Contenido

De precaria a dominatrix

La historia de Zandra
Modo lectura

El BDSM pasa por ser una parafilia, una desviación, pero es también un espacio donde residen algunas de las mejores metáforas sobre las relaciones de poder de nuestra sociedad. Y buscando personajes que las encarnen, encontramos a Zandra. Una voz dulce al otro del anuncio por palabras de esta joven dómina, que nos va contando su historia. La historia de cómo una chica vulnerable lucha por abrirse paso en el mundo del placer y el dolor profesional.

No busques trabajo, dicen, no lo encontrarás. Mujer sin apellido, muy joven, con formación y vocación artística, ¿a quién le interesas? Se pasea por las calles de su ciudad, entregando currículos que reciben con mala cara, y respondiendo a ofertas de comercial o teleoperadora (los contratos mercantiles no parecen acabarse ni con la crisis). Nada en lo que se pueda aguantar más de un mes.

El fin de semana no se distingue de los demás días. ¿De qué descansar? Pero el ritual de la fiesta aún se alimenta a cambio de unos cuantos euros ahorrados. Pocos, por cierto. Cuando desaparezcan, junto al derecho al ocio, ¿a quién le importarás en esta ciudad? Si no consumes, ni siquiera la publicidad es para ti, ni los amigos, ni el alquiler... Pero esta noche va a ser diferente. “Salí a bailar porque me encanta. Romper con todo, el caos, sudar, gritar en mitad de la música.” El espectáculo del desfase, pues ya nadie está aquí para desconectar del trabajo semanal (que no existe), sino para intentar conectar con otro algo, algo que está en otra parte, con algo extremo que parezca real. “No consumo ninguna sustancia, pero entiendo perfectamente que la gente lo haga. Quizás es el único momento en el que te sientes vivo”, nos dice mientras nos relata esa noche, su bautismo en la disciplina BDSM.

Bailaba en una discoteca del centro de la ciudad “sin pensar en nada ni en nadie. La música te convierte en un instrumento, no tienes que pensar ni medir, sólo seguir el ritmo. Hasta te olvidas de vigilar el maquillaje”. Y desde la pista, divisa a alguien en la barra. “No sé porqué me llamó la atención. Sólo estaba parado; mientras todos nos movíamos, sudábamos, gozábamos, él estaba allí, quieto con su copa. No sé porqué me acerqué. Me atraía algo de él, quizás algo que percibía sin entender.”

Conversaron el resto de la noche, hasta que el ritual continuó como manda la tradición no escrita: “después de un rato, lo típico. Era un chico agradable, así que me lo llevé a casa con la escusa de un último gin tonic. Era extraño, porque se suponía que en algún momento deberíamos besaros o algo así. Pero ese momento no llegaba. Yo estaba cómoda, no soy de agobiarme por lo que un chico vaya a pensar de mí. Pero él… Estaba callado, sólo respondía con monosílabos”. Nuestra heroína postmoderna es bajita, quizás no llegue a 1,60 metros, pero tiene una extraña seguridad que impresiona. Nos cuenta que hace unos años se zampó todos los vídeos de coaching que hay en YouTube, y que “muchos son mierda, pero sí que saqué una conclusión: si no confías en lo que tienes, estás jodida, jodida de verdad. Tienes que creerte lo que tienes, sea lo que sea, porque si no sólo parecerá que eres basura”. Y estaba a unos minutos de descubrir que esa creencia iba a marcar la diferencia.

Lo real es un desierto, dicen los filósofos. Quizás por eso, cuando decae el espectáculo, sólo hay silencio. “Se sentó en el sofá-cama. Mi apartamento es un pequeño estudio, y él parecía sentirse cómodo.” Vivimos indiferenciados. Un continuo entre el salón y la cocina, entre trabajar y no trabajar, entre cenar y tener sexo. Necesitamos las fronteras de la explosión, del goce, aunque sólo sea para el simulacro de que algo ocurre, algo que signifique algo para alguien, para ti mismo. Y es en esa indiferencia, donde sólo lo humano se abre paso. “Yo intenté darle conversación al principio, pero él no respondía. Tampoco parecía tímido. Simplemente, estaba pensativo, como calculando lo que iba a decir. Finalmente, cuando estaba en el fregadero tomando un vaso de agua y preparando unos aperitivos, lo dijo. Lo recuerdo perfectamente: Quiero que me trates como a un perro.”

