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Jorge Ilegal
Todos los días que tocas mueres un poco
Fotografías de Ricardo Rubio
Me siento mucho más heredero de Juvenal, Marcial o Quevedo que de Jimi Hendrix o Bob Dylan, con el que no tengo mucho que ver.
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Al acabar la mili a finales de 1970 volví a la facultad de Derecho y ya me di cuenta de que los años 80 habían empezado. España era una olla a presión, había una corriente de actividad y creatividad tremenda, cine, literatura, música, pintura, cómics…, y a mí me estaba pasando todo eso de refilón. Ese torrente de historias había que atraparlo y decidí hacerlo, por lo que abandoné la carrera. Yo no podía perder la oportunidad de saltar y hacer lo que siempre había deseado: tocar en un grupo de rock. Así que a mis 21 años lo primero que hice fue abandonar la facultad de Derecho e imponerme un estudio exhaustivo de todo lo necesario para dedicarme a fondo al rock and roll. Yo tenía carnet de músico profesional desde muy jovencito, siendo menor de edad. Me examiné dos veces porque en la primera prueba me dieron un diploma de niño prodigio, y a mí eso me parecía una ofensa, por lo que decidí volver a examinarme y ya me dieron el carnet de músico. Ahora ya no existen esas pruebas, ya no pasa nadie un examen para ser músico, y así están las cosas.
A partir de ese momento me empeñé en prepararme en serio, cómo manejar una mesa de mezclas, las utilidades de un delay, cuál es el código de cada cable del micrófono, en fin, todo lo relativo a la técnica musical. A esa formación le dedicaba dos o tres horas al día. Una hora a escuchar música de jazz, otra a la música psicodélica, después a las nuevas músicas que aparecían en ese momento, los ritmos punks, la new wave, las cosas que empezaban a salir en España, absorbía todos los tipos de producción. Al mismo tiempo daba clases de guitarra y estudiaba las entrañas de la guitarra, cómo limpiar un sonido desde la construcción de la canción, por ejemplo. También me formé mucho en literatura, leyendo a los poetas Juvenal, Marcial y todos los clásicos grecolatinos, y me interesé mucho por Quevedo, que era un gran punk, y por la literatura picaresca española. Leí a Shakespeare, me interesaba el inglés de Shakespeare porque el de Dylan me tiraba bastante menos. Estudié a los poetas simbolistas franceses, no sé, todo ese tipo de cosas. Yo tenía un calendario de estudios superior al que tenía en la universidad.
Estaba tocando con bandas pero ya tenía una visión menos torpe de los que se cocían en el caldo de la Movida madrileña porque me estaba moviendo por todo el país como profesional. En el País Vasco estaba naciendo el rock radical, en Asturias estábamos nosotros solos, primero Los Metálicos, luego Ilegales, el resto era música sinfónica; en Galicia surgía ese tipo de rock con ese sentido del humor tan gallego que luego estalló con Siniestro Total y Os Resentidos. En la parte de Levante estaba esa música de fiesta de maricones de fin de semana, con ese aire gay de lo que se llamó máquina con Olé Olé, Vídeo… En Barcelona estaba sepultada la música bajo esa porquería que era el rock layetano como la Companyia Elèctrica Dharma, que se lo estaban llevando todo porque estaban protegidos por la administración, pero ya empezaban a surgir grupos de rockabilly y grupos mods. Andalucía había quedado exhausta por la gran aportación que hizo esta región durante los años 70 con el rock andaluz de Triana, Medina Azahara, Alameda, Smash. En la zona centro casi no había nada aparte del rock cañero de Leño, Ñu, Barón Rojo y cosas así. Luego ya empezaron a salir grupos más pop como Nacha Pop o los Radio Futura. Pero nadie tenía ni idea de lo que ocurría en la periferia. Así que nosotros, con Ilegales ya en marcha, decidimos dar el salto a Madrid para ser visibles porque teníamos claro que con la preparación que teníamos nos iba a resultar muy fácil destacar. En 1982 aparecimos en la capital y la diferencia con los grupos de la Movida que estaban naciendo era bestial. Nuestros temas eran tan redondos que nadie podía superarlos. Era como quitarle un caramelo a un niño. Teníamos nuestra propia empresa de sonido, sabíamos cómo gestionar el asunto porque nuestra preparación era tremenda. Estoy convencido de que Ilegales marcó el principio del fin de la Movida porque hubo grupos que se sintieron atacados y otros se sintieron liberados, y en ese momento me salieron muchos enemigos, pero muchos amigos también, y muy buenos.
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Había muchos que nos pedían que les enseñáramos cosas, había gente que no sabía “quintar”, joder. Entre nuestros aliados estaban Derribos Arias, con Poch y Alejo Alberdi, Siniestro Total, la gente de la UVI con Manolo a la cabeza, PVP, Glutamato Yeyé, gente buena. Nacha Pop también, porque eran listos y mejores músicos, y también Los Secretos, esa gente sí sabía tocar. Decían que era un grupo para niñas, pero crecieron bien y se redimieron, en la onda de los Birds o Flying Burritos Brothers. Lo de Nacha Pop es una pena, nunca se ha reconocido de verdad su valía, nunca tuvieron éxito cuando funcionaban; de hecho, en 1988 se disolvió el grupo. También eran buenos Los Cardíacos, de León, que fueron los que inventaron el indie; los primeros que fueron independientes fueron ellos, grabaron una cinta de casete en 1979 y la vendían por correo. En el otro lado, no sé, hubo algún roce con Gabinete Caligari, pero no con Jaime Urrutia, un tío al que siempre he respetado. Recuerdo que fui insultado por Ferni, el bajo, en los camerinos de Rock-Ola. Joder, alguien se había llevado el abridor de las botellas y todo el mundo sacaba las chapas con la cerradura de la puerta. Yo me iba a preparar un gin-tonic y al abrir la botella de tónica se escapó un pequeño chorrito a presión que salpicó a ese señor y se puso muy bravito, le dio algo así como un subidón de testosterona atizado, quizá, por las dos chicas que le acompañaban en ese momento. Y, bueno, me pareció tan gilipollas su reacción que le lancé un derechazo a la cara y lo mandé al piso. Cosas que pasan, joder, sin más importancia, pero se hizo una montaña de aquello tremenda.
