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Al volante con Josep Garganté
Sobre la “nueva” y la “vieja” política
A estas alturas Josep Garganté ya no es ningún desconocido. Su fama, dirán algunos recurriendo a una frase hecha, le precede. Al tercer regidor de la CUP en el Ayuntamiento de Barcelona le han dedicado decenas de artículos en la prensa catalana y española, y ninguno de ellos positivo: “El lado salvaje de la CUP” (El País), “el concejal más polémico” (El Periódico), “un antisistema con sillón en el Ayuntamiento” (Abc), “El más antisistema de los antisistema” (Libertad digital), etcétera. En realidad su fama no le precede: es una construcción mediática que esconde al verdadero Josep Garganté. Es más, debajo de “Josep Garganté” —el satán independentista de los medios— se encuentra no sólo Josep Garganté —la persona, su biografía—, sino también “Josep Garganté”, o una manera de entender y hacer política que algunos, precipitadamente, (des)calificaron como “vieja”.
Aquí estoy, de pie, una cálida tarde de Barcelona, esperando para averiguarlo. El otoño, como siempre, se hace esperar, aunque las primeras hojas de los plátanos comienzan a desprenderse ya de los árboles. El 114, con Josep Garganté al volante, llega puntual a Plaça Gal·la Placídia. Nos hemos citado aquí, y no en ningún despacho, y la verdad es que no habría tenido sentido haberlo hecho en cualquier otro lugar que no fuese éste. Garganté, ya lo saben, es conductor de autobús. También es un conocido activista sindical —él rechaza el término sindicalista, dice que está muy desgastado—, primero en la CGT, ahora en la COS. Todo esto es sabido, pero es importante recordarlo, porque el trabajo forma parte de nuestra identidad, de quién somos. La “nueva” izquierda ha eliminado ese factor de la ecuación y la fórmula no proporciona los resultados esperados. Un tema sobre el que volveremos a lo largo de nuestra conversación, mientras el autobús sube y baja las inclinadas pendientes de Can Baró, abre y cierra puertas, los pasajeros entran y salen, entre bocinazos, ruido de motor, palancas de intermitente, marchas de cambios. No pudimos hablar de todo, pero sí de mucho. Si van a subirse a este autobús, un aviso: no se pierdan entre las siglas de partidos, viejos y nuevos. Y agárrense, que vienen curvas.
Un hombre levantando la bandera
“Si vamos a hablar no vamos a poner música”, me propone mientras enciendo la grabadora. “No me digas que pones Manliftingbanner en el autobús”, le digo. “Cuando vuelvo a la cochera, sí. Manliftingbanner me gusta, y además los conozco…” En cualquier caso, hoy no lleva nada de Manliftingbanner, sino de Walter Schreifels, ex de Gorilla Biscuits. Pero mejor dejemos la música para otro día… Sin muchos rodeos, le pregunto a Josep Garganté por su relación con los medios. “Al principio había curiosidad, interés… Ahora parece que no te soportan”, le comento. Se ríe. “Pilar Rahola incluso me llamó ‘el antisistema del año’”, bromea; “¡bah!, me han llamado de todo”. Garganté ya no concede tantas entrevistas con los medios, ¿por qué? “Después de las elecciones, nuestra intención es que las caras visibles [de la CUP de Barcelona] sean María José [Lecha] y María [Rovira]. Por lo tanto, después de las elecciones ya no concedí entrevistas a ningún medio. Me las han pedido, pero he contestado que no iba a concederlas, que nuestra decisión era que las hiciesen ellas primero. Creo que eso muestra la prevalencia del hombre en los medios. En algún caso incluso me han dicho: ‘Si no la das tú, no la sacamos’. Pero nos pusimos duros y dijimos: ‘Bueno, entonces no habrá ninguna entrevista’. Entonces cambiaron de opinión.”
Garganté sólo concede entrevistas a medios alternativos, no a El Periódico, ni a El País, ni al diario Ara. “Pero ahí hay todo un debate: hay quien dice que si no estás, ellos controlan lo que dicen sobre ti, sin que tú puedas dar tu versión de los hechos”, le señalo. “Ya, pero eso desde el primer día”, me contesta rápidamente. Si es verdad que Garganté, como dicen, es un hombre de acción, también demuestra serlo en la palabra. “Es inevitable, al final hacen una caricaturización, tanto de la candidatura como de nosotros mismos”, añade. “Nos pasa un poco lo mismo que a las luchas vecinales o laborales, que no aparecen si no hay bronca o teatro. Y si no, no sales. El problema es que entras en esa trampa: o hay una cosa, o la otra, o no sales si no pasa una cosa noticiable, según ellos”. Hablando de eso… “Mi amigo Roger Peláez dice que al principio hacíais demasiadas performances, como lo de los billetes o la lápida”, aunque, concedo, “quizá fuera la única manera de llamar la atención de los medios de comunicación entonces”. “Sí que es cierto que sería problemático si la única visión fuese ésta: la de la performance. A veces son detalles que tampoco…, que tú no le das ninguna importancia. Que yo fuese a las manifestaciones del Banc Expropiat no es algo extraordinario, es lo que hemos hecho toda la vida. Que se monte este escándalo, para nosotros, bueno…, es algo que no hemos ido a buscar ni propiciar. La única diferencia es que ahora somos cargos públicos. Y eso les sirve para decir que participamos en tal cosa o legitimamos tal otra.”
“Mira —insiste—, a mí, lo que digan los medios me da igual. Después de las huelgas de autobuses La Vanguardia llegó a publicar mi número de teléfono, llamarnos ‘mafiosos’… Llega un momento en que es hasta casi un orgullo”. Y comparando la reacción de los medios y de la gente a pie de calle, afirma con orgullo: “Llevo 14 años al volante del autobús. En 14 años no me han abierto ni una queja de pasaje. Y la pueden abrir en cualquier momento, ahora también desde internet. Pero en 14 años me han abierto más de 30 expedientes sancionadores. Con el primero te preocupas, pero con el tiempo le pierdes el miedo. Con la prensa pasa lo mismo. Si te preocupa, te condicionan.”
Del autobús al Ayuntamiento
El autobús sube las empinadas calles de Horta-Guinardó. El motor ronronea. A pesar de los medios, hay mucha gente que te apoya, ¿no has pensado en volver a presentarte? “No, no”, responde sin dudar. “De ninguna manera. Con cuatro años es más que suficiente”. ¿Y por qué? “Los primeros meses se nos hicieron muy cuesta arriba. Por muy mala imagen y por muy mala idea que tengas de los políticos profesionales, cuando estás allí dentro te das cuenta de que te quedas muy por detrás. El nivel de cinismo, de hipocresía, es tan grande…, pero ellos viven tan confortables y con un colegueo tan enorme que te sientes mal. Yo le digo a la gente que lo peor del ser humano está allá dentro, los peores defectos”. Y continúa: “Obviamente uno no se puede sentir a gusto. Es muy fácil que de alguna manera te acaben cooptando. Las instituciones son tan conservadoras, y sus posiciones tan alejadas de las nuestras, que uno se siente allí como un pulpo en un garaje.”
Un ejemplo: “Presentamos una serie de propuestas a una comisión para limitar el turismo y lo mínimo que nos dijeron era que éramos norcoreanos”. Otro: “Hicimos una propuesta para el autobús de Nou Barris, que son cuatro líneas que externalizaron y que las lleva Sagalés, que a su vez creó otra empresa, que está subexternalizada. Cuando Iniciativa per Catalunya (ICV) estaba en la oposición, defendía la recuperación de estas líneas de TMB. Cuando nosotros hicimos la propuesta nos dijeron que ‘lo tenían que estudiar’. Si antes las queríais recuperar, ¿qué quiere decir que ahora las tenéis que estudiar? Ciudadanos nos respondió: ‘Lo que ustedes proponen es comunismo’. Hablamos de 25 trabajadores…”. Por eso, sigue, “después de tres meses nos preguntamos, ¿qué hacemos aquí? Esto es un crematorio. ¿De qué sirve estar aquí dentro?” (Ojo, un semáforo). “Nosotros estamos en contra de las externalizaciones. Ellos (Barcelona en Comú) las mantienen, pero las llaman ‘externalizaciones cooperativas’. Es decir, que se externalicen los servicios a cooperativas. Es algo que les compran ciertos sectores de la autonomía obrera y los movimientos sociales. Para nosotros es neoliberalismo de cara amable.”
