Contenido

El derecho a Facebook

Modo lectura

Como todos vivimos en internet usted también se habrá enterado: el otro día Facebook suspendió la cuenta a un usuario por hacer propaganda de su nuevo libro sobre la masturbación femenina. ¡Qué injusto!, dijeron entonces, y se puso en marcha una campaña de solidaridad. Mensajes de apoyo en Twitter, ¡en el propio Facebook!; artículos en las secciones de cultura de algunos periódicos: todo era necesario para denunciar la casposa reacción de la plataforma. Tras cinco días de litigios, Facebook convino en reactivar la cuenta clausurada. Ha habido gran jolgorio en las redes por esta resolución: como en una tragedia clásica, lo que estaba descompensado ha sido recompuesto, deus ex machina y parabienes.

Antes de que sus suspicacias lo lleven por derroteros extraños, diré que la usuaria a la que refiero es Luna Miguel, a quien todos conocen, y el libro se titula El dedo: breves apuntes sobre la masturbación femenina. He empezado el artículo tirando de impersonal porque este texto no va de Luna Miguel. Lo digo para refresco de sus detractores y calma de sus partidarios. Este texto va de Facebook. Dicho esto, ¿por dónde íbamos?

Parece que la clausura y derribo de la cuenta estuvo motivada por la denuncia anónima (la favorita de la Inquisición y Hacienda) de un usuario al que molestó (¿ruborizó?) la portada del dedo. La portada, hagan por buscarla, es de un candor entrañable. Parece (elemental, querido) que simplemente uno de sus astutos haters (neologismo espantoso, pero oportuno hablando sobre estos menesteres) ha aprovechado la situación para excitar el rigor casto de Facebook en contra de la autora. Ella misma, tal como afirma en su blog, ha subido en otras ocasiones imágenes más explícitas, que han pasado sin pena ni gloria por la pantalla de una generación saturada de pornografía.

Quizás por esto hablar de «censura» se antoja un poco desproporcionado: no parece que se haya intentado silenciar a nadie, ni impedir la difusión del libro. Tanto es así que la página de Luna Miguel – Escritor ha estado activada todo este tiempo, y ha ido dando cumplida cuenta de todo esto que les acabo de contar. Lo digo por dos cosas: la primera, hacer notar que simplemente ha sido una decisión arbitraria de Facebook, de sus protocolos de respuesta rápida, y de las ganas de chinchar que tienen los detractores de la perjudicada. La segunda, procurar un poco de respeto para las víctimas de la censura, porque en nuestro tiempo cualquiera con un portátil puede decirse víctima de todas las opresiones del mundo desde el sofá del salón.

Otra cosa es, por supuesto, determinar cuál es el sesgo ideológico de Facebook. Como la web es ubérrima en opiniones, he leído que si el libro lo hubiese escrito un hombre y hablase sobre los quehaceres privados de la gente con pene, Facebook lo hubiese dejado en paz. También he leído comentarios en los que se decía que ellos tenían en su perfil «cosas peores» y que nadie les había chistado. Desconozco (averiguar esto requeriría ponerme a denunciar a un montón de usuarios y hacer una estadística sobre qué les ocurre) hasta qué punto Facebook es machista o pudoroso. Mi tesis es, como ya he dicho, que la logia de enemigos de Luna Miguel es lo suficientemente entusiasta como para haberle denunciado un porrón de veces. Pero supongamos que ciertamente Facebook es el más destacado defensor del heteropatriarcado: ¿qué diablos se pretende pidiendo que tal enemigo restituya una cuenta?

Facebook vive del exhibicionismo de sus usuarios: del laboral, del personal o del que se quiera. Vive, digo, porque es una empresa privada. Lo alarmante es que (¡ah, el astuto capitalismo!) se ha defendido la devolución de la cuenta como si fuese un derecho fundamental, cuando la reacción coherente hubiese sido salir, todos los indignados, en tromba de la plataforma al grito castizo de «con su pan se lo coma». A Facebook por supuesto todo esto ni le va ni le viene, tanto es así que permite (el despiadado censor) que se repliquen dentro de sus entrañas críticas por su propio comportamiento. La gran ventaja del capitalismo es que es omniabarcador: esta historieta que se cuenta siempre de cómo uno puede ir a una gran superficie y comprar ropa hippy, punk o parches del NKVD. Así que, en rigor, si participamos, y por tanto somos el sustento, de una plataforma que actúa de manera que consideramos injusta, ¿no estamos siendo colaboracionistas?

Lo que refleja toda esta polvareda es lo desconcertados que estamos y la coherencia que nos falta. Hasta el punto que usted mismo habrá llegado a este texto a través de un enlace de Facebook. ¿Será que cabalgamos contradicciones?

 
Imagen del libro de Robert Schlaug, Limited Area. © Blurb Books.