“Me quedé a cuadros. Pero fue explicándome cada punto, cada paso, con tanta naturalidad, con tanta verdad, que me pareció una idea genial. O, al menos, real, importante. Yo conservaba una cadena de un perro que había cuidado hace unos meses. Así empezó todo. En un rato, yo me había puesto mis tacones de aguja, y lo estaba guiando por toda la casa para que lamiera el suelo.”

“Yo dejé que saliera de mí la dómina que no sabía que tenía. Le di rienda suelta. Él deseaba mi poder, mi fuerza, mi firmeza. Y yo tomé su voluntad y me hice dueña de ella. Totalmente.” Juegos de adultos. En el vacío desierto de lo real, agarrarse a la esencia, a la chispa que te permita reconocerte, aún, como parte de la humanidad. “Y finalmente le dejé masturbarse en mis zapatos como gratificación. Al terminar, estaba muy relajado. Se había tirado al suelo, desnudo, y no dejaba de felicitarme susurrando cosas que no entendía.”

Un cuerpo que se deja caer, que se deja respirar, que se deja sudar, abandonado. Como en la pista de baile, pero más allá de los límites. Desde sus tacones, desde ese trono simbólico, le contempla: Ha nacido Zandra. Ahora ofrece sus servicios por internet. Puedes encontrarla en la sección de páginas de contactos como pasion.com o milanuncios.

¿Qué lleva a alguien a buscar la humillación, el entregar su voluntad?, le preguntamos. “Al principio no le entendía. Yo empecé sólo con él. Después vinieron más, gente que él conocía de este mundo. Después, clientes desconocidos que respondían mis anuncios. Lo que quieren es desconectar, quitarse presión. Esto tiene poco que ver con el sexo. De hecho, yo nunca tengo sexo explícito con mis sumisos. Yo al principio pensaba eso de en todas partes tiene que haber de todo, y lo veía como una rareza más. Después, he ido viendo que esto es mucho más profundo.  Creo que para muchos, el rato que pasan conmigo es lo más real de su semana.” Tener que ejercer un rol, un personaje, para sentir algo real. Si hay que disfrazarse para la verdad, ¿es que en el día a día reside la mentira? “Algo así. En realidad, tiene sentido si lo piensas. Esta gente, yo misma, todos, estamos todo el tiempo yendo de aquí para allá representando un personaje, un papel. Aquí, se abandonan, se dejan hacer. Esto que cualquiera entiende como humillación, para ellos es desconectar del papel que ejercen todo el tiempo. En sus familias, en sus trabajos,… Alguno me ha llegado a decir que para él esto es una forma de meditación.”

Sin embargo, tú aquí estás trabajando. Esto es, ahora, tu medio de vida. Tú no puedes desconectar… “No, yo no desconecto aquí. Al contrario, esto me exige al máximo. Tengo que estar atenta a todos los detalles, a su respiración, a sus ritmos. Con el tiempo, he conseguido un buen dominio de las cuerdas y demás, pero sobre todo he aprendido a meterme en sus mentes. Aquí hacemos de todo, desde transformismo, adultos que se convierten en bebés… Lo que siempre se hace es someterse, entregarse. Y eso exige cuidarlos. Ellos se entregan, así que yo asumo mucha responsabilidad.” Porque su camino para ser dómina, es su camino a servir. “El que paga manda, y aquí pagan ellos. Yo estoy aquí para ellos.”

