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Fernando Estrella
Lo mejor, lo peor y lo imposible
Fotografías de Ricardo Rubio
1
El año 1981 me pilló en la mili y la movida guapa fue la que se montó con el golpe de Estado. Eso del 23-F se estuvo preparando en muchos cuarteles semanas antes del show de Tejero en el Congreso, que no nos vengan con trolas. Yo estaba haciendo la mili en la Base Mixta de Segovia, un cuartel de carros de combate, donde conocí a Toni Socías, y estábamos viendo que algo raro pasaba porque a principios de febrero se tenían que haber licenciado quince compañeros y les negaron la salida. Estaba destinado en el bar de suboficiales y Toni era el enlace, el cartero, vamos. La noticia del golpe nos pilló en la calle, en un bar, y con el susto en el cuerpo nos cargamos una botella de Martini blanco. Volvimos al cuartel a pasar retreta y nos obligaron a ponernos ropa militar, con trinchas, 120 balas, cargadores y todo eso, algo muy raro para mí porque yo nunca me había puesto esas cosas, iba siempre vestido con mi uniforme de camarero. Estuve toda la noche así vestido haciendo huevos fritos y sirviendo coñac y whisky a los mandos. Y esos tíos, venga a beber y a brindar. ¡Por el éxito del golpe! Y todos los carros de combate estaban preparados para salir a las calles, y nosotros, acojonados. Fue una noche muy larga y muy rara, aunque al amanecer, con las noticias que venían de Madrid, todo se fue calmando hasta quedar en nada. Menudo susto; la verdad es que fue el único contratiempo grave que sufrí en la mili porque yo no contaba guardias, ni imaginarias ni nada de eso, yo vivía muy bien en mi cantina y lo que contaba era los tíos del cuartel que me iba tirando. Fueron 69 en total, 60 antes de licenciarme, y los otros 9 me los tumbé durante los tres meses que seguí yendo por el cuartel después de que me dieran la cartilla. Y todos esos no eran gays ni nada, qué va, lo que pasa es que estaban más salidos que el pico de una plancha, y cuando hace falta, hace falta y ya está. Eso sí, todos eran tropa y algún sargento que otro, porque el capitán Sánchez también quería jaleo y yo pasaba, estaba buscándome todo el día las vueltas y yo me escapaba como podía. Y otros oficiales también me perseguían, pero yo siempre pasé de ellos. Bueno, historias de la mili, mejor pasar.
Al licenciarme volví a mi pueblo, Utrera, pero allí no encontré ninguna salida. Y en Sevilla, tampoco, no había nada que me llenara, así que me fui con mi amigo Toni a Mallorca. Me puse a trabajar en hoteles y ya en el año 1983 formamos un grupo que se llamaba Sindicato Diseñadoras con el que montamos un montón de espectáculos privados y para el ayuntamiento. Todo dio un revolcón con lo del Halloween ése, que en España no se estilaba aún pero nosotros montamos un lío en una bóveda que nos había cedido el ayuntamiento bajo la catedral de Palma. Éramos cuatro tíos mariquitas y nos juntamos con otras cuatro chicas que eran la Rossy de Palma, Angelines, Sarita y Lina, muy amigas nuestras. Sarita y Lina tenían unos novios que funcionaban con un grupo de heavy y rock and roll que se llamaba Rimmel. Así que todos juntos montamos en esa bóveda una fiesta de Halloween a la que invitamos a 200 personas y aparecieron más de 800. El caso es que por Palma pululaba un tío del Rock-Ola, de cuyo nombre no me acuerdo, y nos dijo que si dentro de un año seguíamos con el espectáculo nos contrataba para actuar ahí. A los tres meses ya éramos Peor Impossible y grabamos una maqueta con Paco Martín, luego se publicó el disco y al poco ya estábamos en Madrid para el gran debut. En el Rock-Ola actuamos dos veces, la última en marzo de 1984, poquito antes de que se cerrara la sala. Y a finales de ese año todos decidimos irnos a vivir a Madrid porque nos iban saliendo actuaciones, pero desde Palma, entre aviones y demás, no era rentable el asunto. Así que todos para Madrid, Rossy, las chicas, Toni, Jose, Balti, que era mi pareja, en fin, todos. Lo que pasa es que no teníamos nada, ni un duro, y cada día dormíamos en casa de alguien y nos buscábamos la vida.