Reconozco que nosotros veníamos de un medio muy violento, desde muy jóvenes vivíamos por nuestra cuenta en la durísima Asturias de la reconversión industrial; bueno, más bien del despojo total de todo tipo de industrias y del destrozo en el medio urbano y rural. Yo había tenido antes un problema en Oviedo con un chulo de putas al que le reventé la cabeza con un stick de hockey; intentaron apuñalarme pero no lo consiguieron. Además, yo procedo de una familia de guerreros, de la nobleza arruinada, somos condes, condes de Canalejas, aunque yo no tengo título y aún conservamos un palacio; ese título se lo prestamos a un primo y no lo hemos reclamado. Hay títulos que tiene esa gente de la nobleza por chupársela a los reyes, pero mi familia era lo contrario a todo eso, eran los que hacían la guerra a los reyes.
Mis abuelas conservan cartas de las infantas lamentando que no pudieran verse un verano porque sus padres se habían declarado la guerra. Y cuando te has criado en ese ambiente uno no se lo pensaba mucho antes de responder a cualquier provocación. En fin, que tuvimos algún grupo enemigo, pero pocos, porque nos portábamos muy bien con todo el mundo y éramos generosos. Ilegales ganaba más pasta que cualquier otra banda y casi siempre teníamos que invitarles a copas y todo eso. Los conocimientos que teníamos no los queríamos sólo para nosotros. Les enseñábamos a poner a punto una guitarra; si venían con un problema con su Fender Telecaster, yo les decía que me la trajeran y les resolvía el asunto: tienes este cojinete un poco levantado y no quinta por esta razón, así que vamos a ponerla a punto, y ya está. Yo le puse a punto las guitarras a un montón de gente. Pero lo que no podíamos era respetar a grupos que no querían aprender y tenían problemas para cambiar de do a sol, ¡no me jodas, si las alumnas de las monjas tocaban mejor la guitarra! El puto problema es que hubo gente que tuvo éxito antes de saber tocar y la culpa la tuvieron los burros de muchos medios de comunicación, que no tenían ni puta idea, y la gente de las discográficas, igual.
No teníamos residencia fija, vivíamos tocando constantemente por toda España, tocábamos todos los días, joder, viajando a diario por aquellas carreteras asesinas donde se la pegaba mucha gente. Pero eso no lo cambiaba por nada. Por ejemplo, me negué a tocar en televisión, en programas como La edad de oro; ibas allí, te ponían un sonido de mierda, una actuación de plató y no, que salgan en la tele los que le gusta enseñar el careto, ¡si nosotros íbamos a follar igual, hostias! Ni siquiera salíamos en fotos, ni en las portadas de nuestros discos, al menos durante los primeros seis años; luego ya, por contrato, tuvimos que hacerlo. Así que lo que ocurría era que la gente se mataba por las putas entradas de nuestros conciertos en directo. Se vendía todo y la gente salía enloquecida porque en ese momento nadie lograba un sonido tan fantástico como el de Ilegales.
Además, no dependíamos del equipo de sonido ni de la furgoneta, porque todo era nuestro. Y muchas veces nos quedábamos en Madrid porque estaba de paso, estaba en el centro. Nuestra idea era confluir en Madrid con el fin de generar una industria para que pudiera funcionar por todo el país. Lo hablamos con algunos grupos periféricos, como Siniestro: había que partir desde Madrid y Barcelona porque la prensa especializada estaba casi toda en esas dos ciudades, sobre todo en Barcelona. Luego Madrid fue tomando más peso, así que utilizamos el ejemplo del sistema radial de las comunicaciones por carretera y ferrocarril. De todas formas, descubrimos que mover una pequeña ciudad como Gijón era mucho más difícil que mover Nueva York. Tocábamos los fines de semana en Nueva York y las salas se llenaban, y en Ecuador, o Colombia. Siempre tuvimos vocación internacional y la hemos desarrollado a lo largo de toda nuestra historia de grupo. Otros no lo han conseguido.
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En Madrid los músicos eran muy altivos, pero más que nada porque les daba vergüenza enfrentarse a alguien como nosotros que teníamos muchos más conocimientos, y esos nos veían como una amenaza, y como no querían progresar ni aprender, pues se iban quedando rezagados. Nuestro primer concierto en Madrid fue en Rock-Ola en 1982 y por allí andaban Los Desechables, que se pusieron muy gilipollas y estupendos por cuestiones de compartir el equipo y cosas así. Nosotros no teníamos problema en ceder nuestra mesa de mezclas, pero esa gente se puso en plan provocador y no sabían con quién se la estaban jugando. Les llegamos a decir que eran muy imprudentes porque se estaban metiendo con gente que les podía matar. El caso es que esa noche recibieron hostias de lo lindo, allí cobró todo el mundo. Pero cuando salimos a tocar todo el mundo se quedó pasmado y los críticos musicales fliparon y escribieron que había una diferencia abismal con los grupos madrileños que habían desfilado hasta ese momento por Rock-Ola. Y eso a pesar de estar borrachos perdidos y con algunos moratones en el cuerpo. Pero era evidente el contraste, y el público no era tan tonto como para no notarlo.
La segunda vez que tocamos en esa sala, unos meses después de nuestro debut, nos vendieron la moto de actuar en Semana Santa. Nos prometieron que habría gente y al concierto no asistió ni dios. Así que a Rock-Ola le hicimos un corte de mangas y el siguiente contrato lo firmamos con la sala Imperio, en Carabanchel: tocamos dos días seguidos y lo reventamos, hasta fueron todos los de seguridad de Rock-Ola, que eran amigos míos. El público de Madrid era la hostia y siempre nos recibió muy bien porque, por fin, escuchaban algo puro. Se había creado una animosidad por la lesión constante de los tímpanos del personal, estaban hasta los cojones y dijeron, ¡joder, ya era hora de que un grupo sonara como es debido! Y todo eso sin involucrarnos para nada en la corriente ésa de la Movida. El rock and roll es un ejercicio de arrogancia y nosotros éramos tan arrogantes que despreciábamos totalmente a los de la Movida, porque eran despreciables, salvando algún caso noble que ya he citado.
