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Expreso de rock con Edi Clavo
Sobre el libro de memorias "Electricidad revisitada"
Hola amigos, aquí comienza “Expreso de rock” en El Estado Mental Radio. Hoy vamos a hacer un programa bastante especial para el que conviene estar bien preparados. Un regreso a territorios remotos de nuestras vidas para intentar explicarnos el punto del camino en que nos hallamos. Y como guía de este excitante viaje contamos con la compañía de Edi Clavo, ex batería de Gabinete Caligari y de tantos otros grupos que marcaron la historia del rock español de los últimos 30 años… casi nada. Edi acaba de publicar el libro “Electricidad revisitada”, un recorrido emocionante a través de las luces y sombras de una época que nos dejó bien marcada su huella. Y para que no se os congele el aliento durante esta travesía, os recomiendo echar un buen trago de vuestra bebida favorita. Así que el que avisa no es traidor. Allá vamos. Hola Edi, buenas noches…
— Buenas noches.
— Al revisitar tu vida en este libro estás, de alguna forma, revisitando la vida de todos los que formamos parte de aquel viaje. ¿Has sentido muchas descargas al remover tantos fantasmas?
— Bastantes. El título lo saqué antes de escribir el libro porque me parecía muy premonitorio. "Electricidad" porque es un libro que habla sobre el rock y sus circunstancias históricas, y en particular las mías como protagonista de ese viaje. Primero como aficionado, después como profesional y finalmente como estudioso del fenómeno del rock. Y "revisitada" porque es una selección de memorias selectivas desde que empecé a escuchar discos cuando tenía ocho años hasta el pasado año, 2014, en que asistí al concierto de los Rolling Stones en el Santiago Bernabéu.
— Ese viaje que arranca en la frontera de los años 80 nos sorprendió a la mayoría con 20 años, recién abandonada la adolescencia. ¿Era la edad ideal para ser testigos de todo lo que se nos venía encima desde el punto de vista social, político, económico y cultural? De alguna forma estábamos en tierra de nadie en nuestras vidas, a la vez que España y por supuesto Madrid, era el ojo del huracán.
— Sí, yo siempre digo que tuvimos mucha suerte de estar en el momento justo con los compañeros de viaje adecuados. Porque vivimos una explosión de cosas nuevas en un país que acababa de salir de las sombras del franquismo y de esa cultura rancia y apolillada de la lucha política. De repente todo eso se borró de un plumazo y quisimos ser modernos como los ingleses o los americanos. No solo quisimos, sino que pudimos hacerlo porque las circunstancias sociales lo permitieron. Tener 20 años en 1980 era una pasada, estar en el ruedo de la vieja plaza de Vista Alegre junto a los Ramones en su primera visita a España, por ejemplo, visto ahora me hace sentir un privilegiado.
— De repente, abandonamos el pañuelo rojo, las asambleas con camaradas comunistas de diferentes tonos, las manifestaciones y las carreras delante de los policías para adentrarnos en otro paisaje con más luz, color y, sobre todo, ruido.
— Sí, porque aquello anterior no era divertido. Repartir octavillas políticas en la clandestinidad y lanzar piedras a los grises solo acarreaba disgustos y crujir de huesos. Que te torturaran en los sótanos de la DGS o que te enviaran a la cárcel. Mientras que ir al Rock-Ola a ligar, a tomar unos cubatas y a ver al último grupo de rock venido de Londres era más hedonista, más libre, más luminoso que la lucha política, que era algo muy espeso y confuso. Así que decidimos empezar una fiesta y la alargamos cuanto pudimos.
— Y al pasar al otro lado nos topamos de lleno, con 20 años, con el sexo, las drogas y el rock and roll. El personal aprendió a meterse un chute, follar en un portal y componer canciones de aquella manera.
— Nadie estaba preparado para nada. Todo sobrevino de repente, como un tsunami. Las drogas estaban asociadas a la fiesta y muchas de esas fiestas acabaron en un funeral. El sexo era una fiesta, sin condones ni mariconadas de esas, aunque peor fue la heroína, que no perdona y no da segundas oportunidades. Muchos cayeron y otros lo lidiaron milagrosamente, como nosotros, aquí seguimos.
— Una época en la que Madrid sacó la cabeza y arrasó con toda la modernidad que derramaban ciudades como Barcelona.
— Barcelona acabó arrasada siendo la ciudad más moderna de los años 60 y 70, con la “gauche divine” y todo eso, donde afloraban los mejores escritores y músicos, con los mejores bares y discotecas de moda. Madrid pasó de ser un sitio rancio y mesetario a un lugar moderno conectado con los nuevos aires de Europa y Estados Unidos. Madrid se cruzó en el tiempo mientras Barcelona siguió anclada en su jazz rock layetano, su sardana y su folcklore particular. Sisa, que era un genio, quedó allí atrapado como una mosca en una telaraña podrida, igual que Iceberg, la Compañía Eléctrica Dharma y todos esos grupos de por allí. Madrid se hizo punk, y eso la hizo grande, siendo más zarrapastrosos y menos virtuosos musicalmente. Madrid siempre ha sido duro y muy urbano y eso marca. Entonces empiezan a sonar grupos como Leño, Ñu, Burning, principalmente. Y luego llegó la nueva ola y fue la verdadera revolución porque aquello ya era imparable. Canciones de dos y tres minutos frente a los muermos masturbatorios de los solos de guitarras de diez minutos catalanes. Madrid pilló la onda de Londres y Nueva York, la onda de los Jam, Ramones, New York Dolls, Clash, Sex Pistols… Todo eso se quedó en Madrid mientras en Barcelona habían puesto un muro.
— Hablas de Burning, un grupo fronterizo, ni de los 70, ni de los 80, ni de ningún tiempo estando en el tiempo de todos. Un grupo que acabó marcando una época y que por ahí sigue.
— Burning fue un grupo esencial, un grupo que recuperó el idioma español como mensaje de rock and roll. No se complicaban la vida y escribían canciones de amor, de bares y de amigos, la verdadera temática del rock and roll. Luego llegaron Tequila, Salvador o Moris, que seguían cantando en español historias de abandono, lamentos por la fuga de la novia y cosas así que entendíamos todos.
— Pues tomemos aire, es el momento para dar paso a la primera canción.
— Para arrancar he elegido una canción, ya mítica, de Burning, muy escuchada en los últimos 30 años pero fundamental y exquisita, “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?”. Un tema de 1978 que dio título a una película de Fernando Colomo, uno de los primeros largometrajes madrileños modernos de nuevos aires. Había sexo, drogas, rock and roll. En fin, una de las mejores canciones de la historia del rock español.
