas sobre contradicciones y brechas: la solidez de la naturaleza atravesada por la brutalidad de los procesos industriales; la fascinación de la fuerza obrera hermanada con el desencanto de un sindicalismo entregado al poder. Treinta años de crisis han acentuado la desconfianza, muchas veces humorística, de los locales, pero no han destruido su facilidad para el entusiasmo, para la creencia en algo más que siempre queda pendiente.

El dúo musical Fasenuova procede de Mieres, una de las dos capitales mineras, y en buena medida su música combina la violencia de la tierra con la propensión utópica de sus habitantes. Con discos como A la quinta hoguera (Discos Humeantes, 2011) o el reciente Aullidos metálicos (Humo, 2016), Fasenuova ha generado un espacio propio dentro de la música estatal, marcado por una oscuridad jovial que emparenta con otros visionarios de la periferia, como Juan Eduardo Cirlot o Val del Omar.

Ernesto Avelino, cantante del grupo, me recibe en Gijón, ciudad que las migraciones internas han convertido en una prolongación de las zonas mineras. Aunque Roberto Lobo, la otra mitad de Fasenuova, no puede acompañarnos, su presencia es constante en la conversación: Avelino le incluye en las afirmaciones y las refuerza señalando el espacio vacío a su derecha, donde podría estar Roberto. Avelino habla un asturiano radiante, preciso y natural a la vez, con la entonación característica de Mieres, que eleva y prolonga los finales de frase.

«Somos, entre comillas, “de raíz”; dos nacidos en un pueblo que hacen algo muy del pueblo. Yo soy hijo de un fresador y Roberto de un minero; nacimos y crecimos en la cultura de la siderurgia, de la minería, de los talleres, de la mecánica. Y eso tiene una influencia. Nuestra sonoridad, en cierto modo, es la de un grupo de folk. No tenemos formación académica como músicos, por eso nuestro acercamiento a los instrumentos puede parecerse al que tenían nuestros abuelos cuando se acercaban a la gaita o al tambor. La nuestra es una música popular, en ese sentido».

Le pregunto a Avelino si de las Cuencas, caracterizadas por el conflicto, podría salir un grupo de música fácil. Él duda, aunque tampoco lo descarta: «Nacimos en un mundo muy americanizado, muy colonizado; para mal, en muchos aspectos, pero sin duda para bien en otros. Ese sueño de las culturas americanas hizo que en nuestros barrios hubiera muchos rockabillies, punks, mods…  Muchos grupos de copia y de cliché, es cierto, pero a nuestro alrededor se percibía una cultura musical fuerte. Me sorprende recordar cuánta gente conocía, por ejemplo, el proceso de grabación de una canción y el uso de las pistas. Era un conocimiento que andaba por ahí, que circulaba. En las Cuencas se vivió ese respeto por la cultura que llegó con la industrialización: la importancia de que los hijos estudiasen, que no les faltasen libros, que accedieran a la cultura… Eso también lo vivimos, por suerte.»

Sobre la mesa del estudio, Avelino tiene un tomo de la Biblia del Oso, traducida por Casiodoro de Reina («suelo aprovechar para leerla en navidades y semana santa»); abierto sobre la mesa del salón, un libro de gran formato sobre la edad clásica de la magia y el ilusionismo. Me enseña con fascinación algunas ilustraciones y le pregunto por el tejido espiritual de Fasenuova.

«Roberto y yo somos materialistas, ateos ambos. Pero la música siempre ha sido uno de los canales para conectar con lo Absoluto; incluso si crees, como nosotros, que ese absoluto no existe. Cuando empezamos en la música, siendo chavales, teníamos trabajos muy duros, trabajábamos en sitios tremendos. Éramos poco libres. La música parecía proporcionarnos una conexión alegórica para convertir nuestro espacio vital en un espacio de búsqueda de libertad. Un espacio donde ir hacia otra realidad, aunque esta no fuese espiritual. Nuestro proyecto es encontrar ese espacio. Aquí la metáfora sin duda es alquímica: la transformación, la transfiguración, dejar ese mundo que nos agobiaba. Los grupos a nuestro alrededor hablaban de cosas manidas, mientras que nosotros queríamos hablar de cosas que nos pertenecieran. Y eso conectaba con nuestro interés por la poesía de la palabra, por Cirlot, por aquella biografía tan potente de Rimbaud que editó el difunto Ministerio de Cultura a través de la revista Poesía...».

