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Adriana Hidalgo y el espíritu de los primeros editores argentinos

Una conversación con la fundadora de la editorial que lleva su nombre. Desde Buenos Aires, a un paso de donde viviera Borges
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La niña era pulcra con aquel rito. Cada vez que ingresaba en ese universo colorido y de amplias dimensiones, antes de que el olor a papel la transportara a un terreno lúdico, miraba a su izquierda apenas cruzaba el umbral. Allí custodiaba, como ancla y faro del puerto que estaba a punto de abandonar, el busto de Pedro García, al que la pequeña siempre saludaba. Si algún amiguito tenía la suerte de que Adriana Hidalgo lo invitara a esa excursión infinita y onírica en el corazón de la ciudad de Buenos Aires, antes de sumergirse en esa espiral de bifurcaciones, como buena anfitriona, pronunciaba orgullosa: “Ése es mi abuelo”. Hoy, desde la oficina de la editorial que conduce y lleva su nombre, recuerda esos años con nitidez, con el mismo entusiasmo de un niño. “Esa librería era un lugar mágico. Había estanterías hasta el cielo”.

Adriana Hidalgo siguió los pasos de aquel hombre al que no conoció, pero que impregnó sus genes y venas con tinta (“fue un abuelo ausente muy presente”). García, un inmigrante español, continuó en América con la tradición familiar y fundó en 1912 la librería y editorial El Ateneo (en la peatonal Florida 340, frente al primer edificio del diario La Nación). El negocio fue próspero, pero, más importante aun por su rubro, prestigioso. Además de niños ávidos de historias, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Victoria Ocampo, Leopoldo Marechal, Eduardo Mallea y Manuel Mujica Láinez, entre tantos otros, visitaban esa librería. La editorial no sólo publicaba literatura, sino que atravesaba lo que Hidalgo denomina “una etapa positivista” en la que se confeccionaban libros de todas las ramas de la ciencia. Los hijos de García continuaron con el negocio hasta 1997, cuando decidieron vender la empresa. “Mientras se hacía la venta me dije: «Algo tengo que hacer. A mí me gusta mucho este trabajo. Voy a empezar otra vez»”, cuenta desde la editorial, a pocas cuadras de la Biblioteca Nacional y a escasos metros de donde viviera Borges.

Ávida lectora, en su adolescencia se conmovió con Thomas Mann y Hermann Hesse, autores que estaban dentro de su casa. “Había de dónde sacar. Para que haya gente lectora, es básico que estén los libros al alcance de la mano de los chiquitos”. Hay en su vida otra ausencia presente. La edición no es sólo un trabajo, y una pasión, sino un homenaje cotidiano que le rinde a su padre, Héctor Hidalgo Solá, un político de la Unión Cívica Radical y empresario, quien fue secuestrado y desaparecido en la última dictadura militar, en el momento en el que cumplía una misión diplomática.

Esta licenciada en Administración de Empresas convocó a Fabián Lebenblik y comenzó desde cero, pero con una sabiduría innata, forjada en la mejor escuela. Así nacía Adriana Hidalgo Editora. En su despacho hay una pared con ladrillos de colores diversos, construida sin ningún patrón o criterio cromático. Cada una de esas piezas, sólidas y vitales para sostener una estructura más amplia, conforman una biblioteca de casi 350 libros. Cada uno de ellos significa un riesgo asumido, un viaje y un trofeo. Entre sus variadas colecciones hay apuestas no sólo de ficción (en todo el amplio abanico de géneros: novela, cuento, poesía y teatro), sino también infantiles, de filosofía, de arte, ensayo y crónica. En 2012 recibió el prestigioso premio al Mérito Editorial de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el galardón que también obtuvieron Antoine Gallimard (Gallimard), Beatriz de Moura (Tusquets), Jorge Herralde (Anagrama), sus compatriotas Daniel Divinsky y Kuki Miller (Ediciones de la Flor), Roberto Calasso (Adelphi), Anne Marie Métailié (Métailié) y Peggy Espinosa (Petra Ediciones).