Con todo, Garganté cree que aquella sensación de encontrarse fuera de sitio era “saludable”. “Lo preocupante hubiera sido que gente nuestra entrase y se sintiese cómoda.” “¿Qué hacemos aquí? Pues al final nos respondimos: primero, podemos conseguir información que antes nos era imposible; segundo, podemos introducir en este mundo neoliberal un discurso que a ellos les suena a marciano, pero que es el que nosotros hablamos en la calle; y después, y no menos importante, podemos utilizar nuestro cargo público para hacer ciertas cosas que antes no podíamos.”
Un ejemplo son los socorristas de la playa, organizados por la CGT, que cobran un salario de 1.200 euros, cuyo caso entraría en lo que Garganté califica de ‘neoliberalismo de cara amable’. “Antes de que saliese la licitación para externalizar los servicios, nos reunimos con los responsables de parques y jardines y les dijimos: ‘Esta licitación la ganará esta empresa’. ‘No, eso vosotros no lo podéis saber’, nos respondieron. ‘Ya veréis cómo la ganará esta empresa’, contestamos.” La empresa es Open Activa, que mientras en Barcelona externaliza servicios, en Lesbos se dedica a labores humanitarias con refugiados. “Una campaña de lavado de imagen”, valora Garganté. ¿Por qué? En cifras: “Los salarios de sus socorristas son de 800 euros, hablamos de 400 euros menos que los de Cruz Roja que están organizados en la CGT. En el concurso se puso que no subrogarían el personal y los socorristas terminaron en la calle”. “Para el Ayuntamiento, se subrogaría ‘si procede’. Como ganó Open Activa, no ‘procedió’, y unas 80 personas podían acabar despedidas. Un día fueron a protestar al Ayuntamiento y no les dejaron entrar, pero como con un regidor sí que pueden, les permitimos la entrada y la protesta en el interior. Por este tipo de cosas, bueno, quizá sí ha valido la pena entrar en el Ayuntamiento”.
Con todo, el equilibrio entre las instituciones y la calle resulta difícil. “A veces nos vienen colectivos de trabajadores, pidiéndonos que presentemos determinadas resoluciones. Y tenemos que explicarles que, aunque se apruebe, no será vinculante. Si la gente no se mueve en la calle, aquí no ocurrirá nada. Esto está hecho para que no cambie nada.” Pasamos por delante de la plaza de la Virreina, en Gràcia, y, casualidades de la vida, ahí está Xavier Domènech, el diputado de En Comú Podem en el Congreso. Garganté: “Ironías”.
¿Ya no saludamos a la clase obrera?
“Cuando estábamos cerrados con los socorristas, Domènech era ya diputado en el Congreso. Domènech había estado en la CGT de la Universitat Autònoma de Barcelona. Los socorristas iban con el adhesivo de la CGT, él entró, los vio y ni se paró a hablar con ellos”, relata Garganté. “Detrás suyo iba su asesor, Manel Ros, con quien tengo más confianza, y le dije: ‘¿Qué, Manel, ya no saludamos a la clase obrera?’”
Para Garganté, “el nivel de neoliberalismo está defendido por un bloque amplio: Convergencia, PSC, PP, Ciudadanos, ERC y un sector de Barcelona en Comú (BeC). Al final todas las externalizaciones se están sacando, y las que no se están aprobando es porque nosotros dijimos que no nos abstendríamos en la modificación presupuestaria”. Según explica, “BeC sigue externalizando, sacando licitaciones bajo el mantra de que tienen 'cláusulas sociales', pero siguen externalizando”. En el caso de BTV se ha planteado la internalización, “pero porque hay una sentencia del juez”, recuerda, es decir, que no la han detenido “por propia voluntad, sino porque hay una sentencia del juez, porque estaban haciendo una cesión ilegal de trabajadores”.
Un poco de historia: “En el 92 comenzaron las grandes externalizaciones. En el primer mes me leí el Reglamento Orgánico Municipal y vi que tenía derecho a hacer preguntas por escrito y que me las respondieran en un mes. Lo primero que pregunté es cuántas empresas externas trabajan para el Ayuntamiento, institutos, fundaciones y empresas municipales, cuántos trabajadores tienen y cuántos convenios. Casi un año y medio después no nos han dado esta información. Además, nos han dicho que no la tienen, que no lo saben, y que están investigando, con grandes dificultades”. ¿Y cuál es el motivo? “Cada instituto es autónomo, el Ayuntamiento no sabe qué hacen. Nosotros calculamos que hay 15.000 trabajadores externalizados y 12.000 en el Ayuntamiento que son funcionarios, personal laboral e interinos.”
Según Garganté, BeC miente cuando dice “que el gobierno está en minoría y no puede hacer nada porque está en minoría”. “Eso es mentira”, sentencia. “Entiendo que la gente de fuera se la trague, porque es de sentido común: tienen 11 regidores, para tener la mayoría se necesitan 21… La realidad es que es falso, porque en el Ayuntamiento hay, a grandes rasgos, dos niveles de decisión: la comisión de gobierno, que se reúne los jueves y que decide el gobierno de Barcelona, no necesita mayorías, y tiene competencias económicas y políticas. Han licitado muchas cosas sin plantearlas a votación, porque no sobrepasaban los límites económicos marcados. Luego hay un segundo nivel, y para ése sí que necesitan mayorías.” En ese plano, continúa, “todas las medidas continuistas han seguido adelante, porque las han votado junto al PSC y Convergència”. Es el caso de la auditoría del Ayuntamiento y sus institutos y empresas realizada por PricewaterhouseCooper o de la Fira de Barcelona: “Deben 40 millones, que tiene que poner el Ayuntamiento. La Cámara de Comercio no pone ni un duro”. ¿Quién votó a favor de poner los 40 millones? “El PSC, Convergència y BeC.”
¿Qué ha quedado entonces de la “nueva” izquierda? “Somos los únicos que hemos rechazado las invitaciones oficiales, las tarjetas de oro de la Fira y los iPhone 6… Ellos (BeC) no lo han rechazado”, subraya. ¿Y los coches oficiales, uno de los caballos de batalla de la “nueva” izquierda? “Ahí siguen. Hay doce. Son de renting. Están los del gobierno y los de la oposición. Hay una hoja de Excel en la que puedes poner el día y la hora a la que quieres utilizarlos. Y si no hay coches oficiales, te pagan el taxi. Nosotros renunciamos. El secretario del secretario general del Ayuntamiento nos preguntó: '¿Y ahora qué hacemos? Porque aquí nunca había pasado eso'. 'Bueno, pues redacta un documento diciendo que te lo hemos entregado'. La rutina de la institución es tan grande que hasta cierto punto tienes que estar dispuesto a quedar mal con ciertas personas, diciéndoles que no lo haremos.”
Éste es uno de los muchos ejemplos y anécdotas que Garganté me va contando a lo largo de la ruta, que repetimos en varias ocasiones. Aquí va otra: “El día de la constitución del Ayuntamiento había que llegar antes. La media hora de antes era para socializar. La gente parecía que iba vestida para una boda. Veo a Trias, a Fernández Díaz…, gente con la que yo me he discutido en la calle. No se me acercó nadie de ellos, obviamente. Vino Alfred Bosch (ERC) a darme la mano. Habían pasado dos semanas de lo de Telefónica-Movistar. El tío había venido al local ocupado a firmar el pacto de las escaleras, una semana después ya se estaba haciendo la foto en el Congreso Mundial del Móvil. Le dije: 'No te voy a dar la mano'. '¿Y eso?' 'Tu palabra no tiene ningún valor: firmas una cosa y una semana después haces la otra'. 'Son cosas diferentes'. 'No, no son cosas diferentes'. 'Eres un maleducado', me dijo. 'Como decía Joan Fuster, la educación también es saber cuándo se tiene que ser maleducado', le contesté.” No fue el único desencuentro aquel día: “Después vino el de Ciudadanos, lo mismo. Vino Janet Sanz (ICV) a darme dos besos y le hice la cobra, luego me dio la mano, y le dije: 'No te voy a dar la mano ni dos besos'. '¿Y por qué?' 'Porque eres una política profesional. Has pasado directamente de la universidad a un cargo político'.” Luego aún vino la ruptura del protocolo. “La del protocolo nos entregó la banda. No sabíamos lo que era. '¿Qué representa?', preguntamos. Y la pobre mujer de protocolo, con toda su buena intención, nos respondió: 'Eso es para diferenciar al pueblo de los cargos políticos'. Rechazamos ponérnosla, claro. 'Pero… eso no ha pasado nunca'. Pobre mujer (ríe). Cuántas veces nos habrá ocurrido ya… 'Pues hoy pasará', dijimos. 'Entonces…, ¿el pin de plata tampoco?' 'Tampoco'. Si no te atreves con pequeños detalles como éste, ¿cómo lo harás con cosas mayores?”
