Contenido
El dolor / la dolor
Salgo del metro y me dirijo a la cafetería en la que he quedado con mi madre. Un salón de té al estilo inglés a orillas del barrio de Salamanca. Antes de entrar me paro delante del escaparate a contemplar los pasteles. Me coloco delante de los de limón y, justo detrás, puedo ver a mi madre. Está sentada en una pequeña mesa con mantel verde. Está muy erguida. Lleva una camisa negra con lunares blancos y una americana. La postura disimula el dolor que atraviesa su hombro izquierdo. Me sorprende la manera en la que lleva ese dolor. Hace unos años sintió un pequeño tirón en el cuello mientras levantaba una maceta del jardín. Al igual que con el personaje de Tolstói en La muerte de Iván Ilich, el dolor se fue extendiendo desde la zona del cuello hacia el hombro izquierdo. Fuimos juntas al médico. Enhorabuena, dijo el médico. Acaba de entrar usted a formar parte de la comunidad de mujeres que sufren de dolor crónico.
Miro a mi madre, erguida delante de un cóctel de champán. Me sorprende la manera de soportar ese dolor. De invisibilizarlo. No sé si existe esta palabra. Invisibilización, dice Wikipedia, es un concepto ampliamente utilizado en las ciencias sociales para designar una serie de mecanismos culturales que lleva a omitir la presencia de determinado grupo social. Los procesos de invisibilización afectan particularmente a grupos sociales sujetos a relaciones de dominación como las mujeres, las minorías, los pueblos no europeos, las personas que no tienen la piel clara y los grupos sociales que componen. La mayor parte de los pacientes de dolor crónico son mujeres[1]. Nadie sabe muy bien por qué. Hay factores culturales, dicen algunos artículos[2]. A las mujeres se les permite ser emocionales acerca de su dolor. Quizás sea por esto por lo que el dolor de las mujeres recibe más atención, repiten estas voces.
Miro de nuevo a mi madre. Sentada en la pequeña mesa. Llevando su dolor con la misma elegancia con la que lleva su camisa de lunares. No veo ningún tipo de emocionalidad en su cuerpo, tampoco en su rostro. El más mínimo movimiento, girar la cabeza demasiado rápido o recoger una pluma del suelo, hace que su dolor pase del uno al diez en pocos segundos. Las escalas de valoración del dolor son muy subjetivas[3]. Sentarse en un restaurante con una mesa tan alta como la que sostiene su copa es una agonía. También lo es sentarse en el cine y mirar a la pantalla. Pasar de estar sentada a acostada en la cama es insoportable. Incluso hacer las cosas más pequeñas, como echarse hacia delante para coger un libro, se ha vuelto imposible. Mi madre ha invisibilizado su dolor tan bien a lo largo de los años que ahora lo lleva pegado a los nervios del cuerpo. Al tejido nervioso que discurre por su hombro.
También hay factores hormonales, dicen otros estudios[4]. Estos estudios no mencionan los sesgos de la investigación. La mayoría de los estudios neurocientíficos sobre el dolor se hacen sólo con ratas masculinas. Aun así, argumentan estas voces, está claro que los hombres y las mujeres reaccionan de manera diferente al dolor y a la medicación del dolor. El genetista Jeffrey Mogil comentaba medio en broma que algún día habrá pastillas rosas para las mujeres y azules para los hombres. Por ahora las pastillas de mi madre son blancas y rojas. Iguales que las que tomaba antes para la ansiedad. Los primeros meses de la enfermedad pensé que se pasaba el día tomando Lexatin. Esas pastillas rojas y blancas estaban por todas partes. ¿Estás bien, madre?, le preguntaba. Sí, muy bien, contestaba ella erguida, mientras sostenía un libro en sus manos. Luego entendí que se trataba de las pastillas para el dolor que se iba tejiendo alrededor de su cuerpo. ¿Estás bien, madre? Sí.
Miro a mi madre llevando elegantemente su dolor y me hago preguntas. Me pregunto qué tipo de tratamiento recibirán las mujeres que entren este año a formar parte del ejército del dolor crónico. Muchos estudios apuntan a que el tratamiento del dolor crónico femenino es deficiente[5]. Es un patrón que encaja en una situación global de atención diferencial entre hombres y mujeres. Las mujeres tienen tres veces menos probabilidades de obtener el reemplazo de cadera o rodilla que necesitan. Es menos probable que una mujer sea ingresada en una unidad de cuidados intensivos que un hombre. Las mujeres son más propensas a morir en la UCI, en el hospital o en el plazo de un año de la admisión. Me miro las manos y pienso en la broma de las pastillas rosas y azules.
