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Espacios que hablan

Memoria urbana de Matadero de Madrid

Si eres un madrileño con inquietudes culturales o un turista avispado y te interesa conocer las últimas tendencias artísticas, lo lógico es que hayas ido a Matadero Madrid más de una vez. En las Naves del Español, la Cineteca o la Casa del Lector hay oferta de sobra para abastecer a los visitantes ávidos de consumo cultural y de ponerse al día en cuanto a creación contemporánea y eventos hipsters se refiere. Sin embargo, muy pocos visitantes saben que el actual Matadero dejó de funcionar como tal a mitad años noventa, que algunos de los matarifes siguen reuniéndose en la Peña Atlética —popular bar por excelencia situado a unos pocos pasos de una de las entradas principales— y que la mayoría de ellos no ha vuelto a pisar su lugar de trabajo después de haber prácticamente vivido allí durante treinta o cuarenta años.

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“Elegantes naves industriales y almacenes sin interés constructivo o espacial convivieron allí y un día fueron menguando su trajín con el crecimiento metropolitano, los cambios urbanos y el alojamiento de sus servicios originales en no-lugares industriales, con el consiguiente e incesante deterioro de estructuras y espacios. La casa de la carne estaba enraizada por tradición en un barrio de oficios relacionados con la industria del sector y protegida por un larguísimo muro que distancia y defiende, y que ahora, con el cuidado necesario, habrá de desaparecer para crear la transparencia necesaria que exigen los nuevos usos.”

Nuevos Centros Culturales para el siglo XXI en España. Consenso y conflicto, Jorge Fernández León

 

“El Matadero tildaba a desaparecer… Se empezaron a hacer mataderos de zona (Leganés, San Agustín de Guadalix), sobre todo en el porcino y en el lanar fue quitando mucho trabajo aquí. Empezó a decaer… Había que hacer muchas inversiones en el sentido de la Comunidad Europea y, como no se hicieron, pues se cerró. Se llegó a un acuerdo… A unos nos recalificaron, a otros los jubilaron. Unos pa’ bien otros pa’ mal… Tienes que subsistir… Y ésa es la historia de este Matadero, que todavía sigue con su nombre bonito de Matadero de Madrid.”

Pedro, matarife

 

He de confesar que soy una de las que jamás pensó en ese pasado cercano la primera vez que puse un pie en Matadero. Me gustó la rehabilitación y la inmensidad de las naves, pero no percibí ninguna señal que me hiciera reflexionar sobre lo que hasta hace unas décadas era el mayor proveedor de la industria cárnica en la provincia de Madrid.

A decir verdad, no pensé en esto hasta que en una tarde algo aburrida, trabajando como mediadora para el Ranchito (proyecto de investigación y creación), un hombre mayor se me acercó y me habló de las madrugadas invernales en las que venía buscando carne para su negocio. Me contó la historia un poco entre lágrimas muy finas, como si no se atreviera a dejarlas marchar y quisiera retenerlas un poco más de tiempo. El resto de la tarde estuve dándole vueltas al asunto. Me resultaba paradójico explicar a los visitantes las obras “procesuales” de “experimentación e investigación” de los arquitectos hechos artistas que formaban parte de la exposición (o mejor dicho: presentación de resultados, tal y como los comisarios instaban a llamarlo) sin saber qué diantres había ocurrido años atrás en las mismas naves del edificio. Algo estaba fallando, pensé. Con el tiempo, alguna vez me he preguntado qué fue de aquel hombre de lágrima fina. Nunca volví a verle.

 

SOUNDREADERS

Cuando me di cuenta de que mi etapa como mediadora estaba llegando a su fin por diversos motivos entre los cuales pesaba a partes iguales mi desencanto personal junto con la bajada de pantalones de lo público madrileño materializada en la externalización de los servicios culturales y el fin de los pocos “privilegios” laborales, decidí que era hora de cruzar a la otra acera y junté a un grupo de personas con inquietudes similares. Creamos SoundReaders en cuestión de semanas. Primero fue una agrupación temporal conformada por ocho personas, donde ya estaba presente el germen MMA. Estuvimos unos meses en uno de los espacios de trabajo del Ranchito. Sin embargo, el grupo pronto se redujo a cuatro personas (Rubén Coll, Pablo Costa, Irene López y Piluca Martínez) ahora sí un colectivo, de carácter interdisciplinar –la sociología, historia del arte, sonido y producción/diseño– capaz de llevar a cabo la titánica tarea de rastrear la memoria colectiva del Matadero Municipal. En Diciembre del 2012 el Área de las Artes del Ayuntamiento de Madrid nos concedió las Ayudas a la Creación. Era el momento de ponernos en marcha.