En Madrid solía pararme a beber en La Vía Láctea, El Baile, no sé, a veces tenía que esconderme porque había chicas rockeritas muy pesadas que estaban fagocitando mi vida. Me metía en antros oscuros, fuera del circuito, lugares desconocidos. Llegó un momento en que acabé harto del rollo rockero porque era una presión brutal y empecé a enrollarme con tías muy pijas, con modelos de primera. Salí con muchas modelos de estas tope que conocía en coctelerías. Una vez me invitó una amiga a uno de esos desfiles de moda pero yo no me veía en ese lugar, así que me largué con el novio de un modisto y empezamos a meternos de todo y terminamos en un garito y nos pusimos hasta arriba, y cuando regresamos al desfile de marras ya había terminado todo. La modelo amiga mía me echó una bronca de cuidado, pero cuando el modisto vio a su novio casi lo mata, así que salí por pies como pude, paré un taxi y ya no los volví a ver más. Era un ambiente raro, no sé. Con otra de mis amantes modelos, los dos en una casa, teníamos de todo; me gasté toda la pasta que llevaba encima y le dije que me esperara porque iba a buscar más dinero. Y ella, como loca, gritándome, ¡no vas a volver, no vas a volver!, y yo, ¡que sí tía, que sí, que voy a por pasta, que ahora vengo! A las tres horas o así volví y me encontré toda la casa destrozada, los cuadros rotos, había arrancado el teléfono, había tirado todo lo que había en la nevera, un desastre, así que cogí todas mis cosas y me largué a Asturias y estuve dos días tirado en la cama sin pensar en nada.
Bueno, corrían tiempos de cambio y en casi todas las letras de Ilegales se reflejaba el espíritu político que yo sentía. Hacíamos algo que atraía a los rockers, a los mods, lo que era altamente peligroso, a los punks, los heavys, a la gente del pop, era imposible que no se liara el pollo en los conciertos. Teníamos que reclamar orden desde el escenario porque la gente se excitaba de la hostia, se pegaban y se armaban buenos pifostes. Parábamos de tocar y se paraba el follón, pero al reanudar el concierto volvía el lío. Una de nuestras históricas trifulcas sucedió en Punta Umbría, Huelva, aquello fue tremendo.
Por ese lugar había un personal, muchos de ellos gitanos, que acostumbraba a pegar a la gente de los grupos que iban a tocar. Generalmente pegaban a los del equipo, pero resulta que esa gente del equipo eran, además, mis amigos y yo tenía que salir a defenderles. Los tíos tiraban de navaja y a mí me pincharon con un estilete, pero chocó con una costilla, me la astilló pero no me caló en el corazón, que era el destino del navajazo. Con nosotros, de seguridad, estaban Pepe Peral y Jose El Güevo, de Rock-Ola, y nos defendimos como pudimos, con barras de hierro y cajas y todo lo que pillamos por ahí. Al batería le atizaron con una botella que cayó del cielo y se quedó hecho polvo, no podía hablar, invertía las sílabas, vimos al tipo que le lanzó la botella y lo pagó caro. Tuvimos una muy fuerte, sangrienta. Estuvimos bravos y mandamos a mucha gente al hospital, hubo un trajín de ambulancias espectacular. Éramos unas quince personas muy decididas a todo y muy coordinados, avanzábamos a la vez; era el terror, y se dieron cuenta de que con nosotros no iban a poder, y no pudieron.
Esas cosas pasaban en muchos sitios y lo normal era que los músicos se quedaran con las hostias, pero Ilegales invirtieron esa costumbre, yo nunca iba a permitir que tocaran a nadie de mi grupo, tendrían que matarme, así que a nosotros acabaron por respetarnos. En fin, siempre un gilipollas, o dos, podían joder un concierto, fastidiar la noche a 1.500 personas. Una vez pillé a un tío llenando una lata con arena para tirársela a Ray Davies, el de los Kinks. Le encajé una patada en el culo que casi le reviento. Pero qué pedazo de imbécil, yo le decía, ¿pero qué haces, subnormal?, tirarle una lata a Ray Davies, un tío cojonudo que se está esforzando para darnos gusto a todos y vienes tú a jodernos el concierto, ¡vete a tomar por culo, hombre! Luego, claro, un idiota de esos se pone hasta las cejas de alcohol malo y drogas peores y el resultado es catastrófico.
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Yo no le he aconsejado nunca a nadie que se drogue, nunca he pensado que fuera una buena cosa, sobre todo haciéndolo tan mal como lo hacía mucha gente en ciertas épocas. Pero, bueno. Yo empecé con las anfetaminas cuando estudiaba, y luego, sí, la cocaína, un divertimento con el que siempre hay que tener mucho cuidado, y el alcohol, otra droga bastante dura. Pero lo que nunca probé, y ha hecho estragos en mi generación y en mi banda, es la heroína. Esa droga es totalmente negativa y arrasó a toda una generación, en Madrid, en Asturias, en el País Vasco, en todas partes. Ha sido una puta mierda y parece que la gente ahora vuelve al rollo del caballo. Joder, quizá se podía entender que nosotros, chavales de veintitantos años, pudiéramos experimentar con la heroína porque se desconocía toda la miseria que acarreaba, pero ahora que se conoce el daño que hace no puedo entender que la gente se agarre a eso. A esos primeros picos que se metían mis amigos asistí con mucha rabia a sabiendas de lo que iba a ocurrir. Ésta es una droga portuaria, primero empieza por los puertos de mar. En Gijón los heroinómanos llevaban unas vidas desastrosas, vaya estrago. La cantidad de gente valiosa que hemos perdido por culpa de esa mierda. En mi caso, tengo la fortuna de no ser una persona adictiva, no soy adicto a nada. Me puedo pillar un pedo una noche y luego no volver a beber en una semana, o en dos, pero hay gente que no es capaz de eso. Quizá yo he sido un mal ejemplo porque me ponía hasta arriba de whisky y luego salía a tocar de puta madre, y los que me veían pensaban que podían hacer lo mismo y no es así. Quizá tendría que haberlo hecho con más cuidado porque había gente mucho más joven muy pendiente de lo que yo hacía. Beber o drogarse no es una fortaleza, es una debilidad. Es verdad que existía un vacío místico que había que alimentar con alguna sustancia, pero nadie controló la medida necesaria para que el asunto tuviera un desenlace saludable.
