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Decir lo indecible

Una conversación con Jane Caputi
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Mientras escribo estas líneas en el piso de abajo una mujer muere estrangulada por su marido o por un desconocido que se cuela en el portal siguiendo el olor diabólico de su perfume. Encuentran en la cuneta el cuerpo de una prostituta, el hermano de una adúltera se ve en la obligación de matarla y una partera limpia sus tenazas con una bayeta. Podría ser el comienzo de una novela negra importada de Noruega. Pero es la realidad de miles de mujeres en el mundo.

Mientras tanto, Oscar Pistorius se prepara una ensalada en su casa de Pretoria, las colas en el museo londinense de Jack el Destripador dan la vuelta a la manzana y Versace saca otro anuncio con una mujer desmayada dentro de un maletero. Las mujeres están cayendo como moscas y en el imaginario social se sigue tolerando, fomentando y justificando la violencia ejercida por los hombres. Un fenómeno silenciado y normalizado durante milenios como algo inevitable, casi genético, cuando no atractivo y erotizante. Millones de mujeres asesinadas en todo el mundo por el simple hecho de ser mujeres. Y hasta hace muy poco ni una sola estadística, dato oficial, estudio académico, charla en los bares. ¿Qué hay detrás de la violencia contra las mujeres y por qué se perpetúa?

Seguí con mucho interés el “affaire Ciudadanos” y su propuesta, ahora en suspenso por la situación postelectoral, de eliminar el agravante penal de género por considerarlo discriminatorio. No son cavernícolas, ni marcianos, ni machistas furibundos. Son el reflejo de una parte muy importante de la sociedad que desconoce cuál es la dimensión real de los asesinatos de mujeres. Quise hacer la prueba con mi pareja. “Oye, ¿tú entiendes la gravedad de lo que ha dicho Ciudadanos, por qué la han cagado tanto?”. Se quedó unos segundos callado y puso la cara del que sabe que se le escapa algo. “No…”.

Poco después llegó la Navidad con sus simpáticas reuniones familiares. Yo pensaba que negar que las mujeres cobrasen menos que los hombres era como negar el cambio climático o el Holocausto. “A mi que me enseñen de dónde han sacado eso”, recelaban mis cuñados -universitarios, inteligentes, buena gente- mientras se untaban una tostada de cabracho. No me pareció el momento para hablar de violencia estructural. Pero empezaba a entenderlo mejor. ¿Cómo combatir lo que se desconoce?, ¿la sociedad apunta y el individuo dispara?

Frente a mí tengo a Jane Caputi, una de esas grandes feministas estadounidenses que a finales de los años 70 agitaron el mundo académico. Una de las responsables de que hoy existan leyes contra la violencia de género. Eso me impresiona. Profesora de la Cátedra de Estudios sobre Mujeres, Género y Sexualidad de la Florida Atlantic University, es una de las madres del término “feminicidio”, un neologismo convertido en paradigma de análisis y en arma de lucha.

Caputi lleva la melena blanca de las mujeres fuertes. Su voz es aún más grave por culpa de la querencia de los madrileños a la contaminación y al tabaco. Ni cigarrillo antes de la entrevista ni perfume, nos piden amablemente. Toqueteo nerviosa la grabadora y compruebo por cuarta vez que nada puede fallar.

En 1974 se celebró en Bruselas, inaugurado por Simone de Beauvoir, el primer Tribunal Internacional sobre los Crímenes contra las Mujeres. ¿Qué significó esta reunión?

Yo todavía estaba en la universidad pero recuerdo su trascendencia. Fue algo pionero porque empezó a romperse el silencio social sobre la violencia sistemática que ejercen los hombres contra las mujeres. Allí se habló por primera vez de los diferentes tipos de violencia, desde la más extrema hasta la más simbólica o incluso la legal. Fue donde feministas como Diana Russell -con la que yo colaboré más adelante- empezaron a elaborar el concepto de “femicide” o feminicidio, llamando a las mujeres a resistir y a cambiar el mundo.