El día que tenga doble personalidad me voy
“Me duele mucho más ver cómo la institución ha fagocitado a tanta gente”, lamenta Garganté. “Ver, por ejemplo, cómo en una reunión se distribuyeron las presidencias de distrito, como forma de negociar. A la CUP le querían dar Sants. Lo rechazamos. Cada distrito tiene sus propias mayorías. Tienen que ser los consejeros de distrito quienes voten. ¿Qué es eso de que desde el Ayuntamiento se decide quién es el presidente del distrito? Esto lo decidió BeC. Después de una reunión hablé con Gala Pin, ¡que venía del mundo de la autonomía obrera!, y le pregunté, ¿qué estáis haciendo? Y me dijo: 'Josep, si yo te entiendo como vecina, pero como cargo público con responsabilidad, no'. Y le respondí: 'El día que tenga doble personalidad me voy'.” “Me recuerda aquella rueda de prensa, cuando te acusaron de no saber distinguir entre tu trabajo como conductor de autobús y tu cargo público”, le comento. “No —me corrige Garganté—, Colau dijo 'entre mis dos cargos', porque según ella yo tengo un cargo sindical. Y no lo tengo.” “Y aunque fuera así, ¿por qué tendría que ser un problema?”, le pregunto. “Bueno, para ella lo es.”
Garganté hace una pausa y da marcha atrás para darme otro ejemplo. “Aquella misma semana, Turismo de Barcelona somete a voto la licitación de las informadoras del bus turístico, a las que conozco porque trabajo con ellas. El 80% cobra 550 euros. Nadie dijo nada. El presidente, Joan Gaspart, dijo: 'Aquí nunca se vota. Todos estamos de acuerdo'. 'Eso se ha acabado', le respondí. Desgrané las condiciones de trabajo y dije que estas trabajadoras tendrían que estar en TMB, que para eso están en el autobús cada día. Todos votaron a favor de la licitación, menos yo. '¿Qué hacéis votando esto?', le pregunté a Gala Pin. Y ella me contestó: 'No, si yo estoy contigo, pero si votamos en contra tampoco ganamos la votación. Si votamos en contra se nos verá como un gobierno débil, por eso votamos a favor'. 'Ya, pero entonces estáis legitimando la externalización'.”
El motivo de todo esto, según Garganté, es que “BeC tiene una obsesión con no parecer un gobierno débil y no quedar mal ante los medios. Eso es lo que les genera un conservadurismo que los ha llevado a que, en menos de un año, entre el PSC en el gobierno”. Parada y cambio de tema. ¿Crees que detrás de las críticas de la 'nueva' izquierda hay un cierto clasismo? “Sí, desde luego. Mucha de esta gente viene del posmodernismo, de que la clase obrera ya no existe, de que la clase obrera es hasta cierto punto reaccionaria, de que el nuevo sujeto social son los movimientos sociales, o 'la gente', que nadie sabe muy bien qué es... Es evidente que éste es un campo que se desconoce y no se le da la importancia que tiene, a pesar de que la gente se pasa ocho horas o más en el trabajo. Lo que hace funcionar la sociedad es el trabajo. El análisis de clase, para la 'nueva' izquierda, está olvidado, no le dan ninguna importancia. Un día, discutiendo con la responsable de comunicación de BeC sobre municipalización, me acusó de querer municipalizarlo todo. Dijo que éramos 'comunistas'. Como si fuera algo malo. Y yo le contesté, 'claro, somos comunistas'”, dice sonriendo.
La parte más irónica de todo este discurso, dice Garganté, “es que hasta EUiA, que es a quien correspondería la parte más 'obrerista', es la que ha jugado un peor papel en los conflictos en TMB, diciendo que son 'huelgas excesivas', la Colau diciendo que no se negocia con huelgas, luego dando marcha atrás y diciendo que no lo dijo bien... Hereu hizo las mismas declaraciones que Colau y [Mercedes] Vidal: que las huelgas son excesivas, que no se negocia con huelgas, etc., incluso lo de publicar nuestros salarios. Trias no se atrevió. Yo creo que la derecha, hasta cierto punto, no nos conoce, nos ven desde sus prejuicios y no saben bien hasta dónde pueden ir. Hasta cierto punto tienen miedo. El PSC, ICV o BeC no lo tienen. Sobre todo BeC sabe cuáles son las debilidades y fracturas de los movimientos sociales. Como han estado en la misma trinchera, conocen nuestras debilidades. El discurso de PSC, ICV o BeC a nivel laboral en los conflictos es más reaccionario que el de la derecha.”
Lo que me recuerda, le digo, que “en Alemania, Jutta Ditfurth, que había estado en Los Verdes, dijo que un gobierno de socialdemócratas y verdes era mucho mejor que uno conservador, porque permitía aplicar recortes sin provocar contestación social”. Garganté asiente. “Una mitad de los movimientos sociales se ha quedado en casa porque 'han ganado los suyos', y la otra mitad recibe presiones, diciéndoles que ahora no es el momento de hacer huelgas o protestas. Hasta cierto punto les está funcionando. Aunque creo que poco a poco se les están acabando las excusas. Hay quien dice: 'esto ya es demasiado, la diferencia entre lo que decís y lo que hacéis es demasiado grande'. De todos modos, mientras el paradigma sea 'o Colau o Trias', no saldremos de esta situación.” Por eso, sigue, “me da mucha rabia leer a Pisarello cuando, en una entrevista con eldiario.es, dice que 'hace falta calle', 'hace falta masa crítica', pero, vamos a ver, ¡si han habido movilizaciones y las han criminalizado y reprimido! Si lo que hace BeC lo hiciese Trias le estarían diciendo de todo, que si que racista, que si esto o lo otro. Pero siendo Colau y otra gente que conocen, muchos se resisten a hacer críticas.” Lo que yo decía antes de Ditfurth, ¿no?
“A veces da la impresión que esta 'nueva' izquierda se sostiene en figuras carismáticas. Pero las movilizaciones no son espontáneas...”, digo. “Si Ada Colau no se va a un ámbito superior [la candidatura a la Generalitat de Catalunya], tenemos Ada Colau no sé si para treinta años, pero sí para una temporada”, me contesta. “Barcelona es una ciudad, vamos a decirlo así, de izquierdas. Convergència ganó porque Trias se presentó como socialdemócrata y después de 32 años de PSC con PSUC/ICV/EUiA y ERC en ocasiones.”
Una 'nueva' izquierda con esteroides
“¿Cuál es vuestra relación con BeC?”, le pregunto a Garganté (ojo, una curva). “Es curioso, con la gente a la que conocíamos antes de entrar la relación es nula. Con [Jaume] Asens, [Gala] Pin... con toda esta gente la relación es nula. Con la gente que no conocíamos, como Laura Pérez de Podemos, en cambio, tenemos una relación que diríamos lógica, de alcanzar acuerdos políticos puntuales. Con la entrada del PSC en el gobierno todavía se ha podrido más. A pesar de las decisiones en turismo, en cultura. BeC mantiene prietas las filas. No ha habido ni una sola crítica interna.” ¿No ha sufrido BeC ningún desgaste?, pregunto (ojo, curva). “Un cierto desgaste, sí, por un sector de gente más politizada, que no sólo consume política desde el sofá, viendo las tertulias de TV3 o LaSexta, sino gente que participa y es activa en su barrio, en el trabajo, en su centro de estudios, y por tanto puede contrastar y no quedarse en el titular. Pero los de BeC son muy buenos en el titular, en generar un relato superficial. Son muy buenos en eso. Pero si rascas te das cuenta de que te están vendiendo una película. Ahora, además, tienen a El Periódico y LaSexta con ellos.” Otros, en cambio, “consideran que son gente decente, que lo hace bien, etcétera”. BeC se ha convertido, en opinión de Garganté, “en un catch-all party”. Y aprieta los dientes y dice: “Me hierve la sangre, porque hacen lo de los demás, pero con la excusa de que lo hacen por el bien común. Yo ya los veo como al resto.” Lo que, efectivamente, recuerda a tiempos (no tan) pasados. “Estamos viviendo la segunda Transición, pero a toda velocidad. Un colega me decía: estamos viviendo lo de nuestros padres, pero ahora todo va más acelerado”.