— Los Burning cantando a las mujeres fatales, siempre con problemas, pero seguramente nuestras mujeres favoritas… Seguimos en “Expreso de rock”, en El Estado Mental Radio, con Edi Clavo y su viaje por el lado excitante y no exento de peligros de su vida de rockero... que se ha atrevido a plasmar en su reciente libro “Electricidad revisitada”. Los primeros años 80 eran una época de amateurs, gente que empezaba en la música, literatura, pintura, fotografía, aficionados, es posible, pero que rebosaban talento del bueno.
— Todos los que estábamos ahí nos conocíamos, del Rastro, las Escuelas o la Universidad y, claro, los bares. Uno hacía cómic, otro fotos, otro escribía… Nadie era conocido y nadie era profesional, todos éramos aficionados. Al paso del tiempo muchos de ellos han seguido con lo suyo y han demostrado que eran grandes artistas como Alberto García-Alix, El Hortelano, Ceesepe, Miguel Barceló, no sé. Mucha gente que andaba pululando por el Rastro pero que, a la postre, se han hecho fuertes con lo suyo. Los Auserón, Antonio Vega, Alaska, Berlanga, Urrutia… toda la gente que al cabo de los años tuvo éxito estaba latiendo ahí, en los domingos de resaca del Rastro.
— El Rastro era un microcosmos fabuloso en el que se arrebujaban las nuevas tribus de Madrid, un Facebook callejero, de piel con piel, porro con porro, birra con birra, puro y descarnado.
— Ahí estábamos; piensa, ya lo sabes, que en 1980 para llamar por teléfono desde una cabina tenías que comprar una ficha en algún local que las vendiera. Eso de las redes sociales no existía, y los medios de comunicación solo iban a lo suyo, que, por supuesto, no era lo nuestro. Teníamos que estar juntos, como en el mercado, en un zoco, para saber cosas de unos y de otros. Igual que los antiguos griegos en la plaza pública. Si querías enterarte de algo tenías que bajar el domingo al Rastro y juntarte a los modernos de turno y pegar la oreja, o lo que fuera. Uno vendía discos que había traído de no se sabía dónde, otro vendía revistas underground, otro sabía que al día siguiente un grupo cojonudo tocaba en una sala de un barrio de Madrid, otro te daba las señas para pillar tripis frescos que un tipo acababa de traer de Amsterdam, y todo eso.
— La calle era nuestro espacio de libertad, todavía no acabo de comprender cómo salimos airosos, vivos, del aire espesoy turbulento que se respiraba en nuestras casas, con unos padres seguramente bienintencionados pero con una conciencia de fatal represión que escocía lo suyo.
— Nuestros padres estaban en otro planeta, el suyo, pero no tenían ni idea de ninguno de nosotros. Si realmente hubieran sabido lo que hacíamos se habrían quedado espantados. Ese ambiente era terrible, sobretodo para los que vivíamos en el seno de una familia de obreros que estaban desconectados de todo. Los amigos de familia bien lo tenían algo mejor, pero el resto estábamos vendidos y desahuciados. Podríamos habernos vuelto locos o yonkis, podríamos estar muertos, no sé cómo hemos sobrevivido a eso. Ahora nuestros hijos tienen otro trato, viven mejor y más libres. Pero el salto generacional entre nosotros y nuestros padres era brutal.
— ¿Ese ambiente familiar de represión en el que nos criamos influyó en que latiera un espíritu de artistas y creadores en los chicos de la época?
— Por supuesto. Teníamos que buscarnos la vida de mala manera y sobrevivieron los más listos. Los más valientes y espabilados se empaparon de todo lo que merecía la pena y atizaron el talento que llevaban dentro, cada uno a su manera. Ahora el talento sigue ahí, pero es un talento más estándar, apoyados en una información que está al alcance de cualquiera. En aquella época la información había que buscarla debajo de las piedras y las barras de los bares, y ser muy listo para asimilarla y darla forma. Había que tener mucha intuición e ingenio para percibir donde estaba el llamado rollo, estar ahí donde olía a underground y vanguardia, había que rastrear el asunto porque no te daban nada gratis como ahora en el Facebook o Youtube.
— Rollo o Movida, un término que en sus orígenes tenía que ver con pillar hachís y ha trascendido como una corriente histórica madrileña.
— Movida, joder, si, hacer una movida era ir a pillar unas placas de costo o algo parecido. Pero el primero que usó ese término para definir, de alguna manera, lo que estaba ocurriendo en Madrid con la música y todo eso fue Jesús Ordovás, gran locutor de radio, a finales de los años 70. En su programa anunciaba que esa noche iba a haber una movida en un Colegio Mayor de Madrid, refiriéndose a un concierto de uno de los nuevos grupos de rock que nacían en la ciudad.
— Bajémonos los humos y desmitifiquemos. En tu libro describes un gran lamento, una gran decepción. El concierto de tus amados Rolling Stones en julio de 1982 en el estadio Vicente Calderón de Madrid. Un acontecimiento que ha pasado a la historia y que para tí fue una patraña.
— Los Stones habían tocado en Barcelona en 1976, pero aquí en Madrid casi ni nos entaramos. Eran mis ídolos, sobre todo Charlie Wats, el batería. Cuando se anuncia el concierto de Madrid de julio del 82 yo estaba haciendo la mili pero todos mis pensamientos estaban puestos en asistir a ese acontecimiento. Pero fue uno de los días más tristes de mi vida. Los Stones pretendían ser modernos en una época que ya no era la suya, teniendo en cuenta que, visto ahora, eran unos críos, tenían unos cuarenta años. Pero yo los ví como unos dinosaurios, a lo mejor pretendían ser como Los Cure, o Siouxsie and The Banshies o los Clash y, de repente, me di cuenta que eran de otra generación. Mick Jagger iba vestido con unos leggins espantosos y todo eso, se les veía bastante forzados. Pero la gente en Madrid, ansiosa de un suceso tan extraordinario, los recibió con total entrega. Pero a mí el concierto me pareció anacrónico y ridículo y estoy en mi derecho de criticar ese concierto. Me salí a la mitad y me metí en un bar de hombres a beberme un par de cazallas y me dije: ¡a la mierda los Rolling Stones! Fue algo así como matar al padre. En fin, luego me volví a reconciliar con ellos porque los Stones han sido un grupo fundamental en mi vida. Yo he sido batería profesional por los Beatles y, sobre todo, por los Stones. Por eso ahora me gustaría dar paso a un tema que se llama “Tumblin' dice”, un tema caliente, espeso, con saxos y mucho vicio, que era lo que me gustaba de ellos. Ahí va.
— Los Stones, ¡ay los Stones!, sonando en “Expreso de rock”, como debe ser. Aparte de su histórica actuación en el Vicente Calderón, tu primer concierto, y unos de los más memorables para ti, Edi, es el de los Ramones de 1980 en la Plaza de toros de Vistaalegre, en Madrid. ¿Tanto te marcó?