Más de dos mil mujeres de todo el mundo debatieron en Bruselas sobre violencia doméstica, pornografía, violación, incesto, aborto, trata, etc. Un congreso inspirado en los tribunales que Bertrand Russell impulsó en 1966 tras la guerra de Vietnam. “Este encuentro feminista intenta que nos apropiemos del destino que está en nuestras manos”, vaticinó Simone de Beauvoir, “es el principio de la descolonización radical de las mujeres”.

La colaboración con Russell que menciona Caputi llegó en 1990 con el artículo “Femicide: Speaking the unspeakable”, donde elaboraron una de las definiciones canónicas del feminicidio: “el asesinato de mujeres por hombres motivado por el odio, desprecio, placer o sentido de posesión hacia las mujeres”.

Cada vez lo oímos más, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de feminicidio?                                                  

El feminicidio es la violencia de los hombres contra las mujeres en un contexto de sexismo y misoginia. Hay muchas formas de feminicidio, tanto en el plano individual como institucional. La violencia doméstica, los asesinatos sexuales, los crímenes de honor, el aborto selectivo, la violencia reproductiva, las muertes debidas a la feminización de la pobreza, al sexismo ambiental, a la denegación de la atención sanitaria, etc. Es importante señalar que se trata de una idea viva, de un concepto que ha ido evolucionando con el tiempo. Fue lanzado por teóricas feministas anglosajonas pero se ha ido expandiendo, difundiendo y generando nuevos activismos. Y eso es muy positivo.

Caputi pasó por Madrid para cerrar el ciclo “Mujeres contra la Impunidad 2015” organizado por La Casa Encendida y la Asociación de Mujeres de Guatemala. Lo primero que hizo al tomar la palabra fue mencionar la Marcha Estatal contra las Violencias Machistas que recorrió la ciudad el pasado noviembre. Recordó la emoción que sintió al ver las imágenes y animó a todas las españolas a seguir en la lucha. Sisterhood en estado puro.

Una de sus grandes aportaciones fue equiparar el feminicidio con discriminaciones históricas como la raza, la religión o la opción sexual. ¿Qué implicaría reconocer los asesinatos de mujeres como “crímenes de odio”?

Se reforzaría la idea de que son crímenes basados en la idea de la dominación política y en la perpetuación de un sistema de control y privilegios. Se reconocería que no se trata de un problema de un individuo aislado con conductas desviadas y se desmontarían mentiras como que la violencia es innata al comportamiento de los hombres. La explicación biológica de la violencia masculina es ridícula. Los asesinatos de mujeres son la manifestación extrema de un sistema de opresión y de desigualdad.

Pero entonces… ¿la sociedad no ha sido siempre machista y violenta?

Que el hombre lleva la violencia en los genes y que vivimos en una sociedad machista desde el principio de los tiempos es una de las grandes mentiras que nos han contado. El sistema político y económico te vende esa idea para que creas que no hay alternativa. El problema son los ideales de masculinidad que ha construido el patriarcado, siempre identificados con la dominación violenta y sexual de la mujer. De ahí la identificación del pene con un arma: con una pistola, con un cuchillo… Incluso en el lenguaje: “te voy a follar” significa que te van a destrozar. ¡Pero si el pene  es suave, sensual, oloroso! ¡Se parece más a una flor que a una pistola!

Caputi se ríe divertida. Parece que se empieza a relajar.

El feminismo desenmascara las mentiras del patriarcado para denunciar que la violencia de los hombres contra las mujeres es una forma de control social. Y ser capaz de ver más allá y darse cuenta de esto es muy vigorizante, te llena de energía y de ganas de luchar.

Olvidémonos entonces de la imagen del cavernícola arrastrando del pelo a su mujer. Desde las monarquías absolutas a los fascismos todo régimen opresor busca legitimarse como algo eterno e inevitable. El patriarcado se remonta al 7.000 a.C. pero el hombre lleva paseando por la Tierra desde el 20.000 a. C. Hay múltiples ejemplos de sociedades matriarcales.