2
Rossy de Palma se puso a trabajar de camarera en el King Creole, un bar de Malasaña, y yo en discotecas varias; primero en un bar que montaron en la antigua funeraria de la calle Galileo, donde conocí a Antonio Gala, que vivía en el barrio y le gustaba el sitio. Yo le hacía mucha gracia y, cuando se enteró de que tenía un grupo con Rossy, nos ofreció hacer una obra de teatro porque a ella la conocía de la película de Almodóvar La ley del deseo, donde Rossy hizo su primer papelito en el cine. Tuvo una aparición fugaz pero con mucho éxito, y fue cuando escribieron en el New York Times que tenía un perfil picasiano y demás. En esa película también aparecía yo tres o cuatro veces de figurante, pero no me dieron frase. El caso es que Gala nos invitó a participar en la obra Séneca o el beneficio de la duda, con Marisa Paredes y Pastora Vega. Y todo muy bien, pero yo seguía por ahí, en el RKO de Moncloa y en los bares donde me llamaban. Y actuando mucho con Peor Impossible. Y como ganábamos algo de pasta, ya cada uno se cogió una casa. Mi primera casa en Madrid estaba en la calle del Pez, donde había un trasiego tremendo de artistas de todos los palos, músicos, modistas, Antonio Alvarado, Sybilla, gente del cine, no sé, pero no era un gueto gay para nada. Ahí estábamos todos mezclados; bueno, sí, teníamos nuestros encuentros particulares en saunas y esos sitios, pero nos juntábamos con todo el mundo. A Balti, mi pareja, no le iba mucho mi rollo de relación abierta, me quería tener muy atado y siempre acabábamos mal por sus celos y demás, pero, en fin, si me salía un chulo, yo me iba con él y ya está.
Ya en el 87 los Gabinete Caligari abrieron el bar Cuatro Rosas, en la calle Fomento, junto a la Plaza de España, y nos llamaron a Rossy y a mí. Ese año fue muy intenso en todos los sentidos, mucha noche, mucho rock and roll, mucho sexo y muchas drogas. El bar estaba junto a una comisaría y por allí aparecían los policías ofreciéndome de todo lo que habían requisado en la calle y dentro del bar y yo les invitaba a copas y, para que no pensaran más de la cuenta, siempre les decía que la papela de caballo a mí no me iba, en fin. Había una buena relación de vecindad, estábamos bien protegidos y, para colmo, uno de los porteros era un ex guardia civil implicado en la trama de los GAL, menudo vodevil. Pero fue uno de los bares más calientes y simpáticos de Madrid, donde, sin fijarte demasiado, siempre pasaba algo y cada noche pinchaba alguien diferente, Santiago Auserón, Olvido, Cochran, Antonio Bartrina… Hasta una noche, siendo un sitio pequeñín, los Pata Negra improvisaron una actuación inolvidable. Además, eran buenos tiempos para la corte de artistas que pululaba por ahí, porque no pagaban ni una copa, la pasta se hacía con todo el personal que aparecía por el bar de mirandas.
Poco antes de todo eso, y fuera de todos los bares, teníamos un sitio de reunión único, algo que ahora parecería increíble, casi un delirio. Era la casa de La Pirata, una señora de otro mundo, ya fallecida, que nos pasaba el caballo y nos acogía como si fuéramos de la familia. Por allí coincidíamos Las Costus, Antonio Flores, Manuel Piña, Amparo Muñoz, Carlos Berlanga, Fanny McNamara, ufff, el Camarón de la Isla, bueno, puedo nombrar a los que ya están muertos, al resto les dejo aparte, no voy a dar nombres. Pero allí se reunía todo el artisteo de Madrid, se juntaban todas las familias, madre mía. Una casa que estaba por el barrio de la Ópera. Íbamos a pillar, pero nos quedábamos allí toda la noche, algunos se quedaban varios días. Aún lo recuerdo como un sueño, al Camarón cantando con Antonio y Carlos Berlanga entre un vapor de heroína y base de cocaína, lo mezclábamos todo.