¿Y qué piensas de Podemos? (curva) “Un colega de la COS me decía, cuando se presentaron a las elecciones europeas, que Podemos es como la CUP. Y yo le dije, bueno... mira, la diferencia es muy sencilla de explicar: la CUP es como si te quieres poner en forma y vas al gimnasio, te vas a correr, cuidas la alimentación durante un año, un año y medio... para ponerte en forma. Podemos es como muscularte a base de pastillas. Pareces más grande, pero estás podrido por dentro, no tienes nada. A esta gente le ha pasado esto. No tienen base. No tienen bases que hayan construido núcleos en barrios, pueblos, ciudades... Igual suben como un cohete que caen como una piedra. Bueno, como una piedra no caerán, pero se asimilarán a lo que el sistema les diga que se tienen que asimilar si quieren mantenerse. O eso, o se les acabó la tele, la prensa y todo.”
“Mientras, hay quien dice que la CUP de Barcelona son radicales y sectarios”, disparo. “También que somos la muleta de la derecha catalana en el Parlamento”, responde él. ¿Cómo ves, por cierto, lo de Cataluña? “Más que el proceso, esto es ya casi la Larga Marcha”, bromea. “Convergència quiere desgastarnos y exacerbar nuestras contradicciones para que, en el momento en que no pase nada aquí [en referencia al proceso independentista], no seamos nosotros quienes capitalicemos el descontento”. Pero nos estamos yendo muy lejos. Marcha atrás. “La cuestión está en que nosotros no partimos de personalismos e individuos, sino del movimiento colectivo, que es algo que se cocina poco a poco... La CUP en Barcelona comenzó hace 10 ó 12 años. Para estas últimas presentamos unas jornadas municipales para impulsar una candidatura popular, conformar un bloque que nos permitiese entrar con cierta fuerza. En este encuentro estuvo todo el núcleo duro de BeC, que todavía no se llamaba así. No vino ICV porque nosotros rechazamos que ICV, que ha gobernado 32 años en Barcelona con el PSC, estuviera presente. No se puede hablar de cambio ni de alternativa con ellos. Entre el primer y el segundo encuentro municipalista hicieron una rueda de prensa para presentar BeC y dijeron que la CUP e ICV tenían que ir juntos, cuando ellos saben que nosotros no queremos ir con ICV. Vinieron al segundo encuentro, que fue tenso, y a la tercera ya no vinieron y nos acusaron de sectarios.”
Una señora recuerda amablemente que ha pedido la parada (sí, no nos hemos olvidado). “Creo que tenían dos opciones”, continúa Garganté: “Presentarse con un proyecto político propio o ir con ICV. Decidieron esto último porque era una opción más ganadora. Su campaña era 'si cambiamos a Trias podremos cambiarlo todo'. Nuestro discurso iba por otra parte. El problema no es sólo Trias, el problema es que todo el arco municipal es neoliberal. Ellos hicieron esta apuesta porque pensaban que no iban a ganar y eso hasta nos lo han reconocido. Pensaban que iban a subir, que el PSC se iba a hundir, pero que pese a todo, aguantaría, y ellos serían la primera fuerza de la oposición, desde donde construirían su perfil para ganar en los próximos cuatro años. Lo que pasó es que ganaron por un solo concejal de diferencia y eso les trastocó los planes. De repente tuvieron que conformar un gobierno, poner nombres y apellidos a cargos, etc., no tienen aparato, no tienen estructura. ¿Quién la tiene? ICV y PSC. De los primeros en entrar fue Jordi Campillo, el que privatizó la estructura de Parques y Jardines con Imma Mayol. Ellos dicen que han roto con el continuismo, pero nosotros contestamos que sólo en parte han roto con el continuismo de Convergència, no con los 32 años de PSC e ICV.”
“Entonces, en cierta manera, les resultáis incómodos”, comento yo. “Bueno, les hacemos de espejo”, contesta Garganté. “Pero de espejo deformante, recordándoles lo que eran antes y ya no son”, añado. “Yo me he dado cuenta de que lo llevan muy mal... Ya les dije un día que están encantados de conocerse. Llevan muy mal la crítica, en privado y también en público”, dice Garganté, que no se muerde la lengua a la hora de juzgar las medidas de BeC. “Hemos ido tan atrás que cualquier cambio superficial te lo venden como si fuera la ostia. Nos encontramos en ese momento. Además tienen la suerte de que el Ayuntamiento de Barcelona no es deficitario, tiene superávit. Otra cosa es cómo lo gastan. La derecha intenta desgastarlos haciéndolos entrar en contradicción, recordándoles lo que decían antes de entrar en el Ayuntamiento, y cómo no lo cumplen. Pero claro, que lo digan los de Convergència da risa.”
Pasamos por delante del Mercat de l'Estrella. La tarde avanza y el cielo se va oscureciendo. “En 2008 aproximadamente nos invitaron a Can Vies a hablar de la huelga de los dos días”, recuerda Garganté. “También estaba Ada Colau por la PAH. Cuando el debate derivó hacia la crítica al sistema, la crítica al sistema de Colau era que el ascensor social se había averiado y que había ciertas capas muy preparadas que no podían ascender y que éste era el gran problema que había para renovar la política. Bueno, han conseguido que el ascensor social sí que sirva para alguien”, comenta irónicamente.
Del Ayuntamiento al autobús
“¿No tienes miedo de represalias, habiéndote creado enemigos tan poderosos?”, le pregunto. Chasquea la lengua. “No, ¿qué van a hacer? Como mucho los policías me saludan, me señalan desde la furgoneta. No los veo tan preocupados como para jugarse su puesto de trabajo.” ¿Y en el transporte público? ¿Los clientes del autobús? ¿Cuál es su reacción ahora que eres regidor? “Una vez, en el metro Lesseps, un histérico empezó a gritarme, diciendo que la CUP estaba quemando Barcelona, que estaba quemando Gràcia, y que yo personalmente había quemado cosas y era del CESID. Otro en el metro me acusó de ser el culpable de todas las huelgas de metro y autobús. Hay gente que me mira, hay gente que viene a felicitarme... Lo que sí que veo es a gente que sabe quién soy. Y hasta cierto punto eso... no me gusta mucho. Aquí en el autobús ya conozco a la gente. Los que vienen habitualmente, unos cuantos me vieron en los carteles, en los periódicos que repartíamos, y venían y me preguntaban. Ahora vienen y me preguntan por la actualidad del Ayuntamiento, '¿qué tal todo?'. Estar aquí me sirve para no perder el contacto con los vecinos. Si la gente se queda sólo con lo que ve en la tele, al final tiene una visión muy superficial.”
La conversación podría seguir probablemente durante horas, pero prefiero darla por terminada aquí. “¡Si seguimos hablando al final terminaré llevándote conmigo a la cochera!”, bromea Garganté. Volvemos a Gal·la Placídia, que es la última parada. O la primera, según se mire. Apago la grabadora. Me despido. Bajo. Las puertas se cierran detrás de mí y el autobús se pone en marcha. El 114 se aleja, con Josep Garganté al volante. Mañana estará en el Ayuntamiento. El próximo domingo en el autobús otra vez. Y me viene a la cabeza Mayakovski: “Escuchad lo que dicen los caminos, ¿qué dicen?”
Las fotografías son del autor del artículo, salvo la que está en blanco y negro, que muestra a Josep Garganté cuando participaba en la escena hardcore, y las del ticket y el libro de la línea 114, proporcionadas por el propio regidor y conductor de autobús.
