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El arte de la humillación

24 horas en Mount Olympus de Jan Fabre
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Como decían los Atenienses, nada que ver con Dionisos. Al abrirse el telón del Concertgebouw en Brujas aparecen dos actores en toga. Avanzando con paso ritual y gesto ceremonioso hacia los espectadores —me aterriza la súbita impresión de que esto va a ser un bluff reflexivo, una infumable chapa sobre la bacanal y los ritos teatrales. Nada que ver— nuestros dos actores se declaran mensajeros. Aparecen otros dos actores, ladrando a cuatro patas, que introducen sus hocicos entre las nalgas de los mensajeros. El público se ríe; una de las muchas carcajadas que llenaron la sala del Concertgebouw. En la siguiente escena los actores menean el trasero y perrean a muerte (esta expresión algo soez hace absoluta justicia a la frenética danza) al ritmo de un tema de trap bombástico que dice mil y una veces TWERK IT TWERK IT TWERK IT. 

Entiendo que estoy en un carnaval o en una rave. Esta impresión se confirma cuando horas más tarde una espectadora en primera fila se pone a bailar al ritmo de una secuencia musical y otro ejercita de pie las articulaciones de sus hombros al compás del beat. Los espectadores tienen permitido entrar y salir de la sala tanto como gusten; los pasillos y escaleras del Concertgebouw recuerdan a las transitadísimas galerías del Teatro Kapital en un sábado noche. Las bebidas vuelan, la gente se emborracha en primera fila. Agamenón pronuncia por quincuagésima vez (no es una cantidad hiperbólica) la musical frase ‘I so happened to be away’ mientras entona el himno de los Estados Unidos. Los aplausos cortan al actor a mitad de frase. En algún punto de la madrugada mi vecino suelta un ronquido; le despierto al punto y le indico como mejor puedo que estamos en una representación teatral. Gracias a que todo el mundo está doblado de sueño y reclinado en su asiento tengo visión ininterrumpida del escenario y de Jan Fabre en primer fila, atento a cada gesto, el único espectador infatigable.

Al concluir Mount Olympus, noté que había entre el público quien esperaba una afilada reflexión sobre el culto báquico, una fiel representación de la religiosidad griega o un sofisticado comentario sobre la catarsis. Estos espectadores habrían hecho mejor quedándose en casa.  Esta monumental obra no despunta por ser una fina celebración al culto de la tragedia, por reflexionar con acierto sobre el teatro griego, sino por gritar, supurar, escupir, acariciar, bailar, luchar y sudar JAN FABRE por todos lados.

Mount Olympus es la obra teatral más reciente y larga del artista flamenco Jan Fabre. Durante 24 horas 27 actores exploran en 14 capítulos y en cinco lenguas (inglés, francés, alemán, italiano y flamenco) un seleccionado número de personajes de la tragedia griega: Eteocles, Hécuba, Edipo, Odiseo, Dionisos y las bacantes, Fedra, Hipólito y Alcestis, Heracles, Agamenón, Electra, Orestes, Medea, Antígona y Ayax. Es una pieza que reúne todas las obsesiones marca de la casa: el insomnio voluntario, la batalla contra el sueño, los gemelos, el éxtasis de drogas y la ebriedad, la locura, los cuerpos híbridos y la transexualidad. Es una obra total —aquí el adjetivo es innegociable— que mezcla danza, música, performance, diálogo, spoken word e imágenes para contar todas las historias y que consigue trasmitir la casi totalidad de los sentimientos humanos. El deseo abrasivo con el monólogo de Fedra, la hubris del ser humano, la fuerza y la flaqueza de Heracles, la locura entusiasta de Casandra, la venganza con Clitemenestra, la impotencia sexual de Hipólito, la comedia más hilarante con la llegada de los filósofos extáticos, la desgracia con el cuerpo violado de Filoctetes, la violencia con Eteocles, etc. También hay lugar para el comentario político, como cuando Antígona se identifica con el pueblo flamenco y Penteo con el estado policial belga.

Durante 24 horas Jan Fabre junta fragmentos de diálogo, danza y música, con un fino sentido de la estructura, y sin aburrir en ningún momento, alcanzando su más ambicioso y heroico proyecto hasta la fecha: un Ulysses de la escena. Pero si hemos de citar el horizonte de influencias de esta obra, hay que señalar que Jan Fabre aprendió sus trucos de magia de Artaud.  La expresión tour de forcé no hace justicia a Mount Olympus, estamos ante un titánico tour de cruauté. La perversa imaginación de Jan Fabre fabrica múltiples formas de la tortura, los actores son lanzados por tierra, fustigados con carne cruda, asfixiados con arena, cubiertos de pintura, barro, embadurnados con ketchup, yogurt, insultados, pulidos a la comba, al juego de la soga. Dos bailarinas infatigables repiten durante media hora fouette jetés en círculos. Casandra contorsiona su cuerpo en espasmos durante 20 minutos eternos. Todo el marco textual y mítico no es sino un punto de partida para hacer trabajar los cuerpos. Mount Olympus tiene por centro la “fisicalidad” del actor, la sabiduría del cuerpo y su lenta demolición a lo largo de 24 horas de tortuoso ejercicio. En cierta manera la tragedia de estos 27 actores es estar bajo las órdenes de Jan Fabre. Si en la cosmología mítica, el destino de los hombres no es sino una partida jugada con brutalidad por los dioses, en el mundo de Mount Olympus la dignidad, la salud y  de los actores no son sino juguetes en manos de Zeus Fabre. Al concluir la obra varios actores estaban levemente heridos; sus cuerpos mancillados recogían, como una ruina, los residuos y detritos de 24 horas de existencia teatral.  Durante ese tiempo el espectador había sido testigo de la ascensión y caída de 27 cuerpos.

Con esta obra Jan Fabre despunta como un grandísimo artista de la humillación. No solo por su despiadado sacrificio de los actores, en especial por la maliciosa humillación que hace del espectador. El gran torturado de Mount Olympus es la audiencia. Si las Grandes Dionisiacas, modelo en el que se apoya esta obra, eran un despliegue de la autoridad de la polis y una reafirmación del principio de la comunidad, aquí Jan Fabre se propone burlar al público. Durante 24 horas Mount Olympus nos machaca con interminables frivolidades, frases que se repiten una y otra vez (“So That I Can Put An End To This Madness”, dice Penteo cien veces), pasos de baile ejecutados hasta el ridículo, etc. Fabre lleva a la audiencia al límite de su atención y luego exige el elogio del público en una épica conclusión en la que los actores piden directamente el aplauso. De esta broma infinita destaca la coña que hace Fabre con la tragedia griega. A base de bajo y musicón, y con la ayuda de 24 horas de fatiga, consigue colar al público la idea de que la tragedia, la bacanal y lo catártico no es sino una rave EDM.

 

Jan Fabre trae Mount Olympus al Teatro Central de Sevilla este 5 de Marzo. Solo tengo superlativos para aconsejarles que compren su ticket ya. Todo amante de la tragedia, todo masoquista teatral tiene una cita inexcusable.