¿Qué han aportado las feministas latinoamericanas a la evolución del paradigma?

Ellas han marcado de forma determinante la evolución de la teoría porque introdujeron el concepto de la impunidad del Estado. En muchos casos, el perpetrador del feminicidio es la propia policía, el Ejército, las instituciones. Por acción o por omisión. Ellas elevaron el feminicidio a crimen de Estado. Con el tema de Ciudad Juárez, por ejemplo, feministas mexicanas y mexicoamericanas como Alicia Gaspar de Alba, Rosa Linda Fregoso o Cynthia Bejarano han hecho un trabajo formidable.

Lo que ocurrió en Ciudad Juárez en los años 90 fue un punto de inflexión en la percepción social mundial del feminicidio. Una sangría tan brutal e inexplicable a ojos del Primer Mundo que hasta se pensó en la implicación de sectas satánicas. En el exterminio concurrieron muchos factores, pero había un cemento común: la impunidad.

Hábleme del concepto de impunidad y de su función dentro del sistema

El concepto de impunidad es un acto ritual de apoyo y sostén del sistema patriarcal. Es lo que lo alimenta. Muchas veces los hombres no son perseguidos ni penal ni socialmente e incluso perciben cierta simpatía y atenuación de sus crímenes. A veces incluso se culpabiliza a la víctima, especialmente en situaciones de violencia doméstica (su comportamiento, su manera de vestir, etc.). Hay que terminar con el sistema de impunidad porque es lo que protege y perpetúa la idea de la supremacía del hombre. Sin impunidad no habría crímenes.

¿Es el feminicidio el brazo armado del patriarcado?

Creo que es una buena metáfora. Cuando escribí The Age of Sex Crime (1987), sobre asesinos sexuales en serie, me di cuenta de que la percepción social que había de Jack el Destripador era la de que hacía un trabajo de limpieza necesario para la sociedad. Es decir, ellos hacen el trabajo sucio de la sociedad patriarcal y por eso se les premia con la impunidad, porque el sistema necesita de la fuerza, de la imposición y del control para seguir perpetuándose. Y eso es el feminicidio.

Caputi maneja estadísticas demoledoras. Como que una de cada tres mujeres del planeta sufrirá algún tipo de violencia masculina en algún momento de su vida. O que las mujeres de entre 15 y 45 años tenemos más probabilidades de morir a manos de un hombre que de cáncer, malaria o accidente de tráfico.

Que levante la mano la que no haya tenido el gusto de cruzarse con un exhibicionista. Yo he recordado mis románticos encuentros y podría hablar de ocho o nueve. No llevan gabardina. Y lo más extraño es que al llegar a casa ni lo he comentado. La tolerancia a las violencias cotidianas facilita el desencadenamiento de la violencia más extrema y definitiva que es la muerte. El feminicidio, como apuntan muchas voces, es la punta del iceberg.

Feminicidio, ginocidio, terrorismo machista… ¿Qué importancia tienen estos neologismos?, ¿son palabras duras para buscar mayor visibilización y sensibilización social?

Lo que no tiene nombre no existe. El feminicidio es una forma de genocidio contra las mujeres y por eso la aparición del término es fundamental. Nombrando la realidad se empieza a romper el silencio. Pero no son metáforas. La violencia machista es terrorismo. El terrorismo te enseña que en cualquier momento puedes ser su víctima y el feminicidio funciona según la misma lógica. Esta amenaza modifica tu comportamiento, tu mentalidad, dejas incluso de hablar. ¡Yo como mujer no me siento segura en este mundo! La violencia se emplea de modo ejemplarizante, disuasorio, para que todas las mujeres aprendamos la lección. Es una manera de mantenernos siempre alerta, de instalarnos en el miedo. Pero no queremos que se nos vea solo como víctimas. Las mujeres estamos luchando y resistiendo. Todo el movimiento feminista está diciendo: no tenemos miedo, no volveremos a estar calladas. Así que no se trata de ninguna metáfora: ¡el feminicidio es terrorismo!