A principios de los 80 se produjo un cierto estallido de libertad, pero yo sabía lo que iba a ocurrir. Tenía claro que los medios de comunicación que clamaban por la libertad de expresión lo que al final iban a hacer era intentar convertir a los lectores en consumidores, y así ha ocurrido. Se produjo, incluso, una especie de mensaje sarcástico, de humor fino y grueso, provocador, que fue mal entendido. Yo mismo llegué a desconfiar de mí mismo al dudar de que ese discurso tuviese valor. El humor es sagrado, pero también peligroso si no se usa o digiere con cabeza.
Y luego a la gente le dio por cantar en inglés, y no sólo aquí. Lo vi muy claro cuando tocamos en Ecuador en los años 80. Me encontré con que querían prohibir el rock en español allí, querían que se cantara en inglés. Tocamos en Quito y en Guayaquil, donde se armó una muy gorda porque actuamos en un estadio con un aforo de 40.000 personas y dejaron entrar a unos cuantos miles más, y se armó la de dios. Hubo multitud de gente que no podía ver el concierto y se lió una buena, y con razón. Nos cancelaron dos conciertos que teníamos programados y nos largamos para España. A los pocos días hubo serias revueltas en esos lugares porque la gente se rebeló porque quería música en español. El caso es que en España la gente estaba cantando en inglés, joder. Yo preguntaba a esos grupos y no sabían qué decirme, ¡mierda, ¿por qué cantáis en inglés? ¿por qué sois gilipollas?!
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Me he sentido muy mal en muchas ocasiones, porque tocar como yo toco produce un desgaste emocional muy serio, es muy duro porque las canciones son pura verdad y eso te mata. Había otros temas más frívolos, sí, pero la mayoría estaban empapados de sangre caliente. Todos los días que tocas mueres un poco. Es verdad que estaba forrado, ganaba muchísimo dinero, tenía casi todo a mi alcance, pero me encontraba fatal. Eso unido a la carretera es mortal. Esas rutas interminables, Asturias, Sevilla, La Coruña, Santander y Sevilla otra vez, ¡ufff! Y aunque era joven y fuerte, la cabeza no daba para tanto. La peor época de mi vida fueron los años que tuvimos mayor éxito, con mucha diferencia, porque cada día era una angustia absoluta. Me sentía devorado, como Prometeo por el águila. De hecho saboteé mi propia banda pero, claro, ¿que justificación podía esgrimir frente a todo un grupo de gente que se lo curraba a base de bien y vivía de su oficio con ilusión y honradez? Pero era necesario liberarme de alguna forma y es cuando monté la sala Rock Club de Madrid con otros cinco socios. Bueno, más bien lo montó mi mánager, yo tenía mi parte pero me quedé al margen del lío. Aportamos nuestro equipo de sonido y algunas cosas más, invité a los miembros de mi grupo al asunto y así parábamos un poco. Nosotros nos apartamos y dejamos vía libre a otras bandas que venían a tocar a la sala con buen sonido y en buenas condiciones. Y yo respiré: era el año 1989 y creo que eso me salvó de caer en el raquitismo. Y me refresqué, probé otras cosas y recuperé cierto temple.
Y ahora, al cabo de tantos años, sería totalmente feliz si no hubiera sido por las terribles pérdidas que he sufrido. La muerte se ha portado muy mal y se llevó por delante en este año 2016 a cuatro de los míos, uno de ellos Alejandro Espina, el bajo del grupo y uno de mis mejores compadres. Entró con veinte años en la banda y le vi crecer a mi lado. Es la hostia, el chico no tenía adicciones ni nada de eso, bebía poco, tenía una hija y una vida ordenada, creo que era el único del grupo que llevaba ese ritmo de vida. Eso fue una hostia tremenda y pensamos en dejarlo todo, pero decidimos seguir adelante porque el sello del grupo siempre fue la dureza. Y con la energía y la caña que latían en nuestras primeras letras, que siguen estando vigentes porque entroncan con la naturaleza humana. Esta naturaleza no ha cambiado tanto en los últimos 4.000 años. Podemos leer ahora a Juvenal, Marcial, Virgilio o al más próximo, Quevedo, y descubrimos que estamos en la misma onda. Soy el heredero de toda esta gente, más que de Jimmy Hendrix o Bob Dylan, con el que no tengo mucho que ver. Y quiero seguir viviendo aunque cada vez soy más consciente del valor de cada segundo y de su jodido avance. Y ahí seguimos, en familia y cuidándonos, los que quedamos.
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Jorge Martínez García, conocido como Jorge Ilegal, nació en Avilés, Asturias, el 1 de mayo de 1955. En 1977, junto a su hermano Juan Carlos y a David Alonso, forma el trío Madson, que dos años más tarde cambiaría su nombre por Los Metálicos. Al poco tiempo el grupo pasa a llamarse Ilegales. Desde su primer álbum en 1982 Ilegales ha grabado 15 discos de larga duración. A finales de 2016 se estrena su documental La vida entre hormigas.
Las fotos de archivo han sido cedidas por Jorge Ilegal. La primera es de 1986 y la última se utilizó este año para el cartel de la gira La vida es fuego – Tour 2016. El cartel que aparece entre medias es de la gira Adiós, amiguitos, 2012.