— En ese concierto me di cuenta de muchas cosas. Era septiembre de 1980 y tuve la agradable sensación de que se había acabado la época hippy, de las melenas lánguidas y la guitarra del campamento. El concierto de los Ramones fue una epifanía, verlos tocar canciones de dos minutos, sin interrupción, a saco, joder. Eso supuso el fin de los años 60, ver a Los Ramones. Ya en 1987 vi a Neil Young y también percibí que era el fin de la nueva ola. Sentí que había que volver a los clásicos porque ellos nunca fallan. Ver a Neil Young fue otra epifanía. Estos han sido los dos conciertos que más me han marcado en mi vida.
— Acabamos de escuchar a los Stones pero ya que te inspiran tanto los Ramones como Neil Young, elige a quien pinchamos ahora.
— A los Ramones, “Sheena is a punk rocker”. Y el que diga otra cosa, miente.
— Hasta la formación de Gabinete Caligari pasaste por un montón de grupos. ¿Cómo contemplas ahora, treinta años después, esos comienzos en la música?
— Uff, a ver... A mí me fascinaba todo el mundillo del underground. Todo lo que leía en revistas como Rock Star, o Melody Maker, sexo, drogas, chicas, no sé. Entonces te juntabas con gente del instituto o la facultad que le gustara todo eso. Encontrar a alguien que tuviera una guitarra eléctrica o una batería era casi imposible. Si lo encontrabas era un tipo muy raro, el raro de tu clase. Un tipo que sabía quien era Led Zeppelin o John Mayall o tenía algún disco de Bob Dylan o Neil Young. Esa era tu conexión. En mi caso era más difícil porque nadie tenía una batería. Tenías que alquilarla y buscar alguien que tuviera una casa donde poder tocarla sin tener ni puta idea, sin saber nada de música, sin haber pisado un conservatorio. El punk, esa anarquía musical, nos dio muchas alas porque nos dimos cuenta que no hacía falta ser Mozart para tocar una canción de los Ramones, que eran dos acordes, aunque muy lustrosos.
— En “Electricidad revisitada”, aparte de las emociones de ese viaje trepidante por aquella época, aprendemos mucho de las diferentes marcas de instrumentos que existen. Es todo un tratado que se agradece, muy documentado y sorprendente.
— Yo creo que eso no lo ha hecho nadie hasta este momento. Dentro del relato de la historia del rock, detenerse en las distintas marcas de los instrumentos. Eso se llama organología, distinguir unos instrumentos de otros, su calidad y sonido. Es una aportación particular que me ha gustado mucho hacerla y creo que es importante. Por qué Jimi Hendrix suena con la Fender Stratocaster distinto de cuando usa una Gibson Fly Uve. O cual es la diferencia entre una batería Ludwig y una Premier. Estas cosas, muy de profesional, he querido mostrarlas en el libro porque me parecen enriquecedoras.
— Muy bien, Edi, pues ya que eres batería, o baterista, como se dice ahora, ¿Cuál es la mejor marca de batería para ti?
— Para mí la número uno es Gretsch. Una batería americana que en un principio usaban los baterías de jazz y que luego usaron baterías de rock como Charlie Watts. Este instrumento tiene un sonido especial, abierto y muy potente. Luego también está la Ludwig, que es la batería que hizo famosa Ringo Starr con los Beatles. De todas formas en lo que respecta a baterías, destaca más quien ha usado una marca u otra porque en cuanto a sonido no hay mucha diferencia.
— ¿Y quien es para ti el más grande batería de todos los tiempos?
— Keith Moon, de Los Who. Es el más personal, el que más ha inventado, el más diferente y que mayor legado ha dejado. Quizá no ha sido el más técnico pero Keith inventó una manera de ser tocando la batería. Y para demostrarlo vamos a escuchar una canción maravillosa que se llama “The kids are alright”, de Los Who, donde Keith hace cosas soberbias y puntúa muy bien los tiempos de la canción. Ahí va.
— Rigor Mortis, Los Drugos, Ella y los Neumáticos, Los Automáticos, Ejecutivos Agresivos y Gabinete Caligari son algunos de los grupos de los que Edi Clavo formó parte. Con Gabinete lograsteis éxito, fama y dinero. Pero al poco del gran fichaje por la multinacional EMI tú sentenciaste: “Ya hemos llegado a la cima, ahora solo queda descender”.
— Pues sí, parece terrible el vaticinio pero yo siempre he sido muy pesimista en mi vida. Corría el año 1989 y yo no me podía creer que cada vez estuviéramos más arriba y arriba, cada vez más ventas de discos, actuaciones, no sé… Llegó un momento en que pensé que a partir de ese momento ya solo nos quedaba empezar a caer. Llega un momento en que aflojas, se diluye tu talento, ya no conectas con la gente y a partir de ese momento yo vi claro que eso no iba a aguantar mucho. Solo nos aventajaba Mecano en ventas de discos y actuaciones y junto a Radio Futura éramos lo máximo de esos años, los grupos que más caché tenían. Bueno, aún así, duramos muchos años para lo que es la vida normal de un grupo de rock. Duramos 18 años, que no está mal.
— Y luego van Martes y 13 y os imitan en Nochevieja con “La culpa fue del chachachá”.
— Esa fue la puntilla, ahí me di cuenta de todo. El tipo ese, Millán, disfrazado de Jaime Urrutia, y tan parecido a Jaime, con esa camiseta de lunarones rojos, joder, "La culpa fue del chachachá, la culpa fue del chachachá…" Puto chachachá. Un numero genial de Martes y 13 que trascendió como una gran horterada a nuestra costa. Sí, ahí me di cuenta de todo, supe que esa horterada nos iba a costar la vida como grupo. Y así fue. Creo que a partir de ese momento todo el mundo nos catalogó como un grupo de chiflados horteras.
— ¿Os llegó a deslumbrar esa época de éxito, mucha pasta, mucha fama, groupies de primera y demás?
— No se dio mal. Los Gabinete éramos gente sensata, dentro de lo que cabe, con nuestras manías particulares y vicios adquiridos. No faltaron las fiestas, lógicamente, sobretodo después de los conciertos, una vidorra, pero milagrosamente fuimos capaces de mantener el temple y no nos entregamos ciegamente al barro de las drogas y el exceso. Además, hasta nos dominó un ramalazo de responsabilidad para evitar derrochar todas nuestras ganancias. Ahorramos e hicimos algunas inversiones que aún siguen dándonos algún rendimiento.
— Y llega el momento en que caéis de verdad. Se acabó la gran fiesta, ¿cómo lo sentiste?