Las cosas ocurrían de un modo extraordinariamente natural, el asunto gay, el no gay y todo eso, ahora es un asco porque está todo muy definido y encajonado en guetos. No se le daba la importancia que se le ha dado después. En esa casa yo hacía un poco de Matilde, de madre de todos. Me encargaba de ir al Horno de San Onofre a comprar bollos y los yogures bebibles para que el personal no se desvaneciera. Al Camarón le tenía que meter el cruasán y el Danup en la boquita para que comiera algo. Con Camarón hablaba mucho y nos contábamos nuestras cosas, qué tipo tan especial. Como Amparo Muñoz, una de las mujeres más maravillosas que he conocido, y más bellas. Estábamos fuera del tiempo y, cuando nos daba por ahí, nos íbamos a casa de Tino Casal y nos vestíamos con sus ropas fantásticas y nos tirábamos a la calle, éramos un espectáculo y la niñatería se ponía detrás como en un desfile de locos. Y si no, a mi casa o a la de la Fanny, daba igual. Aún conservo ropa de Tino y un par de sus gorras, que las guardo como oro en paño. Currando en el Cuatro Rosas yo salía a las tantas de la madrugada del bar y me iba directamente a la casa de La Pirata y luego me iba al Kitsch, un after de la calle Galileo en el que hacía de relaciones públicas, una sala que después se llamó Revólver. En el Kitsch se me daba bien ese trabajo, además, con un par de miradas discretas contactaba al camello con el cliente y me llevaba una propina de medio gramo o más. Y cuando cerraba el Kiss a las siete de la mañana me iba al Voltereta, en los bajos de la plaza de Los Cubos, también de relaciones públicas. Y eso no acababa ahí, no sé de dónde sacaba las fuerzas, pero después del Voltereta íbamos a Ática, una disco que estaba por la carretera de Barcelona yendo hacia Barajas y donde se tomaba mucho éxtasis y cosas así. Fueron cuatro años casi sin dormir, alguna hora de vez en cuando, pero poco más. Empezaba a las diez de la noche en el Cuatro Rosas y lo normal era terminar al día siguiente en el Voltereta, de lunes a domingo, sin parar. Al Ática ya iba con Tino y otros amigos, pero ya sin tener que trabajar. Luego nos recogía Tino a todos en su casa del Paseo de la Florida.
Era un artista increíble, Tino, un ángel. Vivía en un ático junto a la estación del Norte, por allí había cocodrilos de peluche, un montón de cuadros y esqueletos de plástico con luces de neón. Lo primero que hacíamos al llegar era descorchar botellas de champán y bebérnoslas con patatas fritas mojaditas en la copa. Luego yo hacía una paella y alrededor de la paella hacíamos un círculo con rayas y los tíos se metían las rayas y luego, claro, se dejaban la paella sin tocar. Y otra vez a la calle. Y a todo esto yo seguía con Peor Impossible, pero fallaba muchos días a los ensayos de Tablada porque no podía con todo. Éramos un grupo distinto, no éramos tan profesionales como los Radio Futura, Gabinete, Los Pegamoides y demás, simplemente nos encontramos en un lugar concreto en el momento justo. Era una fiesta continua. Rossy era la más profesional, además, no se drogaba nada, o casi nada, los demás éramos un poco cabras locas. Más de una vez me he desmayado en el escenario, pero sin graves consecuencias. Y si no me desmayaba yo, se desmayaba la gente de la risa. Uno de mis números imposibles en mis shows particulares sin Peor… era la Macarena: salía vestido de virgen y me entraban como unos calambres, como si me estuvieran haciendo un exorcismo, y me convertía en la niña del exorcista y me salían del culo huevos de gallina a los que habíamos inyectado colorante y… bueno, qué números. Éramos un poquito La Fura dels Baus, pero en maricón.
Nos salió un bolo en Oviedo, el pueblo de Tino, y viajamos juntos, en dos furgonetas, porque él también actuaba, y después de la función en la plaza de toros nos fuimos de fiesta. El caso es que a las doce del mediodía siguiente el grupo salía para Madrid porque Rossy tenía que estar en el rodaje de Mujeres al borde de un ataque de nervios y yo me equivoqué de hora, llegué tarde, el grupo ya se había marchado y Tino me ofreció volver a Madrid con ellos a las tres de la tarde. Me dio un par de pastillas para el viaje y yo me las comí con un bote de guindillas verdes, me quedé frito en la puerta del hotel y, al abrir los ojos, vi ante mí a dos enfermeras y me asusté porque pensé que me habían metido un microchip en el cerebro. Yo iba con mis faldones de gala y otros vestidos estrafalarios y pregunté si estaba en Madrid y las enfermeras, no, no, tranquilo, que ya sabemos quién eres, estás en Oviedo, en el hospital. Ufff, agarré el primer teléfono que encontré por ahí, llamé a la Fanny, que aún no se había marchado, y me largué con él a un McDonald’s y nos bebimos una botella de Grand Marnier con dos hamburguesas. Esa imagen de Fanny con sus guantes de lentejuelas y la mostaza y el kétchup resbalando entre sus dedos era invencible, y otra vez de marcha. Y a la mañana siguiente ya nos fuimos hacia Madrid. Tres días tardamos en llegar, después de parar en todos los antros que encontrábamos por el camino.