Quisimos buscar las raíces industriales e indagar en el pasado y la memoria del antiguo Matadero de Madrid desde la perspectiva del sonido. La razón de elegir esta dimensión y no otra respondía a dos cuestiones. La primera era obvia: no se había hecho, desde que el Matadero se abrió como centro de cultura contemporánea, nada relativo a la memoria y sonido (a excepción de Muta Matadero, un encargo ex profeso del Ayuntamiento de Madrid al colectivo NoPhoto sobre la historia visual del mismo). La segunda es que el arte sonoro ha sido, en la historia del arte, el tío lejano del que nadie se acuerda pero que ahora exige y reivindica con pleno derecho su papel en la herencia cultural artística.

Bautizamos el proyecto como Matadero Memoria Aural (MMA) y nos propusimos una tarea quimérica: buscar, casi como detectives, a las personas que habían estado involucradas en la historia de Matadero en sus diversas facetas; o bien habían trabajado en el Matadero Municipal como matarifes, mondongueros, etc., o bien habían vivido en el barrio o habían tenido un negocio. Tampoco quisimos dejar de contar con las voces del presente de Matadero: los actuales trabajadores —gestores, mediadores, técnicos—, los nuevos vecinos —la parte menos representada por cuestiones de tiempo— y arquitectos de las diversas reformas —aunque sólo pudimos entrevistar a los que accedieron a colaborar en el proyecto—.

La tarea de mediación y de trabajo de campo se prolongó durante siete meses durante los cuales establecimos una metodología rigurosa basada en entrevistas con preguntas idénticas pero flexibles, a veces incluso entrevistando varias veces a las mismas personas, para poder reconstruir la historia del barrio. También incluimos las soundwalks, o lo que es lo mismo: entrevistas grabadas mientras recorremos el espacio del que se está hablando, en este caso, Matadero y Legazpi. Lo que recuerda por un lado a la figura del paseante o flâneur en su dimensión post-industrial y, por otro, al movimiento como cuestionamiento crítico que posibilita el ejercicio de la memoria. Una influencia que recibimos de Toby Butler y sus memoryscapes.

Fueron muchas las horas de material recopilado, por eso tuvimos que poner en marcha un fuerte dispositivo de trabajo en cadena que abarcó desde las transcripción de las entrevistas, la división por lugar geográfico con el objetivo de poder geolocalizarlo correctamente en un mapa digital, el análisis de la información creando varias categorías o tags que facilitaran la comprensión del contenido, la edición y limpieza del sonido, o la creación de pequeños resúmenes de las entrevistas. Para poder acceder a toda esta información creamos un archivo web (http://mma.soundreaders.org) donde se encuentran geolocalizadas en un mapa las diferentes entrevistas y los paseos sonoros, además de piezas sonoras de carácter más experimental.

Nuestra primera idea era poder exhibir el proyecto en los lugares donde habíamos grabado las entrevistas y donde habíamos recorrido, de la mano de vecinos, el barrio de Legazpi. Esta estrategia respondía a una suerte de palimpsesto que pretendía conectar el pasado con el presente, creando una instalación sonora en la que Matadero y sus alrededores cobrasen vida para ser transmisores de la memoria urbana del lugar. Interesante es escuchar, a la misma vez que se pasea, a Lina, vecina del barrio desde hace cuarenta años, que relata las diferentes transformaciones urbanísticas del Río Manzanares (Madrid Río ahora) cuando eran las huertas y los árboles los que dominaban el paisaje, o cuando, después de la Guerra Civil, eran los presos políticos convertidos en obreros forzados los que picaban piedra de sol a sol. Especialmente emotivo es escuchar a Juan y Ramón, dos mondongueros que relatan los días de trabajo en las diferentes naves de Matadero y recuerdan, por ejemplo, cómo calentaban su ropa mojada en la caldera, o cómo las pocas mujeres que trabajaban allí se encargaban de elaborar las panzas de los corderos. También Alfredo, otro vecino de Legazpi, que nos lleva a recorrer, casi en una aventura distópica debordiana, el rastro de las fábricas industriales que una vez fueron prominentes epítomes del progreso.

Pero fuimos incapaces de luchar contra los obstáculos burocráticos institucionales y no nos quedó otra que abrazar con estoicismo la alternativa ofrecida: un servicio de préstamos de tablets con el fin de que los usuarios pudiesen acceder a la aplicación y geolocalización de contenidos de la web; muy “ahí te la compongas”, como diría Vila-Matas.

 

ESPACIOS QUE HABLAN

Desde que aquel hombre me hablase de los antiguos usos de Matadero, siempre he tenido interés por descubrir cuál era la historia y la memoria de Matadero como epicentro industrial en Madrid y su evolución a centro de creación contemporánea.