— Sentí que nos despreciaban. España es muy dura y caprichosa, te alza y te pisotea con la misma facilidad. España es muy ingrata con sus ídolos. Una vez que llegas arriba alguien piensa enseguida en la manera de descolgarte para poner a otro. Es la hostia y muy injusto, porque hay artistas que merecerían envejecer sin dejar su oficio, pero eso es muy difícil que lo permitan, y menos en el rock. Hicimos un disco en el que habíamos puesto todas nuestras ilusiones, habíamos trabajado duro y no coló, dejamos de hacer gracia. Pero en fin… Bueno, no nos pongamos meláncolicos. Voy a presentar la siguiente canción, un tema de aquella época en la que nos colgaron a Gabinete Caligari la gloriosa etiqueta de rock torero. Hasta ese momento nadie había recuperado esa estética de los toros, el fútbol, los bares. Miramos un poco hacia dentro, a lo nuestro más fetén: Bambino, Miguel de Molina, Machín….Y mezclamos el espíritu de esos genios con el rock y salió eso del rock torero. La canción que vamos a escuchar es buena prueba de ello: “Que dios reparta suerte”, un pasodoble fino que tiene su miga. ¿Puedo contar una anécdota? Vale, pues esta canción nos propusieron tocarla durante una corrida en la plaza de toros de Las Ventas. ¡Nunca nadie, a excepción de la orquesta oficial, había tocado durante una tarde de toros en Las Ventas! Y a nosotros, los Gabinete, nos propusieron que tocáramos esa canción. Al final todo se quedó en una vana ilusión porque alguien debió decidir que era una idea descabellada. Cosas que pasan. Bueno, pues va por vosotros, “Que dios reparta suerte”.
— Seguimos en “Expreso de rock” con Edi Clavo viajando a salto de mata por las luces y las sombras de su largo y sinuoso camino de rockero… En un sello independiente empezó tu viaje profesional en la música y, precisamente, la aparición de la marca indie 20 años después acabó con todos vosotros.
— Nosotros fundamos un sello independiente en los 80 como rebelión ante la vetusta industria establecida. Nos siguieron otros y la cosa funcionó hasta que dejó de hacerlo. Pero la vida da muchas vueltas y ese espíritu independiente de nuestros indicios pasó a la historia cuando fichamos por la multinacional EMI. Pasamos a formar parte del mainstream, de la gran industria de la música, igual que otros grupos como Loquillo, Danza Inviisble, Dinarama, etc. Hasta que llegó otra nueva generación de independientes con su propio público. A ellos les encumbró y a nosotros nos arrinconó. Bueno, eso es ley de vida en el rock, siempre ha ocurrido.
— Aunque mucho peor que caer en el olvido es la manera amarga como cerrasteis la historia de Gabinete Caligari.
— Estuvimos juntos muchos años, quizá demasiado. Es posible que todo hubiera acabado de otra manera si hubiéramos hablado a su debido tiempo entre nosotros para tratar de explicarnos la situación que estábamos viviendo. A lo mejor debimos haberlo dejado en 1993 o 1994, por ejemplo. Pero Jaime no se portó honestamente con Ferni y conmigo, desde mi punto de vista. Él hizo sus negociaciones para seguir por su cuenta a nuestras espaldas y eso creó un ambiente muy desagradable entre nosotros. Una situación que no se ha arreglado desde hace 15 años, los mismos que llevamos sin hablarnos. Ferni y yo seguimos siendo amigos y tocando juntos y a Jaime, que era nuestro mejor amigo de toda la vida, con el que habíamos compartido todo y vivido todo, nos habíamos reído y ganado dinero, habíamos viajado por medio mundo de la mano, no le hemos vuelto a ver.
— ¿Te has sentido traicionado por Jaime Urrutia?
— Traicionado no es la palabra, me siento decepcionado. Creo que hubiera sido más honesto que me hubiera dicho cara a cara: mira tío, Gabinete no da más de sí y a mí me han ofrecido un contrato y me piro, y a lo mejor dentro de tres o cuatro años nos volvemos a juntar. Pero eso de mirar para otro lado y esconder la cabeza como hizo es lo que me decepcionó de Jaime.
— ¿Y en ningún momento os habéis acercado durante todo este tiempo?
— No, han pasado 15 años y no se ha tendido ningún puente desde ningún lado. Ni de él hacia nosotros ni de nosotros hacia él. La vida ha seguido, cada uno con su rollo, mi presencia no ha sido nunca requerida en ningún concierto ni presentación de los que ha hecho Jaime durante todos estos años. Parece que la amistad ha muerto. Lo veo como un capítulo de mi vida cerrado.
— Y ahora que ya estás al margen, ¿cómo asistes a esta era del rock que nos toca vivir?
— No sé, supongo que las nuevas generaciones tendrán que buscar su lugar. Está difícil porque el contexto es muy importante, y el contexto actual está muy viciado y pervertido. Todo lo que no entre dentro del mensaje comercial no puede existir. Esa idea de la que hablábamos antes de la independencia de los 80, del grunge de los 90 y todo eso, ya no existe. O les haces ricos o no hay posibilidad de salir de la nada.
— Charlie Watts acaba de cumplir 74 años y sigue junto a sus amigos Stones dando caña. Además de ellos hay otros clásicos rockeros que se resisten a cortarse la coleta.
— Lo de los Rolling Stones es grandioso y la excepción de todas las reglas. Vi a los Stones el año pasado en el Bernabéu, 32 años después de aquel decepcionante concierto del Calderón, y fue un espectáculo asombroso. Ellos siguen haciendo rock del bueno. Y también está Bob Dylan, con su estilo incomparable y Neil Young, clásico y rotundo, además de otro clásico eterno como Van Morrison. Y para cerrar el asunto, creo que han ascendido, también, a la categoría de clásicos, Paul Weller, de los Jam, y Elvis Costello.
— Entre concierto y concierto te dio tiempo a estudiar Historia del Arte y te sacaste de la manga un estudio fin de carrera sobre la iconografía del rock.
— Creo que nadie se había ocupado de ello antes. La simbología icónica del rock, de la contracultura musical es clave. El plátano de Warhol en el disco de la Velvet o la lengua obscena de los Stones. Las imágenes de las portadas de los elepés encierran una información fabulosa sobre el momento en que se parió esa obra. Algunos vídeos, como el “Thriller”, de Michael Jackson, ya forman parte de la historia de la cultura popular. Yo intenté explicar esa ligazón del lenguaje iconográfico y musical. Por qué la portada de un disco de Little Richard, o de Grateful Dead eran así. Por qué una de Joe Jackson eran solo dos zapatos blancos. O aquella exuberante portada de Matie Klarwein del “Abraxas” de Santana. Intenté explicar la relación que había entre la música y las imágenes.
— Edi, el “Expreso de rock” está llegando a su estación final. Ha sido un emocionante y entretenido viaje a través de tu relato de vida y de música. Si te parece, para espantar los malos rollos que se nos hayan colado en el camino, podemos decir que la culpa fue del chachachá.
— Estoy de acuerdo, la culpa fue del chachachá, y de Lou Reed también.
— Pues dejemos en paz a Lou Reed allá donde esté y echémosle la culpa de todo al chachachá... Muchas gracias por venir a este programa, Edi…. y a todos vosotros, queridos oyentes, hasta otro “Expreso de rock”… Lo dicho: “La culpa fue del chachachá”… Hay finales peores.