De la muerte de Tino me enteré en Mallorca viendo el telediario mientras comía unos huevos fritos. Estaba en Palma y trabajaba en una discoteca del Drach y me pasé todo el viaje en una motillo llorando sin consuelo, casi me mato porque no podía ver por las lágrimas y tanto atragante y me estrellé contra un árbol. Dejé la moto en el lugar y me fui andando como pude a trabajar. La desazón fue brutal, Tino era un tipo bueno, de primera, especial. Educado, amable, cariñoso, una gran estrella y todo un caballero.
3
En los malos momentos siempre tenía a Rossy al lado, estuviera donde estuviera. Siempre fue mi hermana, mi madre. Estaba haciéndose cada vez más famosa y eso no la cambió para nada. Venía a mi casa con Almodóvar y hacíamos salmón con pistachos y lo pasábamos bien. Pedro flipaba conmigo y se tronchaba con mi manera de expresarme, siempre se portó bien y nunca le vi un movimiento raro, y eso que en mi casa volaban a menudo los platos por mi relación con Balti. Este chico estaba muy enganchado y era muy celoso, no tenía trabajo y yo le tenía que pasar pasta para que pillara porque, si no, me armaba la de Dios. Se ponía muy agresivo y en algunos hoteles, furioso perdido, le daba por romper las puertas de los armarios y destrozar el mobiliario. Una vez manchó todas las sábanas de la cama con mercromina, la sustancia ésa que usábamos para pintarnos el pelo, y al pedir la cuenta al día siguiente tuvimos que pagar las sábanas y, claro, otra bronca, bueno, broncas mil. Aun así, el grupo Peor Impossible seguía funcionando porque los músicos eran los más responsables, yo era el más loco de todos, pero nos apañábamos porque a mí no me hacía falta ensayar ni nada, desafinaba bastante, sí, pero no quedaba mal del todo.
El reventón llegó casi de repente, durante unos carnavales de 1989 en los que me agarré el cebollón del siglo y, al recobrar la conciencia, decidí cortar. No avisé a nadie, ni al Cuatro Rosas ni al Kiss, a nadie. Preparé todo para volver a Mallorca, compré un billete de avión y adiós Madrid. Ese momento coincidió con el fin de Peor Impossible, hacía unos meses que Rossy había dejado el grupo y decidimos disolverlo definitivamente. En Palma volví a mi oficio de cocinero, que también lo alternaba con las discotecas, y tras unas idas y venidas entre Utrera, el Pirineo y Madrid, donde en 1999 —y eso no lo puede decir todo el mundo— rodé una película: El celo, unos cuantos gloriosos planos, con Harvey Keitel y Lauren Bacall, casi nada, un coproducción dirigida por Toni Aloy. Al poco tiempo, en 2000, Balti y yo decidimos separarnos porque se nos había acabado el amor de tanto usarlo, ya no quedaba nada, bueno, a mí me quedaba algo más, pero él se desenamoró de mí. Se dio la vuelta la tortilla, así que acordamos hacer un viaje de divorcio, dos meses a la India, quince días a París y otros quince a Venecia. Sólo follamos dos veces en ese largo viaje, y tan contentos.