Al volante con Josep Garganté
A estas alturas Josep Garganté ya no es ningún desconocido. Su fama, dirán algunos recurriendo a una frase hecha, le precede. Al tercer regidor de la CUP en el Ayuntamiento de Barcelona le han dedicado decenas de artículos en la prensa catalana y española, y ninguno de ellos positivo: “El lado salvaje de la CUP” (El País), “el concejal más polémico” (El Periódico), “un antisistema con sillón en el Ayuntamiento” (Abc), “El más antisistema de los antisistema” (Libertad digital), etcétera. En realidad su fama no le precede: es una construcción mediática que esconde al verdadero Josep Garganté. Es más, debajo de “Josep Garganté” —el satán independentista de los medios— se encuentra no sólo Josep Garganté —la persona, su biografía—, sino también “Josep Garganté”, o una manera de entender y hacer política que algunos, precipitadamente, (des)calificaron como “vieja”.
Aquí estoy, de pie, una cálida tarde de Barcelona, esperando para averiguarlo. El otoño, como siempre, se hace esperar, aunque las primeras hojas de los plátanos comienzan a desprenderse ya de los árboles. El 114, con Josep Garganté al volante, llega puntual a Plaça Gal·la Placídia. Nos hemos citado aquí, y no en ningún despacho, y la verdad es que no habría tenido sentido haberlo hecho en cualquier otro lugar que no fuese éste. Garganté, ya lo saben, es conductor de autobús. También es un conocido activista sindical —él rechaza el término sindicalista, dice que está muy desgastado—, primero en la CGT, ahora en la COS. Todo esto es sabido, pero es importante recordarlo, porque el trabajo forma parte de nuestra identidad, de quién somos. La “nueva” izquierda ha eliminado ese factor de la ecuación y la fórmula no proporciona los resultados esperados. Un tema sobre el que volveremos a lo largo de nuestra conversación, mientras el autobús sube y baja las inclinadas pendientes de Can Baró, abre y cierra puertas, los pasajeros entran y salen, entre bocinazos, ruido de motor, palancas de intermitente, marchas de cambios. No pudimos hablar de todo, pero sí de mucho. Si van a subirse a este autobús, un aviso: no se pierdan entre las siglas de partidos, viejos y nuevos. Y agárrense, que vienen curvas.
Un hombre levantando la bandera
“Si vamos a hablar no vamos a poner música”, me propone mientras enciendo la grabadora. “No me digas que pones Manliftingbanner en el autobús”, le digo. “Cuando vuelvo a la cochera, sí. Manliftingbanner me gusta, y además los conozco…” En cualquier caso, hoy no lleva nada de Manliftingbanner, sino de Walter Schreifels, ex de Gorilla Biscuits. Pero mejor dejemos la música para otro día… Sin muchos rodeos, le pregunto a Josep Garganté por su relación con los medios. “Al principio había curiosidad, interés… Ahora parece que no te soportan”, le comento. Se ríe. “Pilar Rahola incluso me llamó ‘el antisistema del año’”, bromea; “¡bah!, me han llamado de todo”. Garganté ya no concede tantas entrevistas con los medios, ¿por qué? “Después de las elecciones, nuestra intención es que las caras visibles [de la CUP de Barcelona] sean María José [Lecha] y María [Rovira]. Por lo tanto, después de las elecciones ya no concedí entrevistas a ningún medio. Me las han pedido, pero he contestado que no iba a concederlas, que nuestra decisión era que las hiciesen ellas primero. Creo que eso muestra la prevalencia del hombre en los medios. En algún caso incluso me han dicho: ‘Si no la das tú, no la sacamos’. Pero nos pusimos duros y dijimos: ‘Bueno, entonces no habrá ninguna entrevista’. Entonces cambiaron de opinión.”
Garganté sólo concede entrevistas a medios alternativos, no a El Periódico, ni a El País, ni al diario Ara. “Pero ahí hay todo un debate: hay quien dice que si no estás, ellos controlan lo que dicen sobre ti, sin que tú puedas dar tu versión de los hechos”, le señalo. “Ya, pero eso desde el primer día”, me contesta rápidamente. Si es verdad que Garganté, como dicen, es un hombre de acción, también demuestra serlo en la palabra. “Es inevitable, al final hacen una caricaturización, tanto de la candidatura como de nosotros mismos”, añade. “Nos pasa un poco lo mismo que a las luchas vecinales o laborales, que no aparecen si no hay bronca o teatro. Y si no, no sales. El problema es que entras en esa trampa: o hay una cosa, o la otra, o no sales si no pasa una cosa noticiable, según ellos”. Hablando de eso… “Mi amigo Roger Peláez dice que al principio hacíais demasiadas performances, como lo de los billetes o la lápida”, aunque, concedo, “quizá fuera la única manera de llamar la atención de los medios de comunicación entonces”. “Sí que es cierto que sería problemático si la única visión fuese ésta: la de la performance. A veces son detalles que tampoco…, que tú no le das ninguna importancia. Que yo fuese a las manifestaciones del Banc Expropiat no es algo extraordinario, es lo que hemos hecho toda la vida. Que se monte este escándalo, para nosotros, bueno…, es algo que no hemos ido a buscar ni propiciar. La única diferencia es que ahora somos cargos públicos. Y eso les sirve para decir que participamos en tal cosa o legitimamos tal otra.”
“Mira —insiste—, a mí, lo que digan los medios me da igual. Después de las huelgas de autobuses La Vanguardia llegó a publicar mi número de teléfono, llamarnos ‘mafiosos’… Llega un momento en que es hasta casi un orgullo”. Y comparando la reacción de los medios y de la gente a pie de calle, afirma con orgullo: “Llevo 14 años al volante del autobús. En 14 años no me han abierto ni una queja de pasaje. Y la pueden abrir en cualquier momento, ahora también desde internet. Pero en 14 años me han abierto más de 30 expedientes sancionadores. Con el primero te preocupas, pero con el tiempo le pierdes el miedo. Con la prensa pasa lo mismo. Si te preocupa, te condicionan.”
Del autobús al Ayuntamiento
El autobús sube las empinadas calles de Horta-Guinardó. El motor ronronea. A pesar de los medios, hay mucha gente que te apoya, ¿no has pensado en volver a presentarte? “No, no”, responde sin dudar. “De ninguna manera. Con cuatro años es más que suficiente”. ¿Y por qué? “Los primeros meses se nos hicieron muy cuesta arriba. Por muy mala imagen y por muy mala idea que tengas de los políticos profesionales, cuando estás allí dentro te das cuenta de que te quedas muy por detrás. El nivel de cinismo, de hipocresía, es tan grande…, pero ellos viven tan confortables y con un colegueo tan enorme que te sientes mal. Yo le digo a la gente que lo peor del ser humano está allá dentro, los peores defectos”. Y continúa: “Obviamente uno no se puede sentir a gusto. Es muy fácil que de alguna manera te acaben cooptando. Las instituciones son tan conservadoras, y sus posiciones tan alejadas de las nuestras, que uno se siente allí como un pulpo en un garaje.”
Un ejemplo: “Presentamos una serie de propuestas a una comisión para limitar el turismo y lo mínimo que nos dijeron era que éramos norcoreanos”. Otro: “Hicimos una propuesta para el autobús de Nou Barris, que son cuatro líneas que externalizaron y que las lleva Sagalés, que a su vez creó otra empresa, que está subexternalizada. Cuando Iniciativa per Catalunya (ICV) estaba en la oposición, defendía la recuperación de estas líneas de TMB. Cuando nosotros hicimos la propuesta nos dijeron que ‘lo tenían que estudiar’. Si antes las queríais recuperar, ¿qué quiere decir que ahora las tenéis que estudiar? Ciudadanos nos respondió: ‘Lo que ustedes proponen es comunismo’. Hablamos de 25 trabajadores…”. Por eso, sigue, “después de tres meses nos preguntamos, ¿qué hacemos aquí? Esto es un crematorio. ¿De qué sirve estar aquí dentro?” (Ojo, un semáforo). “Nosotros estamos en contra de las externalizaciones. Ellos (Barcelona en Comú) las mantienen, pero las llaman ‘externalizaciones cooperativas’. Es decir, que se externalicen los servicios a cooperativas. Es algo que les compran ciertos sectores de la autonomía obrera y los movimientos sociales. Para nosotros es neoliberalismo de cara amable.”