Expreso de rock con Edi Clavo
Hola amigos, aquí comienza “Expreso de rock” en El Estado Mental Radio. Hoy vamos a hacer un programa bastante especial para el que conviene estar bien preparados. Un regreso a territorios remotos de nuestras vidas para intentar explicarnos el punto del camino en que nos hallamos. Y como guía de este excitante viaje contamos con la compañía de Edi Clavo, ex batería de Gabinete Caligari y de tantos otros grupos que marcaron la historia del rock español de los últimos 30 años… casi nada. Edi acaba de publicar el libro “Electricidad revisitada”, un recorrido emocionante a través de las luces y sombras de una época que nos dejó bien marcada su huella. Y para que no se os congele el aliento durante esta travesía, os recomiendo echar un buen trago de vuestra bebida favorita. Así que el que avisa no es traidor. Allá vamos. Hola Edi, buenas noches…
— Buenas noches.
— Al revisitar tu vida en este libro estás, de alguna forma, revisitando la vida de todos los que formamos parte de aquel viaje. ¿Has sentido muchas descargas al remover tantos fantasmas?
— Bastantes. El título lo saqué antes de escribir el libro porque me parecía muy premonitorio. "Electricidad" porque es un libro que habla sobre el rock y sus circunstancias históricas, y en particular las mías como protagonista de ese viaje. Primero como aficionado, después como profesional y finalmente como estudioso del fenómeno del rock. Y "revisitada" porque es una selección de memorias selectivas desde que empecé a escuchar discos cuando tenía ocho años hasta el pasado año, 2014, en que asistí al concierto de los Rolling Stones en el Santiago Bernabéu.
— Ese viaje que arranca en la frontera de los años 80 nos sorprendió a la mayoría con 20 años, recién abandonada la adolescencia. ¿Era la edad ideal para ser testigos de todo lo que se nos venía encima desde el punto de vista social, político, económico y cultural? De alguna forma estábamos en tierra de nadie en nuestras vidas, a la vez que España y por supuesto Madrid, era el ojo del huracán.
— Sí, yo siempre digo que tuvimos mucha suerte de estar en el momento justo con los compañeros de viaje adecuados. Porque vivimos una explosión de cosas nuevas en un país que acababa de salir de las sombras del franquismo y de esa cultura rancia y apolillada de la lucha política. De repente todo eso se borró de un plumazo y quisimos ser modernos como los ingleses o los americanos. No solo quisimos, sino que pudimos hacerlo porque las circunstancias sociales lo permitieron. Tener 20 años en 1980 era una pasada, estar en el ruedo de la vieja plaza de Vista Alegre junto a los Ramones en su primera visita a España, por ejemplo, visto ahora me hace sentir un privilegiado.
— De repente, abandonamos el pañuelo rojo, las asambleas con camaradas comunistas de diferentes tonos, las manifestaciones y las carreras delante de los policías para adentrarnos en otro paisaje con más luz, color y, sobre todo, ruido.
— Sí, porque aquello anterior no era divertido. Repartir octavillas políticas en la clandestinidad y lanzar piedras a los grises solo acarreaba disgustos y crujir de huesos. Que te torturaran en los sótanos de la DGS o que te enviaran a la cárcel. Mientras que ir al Rock-Ola a ligar, a tomar unos cubatas y a ver al último grupo de rock venido de Londres era más hedonista, más libre, más luminoso que la lucha política, que era algo muy espeso y confuso. Así que decidimos empezar una fiesta y la alargamos cuanto pudimos.
— Y al pasar al otro lado nos topamos de lleno, con 20 años, con el sexo, las drogas y el rock and roll. El personal aprendió a meterse un chute, follar en un portal y componer canciones de aquella manera.
— Nadie estaba preparado para nada. Todo sobrevino de repente, como un tsunami. Las drogas estaban asociadas a la fiesta y muchas de esas fiestas acabaron en un funeral. El sexo era una fiesta, sin condones ni mariconadas de esas, aunque peor fue la heroína, que no perdona y no da segundas oportunidades. Muchos cayeron y otros lo lidiaron milagrosamente, como nosotros, aquí seguimos.
— Una época en la que Madrid sacó la cabeza y arrasó con toda la modernidad que derramaban ciudades como Barcelona.
— Barcelona acabó arrasada siendo la ciudad más moderna de los años 60 y 70, con la “gauche divine” y todo eso, donde afloraban los mejores escritores y músicos, con los mejores bares y discotecas de moda. Madrid pasó de ser un sitio rancio y mesetario a un lugar moderno conectado con los nuevos aires de Europa y Estados Unidos. Madrid se cruzó en el tiempo mientras Barcelona siguió anclada en su jazz rock layetano, su sardana y su folcklore particular. Sisa, que era un genio, quedó allí atrapado como una mosca en una telaraña podrida, igual que Iceberg, la Compañía Eléctrica Dharma y todos esos grupos de por allí. Madrid se hizo punk, y eso la hizo grande, siendo más zarrapastrosos y menos virtuosos musicalmente. Madrid siempre ha sido duro y muy urbano y eso marca. Entonces empiezan a sonar grupos como Leño, Ñu, Burning, principalmente. Y luego llegó la nueva ola y fue la verdadera revolución porque aquello ya era imparable. Canciones de dos y tres minutos frente a los muermos masturbatorios de los solos de guitarras de diez minutos catalanes. Madrid pilló la onda de Londres y Nueva York, la onda de los Jam, Ramones, New York Dolls, Clash, Sex Pistols… Todo eso se quedó en Madrid mientras en Barcelona habían puesto un muro.
— Hablas de Burning, un grupo fronterizo, ni de los 70, ni de los 80, ni de ningún tiempo estando en el tiempo de todos. Un grupo que acabó marcando una época y que por ahí sigue.
— Burning fue un grupo esencial, un grupo que recuperó el idioma español como mensaje de rock and roll. No se complicaban la vida y escribían canciones de amor, de bares y de amigos, la verdadera temática del rock and roll. Luego llegaron Tequila, Salvador o Moris, que seguían cantando en español historias de abandono, lamentos por la fuga de la novia y cosas así que entendíamos todos.
— Pues tomemos aire, es el momento para dar paso a la primera canción.
— Para arrancar he elegido una canción, ya mítica, de Burning, muy escuchada en los últimos 30 años pero fundamental y exquisita, “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?”. Un tema de 1978 que dio título a una película de Fernando Colomo, uno de los primeros largometrajes madrileños modernos de nuevos aires. Había sexo, drogas, rock and roll. En fin, una de las mejores canciones de la historia del rock español.
— Los Burning cantando a las mujeres fatales, siempre con problemas, pero seguramente nuestras mujeres favoritas… Seguimos en “Expreso de rock”, en El Estado Mental Radio, con Edi Clavo y su viaje por el lado excitante y no exento de peligros de su vida de rockero... que se ha atrevido a plasmar en su reciente libro “Electricidad revisitada”. Los primeros años 80 eran una época de amateurs, gente que empezaba en la música, literatura, pintura, fotografía, aficionados, es posible, pero que rebosaban talento del bueno.