Tres años después hicimos la fiesta del 20 aniversario de Peor Impossible y apareció la Pepa, la Terremoto de Alcorcón, para ofrecerme abrir el Flexas, otro garito de lustre, en el barrio chino de Palma, y ahí estuve otros diez años. Lo más asombroso fue que se me cruzó un rumano casado y con hijos. Al pobre lo casaron por poderes con 12 años en su país y, claro, tuvo una tortuosa travesía de vida. El caso es que tuve con él los mejores momentos de sexo de mi vida. Fue una relación sobre todo de sexo, pero también de amistad y algo de chulerío, porque me chuleaba un poco, bueno, yo también me dejaba. Menudo era el rumano, a veces se presentaba en mi casa con tías y nada, yo les comía el coño y lo pasábamos bien. La verdad es que yo sólo había estado con tíos en mi vida, pero con él descubrí mil cosas más, tías, travestis, no sé. Era la bomba el rumano, tenía una polla enorme con un tatuaje en el que se leía “SAX” y yo le preguntaba qué quería decir eso, y él: quiere decir saxofón para que tú lo toques. Hasta que un día desapareció por problemas con la policía y se marchó a Rumanía.
No sé si se enteró el pobre del tremendo porrazo que me di en la fiesta del Orgullo Gay en Madrid de 2009, a lo mejor sí se enteró porque fue noticia nacional. Durante el gran desfile de carrozas yo cantaba junto a Gloria Trevi y más gente subido en los altavoces de la carroza de la revista Shangay. El caso es que se cruzó una travesti y el chófer del camión tuvo que dar un tremendo frenazo para no atropellarla que acabó conmigo en el suelo. Un hostión terrible y corte de rollo. El caso es que me tuvieron que ingresar en la UCI del Hospital Clínico con fractura de cráneo y una clavícula y tres costillas rotas y hemorragia interna. Por allí desfilaron todos mis amigos y les dejaban pasar de uno en uno y todos salían aterrados, incluido Alberto García-Alix, que me hizo un montón de fotos que aún no se han publicado. Bueno, a los cuatro o cinco días ya estaba en casa haciendo mayonesa.
En fin, volví a mi Flexas de Palma querido con mi Pepa y demás tropel, pero no duré mucho tiempo. Volvió a llegarme el momento de dejarlo todo otra vez, ¡joder, cuántas veces he dejado tantas cosas!, y regresé a Utrera a cuidar a mi madre. Y allí he estado los últimos dos años, casi desaparecido del mundo y con una vida de pueblo total, a excepción de algunas cositas mías que he seguido haciendo como una aparición algo escalofriante en la película Kiki, el amor se hace, de Paco León, en la que me saco la dentadura tipo Alien, y poco más.
Y ahora vuelvo a darle vueltas a la cabeza porque quiero sentir otra vez la acción, pero no sé lo que quiero hacer, ya me vendrán las cosas. Lo que más nervio me da es haber vivido tanto y haberlo disfrutado tan bien y, claro, poder contarlo. Me he salvado de muchas cosas malas y no sé por qué. Bueno, algún ángel de la guarda se habrá colgado de mí.
*
Fernando Fernández Jiménez, Fernando La Estrella o Fernando Estrella, nació en Utrera, Sevilla, en 1960. Cocinero de postín antes que artista heterogéneo y heterodoxo. Fundador, junto a Rossy de Palma, del grupo mallorquín Peor Impossible. Agitador único de la noche madrileña y de las noches de todas las ciudades.
La foto de Peor Impossible y el retrato ochentero de Fernando Estrella son de Alberto García-Alix. © Archivo García-Alix.
Fernando Estrella
Fotografías de Ricardo Rubio
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El año 1981 me pilló en la mili y la movida guapa fue la que se montó con el golpe de Estado. Eso del 23-F se estuvo preparando en muchos cuarteles semanas antes del show de Tejero en el Congreso, que no nos vengan con trolas. Yo estaba haciendo la mili en la Base Mixta de Segovia, un cuartel de carros de combate, donde conocí a Toni Socías, y estábamos viendo que algo raro pasaba porque a principios de febrero se tenían que haber licenciado quince compañeros y les negaron la salida. Estaba destinado en el bar de suboficiales y Toni era el enlace, el cartero, vamos. La noticia del golpe nos pilló en la calle, en un bar, y con el susto en el cuerpo nos cargamos una botella de Martini blanco. Volvimos al cuartel a pasar retreta y nos obligaron a ponernos ropa militar, con trinchas, 120 balas, cargadores y todo eso, algo muy raro para mí porque yo nunca me había puesto esas cosas, iba siempre vestido con mi uniforme de camarero. Estuve toda la noche así vestido haciendo huevos fritos y sirviendo coñac y whisky a los mandos. Y esos tíos, venga a beber y a brindar. ¡Por el éxito del golpe! Y todos los carros de combate estaban preparados para salir a las calles, y nosotros, acojonados. Fue una noche muy larga y muy rara, aunque al amanecer, con las noticias que venían de Madrid, todo se fue calmando hasta quedar en nada. Menudo susto; la verdad es que fue el único contratiempo grave que sufrí en la mili porque yo no contaba guardias, ni imaginarias ni nada de eso, yo vivía muy bien en mi cantina y lo que contaba era los tíos del cuartel que me iba tirando. Fueron 69 en total, 60 antes de licenciarme, y los otros 9 me los tumbé durante los tres meses que seguí yendo por el cuartel después de que me dieran la cartilla. Y todos esos no eran gays ni nada, qué va, lo que pasa es que estaban más salidos que el pico de una plancha, y cuando hace falta, hace falta y ya está. Eso sí, todos eran tropa y algún sargento que otro, porque el capitán Sánchez también quería jaleo y yo pasaba, estaba buscándome todo el día las vueltas y yo me escapaba como podía. Y otros oficiales también me perseguían, pero yo siempre pasé de ellos. Bueno, historias de la mili, mejor pasar.
