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El tesoro (público) enterrado

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Ni cofre en la jungla ni barco hundido. Ni náufrago solitario que, varado en isla remota, acaba encontrando fortuna.

No Salgari, no Stevenson, no Verne. No Smith, no Marx, no Keynes.

En su última obra, Karmelo Bermejo (Málaga, 1979) planta una lápida de bronce en el suelo del centro de una ciudad española y nos ofrece las coordenadas de una nueva patente de corso que los antiguos maestros no imaginaron. Estamos ante una cancelación lapidaria —valga la obviedad— de aquellas tramas en las que el tesoro privado trazaba la ruta de una historia individual del capitalismo.

Ahora, quien quiere raudal, busca primero en el erario público. En esas arcas donde se consigue botín gracias al uso y abuso de un Estado que ya funciona como vehículo idóneo para el enriquecimiento individual. En esa circunstancia, no hace falta simular enigma alguno porque el misterio está a la vista de todos. Entre otras cosas, porque es patrimonio de todos.

10.000 euros de dinero público enterrados.

He aquí el título de esta pieza que enlaza a Richard Serra con Edgar Allan Poe. Una escultura que entierra el mito del hombre hecho a sí mismo como modelo de virtud y, a la vez, desentierra la corrupción como el grado cero de una sociedad que se deshace por cuenta ajena. Lejos de aquel capitalismo seminal en el que el individuo conseguía su riqueza a pesar del Estado, el corrupto obtiene su riqueza gracias al Estado. (Así es capitalista cualquiera.)

Estamos, también, ante una obra sobre el arte y su relación con el dinero público. Con ese glamuroso 1% del sector —la élite del Sistema— dedicado a la construcción de sus carreras privadas como directores, artistas, comisarios…, con los fondos de todos. Carreras bien aliñadas, faltaría más, con esa hipocresía que les permite seguir proclamando que los corruptos, los ambiciosos o los tramposos —como el infierno sartreano— son “los otros”.

Por eso, si queremos detectar la verdad última de la economía del arte no debemos fijarnos en el discurso, sino en la dirección del tráfico: en esa conducción temeraria que traza el camino que va desde el dinero público hasta la gratificación privada.  

Ya Picasso decía que no hay arte sin robo (él mismo no tuvo remilgos al respecto). Pero el devenir del arte puede ser visto, también,  como la historia de un regalo; la larga marcha de un ofrecimiento que no siempre ha de remitir a una transacción o involucrar al Estado, el Mercado o el derecho.

Algo de esto encontramos en esa pieza que Karmelo Bermejo ha plantado en suelo español. Una bomba lapa programada para hacer saltar por los aires la verdad desnuda de nuestro último expolio.

 
Karmelo Bermejo10.000 euro of public funds buried / 10.000 euros de dinero público enterrados. Latitud Norte 42º 50’ 57.2172” y longitud Oeste 2º 40’ 5.3688”.