Avelino habla con todo el cuerpo. Se gira, se retuerce, cambia de posición en la silla para desarrollar una idea, como si escenificase su pensamiento para llevarlo hasta el punto necesario.

«Lo que hacemos es un rito, pero un rito ateo. Nuestros conciertos son una ceremonia de nuestra libertad, de la vida de Roberto y mía. Con ese sonido rememoramos nuestra vida juntos y la celebramos. Sin duda la repetición de una palabra, estar en cierto espacio, con cierta luz, la danza repetida, te lleva a otro estado, que no llamaría sobrenatural. Y ahí me siento libre, reconfortado con mi vida y con mi experiencia en este mundo».

En el estudio Avelino me muestra pruebas de unos diseños para sus próximos conciertos: máscaras cercenadas sobre una cartulina, inspiradas en las telas apuñaladas de Lucio Fontana. El proyecto artístico de Fasenuova busca la coherencia de la amplitud: musical, poética, visual.

«Hubo un momento en mi educación en que todo estaba unido. Siendo chaval conocí a la vez el dadaísmo y el surrealismo, que también tenían un componente musical. Nuestros grupos favoritos estaban conectados con las vanguardias. Esplendor Geométrico toma su nombre de una obra futurista; Throbbing Gristle trabajaban los gráficos con un detalle impresionante. Son músicas que no se pueden extraer del arte contemporáneo. Lo aprendimos unido; no lo unimos nosotros».

Fasenuova lleva varios meses de residencia artística en la LABoral de Gijón, uno de los múltiples espacios artísticos abandonados ahora por las mismas instituciones que hace una década los presentaban como sus grandes apuestas culturales. Al igual que otros grupos estatales, Fasenuova ha tenido que inventar sus circuitos: «Hemos crecido en un contexto donde la cultura está maltratada, poco defendida. No hay compromiso serio desde la política. Aquí siempre se empieza de cero; nunca quedan estructuras para quien viene luego. Quizá se puede resumir en esa frase: “el que venga detrás, que arree”. Cuando empezamos no había redes a las que recurrir y las instituciones que fueron apareciendo han tenido trayectorias penosas. Un grupo como el nuestro en Francia, Holanda o Alemania, podría sobrevivir, porque allí hay instituciones duraderas o que nacen con vocación de permanencia. Asturias podría ser un referente cultural, pero para ello hace falta una apuesta verdadera».

El último disco de Fasenuova, Aullidos metálicos, ha sido producido por Óscar Mulero, referente de un género, la electrónica, que a pesar de su vigor social permanece en las afueras del sistema: «Hay una escisión muy fuerte entre la electrónica más artística y la masiva; ambas son maltratadas culturalmente, en cualquier caso. La electrónica de club es despreciada, ligada a la página de sucesos; se asocia con los chavs, como se suele decir ahora, y los chavs no le interesan a nadie. Al mismo tiempo, en los últimos años no hay inauguración de arte contemporáneo sin alguien que haga techno en directo… Todo está lleno de divisiones y subdivisiones y dificultades asociadas con cada una de esas clases». Para Avelino, la comparación con el extranjero estorba más de lo que inspira: «En Francia, un sello como Discos Humeantes vendería diez mil discos; aquí, los que vendemos muchos llegamos con suerte a mil. En octubre pasado nos invitaron a actuar en el teatro de Montpellier que dirige el dramaturgo Rodrigo García; aquello te hace comprender que resulta difícil extrapolar modelos culturales: había 700 personas, desde señoras mayores a punkis jóvenes».

 

Óscar Mulero y Fase Nuova en una imagen promocional