MMA pretende responder a esta cuestión, pero desde luego no es la única: ¿cómo se cuantifica el peso de los recuerdos en un sonido?, ¿cómo reconstruir lo que Isobel Anderson llama lostscape a través del sonido y su relación con la historia oral?, ¿cuáles eran los ruidos y cómo determinaban Legazpi durante la España posfranquista? Estas son sólo algunas cuestiones que se intentan pensar en una publicación digital que verá la luz el mes que viene, donde hemos invitado a diferentes expertos a reflexionar sobre MMA desde sus diferentes aristas: el sonido, la voz y lo oral, la curaduría, el archivo o el patrimonio inmaterial.

En las siguientes líneas he preferido apuntalar una reflexión personal sobre la relación que Matadero guarda con su pasado a nivel espacial y arquitectónico y, en última estancia, el diálogo con la memoria colectiva y comunitaria.

En un primer paso deberíamos observar el fenómeno de la reconversión de antiguos espacios y fábricas industriales en museos y centros de arte, algo que ya no llama la atención a estas alturas de la película; países como Inglaterra, Alemania o Italia han sabido articular y reaprovechar su pasado industrial en contenedores de cultura que son ejemplo de la más sofisticada gentrificación y apropiacionismo simbólico del pasado. Así lo cuenta Olga Fernández: “Desde principios de los años ‘80, las colecciones minimalistas y posminimalistas, a las que pronto se unieron otro tipo de colecciones, empezaron a ocupar en Europa las ruinas rehabilitadas de espacios históricos abandonados, fábricas vacías y otros edificios de antiguo uso industrial”.

En España nos sumamos a la moda hace relativamente poco. Una lista podría incluir nombres como La Conservera en Murcia (gran apuesta presupuestaria venida a menos), Laboral en Gijón (un espacio de fuertes connotaciones políticas) y Tabakalera en versión vasca (que después de un tiempo en barbecho ha retomado su andadura) y madrileña (donde conviven la autogestión asamblearia con el Ministerio de Cultura).

Matadero como centro de creación contemporánea se abrió en 2007, aunque ha sufrido una rehabilitación que se ha dilatado en el tiempo. En términos generales, planea el respeto hacia la primigenia construcción industrial dejando materiales visibles y fachadas intactas. No en vano todo el conjunto de Matadero consiguió en 2012 el premio FAD de Arquitectura y, de manera específica, la Nave de la Música del estudio Langarita-Navarro obtuvo la mención especial de Arquitectura Emergente Mies Van der Rohe 2013. Sin duda, la intervención que más relación y respeto guarda con la memoria de Matadero.

Pero este apunte se quedaría huérfano si no fuese unido de un análisis del diálogo que establecen estas antiguas fábricas reformadas en sus nuevos usos culturales, pues en muchas de las ocasiones predomina una imposición del objeto de culto, como si estuviéramos aclamando más a la prominente arquitectura que a las relaciones que su uso genera, convirtiéndolo, de esta manera, en un objeto cosificado, y asumiendo, en esa veneración, una fetichización del espacio. También es cierto que se puede pensar que su estetización conlleva una pleitesía a la historia del edificio; no obstante, lo que se consigue es el efecto contrario: la anulación y la desactivación del pasado al ser transformado en objeto aurático.

Una anécdota que viene al caso: hace unas semanas fuimos a grabar unas imágenes para un pieza audiovisual de MMA. Estábamos tan tranquilos en esta tarea hasta que un guardia de seguridad se apresuró a interrumpirnos, alegando que “Matadero tiene derechos de autor y está prohibido grabar sin previa autorización”. Nos extrañó bastante porque hasta hace unos meses grabábamos con total libertad. Entonces, ¿constituyen los edificios de Matadero por sí mismo una entidad propia? En ese conglomerado que une la gestión pública con la privada, ¿quién tiene la potestad para decidir sobre los derechos de autoría, si es que los tuviera?

Un ejemplo claro de culto hacia el espacio es la antigua cámara frigorífica incinerada en los años ‘90 —cuando ya había cesado la actividad industrial— y que no se ha intervenido para conservar la potencia estética que los restos del incendio le confieren.

Por ese motivo se ideó Abierto x obras, una iniciativa de coordinación que plantea obras de carácter site specif, es decir, pensadas exclusivamente para tan peculiar espacio. La mayoría de las obras que se han expuesto a lo largo de los años que lleva activo el programa ha reflexionado sobre el espacio en cuestiones materiales, lumínicas, sonoras o paisajísticas.

Y aunque estas obras efímeras siempre tengan en cuenta el diálogo con el lugar que las acoge, a veces pueden caer o bien en otorgarle excesivo protagonismo al espacio en su dimensión antropológica o fenomenológica —así lo argumenta Richard Williams al examinar las políticas de reconversión de antiguas fábricas transformadas en museos y centros de arte como Tate Modern en Londres o el Tramway en Glasgow—, o bien en la instrumentalización de la memoria servida a fines políticos, como alertaba Andreas Huyssen.