Jorge Ilegal
Fotografías de Ricardo Rubio
Me siento mucho más heredero de Juvenal, Marcial o Quevedo que de Jimi Hendrix o Bob Dylan, con el que no tengo mucho que ver.
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Al acabar la mili a finales de 1970 volví a la facultad de Derecho y ya me di cuenta de que los años 80 habían empezado. España era una olla a presión, había una corriente de actividad y creatividad tremenda, cine, literatura, música, pintura, cómics…, y a mí me estaba pasando todo eso de refilón. Ese torrente de historias había que atraparlo y decidí hacerlo, por lo que abandoné la carrera. Yo no podía perder la oportunidad de saltar y hacer lo que siempre había deseado: tocar en un grupo de rock. Así que a mis 21 años lo primero que hice fue abandonar la facultad de Derecho e imponerme un estudio exhaustivo de todo lo necesario para dedicarme a fondo al rock and roll. Yo tenía carnet de músico profesional desde muy jovencito, siendo menor de edad. Me examiné dos veces porque en la primera prueba me dieron un diploma de niño prodigio, y a mí eso me parecía una ofensa, por lo que decidí volver a examinarme y ya me dieron el carnet de músico. Ahora ya no existen esas pruebas, ya no pasa nadie un examen para ser músico, y así están las cosas.
A partir de ese momento me empeñé en prepararme en serio, cómo manejar una mesa de mezclas, las utilidades de un delay, cuál es el código de cada cable del micrófono, en fin, todo lo relativo a la técnica musical. A esa formación le dedicaba dos o tres horas al día. Una hora a escuchar música de jazz, otra a la música psicodélica, después a las nuevas músicas que aparecían en ese momento, los ritmos punks, la new wave, las cosas que empezaban a salir en España, absorbía todos los tipos de producción. Al mismo tiempo daba clases de guitarra y estudiaba las entrañas de la guitarra, cómo limpiar un sonido desde la construcción de la canción, por ejemplo. También me formé mucho en literatura, leyendo a los poetas Juvenal, Marcial y todos los clásicos grecolatinos, y me interesé mucho por Quevedo, que era un gran punk, y por la literatura picaresca española. Leí a Shakespeare, me interesaba el inglés de Shakespeare porque el de Dylan me tiraba bastante menos. Estudié a los poetas simbolistas franceses, no sé, todo ese tipo de cosas. Yo tenía un calendario de estudios superior al que tenía en la universidad.
Estaba tocando con bandas pero ya tenía una visión menos torpe de los que se cocían en el caldo de la Movida madrileña porque me estaba moviendo por todo el país como profesional. En el País Vasco estaba naciendo el rock radical, en Asturias estábamos nosotros solos, primero Los Metálicos, luego Ilegales, el resto era música sinfónica; en Galicia surgía ese tipo de rock con ese sentido del humor tan gallego que luego estalló con Siniestro Total y Os Resentidos. En la parte de Levante estaba esa música de fiesta de maricones de fin de semana, con ese aire gay de lo que se llamó máquina con Olé Olé, Vídeo… En Barcelona estaba sepultada la música bajo esa porquería que era el rock layetano como la Companyia Elèctrica Dharma, que se lo estaban llevando todo porque estaban protegidos por la administración, pero ya empezaban a surgir grupos de rockabilly y grupos mods. Andalucía había quedado exhausta por la gran aportación que hizo esta región durante los años 70 con el rock andaluz de Triana, Medina Azahara, Alameda, Smash. En la zona centro casi no había nada aparte del rock cañero de Leño, Ñu, Barón Rojo y cosas así. Luego ya empezaron a salir grupos más pop como Nacha Pop o los Radio Futura. Pero nadie tenía ni idea de lo que ocurría en la periferia. Así que nosotros, con Ilegales ya en marcha, decidimos dar el salto a Madrid para ser visibles porque teníamos claro que con la preparación que teníamos nos iba a resultar muy fácil destacar. En 1982 aparecimos en la capital y la diferencia con los grupos de la Movida que estaban naciendo era bestial. Nuestros temas eran tan redondos que nadie podía superarlos. Era como quitarle un caramelo a un niño. Teníamos nuestra propia empresa de sonido, sabíamos cómo gestionar el asunto porque nuestra preparación era tremenda. Estoy convencido de que Ilegales marcó el principio del fin de la Movida porque hubo grupos que se sintieron atacados y otros se sintieron liberados, y en ese momento me salieron muchos enemigos, pero muchos amigos también, y muy buenos.
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Había muchos que nos pedían que les enseñáramos cosas, había gente que no sabía “quintar”, joder. Entre nuestros aliados estaban Derribos Arias, con Poch y Alejo Alberdi, Siniestro Total, la gente de la UVI con Manolo a la cabeza, PVP, Glutamato Yeyé, gente buena. Nacha Pop también, porque eran listos y mejores músicos, y también Los Secretos, esa gente sí sabía tocar. Decían que era un grupo para niñas, pero crecieron bien y se redimieron, en la onda de los Birds o Flying Burritos Brothers. Lo de Nacha Pop es una pena, nunca se ha reconocido de verdad su valía, nunca tuvieron éxito cuando funcionaban; de hecho, en 1988 se disolvió el grupo. También eran buenos Los Cardíacos, de León, que fueron los que inventaron el indie; los primeros que fueron independientes fueron ellos, grabaron una cinta de casete en 1979 y la vendían por correo. En el otro lado, no sé, hubo algún roce con Gabinete Caligari, pero no con Jaime Urrutia, un tío al que siempre he respetado. Recuerdo que fui insultado por Ferni, el bajo, en los camerinos de Rock-Ola. Joder, alguien se había llevado el abridor de las botellas y todo el mundo sacaba las chapas con la cerradura de la puerta. Yo me iba a preparar un gin-tonic y al abrir la botella de tónica se escapó un pequeño chorrito a presión que salpicó a ese señor y se puso muy bravito, le dio algo así como un subidón de testosterona atizado, quizá, por las dos chicas que le acompañaban en ese momento. Y, bueno, me pareció tan gilipollas su reacción que le lancé un derechazo a la cara y lo mandé al piso. Cosas que pasan, joder, sin más importancia, pero se hizo una montaña de aquello tremenda.