El BDSM nos enfrenta a una paradoja sobre la naturaleza del poder. La base del mismo es la delegación, pero a su vez, en esta asimetría, la responsabilidad que asume el rol dominante le convierte en sirviente. Es el sumiso quien puede dejarse ir, quien recibe el servicio. Si la libertad es una mercancía que podemos vender, o, mejor dicho, que de hecho vendemos, a cambio de un salario, de reconocimiento social, cargamos con un semblante que nos aplasta como una losa y, la única forma de sobrevivir a él es encontrar un cuerpo sobre el que dejarla caer. Ahí reside Zandra.

“Es increíble el nivel de excitación que sienten. Jamás antes había visto a un hombre con ese nivel de excitación. Sus jadeos se convierten en berridos, en mugidos, en ladridos. Se hacen animales. Yo les disciplino, acepto su trato y les trato como bestias. A la vez, les cuido.” ¿Podrías decir, incluso, que hay cierta “pureza” en ese encuentro? “Desde luego. Yo doy lo mejor de mí misma. Esto es más que un trabajo. Mi presencia, mi alma entera, toda mi energía la pongo en cada encuentro. Creo que en poco tiempo he conseguido que Zandra sea conocida en este ambiente. Es el nombre de algo importante, de algo que es verdad. Es mi oportunidad para ser alguien.”

Una marca personal es un cuerpo marcado. Como las vacas, sí, llevamos la marca de la individualidad de nuestro amo: el servicio que ofrecemos y a cambio del cual intentamos ganar una vida. Lo contrario a ganarse la vida es perder la vida. Los carismáticos señores de los negocios, ahogados en su propio éxito, encuentran en Zandra el oasis en el que diluirse. Sobrevivir a su paradójica servidumbre (que aparenta dominación), con dominio (que aparenta sumisión) porque, al final, el cliente siempre tiene la razón. Nos queda una pregunta final. Una pregunta sin responder. ¿Dónde encuentra Zandra su propio descanso? En la cadena de entrega de voluntad, de comprar y vender control, siempre hay alguien al final. Alguien que no tiene a nadie debajo a quien entregarse ni en esta ficción. “Pues en mi madre, supongo. La verdad es que muchas veces descargo con ella. A veces llego a casa y me pongo a llorar. No es de tristeza, es como de saturación. Y ella ni siquiera sabe lo que hago. No sé cómo lo lleva, nunca hemos hablado del tema.”

En 1548, Étienne de La Boétie, escribe esto en su manifiesto La servidumbre voluntaria: “Sólo a la libertad los hombres la desdeñan, únicamente, a lo que me parece, porque si la deseasen la tendrían: como si rehusasen a hacer esa preciosa conquista porque es demasiado fácil”. La libertad es demasiado, demasiado preciosa, demasiado fácil desdeñarla. Por eso, nos dice, la entregamos.

Zandra ha aprendido el juego, y lo ha convertido en su forma de poner un plato caliente en la mesa, su nicho de mercado en este circuito de delegación y entrega de la libertad. El BDSM es un parafilia, claro, y los demás podemos leer estas líneas como leen la historia de un caso extraño, freak. Pero ¿acaso Zandra no es el éxito que tanto esperamos? Adaptarse, mutar, ser alguien. Ser necesaria en el mercadeo de la libertad. Encontrar tu hueco, tu nicho, tu empleo, tu marca, en un circuito de poder que has de creerte, o estás fuera.

Recientemente, volví a preguntarle a Zandra qué habría pasado si esa noche hubiera topado no con un sumiso, sino con un saltador en paracaídas o un chamán. La respuesta es nuestra respuesta. La de una sumisión que es más que un juego de roles. “Pues no lo sé, todo habría sido diferente. Pero, ¿qué importa?” La tecnología o burocracia del placer que resulta ser la disciplina del BDSM, como juego de roles en torno a la libertad, ¿no resulta clarificadora sobre nuestra personal búsqueda de reconocimiento, de poder decir: mírame, cómprame, existo para ti? ¿No es esta la sumisión que aceptamos en el “aprovecha tu oportunidad”?

 

En portada, foto de Wigwam Jones tomada en Exotica Expo (Detroit).

Ventanas en el barrio rojo de Bruselas, por Patrick Marioné y fotografía tomada en el Sexy International Paris Film Festival por Philippe Leroyer.