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¿Debate en el vacío?

Un encuentro sobre nuestra fuga de cerebros
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A raíz de la llegada de la crisis económica al Reino de España allá por 2008, el proceso de deterioro de su particular mercado de mercancías ficticias —más conocido como mercado de trabajo—, ya de por sí portador de numerosas disfuncionalidades que no viene al caso mencionar, pareció haber llegado también a sectores laborales de alta cualificación. Debido a esta presunta coyuntura, se empezó a hablar con contundencia —películas castizas aparte— de “fuga de cerebros”. Dando este hecho por comprobado, variopintos medios se apuntaron al carro de la inflación de noticias al respecto en clave, según el interés perseguido, de tragedia o de oportunidades de movilidad. No en vano se cuadruplicó —si se comparan los años 2008 y 2012— el número de noticias en prensa concernientes a este asunto. Si se trata de analizar el tejido laboral español en términos estructurales, resulta llamativo en primer lugar la amplificación de la presunta situación de estos sectores cuando la gran mayoría del empleo destruido evidentemente residía en sectores de baja cualificación —procedentes en gran parte, como es sabido, de una de las especialidades de la casa, la construcción—, por lo que la puerta del cuestionamiento de la relevancia de este fenómeno queda desde el comienzo abierta.

Ya con la espada afilada, si se buscan las fuentes estadísticas susceptibles de registrar la migración de esta mezcolanza de profesionales simplificada en “cerebros”, esta inicial puesta en entredicho muta en la más desalentadora confusión. La sociología del trabajo más reciente y sensata advierte: no confíe en el Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero; apenas una décima parte de los españoles emigrados entre 2007 y 2013 nacieron en el Reino, por lo que todo parece indicar que más del 90% restante se va retornando en gran parte a sus países natales. Si apuramos, tan siquiera esa décima parte aparece desglosada según el nivel de cualificación, por lo que es misión imposible contar los estimados cerebrines. Tampoco se fíe mucho de las encuestas del INE sobre Recursos Humanos en Ciencia y Tecnología referentes a la migración de doctores; los diseñadores de los cuestionarios no parecen haber considerado pertinente incluir con claridad ítems como la falta de expectativas, la crisis o similares. Ya con la mosca detrás de la oreja, de la EPA ni hablamos: yendo a tientas entre 2007 y 2013, y a pesar de registrarse un descenso de la actividad en licenciados universitarios —se está siendo muy laxo con el criterio de demarcación de “cerebro”, como puede verse— de 25 a 29 años de edad, se crearon 402.900 empleos en ocupaciones técnicas (de alta cualificación), a pesar del evidente sesgo generacional existente a la hora de acceder a los mismos en detrimento de la población joven. No obstante, no está nada mal si se compara con el saldo negativo del conjunto, que suma en este periodo un total de 3.434.300 puestos. ¿Qué puede inferirse de esto? A pesar de que aquí de momento no queda otra que balbucear —la evidencia empírica disponible como ha tratado de ponerse de relieve es casi inexistente—, si se entiende por fuga de cerebros un fenómeno relevante, al menos en términos estadísticos, que sirva para hablar de un problema fundamental en nuestro país, no puede darse de momento por existente. Todo ello, para mayor asombro, a pesar de la inveterada racanería en I+D de la que han hecho gala los distintos gobiernos de turno.

No obstante, y a riesgo de hablar sobre el vacío, no deja de ser nutritivo un debate en torno a este asunto, tal y como reflejó la charla organizada por la plataforma cultural La Grieta en colaboración con Bo-Social Innovation Hub y el Círculo de Bellas Artes el pasado 10 de Diciembre. En primer lugar por el enfoque ofrecido, consistente en centrar la atención en dos momentos clave de la historia española —el estallido de la Guerra Civil y la crisis comenzada en 2008—, lo que permite evitar el trazo de falsos e interesados paralelismos entre estos dos momentos en lo que al éxodo de materia gris autóctona se refiere. En segundo lugar, por la firme decisión de prescindir para ello de la lógica del experto que se dirige al auditorio con mentalidad de seminario de doctorado, lo que dificultaría el debate público. Con todo, la selección de ponentes no deja de ser llamativa: un catedrático de Historia Contemporánea que ponga en sus justos términos el exilio republicano y que al mismo tiempo sea consciente del auditorio al que se dirige prescindiendo de la clase magistral, un doctor en Filosofía amante de la ironía por la ironía misma al referirse a este fenómeno, un anarcosindicalista al que los asuntos de la academia apenas inquietan y un arquitecto evanescente al que sobraron la mitad de los escasos minutos disponibles.