Caputi ríe zanjando la pregunta con la contundencia de quien ha discutido muchas veces sobre la pertinencia de estas analogías entre formas de violencia. Pienso en pequeñas coacciones que sufrimos por ser mujeres, como no poder volver solas a casa por la noche. ¿No es eso un terrorismo de baja intensidad que nos obliga a cambiar nuestro itinerario, nuestros hábitos, a mirar simbólicamente debajo del coche? Permítanme hacer una reflexión incómoda. El terrorismo de ETA mató a 829 personas en cincuenta años. En los últimos veinte, el feminicidio se ha cobrado a 1.300 mujeres.

En España existe un macabro baile de cifras. Los datos oficiales del Ministerio hablan de 57 mujeres asesinadas en España en el año 2015. Pero las asociaciones elevan la cifra a 109. Mientras activistas y académicas como Caputi amplían el concepto de feminicidio hasta las muertes derivadas de la cirugía estética, en España sigue instalada la cortedad de miras. Y es que la Ley Contra la Violencia de Género solo contabiliza las víctimas por violencia doméstica: ni violaciones ni asesinatos de prostitutas, por ejemplo.

¿No cree que la sociedad está cada vez está más sensibilizada con la violencia doméstica pero no es consciente del resto de violencias que se ejerce sobre las mujeres?

La violencia doméstica es probablemente la primera causa de muerte entre las mujeres, asesinadas por hombres que dicen que las quieren cuando el amor significa posesión. Pero también tenemos que entender que las mujeres son víctimas de feminicidio de muchas otras maneras. Esa es sólo una parte de la realidad.

Caputi representa lo mejor de los departamentos de Estudios Culturales que nacieron en las universidades estadounidenses en los años 70. Lugares donde se daba voz a las minorías y a los desheredados y se elaboraban estudios postmarxistas sobre el Tío Gilito. Experta en analizar la cultura popular con perspectiva de género, Caputi maneja un discurso estimulante donde lo académico se mezcla con referencias a Axl Rose, Calvin Klein o Psicosis.

¿Cuál es el imaginario de la violencia contra las mujeres en la cultura popular y qué responsabilidad tienen los medios de comunicación?

La violencia contra las mujeres forma parte de la industria del entretenimiento. Todos los días se lanzan millones de mensajes culturales de contenido sexista y misógino que se normalizan por repetición. En el cine y la publicidad la violencia puede presentarse como atractiva y glamourosa. Matarnos es sexy porque en los roles de género el hombre debe ser dominante y la mujer sumisa. Desde el asesinato pornográfico de la bañera de Psicosis al encumbramiento de los serial killers como héroes populares, los medios envían mensajes feminicidas como si fuesen sacerdotes de una iglesia para que la sociedad los interiorice. Estamos es una cultura feminicida y tenemos que estar muy alerta.

Es la trilogía de cualquier sistema de control social: además del uso de la fuerza y de la impunidad, la perpetuación del feminicidio necesita de la propaganda. Durante su charla en La Casa Encendida se hizo el silencio ante las imágenes sexualizadas de mujeres supuestamente desmembradas, mutiladas o en posición de haber sido violadas usadas para vender un cinturón o un modelo de coche. Pero el ejemplo que más me impresionó fue el anuncio de Nike colgado en la web del atleta sudafricano Óscar Pistorius, acusado de matar a su novia. “Yo soy la bala en la recámara”, rezaba el slogan. “Están escribiendo el guión de futuras muertes”, nos estremece Caputi.

¿Por qué cree que el feminicidio ha sido el modelo aplicado en otros sistemas históricos de dominación?