 

COMUNIDADES MOVEDIZAS

Siguiendo con el planteamiento que pretende pensar el espacio histórico de Matadero, faltaría añadir la relación con el territorio circundante: el barrio y su historia. Este tipo de ejercicio de acercamiento y mediación con diferentes comunidades suele ser responsabilidad de Intermediae, un espacio de producción híbrido donde se experimenta con protocolos de inclusión hacia la ciudadanía. El abanico, como se puede imaginar, es demasiado amplio y no siempre se pueden incluir todas las colectividades de la paleta social y artística.

En este punto cabría preguntarse: ¿dónde queda la comunidad que durante buena parte del siglo pasado ha pertenecido y ha construido simbólicamente Matadero y su entorno?

Desde MMA sabíamos que teníamos que acercarnos a las personas que habían construido la historia social y urbana del ahora centro de creación si queríamos saber qué había sido de ellas. Gracias a este contacto hemos conformado colectivamente un relato polifónico con los vecinos y antiguos trabajadores, y nos hemos dado cuenta de que Matadero era uno de los actores principales de la industria del barrio, pero no el único. Estaba el mercado de frutas y verduras que se mantuvo activo hasta la década de los ‘80. Estaban los transportistas, camioneros, repartidores, y los negocios relacionados con esta actividad comercial: pensiones, agencias de transporte… Estaban las fábricas de Arganzuela como la Siderúrgica, la Papelera y la de Coca-Cola, entre otras. Y estaba el propio barrio en cuestión, que se nutría y se alimentaba gracias a esta estructura económica, creando sus formas de vida, su idiosincrasia, sus reglas de juego: común entre los lugareños era ir a bailar el pasodoble a La Leonesa, ir a merendar al río, jugar en los campos de huertas.

Toda esa comunidad que en algún punto de su vida ha formado parte del imaginario Matadero sigue existiendo y recordando, dando voz al pasado: Antonio, del bar La Alcubilla, los pocos matarifes que siguen reuniéndose todos los jueves por la mañana, la Casa del Reloj que alberga el Centro de Mayores del distrito de Arganzuela donde acuden los vecinos del barrio que viven en sitios míticos de Legazpi como el Pico del Pañuelo. Por lo tanto, a pesar de las políticas institucionales y urbanísticas, la memoria colectiva —tal como Maurice Halbwachs la definía— de Legazpi, y por ende de Matadero, continúa latente.

Es lógico, por otro lado, que las transformaciones urbanísticas generen un nuevo mapa relacional y social de un determinado barrio, pero no por ello se debe obviar su historia, sino que ha de convivir superponiéndose una capa con la otra y coexistendo en cada presente “las dimensiones temporales del pasado y del futuro en relación”. Con el desmantelamiento de las fábricas, de los comercios y de la industria en general, y la “haussmanización de la ribera del Manzanares”, se ha propiciado que el barrio haya adoptado nuevos usos y costumbres y que haya migrado su identidad primigenia, un fenómeno que casi la totalidad de los vecinos entrevistados recalca en sus testimonios, sobre todo lo referido a las “nuevas vecindades latinoamericanas”.

No se trata, sin embargo, de una apuesta por la nostalgia desmedida ni de caer en aquello de “cualquier pasado fue mejor”, sino de materializar y traer hacia el presente la historia de Matadero y de Legazpi. Decía Walter Benjamin en Sobre el concepto de historia que “de todo lo que sucedió alguna vez, nada debe considerarse perdido para la historia”. Ahora quedaría, para la consumación del éxito de MMA, no dejar morir los afectos y la conexión que tantos meses nos costó construir y que se generaron gracias a la enorme voluntad y gratitud por parte de los entrevistados, evitando caer, de este modo, en las prácticas relacionales que hacen mal uso de las lógicas de participación y voluntarismo.

Como coda final me gustaría añadir un último apunte que atañe a la generación y secuenciación de la antigua industria por la nueva industria: la cultural. A día de hoy, y por poner un ejemplo concreto, la reciente iniciativa Factoría Cultural ha creado un espacio de coworking creativo y de emprendedores donde los que no hayan conseguido una beca han de pagar una pequeña pero no anecdótica cantidad de dinero por usar el espacio de gestión pública y formar parte de esta creciente comunidad emprendedora. Sólo espero que esta nueva vertiente en el uso de los espacios creativos y musealizados no contribuya a olvidar, menospreciar o anular la vida pasada de los barrios y que la máquina gentrificadora no aplaste la identidad de los lugares.

Irene López

Irene López (1985) es doctoranda en Historia del Arte. Dirige Think Arts, plataforma de debate en red sobre cultura contemporánea. Escribe en su blog.