— Todos los que estábamos ahí nos conocíamos, del Rastro, las Escuelas o la Universidad y, claro, los bares. Uno hacía cómic, otro fotos, otro escribía… Nadie era conocido y nadie era profesional, todos éramos aficionados. Al paso del tiempo muchos de ellos han seguido con lo suyo y han demostrado que eran grandes artistas como Alberto García-Alix, El Hortelano, Ceesepe, Miguel Barceló, no sé. Mucha gente que andaba pululando por el Rastro pero que, a la postre, se han hecho fuertes con lo suyo. Los Auserón, Antonio Vega, Alaska, Berlanga, Urrutia… toda la gente que al cabo de los años tuvo éxito estaba latiendo ahí, en los domingos de resaca del Rastro.
— El Rastro era un microcosmos fabuloso en el que se arrebujaban las nuevas tribus de Madrid, un Facebook callejero, de piel con piel, porro con porro, birra con birra, puro y descarnado.
— Ahí estábamos; piensa, ya lo sabes, que en 1980 para llamar por teléfono desde una cabina tenías que comprar una ficha en algún local que las vendiera. Eso de las redes sociales no existía, y los medios de comunicación solo iban a lo suyo, que, por supuesto, no era lo nuestro. Teníamos que estar juntos, como en el mercado, en un zoco, para saber cosas de unos y de otros. Igual que los antiguos griegos en la plaza pública. Si querías enterarte de algo tenías que bajar el domingo al Rastro y juntarte a los modernos de turno y pegar la oreja, o lo que fuera. Uno vendía discos que había traído de no se sabía dónde, otro vendía revistas underground, otro sabía que al día siguiente un grupo cojonudo tocaba en una sala de un barrio de Madrid, otro te daba las señas para pillar tripis frescos que un tipo acababa de traer de Amsterdam, y todo eso.
— La calle era nuestro espacio de libertad, todavía no acabo de comprender cómo salimos airosos, vivos, del aire espesoy turbulento que se respiraba en nuestras casas, con unos padres seguramente bienintencionados pero con una conciencia de fatal represión que escocía lo suyo.
— Nuestros padres estaban en otro planeta, el suyo, pero no tenían ni idea de ninguno de nosotros. Si realmente hubieran sabido lo que hacíamos se habrían quedado espantados. Ese ambiente era terrible, sobretodo para los que vivíamos en el seno de una familia de obreros que estaban desconectados de todo. Los amigos de familia bien lo tenían algo mejor, pero el resto estábamos vendidos y desahuciados. Podríamos habernos vuelto locos o yonkis, podríamos estar muertos, no sé cómo hemos sobrevivido a eso. Ahora nuestros hijos tienen otro trato, viven mejor y más libres. Pero el salto generacional entre nosotros y nuestros padres era brutal.
— ¿Ese ambiente familiar de represión en el que nos criamos influyó en que latiera un espíritu de artistas y creadores en los chicos de la época?
— Por supuesto. Teníamos que buscarnos la vida de mala manera y sobrevivieron los más listos. Los más valientes y espabilados se empaparon de todo lo que merecía la pena y atizaron el talento que llevaban dentro, cada uno a su manera. Ahora el talento sigue ahí, pero es un talento más estándar, apoyados en una información que está al alcance de cualquiera. En aquella época la información había que buscarla debajo de las piedras y las barras de los bares, y ser muy listo para asimilarla y darla forma. Había que tener mucha intuición e ingenio para percibir donde estaba el llamado rollo, estar ahí donde olía a underground y vanguardia, había que rastrear el asunto porque no te daban nada gratis como ahora en el Facebook o Youtube.
— Rollo o Movida, un término que en sus orígenes tenía que ver con pillar hachís y ha trascendido como una corriente histórica madrileña.
— Movida, joder, si, hacer una movida era ir a pillar unas placas de costo o algo parecido. Pero el primero que usó ese término para definir, de alguna manera, lo que estaba ocurriendo en Madrid con la música y todo eso fue Jesús Ordovás, gran locutor de radio, a finales de los años 70. En su programa anunciaba que esa noche iba a haber una movida en un Colegio Mayor de Madrid, refiriéndose a un concierto de uno de los nuevos grupos de rock que nacían en la ciudad.
— Bajémonos los humos y desmitifiquemos. En tu libro describes un gran lamento, una gran decepción. El concierto de tus amados Rolling Stones en julio de 1982 en el estadio Vicente Calderón de Madrid. Un acontecimiento que ha pasado a la historia y que para tí fue una patraña.
— Los Stones habían tocado en Barcelona en 1976, pero aquí en Madrid casi ni nos entaramos. Eran mis ídolos, sobre todo Charlie Wats, el batería. Cuando se anuncia el concierto de Madrid de julio del 82 yo estaba haciendo la mili pero todos mis pensamientos estaban puestos en asistir a ese acontecimiento. Pero fue uno de los días más tristes de mi vida. Los Stones pretendían ser modernos en una época que ya no era la suya, teniendo en cuenta que, visto ahora, eran unos críos, tenían unos cuarenta años. Pero yo los ví como unos dinosaurios, a lo mejor pretendían ser como Los Cure, o Siouxsie and The Banshies o los Clash y, de repente, me di cuenta que eran de otra generación. Mick Jagger iba vestido con unos leggins espantosos y todo eso, se les veía bastante forzados. Pero la gente en Madrid, ansiosa de un suceso tan extraordinario, los recibió con total entrega. Pero a mí el concierto me pareció anacrónico y ridículo y estoy en mi derecho de criticar ese concierto. Me salí a la mitad y me metí en un bar de hombres a beberme un par de cazallas y me dije: ¡a la mierda los Rolling Stones! Fue algo así como matar al padre. En fin, luego me volví a reconciliar con ellos porque los Stones han sido un grupo fundamental en mi vida. Yo he sido batería profesional por los Beatles y, sobre todo, por los Stones. Por eso ahora me gustaría dar paso a un tema que se llama “Tumblin' dice”, un tema caliente, espeso, con saxos y mucho vicio, que era lo que me gustaba de ellos. Ahí va.
— Los Stones, ¡ay los Stones!, sonando en “Expreso de rock”, como debe ser. Aparte de su histórica actuación en el Vicente Calderón, tu primer concierto, y unos de los más memorables para ti, Edi, es el de los Ramones de 1980 en la Plaza de toros de Vistaalegre, en Madrid. ¿Tanto te marcó?