Con todo, Garganté cree que aquella sensación de encontrarse fuera de sitio era “saludable”. “Lo preocupante hubiera sido que gente nuestra entrase y se sintiese cómoda.” “¿Qué hacemos aquí? Pues al final nos respondimos: primero, podemos conseguir información que antes nos era imposible; segundo, podemos introducir en este mundo neoliberal un discurso que a ellos les suena a marciano, pero que es el que nosotros hablamos en la calle; y después, y no menos importante, podemos utilizar nuestro cargo público para hacer ciertas cosas que antes no podíamos.”
Un ejemplo son los socorristas de la playa, organizados por la CGT, que cobran un salario de 1.200 euros, cuyo caso entraría en lo que Garganté califica de ‘neoliberalismo de cara amable’. “Antes de que saliese la licitación para externalizar los servicios, nos reunimos con los responsables de parques y jardines y les dijimos: ‘Esta licitación la ganará esta empresa’. ‘No, eso vosotros no lo podéis saber’, nos respondieron. ‘Ya veréis cómo la ganará esta empresa’, contestamos.” La empresa es Open Activa, que mientras en Barcelona externaliza servicios, en Lesbos se dedica a labores humanitarias con refugiados. “Una campaña de lavado de imagen”, valora Garganté. ¿Por qué? En cifras: “Los salarios de sus socorristas son de 800 euros, hablamos de 400 euros menos que los de Cruz Roja que están organizados en la CGT. En el concurso se puso que no subrogarían el personal y los socorristas terminaron en la calle”. “Para el Ayuntamiento, se subrogaría ‘si procede’. Como ganó Open Activa, no ‘procedió’, y unas 80 personas podían acabar despedidas. Un día fueron a protestar al Ayuntamiento y no les dejaron entrar, pero como con un regidor sí que pueden, les permitimos la entrada y la protesta en el interior. Por este tipo de cosas, bueno, quizá sí ha valido la pena entrar en el Ayuntamiento”.
Con todo, el equilibrio entre las instituciones y la calle resulta difícil. “A veces nos vienen colectivos de trabajadores, pidiéndonos que presentemos determinadas resoluciones. Y tenemos que explicarles que, aunque se apruebe, no será vinculante. Si la gente no se mueve en la calle, aquí no ocurrirá nada. Esto está hecho para que no cambie nada.” Pasamos por delante de la plaza de la Virreina, en Gràcia, y, casualidades de la vida, ahí está Xavier Domènech, el diputado de En Comú Podem en el Congreso. Garganté: “Ironías”.
¿Ya no saludamos a la clase obrera?
“Cuando estábamos cerrados con los socorristas, Domènech era ya diputado en el Congreso. Domènech había estado en la CGT de la Universitat Autònoma de Barcelona. Los socorristas iban con el adhesivo de la CGT, él entró, los vio y ni se paró a hablar con ellos”, relata Garganté. “Detrás suyo iba su asesor, Manel Ros, con quien tengo más confianza, y le dije: ‘¿Qué, Manel, ya no saludamos a la clase obrera?’”
Para Garganté, “el nivel de neoliberalismo está defendido por un bloque amplio: Convergencia, PSC, PP, Ciudadanos, ERC y un sector de Barcelona en Comú (BeC). Al final todas las externalizaciones se están sacando, y las que no se están aprobando es porque nosotros dijimos que no nos abstendríamos en la modificación presupuestaria”. Según explica, “BeC sigue externalizando, sacando licitaciones bajo el mantra de que tienen 'cláusulas sociales', pero siguen externalizando”. En el caso de BTV se ha planteado la internalización, “pero porque hay una sentencia del juez”, recuerda, es decir, que no la han detenido “por propia voluntad, sino porque hay una sentencia del juez, porque estaban haciendo una cesión ilegal de trabajadores”.
Un poco de historia: “En el 92 comenzaron las grandes externalizaciones. En el primer mes me leí el Reglamento Orgánico Municipal y vi que tenía derecho a hacer preguntas por escrito y que me las respondieran en un mes. Lo primero que pregunté es cuántas empresas externas trabajan para el Ayuntamiento, institutos, fundaciones y empresas municipales, cuántos trabajadores tienen y cuántos convenios. Casi un año y medio después no nos han dado esta información. Además, nos han dicho que no la tienen, que no lo saben, y que están investigando, con grandes dificultades”. ¿Y cuál es el motivo? “Cada instituto es autónomo, el Ayuntamiento no sabe qué hacen. Nosotros calculamos que hay 15.000 trabajadores externalizados y 12.000 en el Ayuntamiento que son funcionarios, personal laboral e interinos.”
Según Garganté, BeC miente cuando dice “que el gobierno está en minoría y no puede hacer nada porque está en minoría”. “Eso es mentira”, sentencia. “Entiendo que la gente de fuera se la trague, porque es de sentido común: tienen 11 regidores, para tener la mayoría se necesitan 21… La realidad es que es falso, porque en el Ayuntamiento hay, a grandes rasgos, dos niveles de decisión: la comisión de gobierno, que se reúne los jueves y que decide el gobierno de Barcelona, no necesita mayorías, y tiene competencias económicas y políticas. Han licitado muchas cosas sin plantearlas a votación, porque no sobrepasaban los límites económicos marcados. Luego hay un segundo nivel, y para ése sí que necesitan mayorías.” En ese plano, continúa, “todas las medidas continuistas han seguido adelante, porque las han votado junto al PSC y Convergència”. Es el caso de la auditoría del Ayuntamiento y sus institutos y empresas realizada por PricewaterhouseCooper o de la Fira de Barcelona: “Deben 40 millones, que tiene que poner el Ayuntamiento. La Cámara de Comercio no pone ni un duro”. ¿Quién votó a favor de poner los 40 millones? “El PSC, Convergència y BeC.”
¿Qué ha quedado entonces de la “nueva” izquierda? “Somos los únicos que hemos rechazado las invitaciones oficiales, las tarjetas de oro de la Fira y los iPhone 6… Ellos (BeC) no lo han rechazado”, subraya. ¿Y los coches oficiales, uno de los caballos de batalla de la “nueva” izquierda? “Ahí siguen. Hay doce. Son de renting. Están los del gobierno y los de la oposición. Hay una hoja de Excel en la que puedes poner el día y la hora a la que quieres utilizarlos. Y si no hay coches oficiales, te pagan el taxi. Nosotros renunciamos. El secretario del secretario general del Ayuntamiento nos preguntó: '¿Y ahora qué hacemos? Porque aquí nunca había pasado eso'. 'Bueno, pues redacta un documento diciendo que te lo hemos entregado'. La rutina de la institución es tan grande que hasta cierto punto tienes que estar dispuesto a quedar mal con ciertas personas, diciéndoles que no lo haremos.”
Éste es uno de los muchos ejemplos y anécdotas que Garganté me va contando a lo largo de la ruta, que repetimos en varias ocasiones. Aquí va otra: “El día de la constitución del Ayuntamiento había que llegar antes. La media hora de antes era para socializar. La gente parecía que iba vestida para una boda. Veo a Trias, a Fernández Díaz…, gente con la que yo me he discutido en la calle. No se me acercó nadie de ellos, obviamente. Vino Alfred Bosch (ERC) a darme la mano. Habían pasado dos semanas de lo de Telefónica-Movistar. El tío había venido al local ocupado a firmar el pacto de las escaleras, una semana después ya se estaba haciendo la foto en el Congreso Mundial del Móvil. Le dije: 'No te voy a dar la mano'. '¿Y eso?' 'Tu palabra no tiene ningún valor: firmas una cosa y una semana después haces la otra'. 'Son cosas diferentes'. 'No, no son cosas diferentes'. 'Eres un maleducado', me dijo. 'Como decía Joan Fuster, la educación también es saber cuándo se tiene que ser maleducado', le contesté.” No fue el único desencuentro aquel día: “Después vino el de Ciudadanos, lo mismo. Vino Janet Sanz (ICV) a darme dos besos y le hice la cobra, luego me dio la mano, y le dije: 'No te voy a dar la mano ni dos besos'. '¿Y por qué?' 'Porque eres una política profesional. Has pasado directamente de la universidad a un cargo político'.” Luego aún vino la ruptura del protocolo. “La del protocolo nos entregó la banda. No sabíamos lo que era. '¿Qué representa?', preguntamos. Y la pobre mujer de protocolo, con toda su buena intención, nos respondió: 'Eso es para diferenciar al pueblo de los cargos políticos'. Rechazamos ponérnosla, claro. 'Pero… eso no ha pasado nunca'. Pobre mujer (ríe). Cuántas veces nos habrá ocurrido ya… 'Pues hoy pasará', dijimos. 'Entonces…, ¿el pin de plata tampoco?' 'Tampoco'. Si no te atreves con pequeños detalles como éste, ¿cómo lo harás con cosas mayores?”