Cosmopolita y contemporánea, en su catálogo hay ediciones que van desde El libro de la almohada, de Sei Shônagon, pasando por Clarice Lispector y Antonio Di Benedetto, hasta Jean-Marie Gustave Le Clézio y Hebe Uhart. Entre sus novedades, en 2016 publicará nuevamente a Giorgio Agamben, con Los usos del cuerpo,Literatura que cuenta. Entrevistas con grandes cronistas de América Latina y España, una serie de conversaciones realizadas por Juan Cruz Ruiz.

¿Qué significa ser una editorial independiente?

No me gusta mucho el término independiente. ¿Independiente de qué o de quién? Somos una editorial que publica aquello que le parece interesante, que le gusta, que elige un camino, y eso significa publicar sus búsquedas, sin estar escrutando qué es lo que parece que se va a leer, sino lo que realmente piensa que es interesante o novedoso. Buscamos autores que tengan una voz propia y que sintamos que se puede mostrar un modo de ver o de pensar.

Independiente daría ese sabor a que es pequeña o diversa.

Sí, puede ser. Somos diversos y chiquitos. Publicamos 24 novedades por año; además, 15 reimpresiones y 8 de la colección infantil.

Tampoco su meta es lograr un boom.

No, para nada. Somos una editorial que quiere recuperar el espíritu de los primeros editores y editoriales en la Argentina.

Como su abuelo.

Y como otros editores y editoriales: Gonzalo Losada, Sudamericana, Emecé o Francisco Porrúa, quien trabajaba en Sudamericana. Hubo grandes editoriales y todas eran independientes, hasta que crecieron. La idea es volver a ser una editorial que exporte a todos los países de lengua castellana. Producir aquí, traducir aquí y comprar derechos para exportar y utilizar todo el mercado de la lengua.

¿Cuál fue la acción más audaz que realizó la editorial?

Traducir del japonés, del chino, del sueco… Siempre encontramos un buen traductor, en la lengua que sea, cuando nos interesa un autor, aquél que pensamos que tiene algo notable o simplemente bello.

¿Qué es aquello que más le entusiasma de su actividad?

Lo lindo de una editorial como ésta es la búsqueda, el encuentro con otros editores, con autores, con gente de la cultura en general, donde uno va escuchando, va buscando para armar sus colecciones con coherencia.

Es nuestro desafío llegar a la mayor cantidad posible de lectores y para ello tenemos un catálogo dividido en ocho colecciones cuya diversidad está dada por los géneros y las temáticas que aborda: literatura, poesía, filosofía, arte, teatro, biografías, y el sello pípala de álbumes ilustrados. Y todo pensado desde una perspectiva contemporánea.

¿Qué libro de la editorial la sorprendió en materia de ventas?

Eso es bastante interesante porque nuestros libros se venden a través del tiempo. No son bestsellers de golpe. No. Van prendiéndose en el público, se los va conociendo y van creciendo. Por ejemplo, Big Sur, de Jack Kerouac, un libro que nunca había sido traducido al castellano. Al principio se vendía poquito y, de repente, se fue vendiendo más. Algo parecido nos pasó con las crónicas de Clarice Lispector, fantásticas, o con Antonio Di Benedetto, que al principio se vendía poco, y luego salió de ese lugar de “escritor de escritores” y pasó al gran público. Y algo similar nos pasa con la poesía. Hay mucho interés por encontrar la obra completa de un poeta, toda reunida, porque ahí se pueden ver sus distintas épocas. Fue una buena decisión hacer esos libros.

Usted tiene contacto personal con muchos autores, ¿desarrolló con alguno un vínculo cercano?

Sí. Con varios autores, pero uno que realmente quise mucho y que falleció el año pasado fue Arnaldo Calveyra. Lo admiraba muchísimo, y era realmente luminoso, además de un maravilloso poeta.