— En ese concierto me di cuenta de muchas cosas. Era septiembre de 1980 y tuve la agradable sensación de que se había acabado la época hippy, de las melenas lánguidas y la guitarra del campamento. El concierto de los Ramones fue una epifanía, verlos tocar canciones de dos minutos, sin interrupción, a saco, joder. Eso supuso el fin de los años 60, ver a Los Ramones. Ya en 1987 vi a Neil Young y también percibí que era el fin de la nueva ola. Sentí que había que volver a los clásicos porque ellos nunca fallan. Ver a Neil Young fue otra epifanía. Estos han sido los dos conciertos que más me han marcado en mi vida.
— Acabamos de escuchar a los Stones pero ya que te inspiran tanto los Ramones como Neil Young, elige a quien pinchamos ahora.
— A los Ramones, “Sheena is a punk rocker”. Y el que diga otra cosa, miente.
— Hasta la formación de Gabinete Caligari pasaste por un montón de grupos. ¿Cómo contemplas ahora, treinta años después, esos comienzos en la música?
— Uff, a ver... A mí me fascinaba todo el mundillo del underground. Todo lo que leía en revistas como Rock Star, o Melody Maker, sexo, drogas, chicas, no sé. Entonces te juntabas con gente del instituto o la facultad que le gustara todo eso. Encontrar a alguien que tuviera una guitarra eléctrica o una batería era casi imposible. Si lo encontrabas era un tipo muy raro, el raro de tu clase. Un tipo que sabía quien era Led Zeppelin o John Mayall o tenía algún disco de Bob Dylan o Neil Young. Esa era tu conexión. En mi caso era más difícil porque nadie tenía una batería. Tenías que alquilarla y buscar alguien que tuviera una casa donde poder tocarla sin tener ni puta idea, sin saber nada de música, sin haber pisado un conservatorio. El punk, esa anarquía musical, nos dio muchas alas porque nos dimos cuenta que no hacía falta ser Mozart para tocar una canción de los Ramones, que eran dos acordes, aunque muy lustrosos.
— En “Electricidad revisitada”, aparte de las emociones de ese viaje trepidante por aquella época, aprendemos mucho de las diferentes marcas de instrumentos que existen. Es todo un tratado que se agradece, muy documentado y sorprendente.
— Yo creo que eso no lo ha hecho nadie hasta este momento. Dentro del relato de la historia del rock, detenerse en las distintas marcas de los instrumentos. Eso se llama organología, distinguir unos instrumentos de otros, su calidad y sonido. Es una aportación particular que me ha gustado mucho hacerla y creo que es importante. Por qué Jimi Hendrix suena con la Fender Stratocaster distinto de cuando usa una Gibson Fly Uve. O cual es la diferencia entre una batería Ludwig y una Premier. Estas cosas, muy de profesional, he querido mostrarlas en el libro porque me parecen enriquecedoras.
— Muy bien, Edi, pues ya que eres batería, o baterista, como se dice ahora, ¿Cuál es la mejor marca de batería para ti?
— Para mí la número uno es Gretsch. Una batería americana que en un principio usaban los baterías de jazz y que luego usaron baterías de rock como Charlie Watts. Este instrumento tiene un sonido especial, abierto y muy potente. Luego también está la Ludwig, que es la batería que hizo famosa Ringo Starr con los Beatles. De todas formas en lo que respecta a baterías, destaca más quien ha usado una marca u otra porque en cuanto a sonido no hay mucha diferencia.
— ¿Y quien es para ti el más grande batería de todos los tiempos?
— Keith Moon, de Los Who. Es el más personal, el que más ha inventado, el más diferente y que mayor legado ha dejado. Quizá no ha sido el más técnico pero Keith inventó una manera de ser tocando la batería. Y para demostrarlo vamos a escuchar una canción maravillosa que se llama “The kids are alright”, de Los Who, donde Keith hace cosas soberbias y puntúa muy bien los tiempos de la canción. Ahí va.
— Rigor Mortis, Los Drugos, Ella y los Neumáticos, Los Automáticos, Ejecutivos Agresivos y Gabinete Caligari son algunos de los grupos de los que Edi Clavo formó parte. Con Gabinete lograsteis éxito, fama y dinero. Pero al poco del gran fichaje por la multinacional EMI tú sentenciaste: “Ya hemos llegado a la cima, ahora solo queda descender”.
— Pues sí, parece terrible el vaticinio pero yo siempre he sido muy pesimista en mi vida. Corría el año 1989 y yo no me podía creer que cada vez estuviéramos más arriba y arriba, cada vez más ventas de discos, actuaciones, no sé… Llegó un momento en que pensé que a partir de ese momento ya solo nos quedaba empezar a caer. Llega un momento en que aflojas, se diluye tu talento, ya no conectas con la gente y a partir de ese momento yo vi claro que eso no iba a aguantar mucho. Solo nos aventajaba Mecano en ventas de discos y actuaciones y junto a Radio Futura éramos lo máximo de esos años, los grupos que más caché tenían. Bueno, aún así, duramos muchos años para lo que es la vida normal de un grupo de rock. Duramos 18 años, que no está mal.
— Y luego van Martes y 13 y os imitan en Nochevieja con “La culpa fue del chachachá”.
— Esa fue la puntilla, ahí me di cuenta de todo. El tipo ese, Millán, disfrazado de Jaime Urrutia, y tan parecido a Jaime, con esa camiseta de lunarones rojos, joder, "La culpa fue del chachachá, la culpa fue del chachachá…" Puto chachachá. Un numero genial de Martes y 13 que trascendió como una gran horterada a nuestra costa. Sí, ahí me di cuenta de todo, supe que esa horterada nos iba a costar la vida como grupo. Y así fue. Creo que a partir de ese momento todo el mundo nos catalogó como un grupo de chiflados horteras.
— ¿Os llegó a deslumbrar esa época de éxito, mucha pasta, mucha fama, groupies de primera y demás?
— No se dio mal. Los Gabinete éramos gente sensata, dentro de lo que cabe, con nuestras manías particulares y vicios adquiridos. No faltaron las fiestas, lógicamente, sobretodo después de los conciertos, una vidorra, pero milagrosamente fuimos capaces de mantener el temple y no nos entregamos ciegamente al barro de las drogas y el exceso. Además, hasta nos dominó un ramalazo de responsabilidad para evitar derrochar todas nuestras ganancias. Ahorramos e hicimos algunas inversiones que aún siguen dándonos algún rendimiento.
— Y llega el momento en que caéis de verdad. Se acabó la gran fiesta, ¿cómo lo sentiste?