Miro a mi madre a través del escaparate y me pregunto cuantas mujeres habrán vestido elegantemente su dolor a lo largo de los años. Sentadas en cafeterías de mesas altas, con el sufrimiento de los años pegado al sistema nervioso, confundido con los nervios del cuerpo. El dolor es una advertencia que nos pone en aviso sobre los peligros de una enfermedad. ¿Pero de defensa contra qué? ¿Contra quién? Entro en la cafetería y me dirijo a la pequeña mesa que contiene a mi madre. ¿Estás bien, madre?, le pregunto. Sí, muy bien, contesta ella, erguida delante de su cóctel de champán.
Louise Bourgeois, Cell (Eyes and Mirrors), 1989–93. © Tate and National Galleries of Scotland.
[1] Racine, M.; Tousignant-Laflamme, Y.; Kloda, L. A.; Dion, D.; Dupuis, G. and Choiniere, M., “A systematic literature review of 10 years of research on sex/gender and experimental pain perception – Part 1: Are there really differences between women and men?”. Pain, 153(3) (2012): 602-618.
[2] Nayak, S.; Shiflett, S. C.; Eshun, S. and Levin, F. M., “Culture and gender effects in pain beliefs and the prediction of pain tolerance”. Cross Cultural Research, 34 (2000): 135–151.
[3] Regina Fink, “Pain assessment: the cornerstone to optimal pain management”. Proceedings (Baylor University Medical Center), 2000 Jul; 13(3): 236–239.
[4] Macfarlane, T. V.; Blinkhorn, A.; Worthington H. V.; Davies, R. M. and Macfarlane, G. J., “Sex hormonal factors and chronic widespread pain: a population study among women”, Rheumatology (Oxford), Apr; 41(4) (2002): 454–7.
[5] Caroline Allen, Alka Murphy, Sheri Kiselbach, Stephanie Vandenberg and Ellen Wiebe, “Exploring the experience of chronic pain among female Survival Sex Workers: a qualitative study”, BMC Family Practice, 16 (2015): 182.
El dolor / la dolor
Salgo del metro y me dirijo a la cafetería en la que he quedado con mi madre. Un salón de té al estilo inglés a orillas del barrio de Salamanca. Antes de entrar me paro delante del escaparate a contemplar los pasteles. Me coloco delante de los de limón y, justo detrás, puedo ver a mi madre. Está sentada en una pequeña mesa con mantel verde. Está muy erguida. Lleva una camisa negra con lunares blancos y una americana. La postura disimula el dolor que atraviesa su hombro izquierdo. Me sorprende la manera en la que lleva ese dolor. Hace unos años sintió un pequeño tirón en el cuello mientras levantaba una maceta del jardín. Al igual que con el personaje de Tolstói en La muerte de Iván Ilich, el dolor se fue extendiendo desde la zona del cuello hacia el hombro izquierdo. Fuimos juntas al médico. Enhorabuena, dijo el médico. Acaba de entrar usted a formar parte de la comunidad de mujeres que sufren de dolor crónico.
Miro a mi madre, erguida delante de un cóctel de champán. Me sorprende la manera de soportar ese dolor. De invisibilizarlo. No sé si existe esta palabra. Invisibilización, dice Wikipedia, es un concepto ampliamente utilizado en las ciencias sociales para designar una serie de mecanismos culturales que lleva a omitir la presencia de determinado grupo social. Los procesos de invisibilización afectan particularmente a grupos sociales sujetos a relaciones de dominación como las mujeres, las minorías, los pueblos no europeos, las personas que no tienen la piel clara y los grupos sociales que componen. La mayor parte de los pacientes de dolor crónico son mujeres[1]. Nadie sabe muy bien por qué. Hay factores culturales, dicen algunos artículos[2]. A las mujeres se les permite ser emocionales acerca de su dolor. Quizás sea por esto por lo que el dolor de las mujeres recibe más atención, repiten estas voces.