La noche anterior Adriana Hidalgo llegó de vacaciones. Retomó su actividad y su ritmo constante que la obliga a estar pendiente de cientos de detalles en simultáneo. La puerta de su oficina está abierta y la diseñadora no termina de salir de la sala cuando Adriana advierte que su colaboradora se ha olvidado los anteojos sobre su mesa. Se prepara para una reunión de producción, una de las tantas de un proceso que comienza con la compra de los derechos, luego —en caso de que sea necesario se envía a traducir— llega el momento de la corrección, seguido del armado y de una nueva corrección, antes de llegar al diseño y a la imprenta. La editorial tiene contratados derechos para todo el territorio de la lengua y distribuye en toda América Latina, incluyendo Brasil, y también en España.

Hay en su trabajo una esencia o un matiz de embajadora cultural, aunque no sea funcionaria de ningún gobierno.

Sí, ésa es un poco la idea. Te diría que ésta es, más que una editorial independiente, una empresa cultural. Nos interesa la idea de propagar y colaborar con la cultura desde el lugar que ocupamos. En la Feria de Frankfurt compartimos el stand con otros editores europeos y nos reunimos con un montón de editores. Es un lugar muy divertido donde se intercambian historias. Allí, antes que comprar, vendemos a los autores argentinos que representamos.

Hay una parte de la impresión de sus libros que se realiza en China.

Sí, la colección de infantiles pípala, porque son los mejores precios. La directora de esa colección es Clara Huffmann, mi hija. Esos son los únicos libros que imprimimos en el exterior, y luego la edición y el armado se hacen en la Argentina.

Se acaba de poner fin al denominado “cepo” o traba a la importación de libros que rigió en la Argentina desde 2010. ¿De qué modo afectó esta medida a su editorial?

Lo único que importamos son los libros que mencionaba, desde China. No había problema con la exportación, pero había que pagar un derecho que era complicado porque agregaba costo, sumado a que en estos años estaba muy bajo el valor del dólar y nuestros libros resultaban caros en el exterior. Me parece importantísimo que se haya vuelto a abrir totalmente la importación de libros porque es algo imprescindible para el país. Es tan pequeño lo que puede incidir en la economía de divisa el ingreso de libros, y tan importante para la circulación de ideas… Era notable, porque en las ferias no comprendían esta medida tan extraña. Nos dañaba nuestra imagen en materia editorial, porque además de tener excelentes autores, aquí hay mucha gente sumamente capacitada y con una gran sensibilidad y conocimiento de la literatura.

¿Cuál es el criterio para traducir desde la Argentina para habla hispana?

No queremos traducir en un idioma que no existe. Es un castellano de la Argentina, pero en un idioma legible. A veces uno lee traducciones de otros países y ve que usan una jerga muy loca que rompe la lectura. Además, tenemos la suerte de pertenecer a un gran continente donde se habla castellano y donde cada región aporta sus modalidades, lo cual, desde nuestra perspectiva, enriquece el idioma.

Y a mayor cantidad de hablantes, mayor mercado. El español es el segundo idioma del planeta.

Sí, por eso es importante apuntar a hacer libros para toda el área idiomática. Eso permite además hacer tiradas un poco más grandes.

¿Tiene una rutina de lectura?

No. Leo mucho los fines de semana por la noche. Parte de mi vida es la lectura.

¿Siempre termina de leer los libros que empieza, aunque no le gusten?

En general, cuando agarro un libro, lo termino. Es raro que lo deje. También es cierto que no leo originales, esa tarea la tiene Fabián Lebenblik.

¿Existe algo como un “lector latinoamericano”? ¿O un lector peruano, por ejemplo, distinto al argentino?

No lo sé. Ojalá lo supiera. En general, en cualquier país, un buen lector es un lector interesado, a quien no le importa mucho la proveniencia del autor que va a leer. Es un lector abierto a nuevas propuestas, y esto pasa en América Latina, en Asia, Europa o África.