Con un pequeño chiste de historiadores y un alegato iniciaba su ponencia Ángel Bahamonde, catedrático de la Universidad Carlos III, aludiendo a la envidia retroactiva que habría de sentirse de Francia y Rusia, clásicos países exportadores de marquesitos asustados por los episodios revolucionarios, al contrario que nuestro particular reino. “Desgracia intelectual”, afirma Bahamonde como consecuencia del exilio de lo que defendió como la Generación de Plata de la intelectualidad española, concordando con los libros de texto de literatura de bachillerato todavía pasados por el filtro del canon nacionalcatólico (Gregorio Morán dixit). Seguidamente, evoca una imagen: México D.F., Vía López, número desconocido. Allí aún existe una cafetería donde sus camareros lucen uniforme republicano, cuyo significado desconocen. A pesar de todo —se consuela— un testimonio de la huella indeleble del exilio republicano. Al otro lado del charco, un páramo desde el exilio liberal orteguiano, vuelta unos años después aparte, con el rabo entre las piernas y dando clases a señoronas de cuello de visón. Cortando con el estereotipo literario de la intelectualidad de la etapa republicana, menciona con razón la marcha de importantes científicos no computables en términos de celebridad. Como marxista de la vieja escuela se excusa acerca de la adopción de la denominación “Edad de Plata”: al fin y al cabo, aunque fueran en su mayoría unos exponentes de la burguesía, eran buena gente defendiendo la libertad de conciencia, de expresión, etc. Su coda, al más puro estilo del lamento de bar: en este país se importan futbolistas y se exportan expertos. Los inversores prefieren dejarse los dineros en Cristiano Ronaldo que en la investigación.

A José María Bellido, doctor por la Universidad de Bolonia, no le suscitó sentimentalismo alguno el diagnóstico dado por su compañero de mesa. Más bien, nada parecía evocarle el asunto que le traía a pronunciar su ponencia más allá del anecdotario, mostrando más preocupación por hacer las veces del Richard Rorty de la charla. Devoto de los giros literarios, su tarea parecía estar más centrada en buscar la risa del oyente por medio del comentario incesante de las diversas estancias de algunos intelectuales durante los años 40 y 50 en diversos países —María Zambrano pasándoselo en grande en la Cuba de Batista o los médicos en la austera Unión Soviética— o la lectura de páginas del diario ABC donde figuran testimonios de científicos solicitando una secretaria para el correcto desempeño de sus funciones. Más allá de ello, no parecía que se quisiera llegar a ninguna parte. Proveniente de un espectro ideológico opuesto al de su predecesor en la charla, se echó en falta un esbozo por su parte de alguna hipótesis alternativa que diera juego para el debate sobre el exilio de intelectuales a raíz de estallido de la Guerra Civil, más allá de la búsqueda ociosa de la provocación —que al final de la charla encontró algo de premio, facilitado por su antecesor—  y de la exhibición de jocosidad. Conclusión previsible: prueben suerte en el Estado Islámico para prosperar.

El siguiente en hablar, David G. Aristegui, parecía ir en serio políticamente, tratando de poner, a pesar de exhibir cierta nostalgia por el músculo sindical de la vieja escuela, en tela de juicio la fuga de cerebros como fenómeno relevante, tarea en la que no se escatimaron pequeños recados a algunos movimientos sociales que contribuyeron al movimiento 15-M (“Con El País como plataforma, yo así también convoco una mani exitosa”, dice mencionando a Juventud Sin Futuro). Poniéndose manos a la obra, arremetió impávido contra una noción en principio reivindicativa como la de exilio económico, acusándola de adolecer de clasemedianismo. Fetiche de la clase media que además es a su juicio fruto de una derrota política que ignora a las viejas luchas sindicales de clase, lo que muestra en última instancia la desconexión entre los distintos frentes de batalla, abiertos muchos por las movilizaciones del último lustro (algunas de las cuales atienden a reivindicaciones de nenes de clase media que apenas perciben una leve corriente de proletarización cuando no les queda pasta para pagar la hipoteca, afirma). La magnificación de lo que sucede en la academia, continúa Aristegui, tiene una expresión paradigmática en un curioso capítulo de la última etapa de Zapatero: ríos de papers contra la ley Sinde, y de los manteros chupando cárcel no sabe/no contesta.

Por su parte, el catedrático de arquitectura Luis Feduchi dedicó su turno de palabra a un breve esbozo de la experiencia propia en el mundo de la movilidad académica. A pesar de su papel testimonial, no dejó de aludir a la operación diseñada de maquillaje de los datos para reforzar el esquema preestablecido por parte del diario El País en diversas noticias referentes a la migración española, siendo él mismo una víctima de este proceso. Hastío y voluntad de mejora —incluso cuando a los arquitectos en el Reino les iba de maravilla— fueron los motores de sus salidas. La sensación de romper con un pasado o de empezar una vida nueva no fueron experimentadas según su lánguido microrrelato autobiográfico.

 

 

 

En el turno de preguntas, consistente en gran parte en cuestiones aclaratorias, de concreción o de matiz, la sangre no llegó al río. No obstante, no careció de una de las anécdotas más aprovechables de la charla, referente a las oscuras vocaciones primigenias del CSIC, firme en su determinación por la recuperación de Santo Tomás de Aquino como faro intelectual y de la búsqueda del gen rojo a cargo de Vallejo Nájera padre. Tiempo para lamentos enérgicos de leves puñetazos en la mesa también hubo, a cargo de la negligencia de un alumnado de historia más ocupado en atender el WhatsApp que en coger apuntes sobre La Canadiense. Cuando parecía atisbarse un leve enfrentamiento entre los dos primeros ponentes acerca de una cuestión a la postre bizantina —acerca de la equivalencia o no del patrimonio de la corona española y el patrimonio estatal durante la Restauración—, el moderador consideró pertinente lo que quizá parecía más oportuno: convocar a los asistentes a una ronda de cervezas en el bar más cercano. Y aquí paz y después gloria. Más dudas que antes, si cabe.