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Europa poseída

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Hace poco tuve oportunidad de ver Possession, peli de culto ochentera del ucraniano Andrzej Zulawski. Me senté en el pequeño cine underground en medio de una pareja y un anciano cascarrabias; creo que ninguno éramos conscientes de lo que íbamos a ver. Possession es un film escatológico con una importante carga de violencia emocional, llena de simbolismo y recursos propios del cine experimental. Durante la película, la pareja sentada a mi lado discutía. El chico miraba a su novia confuso: “¿Pero qué es esto?, ¿por qué me traes aquí?” A mi otro lado el anciano se quejaba porque no conseguía seguir la trama. Possession podría sonar a producción mediocre de Hollywood sobre exorcismos, pero realmente es una obra maestra sobre la debacle de la identidad de Europa. La película francesa es el retrato de una familia de clase media que vive en el Berlín todavía dividido, a pocos años de la caída del muro. Es una mirada externa sobre el estilo de vida occidental administrado por los gobiernos democristianos tras la guerra fría; un modelo criticado con crudeza desde los ojos del director del Este que nos mira por encima del muro. Al anciano y la pareja del cine se les escapaba esta hermenéutica, y no porque la película fuese críptica. Sería más acertado apuntar a cuestiones ideológicas pasivas que impiden tomar una actitud autocrítica.

Llama la atención que tras los atentados de Paris y la fuerte tensión en las calles, se hayan producido unas protestas ciudadanas muy peculiares. En Facebook se convocó una orgía pública en la Plaza de la República, y también se organizaron eventos donde se invitaba a las mujeres a pasear desnudas con la intención de provocar a los terroristas. Estas invitaciones fueron rápidamente desmentidas como troleos, pero dicen mucho de la imagen que se tiene del Islam en Europa, y dicen todavía más de la imagen que Europa proyecta fuera. Esta relación automática entre libertad sexual y terrorismo tiene mucho de aquella frase de Pasolini: “Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas”. El componente de género y la sexualidad emergen de forma inesperada, porque son temas siempre eludidos en el discurso político, pulido de esta clase de posiciones.

En medio de la tragedia, con el dolor de las víctimas reciente, hemos recordado también el clásico “Haz el amor y no la guerra”. Perdonad mi escepticismo, pero la consigna hippie invita a ser malinterpretada deliberadamente: “Si no me dejas hacer el amor, haré la guerra”. ¿Puede el conflicto armado revelar sus orígenes en un gigantesco y endémico trauma sexual? Sin llevar esto al plano psicoanalítico ni alentar a los yihadistas para que lean a Freud, lo cierto es que las relaciones entre religión y sexualidad son siempre difusas, como si apuntasen a un infinito irreconciliable. En la manera de entender las estructuras familiares del islamismo con el cristianismo apenas hay diferencias, como no las hay en casi ninguna religión. Es cuando se confrontan con el liberalismo de las democracias cuando el cuerpo y el sexo pasan a ser sujetos en disputa y territorios donde establecer confusas luchas por una libertad indeterminada pero decisiva.

El uso del sexo como una herramienta de presión sería un ataque contra los valores más fundamentales de una sociedad. Recuerdo ver un documental sobre el ISIS donde un caudillo de guerra reprobaba en público a sus compañeros que permitían a sus mujeres tener un aspecto demasiado “occidental” (bueno, la palabra utilizada fue “infiel”). El género y la identidad sexual son uno de los principales puntos de conflicto entre civilizaciones. ¿No es acaso otro de los puntos que siempre le restregamos en la cara a Rusia, su total desprecio y falta de comprensión por la comunidad homosexual? La persecución por motivos sexuales, intelectuales, religiosos y políticos siempre es una práctica envuelta en turbias relaciones de prejuicios e incomprensión. Su lógica solamente oculta las pútridas raíces de la ignorancia y el fracaso de la educación de los estados. Cuando Obama visitó África, aprovechó para hacer un llamamiento de tolerancia y respeto hacia las libertades sexuales, y el presidente que le recibía le contestó que los ciudadanos de su país tenían “otras prioridades”. ¡Menudo bochorno!

En la mitología clásica, Europa era una mujer fenicia (de la actual Líbano) que era raptada por un Zeus convertido en toro y llevada a la isla de Creta para ser reina. Lejos de representar la situación actual, me pregunto cuántas personas sueñan con poder cruzar nuestras fronteras alentados por esa imagen del viejo continente. En plena recesión, con tasas de paro escandalosas, toda una generación fuera del mercado laboral, recortes y gobiernos sin capacidad, todavía no han llegado fuera estos indicios de que las cosas no nos van bien. Ante la crisis de los refugiados, los recientes conflictos con Rusia y la guerra al terrorismo en Oriente Medio, la respuesta orwelliana de los gobiernos ha sido ingenua en su contundencia: unidad. Preservar nuestra integridad por encima de todo.

Es obvio que la ciudadanía europea que tanto ha costado construir durante décadas para evitar otra guerra mundial está en peligro. ¿Pero tienen sentido esos valores en un escenario hostil, lleno de contrincantes que no comparten la ideología de las democracias liberales? Creo que a esta altura sería justo hacer un poco de autocrítica y reconocer que la UE ha fracasado al creer que un vínculo económico sería suficiente para unirnos y no saber integrar culturalmente a las comunidades. Mientras las dificultades sean abordadas siempre como problemas externos y atentados contra nuestras libertades individuales, entonces todavía queda mucho por hacer.

Creo que los tecnócratas de la UE comparten con la parejita del cine y el anciano la misma feliz ignorancia de no saber qué lugar ocupan en la ecuación. La maquinaria institucional ha sido atacada sin piedad en la calle, y tal y como hemos visto en Francia, la respuesta será una monitorización y disciplina social típica de los estados policiales. Descubriremos, seguramente, haber estado poseídos por ideas irrealizables más allá del círculo de estrellas, y en consecuencia, tomando medidas drásticas y desesperadas.

En Possession, los personajes son incapaces de controlarse, mostrando un comportamiento neurótico e inquietante. Son la parodia de una vida sin sentido en pleno corazón de Europa; un corazón que me recuerda aquello que escribió Robert Walser: “Mi corazón es un nido de serpientes”. Esperemos que ante la violencia y el sinsentido del terror, la respuesta esté a la altura y no nos convierta en cómplices de la barbarie y en una parodia de la sociedad desarrollada que somos realmente.  

 

Fotogramas y vídeo de "Possession" (Andrzej Zulawski, 1982).