Miro de nuevo a mi madre. Sentada en la pequeña mesa. Llevando su dolor con la misma elegancia con la que lleva su camisa de lunares. No veo ningún tipo de emocionalidad en su cuerpo, tampoco en su rostro. El más mínimo movimiento, girar la cabeza demasiado rápido o recoger una pluma del suelo, hace que su dolor pase del uno al diez en pocos segundos. Las escalas de valoración del dolor son muy subjetivas[3]. Sentarse en un restaurante con una mesa tan alta como la que sostiene su copa es una agonía. También lo es sentarse en el cine y mirar a la pantalla. Pasar de estar sentada a acostada en la cama es insoportable. Incluso hacer las cosas más pequeñas, como echarse hacia delante para coger un libro, se ha vuelto imposible. Mi madre ha invisibilizado su dolor tan bien a lo largo de los años que ahora lo lleva pegado a los nervios del cuerpo. Al tejido nervioso que discurre por su hombro.
También hay factores hormonales, dicen otros estudios[4]. Estos estudios no mencionan los sesgos de la investigación. La mayoría de los estudios neurocientíficos sobre el dolor se hacen sólo con ratas masculinas. Aun así, argumentan estas voces, está claro que los hombres y las mujeres reaccionan de manera diferente al dolor y a la medicación del dolor. El genetista Jeffrey Mogil comentaba medio en broma que algún día habrá pastillas rosas para las mujeres y azules para los hombres. Por ahora las pastillas de mi madre son blancas y rojas. Iguales que las que tomaba antes para la ansiedad. Los primeros meses de la enfermedad pensé que se pasaba el día tomando Lexatin. Esas pastillas rojas y blancas estaban por todas partes. ¿Estás bien, madre?, le preguntaba. Sí, muy bien, contestaba ella erguida, mientras sostenía un libro en sus manos. Luego entendí que se trataba de las pastillas para el dolor que se iba tejiendo alrededor de su cuerpo. ¿Estás bien, madre? Sí.
Miro a mi madre llevando elegantemente su dolor y me hago preguntas. Me pregunto qué tipo de tratamiento recibirán las mujeres que entren este año a formar parte del ejército del dolor crónico. Muchos estudios apuntan a que el tratamiento del dolor crónico femenino es deficiente[5]. Es un patrón que encaja en una situación global de atención diferencial entre hombres y mujeres. Las mujeres tienen tres veces menos probabilidades de obtener el reemplazo de cadera o rodilla que necesitan. Es menos probable que una mujer sea ingresada en una unidad de cuidados intensivos que un hombre. Las mujeres son más propensas a morir en la UCI, en el hospital o en el plazo de un año de la admisión. Me miro las manos y pienso en la broma de las pastillas rosas y azules.
Miro a mi madre a través del escaparate y me pregunto cuantas mujeres habrán vestido elegantemente su dolor a lo largo de los años. Sentadas en cafeterías de mesas altas, con el sufrimiento de los años pegado al sistema nervioso, confundido con los nervios del cuerpo. El dolor es una advertencia que nos pone en aviso sobre los peligros de una enfermedad. ¿Pero de defensa contra qué? ¿Contra quién? Entro en la cafetería y me dirijo a la pequeña mesa que contiene a mi madre. ¿Estás bien, madre?, le pregunto. Sí, muy bien, contesta ella, erguida delante de su cóctel de champán.
Louise Bourgeois, Cell (Eyes and Mirrors), 1989–93. © Tate and National Galleries of Scotland.
[1] Racine, M.; Tousignant-Laflamme, Y.; Kloda, L. A.; Dion, D.; Dupuis, G. and Choiniere, M., “A systematic literature review of 10 years of research on sex/gender and experimental pain perception – Part 1: Are there really differences between women and men?”. Pain, 153(3) (2012): 602-618.
[2] Nayak, S.; Shiflett, S. C.; Eshun, S. and Levin, F. M., “Culture and gender effects in pain beliefs and the prediction of pain tolerance”. Cross Cultural Research, 34 (2000): 135–151.
[3] Regina Fink, “Pain assessment: the cornerstone to optimal pain management”. Proceedings (Baylor University Medical Center), 2000 Jul; 13(3): 236–239.
[4] Macfarlane, T. V.; Blinkhorn, A.; Worthington H. V.; Davies, R. M. and Macfarlane, G. J., “Sex hormonal factors and chronic widespread pain: a population study among women”, Rheumatology (Oxford), Apr; 41(4) (2002): 454–7.
[5] Caroline Allen, Alka Murphy, Sheri Kiselbach, Stephanie Vandenberg and Ellen Wiebe, “Exploring the experience of chronic pain among female Survival Sex Workers: a qualitative study”, BMC Family Practice, 16 (2015): 182.