Al licenciarme volví a mi pueblo, Utrera, pero allí no encontré ninguna salida. Y en Sevilla, tampoco, no había nada que me llenara, así que me fui con mi amigo Toni a Mallorca. Me puse a trabajar en hoteles y ya en el año 1983 formamos un grupo que se llamaba Sindicato Diseñadoras con el que montamos un montón de espectáculos privados y para el ayuntamiento. Todo dio un revolcón con lo del Halloween ése, que en España no se estilaba aún pero nosotros montamos un lío en una bóveda que nos había cedido el ayuntamiento bajo la catedral de Palma. Éramos cuatro tíos mariquitas y nos juntamos con otras cuatro chicas que eran la Rossy de Palma, Angelines, Sarita y Lina, muy amigas nuestras. Sarita y Lina tenían unos novios que funcionaban con un grupo de heavy y rock and roll que se llamaba Rimmel. Así que todos juntos montamos en esa bóveda una fiesta de Halloween a la que invitamos a 200 personas y aparecieron más de 800. El caso es que por Palma pululaba un tío del Rock-Ola, de cuyo nombre no me acuerdo, y nos dijo que si dentro de un año seguíamos con el espectáculo nos contrataba para actuar ahí. A los tres meses ya éramos Peor Impossible y grabamos una maqueta con Paco Martín, luego se publicó el disco y al poco ya estábamos en Madrid para el gran debut. En el Rock-Ola actuamos dos veces, la última en marzo de 1984, poquito antes de que se cerrara la sala. Y a finales de ese año todos decidimos irnos a vivir a Madrid porque nos iban saliendo actuaciones, pero desde Palma, entre aviones y demás, no era rentable el asunto. Así que todos para Madrid, Rossy, las chicas, Toni, Jose, Balti, que era mi pareja, en fin, todos. Lo que pasa es que no teníamos nada, ni un duro, y cada día dormíamos en casa de alguien y nos buscábamos la vida.
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Rossy de Palma se puso a trabajar de camarera en el King Creole, un bar de Malasaña, y yo en discotecas varias; primero en un bar que montaron en la antigua funeraria de la calle Galileo, donde conocí a Antonio Gala, que vivía en el barrio y le gustaba el sitio. Yo le hacía mucha gracia y, cuando se enteró de que tenía un grupo con Rossy, nos ofreció hacer una obra de teatro porque a ella la conocía de la película de Almodóvar La ley del deseo, donde Rossy hizo su primer papelito en el cine. Tuvo una aparición fugaz pero con mucho éxito, y fue cuando escribieron en el New York Times que tenía un perfil picasiano y demás. En esa película también aparecía yo tres o cuatro veces de figurante, pero no me dieron frase. El caso es que Gala nos invitó a participar en la obra Séneca o el beneficio de la duda, con Marisa Paredes y Pastora Vega. Y todo muy bien, pero yo seguía por ahí, en el RKO de Moncloa y en los bares donde me llamaban. Y actuando mucho con Peor Impossible. Y como ganábamos algo de pasta, ya cada uno se cogió una casa. Mi primera casa en Madrid estaba en la calle del Pez, donde había un trasiego tremendo de artistas de todos los palos, músicos, modistas, Antonio Alvarado, Sybilla, gente del cine, no sé, pero no era un gueto gay para nada. Ahí estábamos todos mezclados; bueno, sí, teníamos nuestros encuentros particulares en saunas y esos sitios, pero nos juntábamos con todo el mundo. A Balti, mi pareja, no le iba mucho mi rollo de relación abierta, me quería tener muy atado y siempre acabábamos mal por sus celos y demás, pero, en fin, si me salía un chulo, yo me iba con él y ya está.