Reconozco que nosotros veníamos de un medio muy violento, desde muy jóvenes vivíamos por nuestra cuenta en la durísima Asturias de la reconversión industrial; bueno, más bien del despojo total de todo tipo de industrias y del destrozo en el medio urbano y rural. Yo había tenido antes un problema en Oviedo con un chulo de putas al que le reventé la cabeza con un stick de hockey; intentaron apuñalarme pero no lo consiguieron. Además, yo procedo de una familia de guerreros, de la nobleza arruinada, somos condes, condes de Canalejas, aunque yo no tengo título y aún conservamos un palacio; ese título se lo prestamos a un primo y no lo hemos reclamado. Hay títulos que tiene esa gente de la nobleza por chupársela a los reyes, pero mi familia era lo contrario a todo eso, eran los que hacían la guerra a los reyes.
Mis abuelas conservan cartas de las infantas lamentando que no pudieran verse un verano porque sus padres se habían declarado la guerra. Y cuando te has criado en ese ambiente uno no se lo pensaba mucho antes de responder a cualquier provocación. En fin, que tuvimos algún grupo enemigo, pero pocos, porque nos portábamos muy bien con todo el mundo y éramos generosos. Ilegales ganaba más pasta que cualquier otra banda y casi siempre teníamos que invitarles a copas y todo eso. Los conocimientos que teníamos no los queríamos sólo para nosotros. Les enseñábamos a poner a punto una guitarra; si venían con un problema con su Fender Telecaster, yo les decía que me la trajeran y les resolvía el asunto: tienes este cojinete un poco levantado y no quinta por esta razón, así que vamos a ponerla a punto, y ya está. Yo le puse a punto las guitarras a un montón de gente. Pero lo que no podíamos era respetar a grupos que no querían aprender y tenían problemas para cambiar de do a sol, ¡no me jodas, si las alumnas de las monjas tocaban mejor la guitarra! El puto problema es que hubo gente que tuvo éxito antes de saber tocar y la culpa la tuvieron los burros de muchos medios de comunicación, que no tenían ni puta idea, y la gente de las discográficas, igual.
No teníamos residencia fija, vivíamos tocando constantemente por toda España, tocábamos todos los días, joder, viajando a diario por aquellas carreteras asesinas donde se la pegaba mucha gente. Pero eso no lo cambiaba por nada. Por ejemplo, me negué a tocar en televisión, en programas como La edad de oro; ibas allí, te ponían un sonido de mierda, una actuación de plató y no, que salgan en la tele los que le gusta enseñar el careto, ¡si nosotros íbamos a follar igual, hostias! Ni siquiera salíamos en fotos, ni en las portadas de nuestros discos, al menos durante los primeros seis años; luego ya, por contrato, tuvimos que hacerlo. Así que lo que ocurría era que la gente se mataba por las putas entradas de nuestros conciertos en directo. Se vendía todo y la gente salía enloquecida porque en ese momento nadie lograba un sonido tan fantástico como el de Ilegales.
Además, no dependíamos del equipo de sonido ni de la furgoneta, porque todo era nuestro. Y muchas veces nos quedábamos en Madrid porque estaba de paso, estaba en el centro. Nuestra idea era confluir en Madrid con el fin de generar una industria para que pudiera funcionar por todo el país. Lo hablamos con algunos grupos periféricos, como Siniestro: había que partir desde Madrid y Barcelona porque la prensa especializada estaba casi toda en esas dos ciudades, sobre todo en Barcelona. Luego Madrid fue tomando más peso, así que utilizamos el ejemplo del sistema radial de las comunicaciones por carretera y ferrocarril. De todas formas, descubrimos que mover una pequeña ciudad como Gijón era mucho más difícil que mover Nueva York. Tocábamos los fines de semana en Nueva York y las salas se llenaban, y en Ecuador, o Colombia. Siempre tuvimos vocación internacional y la hemos desarrollado a lo largo de toda nuestra historia de grupo. Otros no lo han conseguido.
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En Madrid los músicos eran muy altivos, pero más que nada porque les daba vergüenza enfrentarse a alguien como nosotros que teníamos muchos más conocimientos, y esos nos veían como una amenaza, y como no querían progresar ni aprender, pues se iban quedando rezagados. Nuestro primer concierto en Madrid fue en Rock-Ola en 1982 y por allí andaban Los Desechables, que se pusieron muy gilipollas y estupendos por cuestiones de compartir el equipo y cosas así. Nosotros no teníamos problema en ceder nuestra mesa de mezclas, pero esa gente se puso en plan provocador y no sabían con quién se la estaban jugando. Les llegamos a decir que eran muy imprudentes porque se estaban metiendo con gente que les podía matar. El caso es que esa noche recibieron hostias de lo lindo, allí cobró todo el mundo. Pero cuando salimos a tocar todo el mundo se quedó pasmado y los críticos musicales fliparon y escribieron que había una diferencia abismal con los grupos madrileños que habían desfilado hasta ese momento por Rock-Ola. Y eso a pesar de estar borrachos perdidos y con algunos moratones en el cuerpo. Pero era evidente el contraste, y el público no era tan tonto como para no notarlo.
La segunda vez que tocamos en esa sala, unos meses después de nuestro debut, nos vendieron la moto de actuar en Semana Santa. Nos prometieron que habría gente y al concierto no asistió ni dios. Así que a Rock-Ola le hicimos un corte de mangas y el siguiente contrato lo firmamos con la sala Imperio, en Carabanchel: tocamos dos días seguidos y lo reventamos, hasta fueron todos los de seguridad de Rock-Ola, que eran amigos míos. El público de Madrid era la hostia y siempre nos recibió muy bien porque, por fin, escuchaban algo puro. Se había creado una animosidad por la lesión constante de los tímpanos del personal, estaban hasta los cojones y dijeron, ¡joder, ya era hora de que un grupo sonara como es debido! Y todo eso sin involucrarnos para nada en la corriente ésa de la Movida. El rock and roll es un ejercicio de arrogancia y nosotros éramos tan arrogantes que despreciábamos totalmente a los de la Movida, porque eran despreciables, salvando algún caso noble que ya he citado.