El día que tenga doble personalidad me voy
“Me duele mucho más ver cómo la institución ha fagocitado a tanta gente”, lamenta Garganté. “Ver, por ejemplo, cómo en una reunión se distribuyeron las presidencias de distrito, como forma de negociar. A la CUP le querían dar Sants. Lo rechazamos. Cada distrito tiene sus propias mayorías. Tienen que ser los consejeros de distrito quienes voten. ¿Qué es eso de que desde el Ayuntamiento se decide quién es el presidente del distrito? Esto lo decidió BeC. Después de una reunión hablé con Gala Pin, ¡que venía del mundo de la autonomía obrera!, y le pregunté, ¿qué estáis haciendo? Y me dijo: 'Josep, si yo te entiendo como vecina, pero como cargo público con responsabilidad, no'. Y le respondí: 'El día que tenga doble personalidad me voy'.” “Me recuerda aquella rueda de prensa, cuando te acusaron de no saber distinguir entre tu trabajo como conductor de autobús y tu cargo público”, le comento. “No —me corrige Garganté—, Colau dijo 'entre mis dos cargos', porque según ella yo tengo un cargo sindical. Y no lo tengo.” “Y aunque fuera así, ¿por qué tendría que ser un problema?”, le pregunto. “Bueno, para ella lo es.”
Garganté hace una pausa y da marcha atrás para darme otro ejemplo. “Aquella misma semana, Turismo de Barcelona somete a voto la licitación de las informadoras del bus turístico, a las que conozco porque trabajo con ellas. El 80% cobra 550 euros. Nadie dijo nada. El presidente, Joan Gaspart, dijo: 'Aquí nunca se vota. Todos estamos de acuerdo'. 'Eso se ha acabado', le respondí. Desgrané las condiciones de trabajo y dije que estas trabajadoras tendrían que estar en TMB, que para eso están en el autobús cada día. Todos votaron a favor de la licitación, menos yo. '¿Qué hacéis votando esto?', le pregunté a Gala Pin. Y ella me contestó: 'No, si yo estoy contigo, pero si votamos en contra tampoco ganamos la votación. Si votamos en contra se nos verá como un gobierno débil, por eso votamos a favor'. 'Ya, pero entonces estáis legitimando la externalización'.”
El motivo de todo esto, según Garganté, es que “BeC tiene una obsesión con no parecer un gobierno débil y no quedar mal ante los medios. Eso es lo que les genera un conservadurismo que los ha llevado a que, en menos de un año, entre el PSC en el gobierno”. Parada y cambio de tema. ¿Crees que detrás de las críticas de la 'nueva' izquierda hay un cierto clasismo? “Sí, desde luego. Mucha de esta gente viene del posmodernismo, de que la clase obrera ya no existe, de que la clase obrera es hasta cierto punto reaccionaria, de que el nuevo sujeto social son los movimientos sociales, o 'la gente', que nadie sabe muy bien qué es... Es evidente que éste es un campo que se desconoce y no se le da la importancia que tiene, a pesar de que la gente se pasa ocho horas o más en el trabajo. Lo que hace funcionar la sociedad es el trabajo. El análisis de clase, para la 'nueva' izquierda, está olvidado, no le dan ninguna importancia. Un día, discutiendo con la responsable de comunicación de BeC sobre municipalización, me acusó de querer municipalizarlo todo. Dijo que éramos 'comunistas'. Como si fuera algo malo. Y yo le contesté, 'claro, somos comunistas'”, dice sonriendo.
La parte más irónica de todo este discurso, dice Garganté, “es que hasta EUiA, que es a quien correspondería la parte más 'obrerista', es la que ha jugado un peor papel en los conflictos en TMB, diciendo que son 'huelgas excesivas', la Colau diciendo que no se negocia con huelgas, luego dando marcha atrás y diciendo que no lo dijo bien... Hereu hizo las mismas declaraciones que Colau y [Mercedes] Vidal: que las huelgas son excesivas, que no se negocia con huelgas, etc., incluso lo de publicar nuestros salarios. Trias no se atrevió. Yo creo que la derecha, hasta cierto punto, no nos conoce, nos ven desde sus prejuicios y no saben bien hasta dónde pueden ir. Hasta cierto punto tienen miedo. El PSC, ICV o BeC no lo tienen. Sobre todo BeC sabe cuáles son las debilidades y fracturas de los movimientos sociales. Como han estado en la misma trinchera, conocen nuestras debilidades. El discurso de PSC, ICV o BeC a nivel laboral en los conflictos es más reaccionario que el de la derecha.”
Lo que me recuerda, le digo, que “en Alemania, Jutta Ditfurth, que había estado en Los Verdes, dijo que un gobierno de socialdemócratas y verdes era mucho mejor que uno conservador, porque permitía aplicar recortes sin provocar contestación social”. Garganté asiente. “Una mitad de los movimientos sociales se ha quedado en casa porque 'han ganado los suyos', y la otra mitad recibe presiones, diciéndoles que ahora no es el momento de hacer huelgas o protestas. Hasta cierto punto les está funcionando. Aunque creo que poco a poco se les están acabando las excusas. Hay quien dice: 'esto ya es demasiado, la diferencia entre lo que decís y lo que hacéis es demasiado grande'. De todos modos, mientras el paradigma sea 'o Colau o Trias', no saldremos de esta situación.” Por eso, sigue, “me da mucha rabia leer a Pisarello cuando, en una entrevista con eldiario.es, dice que 'hace falta calle', 'hace falta masa crítica', pero, vamos a ver, ¡si han habido movilizaciones y las han criminalizado y reprimido! Si lo que hace BeC lo hiciese Trias le estarían diciendo de todo, que si que racista, que si esto o lo otro. Pero siendo Colau y otra gente que conocen, muchos se resisten a hacer críticas.” Lo que yo decía antes de Ditfurth, ¿no?
“A veces da la impresión que esta 'nueva' izquierda se sostiene en figuras carismáticas. Pero las movilizaciones no son espontáneas...”, digo. “Si Ada Colau no se va a un ámbito superior [la candidatura a la Generalitat de Catalunya], tenemos Ada Colau no sé si para treinta años, pero sí para una temporada”, me contesta. “Barcelona es una ciudad, vamos a decirlo así, de izquierdas. Convergència ganó porque Trias se presentó como socialdemócrata y después de 32 años de PSC con PSUC/ICV/EUiA y ERC en ocasiones.”
Una 'nueva' izquierda con esteroides
“¿Cuál es vuestra relación con BeC?”, le pregunto a Garganté (ojo, una curva). “Es curioso, con la gente a la que conocíamos antes de entrar la relación es nula. Con [Jaume] Asens, [Gala] Pin... con toda esta gente la relación es nula. Con la gente que no conocíamos, como Laura Pérez de Podemos, en cambio, tenemos una relación que diríamos lógica, de alcanzar acuerdos políticos puntuales. Con la entrada del PSC en el gobierno todavía se ha podrido más. A pesar de las decisiones en turismo, en cultura. BeC mantiene prietas las filas. No ha habido ni una sola crítica interna.” ¿No ha sufrido BeC ningún desgaste?, pregunto (ojo, curva). “Un cierto desgaste, sí, por un sector de gente más politizada, que no sólo consume política desde el sofá, viendo las tertulias de TV3 o LaSexta, sino gente que participa y es activa en su barrio, en el trabajo, en su centro de estudios, y por tanto puede contrastar y no quedarse en el titular. Pero los de BeC son muy buenos en el titular, en generar un relato superficial. Son muy buenos en eso. Pero si rascas te das cuenta de que te están vendiendo una película. Ahora, además, tienen a El Periódico y LaSexta con ellos.” Otros, en cambio, “consideran que son gente decente, que lo hace bien, etcétera”. BeC se ha convertido, en opinión de Garganté, “en un catch-all party”. Y aprieta los dientes y dice: “Me hierve la sangre, porque hacen lo de los demás, pero con la excusa de que lo hacen por el bien común. Yo ya los veo como al resto.” Lo que, efectivamente, recuerda a tiempos (no tan) pasados. “Estamos viviendo la segunda Transición, pero a toda velocidad. Un colega me decía: estamos viviendo lo de nuestros padres, pero ahora todo va más acelerado”.