Ya en el 87 los Gabinete Caligari abrieron el bar Cuatro Rosas, en la calle Fomento, junto a la Plaza de España, y nos llamaron a Rossy y a mí. Ese año fue muy intenso en todos los sentidos, mucha noche, mucho rock and roll, mucho sexo y muchas drogas. El bar estaba junto a una comisaría y por allí aparecían los policías ofreciéndome de todo lo que habían requisado en la calle y dentro del bar y yo les invitaba a copas y, para que no pensaran más de la cuenta, siempre les decía que la papela de caballo a mí no me iba, en fin. Había una buena relación de vecindad, estábamos bien protegidos y, para colmo, uno de los porteros era un ex guardia civil implicado en la trama de los GAL, menudo vodevil. Pero fue uno de los bares más calientes y simpáticos de Madrid, donde, sin fijarte demasiado, siempre pasaba algo y cada noche pinchaba alguien diferente, Santiago Auserón, Olvido, Cochran, Antonio Bartrina… Hasta una noche, siendo un sitio pequeñín, los Pata Negra improvisaron una actuación inolvidable. Además, eran buenos tiempos para la corte de artistas que pululaba por ahí, porque no pagaban ni una copa, la pasta se hacía con todo el personal que aparecía por el bar de mirandas.
Poco antes de todo eso, y fuera de todos los bares, teníamos un sitio de reunión único, algo que ahora parecería increíble, casi un delirio. Era la casa de La Pirata, una señora de otro mundo, ya fallecida, que nos pasaba el caballo y nos acogía como si fuéramos de la familia. Por allí coincidíamos Las Costus, Antonio Flores, Manuel Piña, Amparo Muñoz, Carlos Berlanga, Fanny McNamara, ufff, el Camarón de la Isla, bueno, puedo nombrar a los que ya están muertos, al resto les dejo aparte, no voy a dar nombres. Pero allí se reunía todo el artisteo de Madrid, se juntaban todas las familias, madre mía. Una casa que estaba por el barrio de la Ópera. Íbamos a pillar, pero nos quedábamos allí toda la noche, algunos se quedaban varios días. Aún lo recuerdo como un sueño, al Camarón cantando con Antonio y Carlos Berlanga entre un vapor de heroína y base de cocaína, lo mezclábamos todo.
Las cosas ocurrían de un modo extraordinariamente natural, el asunto gay, el no gay y todo eso, ahora es un asco porque está todo muy definido y encajonado en guetos. No se le daba la importancia que se le ha dado después. En esa casa yo hacía un poco de Matilde, de madre de todos. Me encargaba de ir al Horno de San Onofre a comprar bollos y los yogures bebibles para que el personal no se desvaneciera. Al Camarón le tenía que meter el cruasán y el Danup en la boquita para que comiera algo. Con Camarón hablaba mucho y nos contábamos nuestras cosas, qué tipo tan especial. Como Amparo Muñoz, una de las mujeres más maravillosas que he conocido, y más bellas. Estábamos fuera del tiempo y, cuando nos daba por ahí, nos íbamos a casa de Tino Casal y nos vestíamos con sus ropas fantásticas y nos tirábamos a la calle, éramos un espectáculo y la niñatería se ponía detrás como en un desfile de locos. Y si no, a mi casa o a la de la Fanny, daba igual. Aún conservo ropa de Tino y un par de sus gorras, que las guardo como oro en paño. Currando en el Cuatro Rosas yo salía a las tantas de la madrugada del bar y me iba directamente a la casa de La Pirata y luego me iba al Kitsch, un after de la calle Galileo en el que hacía de relaciones públicas, una sala que después se llamó Revólver. En el Kitsch se me daba bien ese trabajo, además, con un par de miradas discretas contactaba al camello con el cliente y me llevaba una propina de medio gramo o más. Y cuando cerraba el Kiss a las siete de la mañana me iba al Voltereta, en los bajos de la plaza de Los Cubos, también de relaciones públicas. Y eso no acababa ahí, no sé de dónde sacaba las fuerzas, pero después del Voltereta íbamos a Ática, una disco que estaba por la carretera de Barcelona yendo hacia Barajas y donde se tomaba mucho éxtasis y cosas así. Fueron cuatro años casi sin dormir, alguna hora de vez en cuando, pero poco más. Empezaba a las diez de la noche en el Cuatro Rosas y lo normal era terminar al día siguiente en el Voltereta, de lunes a domingo, sin parar. Al Ática ya iba con Tino y otros amigos, pero ya sin tener que trabajar. Luego nos recogía Tino a todos en su casa del Paseo de la Florida.