— Sentí que nos despreciaban. España es muy dura y caprichosa, te alza y te pisotea con la misma facilidad. España es muy ingrata con sus ídolos. Una vez que llegas arriba alguien piensa enseguida en la manera de descolgarte para poner a otro. Es la hostia y muy injusto, porque hay artistas que merecerían envejecer sin dejar su oficio, pero eso es muy difícil que lo permitan, y menos en el rock. Hicimos un disco en el que habíamos puesto todas nuestras ilusiones, habíamos trabajado duro y no coló, dejamos de hacer gracia. Pero en fin… Bueno, no nos pongamos meláncolicos. Voy a presentar la siguiente canción, un tema de aquella época en la que nos colgaron a Gabinete Caligari la gloriosa etiqueta de rock torero. Hasta ese momento nadie había recuperado esa estética de los toros, el fútbol, los bares. Miramos un poco hacia dentro, a lo nuestro más fetén: Bambino, Miguel de Molina, Machín….Y mezclamos el espíritu de esos genios con el rock y salió eso del rock torero. La canción que vamos a escuchar es buena prueba de ello: “Que dios reparta suerte”, un pasodoble fino que tiene su miga. ¿Puedo contar una anécdota? Vale, pues esta canción nos propusieron tocarla durante una corrida en la plaza de toros de Las Ventas. ¡Nunca nadie, a excepción de la orquesta oficial, había tocado durante una tarde de toros en Las Ventas! Y a nosotros, los Gabinete, nos propusieron que tocáramos esa canción. Al final todo se quedó en una vana ilusión porque alguien debió decidir que era una idea descabellada. Cosas que pasan. Bueno, pues va por vosotros, “Que dios reparta suerte”.
— Seguimos en “Expreso de rock” con Edi Clavo viajando a salto de mata por las luces y las sombras de su largo y sinuoso camino de rockero… En un sello independiente empezó tu viaje profesional en la música y, precisamente, la aparición de la marca indie 20 años después acabó con todos vosotros.
— Nosotros fundamos un sello independiente en los 80 como rebelión ante la vetusta industria establecida. Nos siguieron otros y la cosa funcionó hasta que dejó de hacerlo. Pero la vida da muchas vueltas y ese espíritu independiente de nuestros indicios pasó a la historia cuando fichamos por la multinacional EMI. Pasamos a formar parte del mainstream, de la gran industria de la música, igual que otros grupos como Loquillo, Danza Inviisble, Dinarama, etc. Hasta que llegó otra nueva generación de independientes con su propio público. A ellos les encumbró y a nosotros nos arrinconó. Bueno, eso es ley de vida en el rock, siempre ha ocurrido.
— Aunque mucho peor que caer en el olvido es la manera amarga como cerrasteis la historia de Gabinete Caligari.
— Estuvimos juntos muchos años, quizá demasiado. Es posible que todo hubiera acabado de otra manera si hubiéramos hablado a su debido tiempo entre nosotros para tratar de explicarnos la situación que estábamos viviendo. A lo mejor debimos haberlo dejado en 1993 o 1994, por ejemplo. Pero Jaime no se portó honestamente con Ferni y conmigo, desde mi punto de vista. Él hizo sus negociaciones para seguir por su cuenta a nuestras espaldas y eso creó un ambiente muy desagradable entre nosotros. Una situación que no se ha arreglado desde hace 15 años, los mismos que llevamos sin hablarnos. Ferni y yo seguimos siendo amigos y tocando juntos y a Jaime, que era nuestro mejor amigo de toda la vida, con el que habíamos compartido todo y vivido todo, nos habíamos reído y ganado dinero, habíamos viajado por medio mundo de la mano, no le hemos vuelto a ver.
— ¿Te has sentido traicionado por Jaime Urrutia?
— Traicionado no es la palabra, me siento decepcionado. Creo que hubiera sido más honesto que me hubiera dicho cara a cara: mira tío, Gabinete no da más de sí y a mí me han ofrecido un contrato y me piro, y a lo mejor dentro de tres o cuatro años nos volvemos a juntar. Pero eso de mirar para otro lado y esconder la cabeza como hizo es lo que me decepcionó de Jaime.
— ¿Y en ningún momento os habéis acercado durante todo este tiempo?
— No, han pasado 15 años y no se ha tendido ningún puente desde ningún lado. Ni de él hacia nosotros ni de nosotros hacia él. La vida ha seguido, cada uno con su rollo, mi presencia no ha sido nunca requerida en ningún concierto ni presentación de los que ha hecho Jaime durante todos estos años. Parece que la amistad ha muerto. Lo veo como un capítulo de mi vida cerrado.
— Y ahora que ya estás al margen, ¿cómo asistes a esta era del rock que nos toca vivir?
— No sé, supongo que las nuevas generaciones tendrán que buscar su lugar. Está difícil porque el contexto es muy importante, y el contexto actual está muy viciado y pervertido. Todo lo que no entre dentro del mensaje comercial no puede existir. Esa idea de la que hablábamos antes de la independencia de los 80, del grunge de los 90 y todo eso, ya no existe. O les haces ricos o no hay posibilidad de salir de la nada.
— Charlie Watts acaba de cumplir 74 años y sigue junto a sus amigos Stones dando caña. Además de ellos hay otros clásicos rockeros que se resisten a cortarse la coleta.
— Lo de los Rolling Stones es grandioso y la excepción de todas las reglas. Vi a los Stones el año pasado en el Bernabéu, 32 años después de aquel decepcionante concierto del Calderón, y fue un espectáculo asombroso. Ellos siguen haciendo rock del bueno. Y también está Bob Dylan, con su estilo incomparable y Neil Young, clásico y rotundo, además de otro clásico eterno como Van Morrison. Y para cerrar el asunto, creo que han ascendido, también, a la categoría de clásicos, Paul Weller, de los Jam, y Elvis Costello.
— Entre concierto y concierto te dio tiempo a estudiar Historia del Arte y te sacaste de la manga un estudio fin de carrera sobre la iconografía del rock.
— Creo que nadie se había ocupado de ello antes. La simbología icónica del rock, de la contracultura musical es clave. El plátano de Warhol en el disco de la Velvet o la lengua obscena de los Stones. Las imágenes de las portadas de los elepés encierran una información fabulosa sobre el momento en que se parió esa obra. Algunos vídeos, como el “Thriller”, de Michael Jackson, ya forman parte de la historia de la cultura popular. Yo intenté explicar esa ligazón del lenguaje iconográfico y musical. Por qué la portada de un disco de Little Richard, o de Grateful Dead eran así. Por qué una de Joe Jackson eran solo dos zapatos blancos. O aquella exuberante portada de Matie Klarwein del “Abraxas” de Santana. Intenté explicar la relación que había entre la música y las imágenes.
— Edi, el “Expreso de rock” está llegando a su estación final. Ha sido un emocionante y entretenido viaje a través de tu relato de vida y de música. Si te parece, para espantar los malos rollos que se nos hayan colado en el camino, podemos decir que la culpa fue del chachachá.
— Estoy de acuerdo, la culpa fue del chachachá, y de Lou Reed también.
— Pues dejemos en paz a Lou Reed allá donde esté y echémosle la culpa de todo al chachachá... Muchas gracias por venir a este programa, Edi…. y a todos vosotros, queridos oyentes, hasta otro “Expreso de rock”… Lo dicho: “La culpa fue del chachachá”… Hay finales peores.