La confiscación patriarcal de la sexualidad de las mujeres y los poderes reproductivos significa, simbólica y ritualmente, que los hombres dirigentes pueden poseer, explotar y violar a todos y a todo lo que se pone en el lugar de la mujer, incluyendo a los grupos estigmatizados, la propiedad de la Tierra y los recursos naturales. El esclavismo, el imperialismo, el colonialismo, el capitalismo, la degradación del Medio Ambiente... Hay muchísimas analogías entre la violación de una mujer y el abuso de la Naturaleza. Y esto nos conecta con un nuevo sistema de dominación, el ecocidio, perpetrado en muchos casos por las transnacionales

Primero fueron las mujeres y después los hombres. La lógica es sencilla: si puedo cosificar y poseer a las mujeres, ¿qué me impide colonizar pueblos, tener esclavos, explotar trabajadores, degradar la Naturaleza? La teoría de Caputi es muy interesante porque en el problema, además, se incluye la solución. Luchando contra el feminicidio lucharíamos contra el resto de opresiones históricas porque atacaríamos la fuente misma de la que mana la desigualdad. Caputi cita a Vandana Shiva: “La guerra contra la tierra, la guerra contra el cuerpo de las mujeres, la guerra contra las economías locales y la guerra contra la democracia… Todo está conectado”.

¿Cree que las cosas están empezando a cambiar?

Por supuesto que sí. Aquí estamos tú y yo, ¿no? Hace 100 años no podríamos estar teniendo esta conversación y mujeres como yo no estaríamos en la Universidad. Más de diecisiete países han incluido en su legislación el término feminicidio. Estamos cambiando las leyes. Es verdad que no se aplican, pero es un progreso enorme. Las cosas están avanzando lentamente, pero avanzan. 

Con la ilusión de quien tiene delante a la cantante de una banda de rock, le pido un mensaje para las mujeres españolas. “¡Hola, hermana!”, sonríe. Y este saludo fraterno me recuerda cuál puede ser la última pregunta. A Caputi se le ilumina la cara.

¿Cree que la nueva tendencia hacia la “sisterhood” o hermanamiento entre mujeres puede ayudarnos en el combate?

Es esencial. No somos individuos aislados sino seres profundamente interrelacionados. Creo que todos estamos espiritual y energéticamente conectados, todos pisamos la misma Tierra y respiramos el mismo aire. Si te hago daño a ti me estoy hiriendo a mi mismo. El problema es que hay mujeres que discriminan y oprimen a otras mujeres. Alcanzar la “sisterhood” no es tan fácil como decir “venga, seamos todas hermanas”. Pero por supuesto que debemos luchar por la unidad entre mujeres.

Caputi comparte una confesión. Cuando terminó de escribir The Age of Sex Crime se preguntaba exhausta de dónde habría sacado las fuerzas para acabar el libro. Una noche se le aparecieron en sueños tres de las mujeres asesinadas que ella peleó por sacar del basurero de la Historia. “¿Quién crees que te ha ayudado? ¡Fuimos nosotras!”.

Jane se despidió de Madrid con una cita cargada de emoción revolucionaria:

“Las mujeres de hoy son los pensamientos de sus madres y sus abuelas, encarnados y vivificados. Millones de mujeres, muertas y desaparecidas, están hablando a través de nosotras. Si somos falsas ante las demandas de la mujer, entonces somos falsas antes las madres que nos llevaban. Las venganzas del tiempo están en nuestras manos”.

Matilda Joslyn Gage, sufragista y feminista estadounidense (mayo 1880).

 

 

Imagen de portada: Masha Bruskina/ Gestapo Victim, de Nancy Spero (1994); Jane Caputi durante su visita a Madrid; gráfico de las preferencias sobre el sexo del futuro hijo en todo el mundo, proporcionado por womanstats.org; manifestación contra la impunidad por los crímenes en Ciudad Juárez; graffiti en la ciudad de Beirut, fotografiado en 2013 por Jacqueline Hadel (la serie completa en su blog); portada de la revista Spare Rib.