En Madrid solía pararme a beber en La Vía Láctea, El Baile, no sé, a veces tenía que esconderme porque había chicas rockeritas muy pesadas que estaban fagocitando mi vida. Me metía en antros oscuros, fuera del circuito, lugares desconocidos. Llegó un momento en que acabé harto del rollo rockero porque era una presión brutal y empecé a enrollarme con tías muy pijas, con modelos de primera. Salí con muchas modelos de estas tope que conocía en coctelerías. Una vez me invitó una amiga a uno de esos desfiles de moda pero yo no me veía en ese lugar, así que me largué con el novio de un modisto y empezamos a meternos de todo y terminamos en un garito y nos pusimos hasta arriba, y cuando regresamos al desfile de marras ya había terminado todo. La modelo amiga mía me echó una bronca de cuidado, pero cuando el modisto vio a su novio casi lo mata, así que salí por pies como pude, paré un taxi y ya no los volví a ver más. Era un ambiente raro, no sé. Con otra de mis amantes modelos, los dos en una casa, teníamos de todo; me gasté toda la pasta que llevaba encima y le dije que me esperara porque iba a buscar más dinero. Y ella, como loca, gritándome, ¡no vas a volver, no vas a volver!, y yo, ¡que sí tía, que sí, que voy a por pasta, que ahora vengo! A las tres horas o así volví y me encontré toda la casa destrozada, los cuadros rotos, había arrancado el teléfono, había tirado todo lo que había en la nevera, un desastre, así que cogí todas mis cosas y me largué a Asturias y estuve dos días tirado en la cama sin pensar en nada.
Bueno, corrían tiempos de cambio y en casi todas las letras de Ilegales se reflejaba el espíritu político que yo sentía. Hacíamos algo que atraía a los rockers, a los mods, lo que era altamente peligroso, a los punks, los heavys, a la gente del pop, era imposible que no se liara el pollo en los conciertos. Teníamos que reclamar orden desde el escenario porque la gente se excitaba de la hostia, se pegaban y se armaban buenos pifostes. Parábamos de tocar y se paraba el follón, pero al reanudar el concierto volvía el lío. Una de nuestras históricas trifulcas sucedió en Punta Umbría, Huelva, aquello fue tremendo.
Por ese lugar había un personal, muchos de ellos gitanos, que acostumbraba a pegar a la gente de los grupos que iban a tocar. Generalmente pegaban a los del equipo, pero resulta que esa gente del equipo eran, además, mis amigos y yo tenía que salir a defenderles. Los tíos tiraban de navaja y a mí me pincharon con un estilete, pero chocó con una costilla, me la astilló pero no me caló en el corazón, que era el destino del navajazo. Con nosotros, de seguridad, estaban Pepe Peral y Jose El Güevo, de Rock-Ola, y nos defendimos como pudimos, con barras de hierro y cajas y todo lo que pillamos por ahí. Al batería le atizaron con una botella que cayó del cielo y se quedó hecho polvo, no podía hablar, invertía las sílabas, vimos al tipo que le lanzó la botella y lo pagó caro. Tuvimos una muy fuerte, sangrienta. Estuvimos bravos y mandamos a mucha gente al hospital, hubo un trajín de ambulancias espectacular. Éramos unas quince personas muy decididas a todo y muy coordinados, avanzábamos a la vez; era el terror, y se dieron cuenta de que con nosotros no iban a poder, y no pudieron.
Esas cosas pasaban en muchos sitios y lo normal era que los músicos se quedaran con las hostias, pero Ilegales invirtieron esa costumbre, yo nunca iba a permitir que tocaran a nadie de mi grupo, tendrían que matarme, así que a nosotros acabaron por respetarnos. En fin, siempre un gilipollas, o dos, podían joder un concierto, fastidiar la noche a 1.500 personas. Una vez pillé a un tío llenando una lata con arena para tirársela a Ray Davies, el de los Kinks. Le encajé una patada en el culo que casi le reviento. Pero qué pedazo de imbécil, yo le decía, ¿pero qué haces, subnormal?, tirarle una lata a Ray Davies, un tío cojonudo que se está esforzando para darnos gusto a todos y vienes tú a jodernos el concierto, ¡vete a tomar por culo, hombre! Luego, claro, un idiota de esos se pone hasta las cejas de alcohol malo y drogas peores y el resultado es catastrófico.
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Yo no le he aconsejado nunca a nadie que se drogue, nunca he pensado que fuera una buena cosa, sobre todo haciéndolo tan mal como lo hacía mucha gente en ciertas épocas. Pero, bueno. Yo empecé con las anfetaminas cuando estudiaba, y luego, sí, la cocaína, un divertimento con el que siempre hay que tener mucho cuidado, y el alcohol, otra droga bastante dura. Pero lo que nunca probé, y ha hecho estragos en mi generación y en mi banda, es la heroína. Esa droga es totalmente negativa y arrasó a toda una generación, en Madrid, en Asturias, en el País Vasco, en todas partes. Ha sido una puta mierda y parece que la gente ahora vuelve al rollo del caballo. Joder, quizá se podía entender que nosotros, chavales de veintitantos años, pudiéramos experimentar con la heroína porque se desconocía toda la miseria que acarreaba, pero ahora que se conoce el daño que hace no puedo entender que la gente se agarre a eso. A esos primeros picos que se metían mis amigos asistí con mucha rabia a sabiendas de lo que iba a ocurrir. Ésta es una droga portuaria, primero empieza por los puertos de mar. En Gijón los heroinómanos llevaban unas vidas desastrosas, vaya estrago. La cantidad de gente valiosa que hemos perdido por culpa de esa mierda. En mi caso, tengo la fortuna de no ser una persona adictiva, no soy adicto a nada. Me puedo pillar un pedo una noche y luego no volver a beber en una semana, o en dos, pero hay gente que no es capaz de eso. Quizá yo he sido un mal ejemplo porque me ponía hasta arriba de whisky y luego salía a tocar de puta madre, y los que me veían pensaban que podían hacer lo mismo y no es así. Quizá tendría que haberlo hecho con más cuidado porque había gente mucho más joven muy pendiente de lo que yo hacía. Beber o drogarse no es una fortaleza, es una debilidad. Es verdad que existía un vacío místico que había que alimentar con alguna sustancia, pero nadie controló la medida necesaria para que el asunto tuviera un desenlace saludable.