¿Y qué piensas de Podemos? (curva) “Un colega de la COS me decía, cuando se presentaron a las elecciones europeas, que Podemos es como la CUP. Y yo le dije, bueno... mira, la diferencia es muy sencilla de explicar: la CUP es como si te quieres poner en forma y vas al gimnasio, te vas a correr, cuidas la alimentación durante un año, un año y medio... para ponerte en forma. Podemos es como muscularte a base de pastillas. Pareces más grande, pero estás podrido por dentro, no tienes nada. A esta gente le ha pasado esto. No tienen base. No tienen bases que hayan construido núcleos en barrios, pueblos, ciudades... Igual suben como un cohete que caen como una piedra. Bueno, como una piedra no caerán, pero se asimilarán a lo que el sistema les diga que se tienen que asimilar si quieren mantenerse. O eso, o se les acabó la tele, la prensa y todo.”
“Mientras, hay quien dice que la CUP de Barcelona son radicales y sectarios”, disparo. “También que somos la muleta de la derecha catalana en el Parlamento”, responde él. ¿Cómo ves, por cierto, lo de Cataluña? “Más que el proceso, esto es ya casi la Larga Marcha”, bromea. “Convergència quiere desgastarnos y exacerbar nuestras contradicciones para que, en el momento en que no pase nada aquí [en referencia al proceso independentista], no seamos nosotros quienes capitalicemos el descontento”. Pero nos estamos yendo muy lejos. Marcha atrás. “La cuestión está en que nosotros no partimos de personalismos e individuos, sino del movimiento colectivo, que es algo que se cocina poco a poco... La CUP en Barcelona comenzó hace 10 ó 12 años. Para estas últimas presentamos unas jornadas municipales para impulsar una candidatura popular, conformar un bloque que nos permitiese entrar con cierta fuerza. En este encuentro estuvo todo el núcleo duro de BeC, que todavía no se llamaba así. No vino ICV porque nosotros rechazamos que ICV, que ha gobernado 32 años en Barcelona con el PSC, estuviera presente. No se puede hablar de cambio ni de alternativa con ellos. Entre el primer y el segundo encuentro municipalista hicieron una rueda de prensa para presentar BeC y dijeron que la CUP e ICV tenían que ir juntos, cuando ellos saben que nosotros no queremos ir con ICV. Vinieron al segundo encuentro, que fue tenso, y a la tercera ya no vinieron y nos acusaron de sectarios.”
Una señora recuerda amablemente que ha pedido la parada (sí, no nos hemos olvidado). “Creo que tenían dos opciones”, continúa Garganté: “Presentarse con un proyecto político propio o ir con ICV. Decidieron esto último porque era una opción más ganadora. Su campaña era 'si cambiamos a Trias podremos cambiarlo todo'. Nuestro discurso iba por otra parte. El problema no es sólo Trias, el problema es que todo el arco municipal es neoliberal. Ellos hicieron esta apuesta porque pensaban que no iban a ganar y eso hasta nos lo han reconocido. Pensaban que iban a subir, que el PSC se iba a hundir, pero que pese a todo, aguantaría, y ellos serían la primera fuerza de la oposición, desde donde construirían su perfil para ganar en los próximos cuatro años. Lo que pasó es que ganaron por un solo concejal de diferencia y eso les trastocó los planes. De repente tuvieron que conformar un gobierno, poner nombres y apellidos a cargos, etc., no tienen aparato, no tienen estructura. ¿Quién la tiene? ICV y PSC. De los primeros en entrar fue Jordi Campillo, el que privatizó la estructura de Parques y Jardines con Imma Mayol. Ellos dicen que han roto con el continuismo, pero nosotros contestamos que sólo en parte han roto con el continuismo de Convergència, no con los 32 años de PSC e ICV.”
“Entonces, en cierta manera, les resultáis incómodos”, comento yo. “Bueno, les hacemos de espejo”, contesta Garganté. “Pero de espejo deformante, recordándoles lo que eran antes y ya no son”, añado. “Yo me he dado cuenta de que lo llevan muy mal... Ya les dije un día que están encantados de conocerse. Llevan muy mal la crítica, en privado y también en público”, dice Garganté, que no se muerde la lengua a la hora de juzgar las medidas de BeC. “Hemos ido tan atrás que cualquier cambio superficial te lo venden como si fuera la ostia. Nos encontramos en ese momento. Además tienen la suerte de que el Ayuntamiento de Barcelona no es deficitario, tiene superávit. Otra cosa es cómo lo gastan. La derecha intenta desgastarlos haciéndolos entrar en contradicción, recordándoles lo que decían antes de entrar en el Ayuntamiento, y cómo no lo cumplen. Pero claro, que lo digan los de Convergència da risa.”
Pasamos por delante del Mercat de l'Estrella. La tarde avanza y el cielo se va oscureciendo. “En 2008 aproximadamente nos invitaron a Can Vies a hablar de la huelga de los dos días”, recuerda Garganté. “También estaba Ada Colau por la PAH. Cuando el debate derivó hacia la crítica al sistema, la crítica al sistema de Colau era que el ascensor social se había averiado y que había ciertas capas muy preparadas que no podían ascender y que éste era el gran problema que había para renovar la política. Bueno, han conseguido que el ascensor social sí que sirva para alguien”, comenta irónicamente.
Del Ayuntamiento al autobús
“¿No tienes miedo de represalias, habiéndote creado enemigos tan poderosos?”, le pregunto. Chasquea la lengua. “No, ¿qué van a hacer? Como mucho los policías me saludan, me señalan desde la furgoneta. No los veo tan preocupados como para jugarse su puesto de trabajo.” ¿Y en el transporte público? ¿Los clientes del autobús? ¿Cuál es su reacción ahora que eres regidor? “Una vez, en el metro Lesseps, un histérico empezó a gritarme, diciendo que la CUP estaba quemando Barcelona, que estaba quemando Gràcia, y que yo personalmente había quemado cosas y era del CESID. Otro en el metro me acusó de ser el culpable de todas las huelgas de metro y autobús. Hay gente que me mira, hay gente que viene a felicitarme... Lo que sí que veo es a gente que sabe quién soy. Y hasta cierto punto eso... no me gusta mucho. Aquí en el autobús ya conozco a la gente. Los que vienen habitualmente, unos cuantos me vieron en los carteles, en los periódicos que repartíamos, y venían y me preguntaban. Ahora vienen y me preguntan por la actualidad del Ayuntamiento, '¿qué tal todo?'. Estar aquí me sirve para no perder el contacto con los vecinos. Si la gente se queda sólo con lo que ve en la tele, al final tiene una visión muy superficial.”
La conversación podría seguir probablemente durante horas, pero prefiero darla por terminada aquí. “¡Si seguimos hablando al final terminaré llevándote conmigo a la cochera!”, bromea Garganté. Volvemos a Gal·la Placídia, que es la última parada. O la primera, según se mire. Apago la grabadora. Me despido. Bajo. Las puertas se cierran detrás de mí y el autobús se pone en marcha. El 114 se aleja, con Josep Garganté al volante. Mañana estará en el Ayuntamiento. El próximo domingo en el autobús otra vez. Y me viene a la cabeza Mayakovski: “Escuchad lo que dicen los caminos, ¿qué dicen?”
Las fotografías son del autor del artículo, salvo la que está en blanco y negro, que muestra a Josep Garganté cuando participaba en la escena hardcore, y las del ticket y el libro de la línea 114, proporcionadas por el propio regidor y conductor de autobús.