A principios de los 80 se produjo un cierto estallido de libertad, pero yo sabía lo que iba a ocurrir. Tenía claro que los medios de comunicación que clamaban por la libertad de expresión lo que al final iban a hacer era intentar convertir a los lectores en consumidores, y así ha ocurrido. Se produjo, incluso, una especie de mensaje sarcástico, de humor fino y grueso, provocador, que fue mal entendido. Yo mismo llegué a desconfiar de mí mismo al dudar de que ese discurso tuviese valor. El humor es sagrado, pero también peligroso si no se usa o digiere con cabeza.
Y luego a la gente le dio por cantar en inglés, y no sólo aquí. Lo vi muy claro cuando tocamos en Ecuador en los años 80. Me encontré con que querían prohibir el rock en español allí, querían que se cantara en inglés. Tocamos en Quito y en Guayaquil, donde se armó una muy gorda porque actuamos en un estadio con un aforo de 40.000 personas y dejaron entrar a unos cuantos miles más, y se armó la de dios. Hubo multitud de gente que no podía ver el concierto y se lió una buena, y con razón. Nos cancelaron dos conciertos que teníamos programados y nos largamos para España. A los pocos días hubo serias revueltas en esos lugares porque la gente se rebeló porque quería música en español. El caso es que en España la gente estaba cantando en inglés, joder. Yo preguntaba a esos grupos y no sabían qué decirme, ¡mierda, ¿por qué cantáis en inglés? ¿por qué sois gilipollas?!
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Me he sentido muy mal en muchas ocasiones, porque tocar como yo toco produce un desgaste emocional muy serio, es muy duro porque las canciones son pura verdad y eso te mata. Había otros temas más frívolos, sí, pero la mayoría estaban empapados de sangre caliente. Todos los días que tocas mueres un poco. Es verdad que estaba forrado, ganaba muchísimo dinero, tenía casi todo a mi alcance, pero me encontraba fatal. Eso unido a la carretera es mortal. Esas rutas interminables, Asturias, Sevilla, La Coruña, Santander y Sevilla otra vez, ¡ufff! Y aunque era joven y fuerte, la cabeza no daba para tanto. La peor época de mi vida fueron los años que tuvimos mayor éxito, con mucha diferencia, porque cada día era una angustia absoluta. Me sentía devorado, como Prometeo por el águila. De hecho saboteé mi propia banda pero, claro, ¿que justificación podía esgrimir frente a todo un grupo de gente que se lo curraba a base de bien y vivía de su oficio con ilusión y honradez? Pero era necesario liberarme de alguna forma y es cuando monté la sala Rock Club de Madrid con otros cinco socios. Bueno, más bien lo montó mi mánager, yo tenía mi parte pero me quedé al margen del lío. Aportamos nuestro equipo de sonido y algunas cosas más, invité a los miembros de mi grupo al asunto y así parábamos un poco. Nosotros nos apartamos y dejamos vía libre a otras bandas que venían a tocar a la sala con buen sonido y en buenas condiciones. Y yo respiré: era el año 1989 y creo que eso me salvó de caer en el raquitismo. Y me refresqué, probé otras cosas y recuperé cierto temple.
Y ahora, al cabo de tantos años, sería totalmente feliz si no hubiera sido por las terribles pérdidas que he sufrido. La muerte se ha portado muy mal y se llevó por delante en este año 2016 a cuatro de los míos, uno de ellos Alejandro Espina, el bajo del grupo y uno de mis mejores compadres. Entró con veinte años en la banda y le vi crecer a mi lado. Es la hostia, el chico no tenía adicciones ni nada de eso, bebía poco, tenía una hija y una vida ordenada, creo que era el único del grupo que llevaba ese ritmo de vida. Eso fue una hostia tremenda y pensamos en dejarlo todo, pero decidimos seguir adelante porque el sello del grupo siempre fue la dureza. Y con la energía y la caña que latían en nuestras primeras letras, que siguen estando vigentes porque entroncan con la naturaleza humana. Esta naturaleza no ha cambiado tanto en los últimos 4.000 años. Podemos leer ahora a Juvenal, Marcial, Virgilio o al más próximo, Quevedo, y descubrimos que estamos en la misma onda. Soy el heredero de toda esta gente, más que de Jimmy Hendrix o Bob Dylan, con el que no tengo mucho que ver. Y quiero seguir viviendo aunque cada vez soy más consciente del valor de cada segundo y de su jodido avance. Y ahí seguimos, en familia y cuidándonos, los que quedamos.
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Jorge Martínez García, conocido como Jorge Ilegal, nació en Avilés, Asturias, el 1 de mayo de 1955. En 1977, junto a su hermano Juan Carlos y a David Alonso, forma el trío Madson, que dos años más tarde cambiaría su nombre por Los Metálicos. Al poco tiempo el grupo pasa a llamarse Ilegales. Desde su primer álbum en 1982 Ilegales ha grabado 15 discos de larga duración. A finales de 2016 se estrena su documental La vida entre hormigas.
Las fotos de archivo han sido cedidas por Jorge Ilegal. La primera es de 1986 y la última se utilizó este año para el cartel de la gira La vida es fuego – Tour 2016. El cartel que aparece entre medias es de la gira Adiós, amiguitos, 2012.