Era un artista increíble, Tino, un ángel. Vivía en un ático junto a la estación del Norte, por allí había cocodrilos de peluche, un montón de cuadros y esqueletos de plástico con luces de neón. Lo primero que hacíamos al llegar era descorchar botellas de champán y bebérnoslas con patatas fritas mojaditas en la copa. Luego yo hacía una paella y alrededor de la paella hacíamos un círculo con rayas y los tíos se metían las rayas y luego, claro, se dejaban la paella sin tocar. Y otra vez a la calle. Y a todo esto yo seguía con Peor Impossible, pero fallaba muchos días a los ensayos de Tablada porque no podía con todo. Éramos un grupo distinto, no éramos tan profesionales como los Radio Futura, Gabinete, Los Pegamoides y demás, simplemente nos encontramos en un lugar concreto en el momento justo. Era una fiesta continua. Rossy era la más profesional, además, no se drogaba nada, o casi nada, los demás éramos un poco cabras locas. Más de una vez me he desmayado en el escenario, pero sin graves consecuencias. Y si no me desmayaba yo, se desmayaba la gente de la risa. Uno de mis números imposibles en mis shows particulares sin Peor… era la Macarena: salía vestido de virgen y me entraban como unos calambres, como si me estuvieran haciendo un exorcismo, y me convertía en la niña del exorcista y me salían del culo huevos de gallina a los que habíamos inyectado colorante y… bueno, qué números. Éramos un poquito La Fura dels Baus, pero en maricón.
Nos salió un bolo en Oviedo, el pueblo de Tino, y viajamos juntos, en dos furgonetas, porque él también actuaba, y después de la función en la plaza de toros nos fuimos de fiesta. El caso es que a las doce del mediodía siguiente el grupo salía para Madrid porque Rossy tenía que estar en el rodaje de Mujeres al borde de un ataque de nervios y yo me equivoqué de hora, llegué tarde, el grupo ya se había marchado y Tino me ofreció volver a Madrid con ellos a las tres de la tarde. Me dio un par de pastillas para el viaje y yo me las comí con un bote de guindillas verdes, me quedé frito en la puerta del hotel y, al abrir los ojos, vi ante mí a dos enfermeras y me asusté porque pensé que me habían metido un microchip en el cerebro. Yo iba con mis faldones de gala y otros vestidos estrafalarios y pregunté si estaba en Madrid y las enfermeras, no, no, tranquilo, que ya sabemos quién eres, estás en Oviedo, en el hospital. Ufff, agarré el primer teléfono que encontré por ahí, llamé a la Fanny, que aún no se había marchado, y me largué con él a un McDonald’s y nos bebimos una botella de Grand Marnier con dos hamburguesas. Esa imagen de Fanny con sus guantes de lentejuelas y la mostaza y el kétchup resbalando entre sus dedos era invencible, y otra vez de marcha. Y a la mañana siguiente ya nos fuimos hacia Madrid. Tres días tardamos en llegar, después de parar en todos los antros que encontrábamos por el camino.
De la muerte de Tino me enteré en Mallorca viendo el telediario mientras comía unos huevos fritos. Estaba en Palma y trabajaba en una discoteca del Drach y me pasé todo el viaje en una motillo llorando sin consuelo, casi me mato porque no podía ver por las lágrimas y tanto atragante y me estrellé contra un árbol. Dejé la moto en el lugar y me fui andando como pude a trabajar. La desazón fue brutal, Tino era un tipo bueno, de primera, especial. Educado, amable, cariñoso, una gran estrella y todo un caballero.
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En los malos momentos siempre tenía a Rossy al lado, estuviera donde estuviera. Siempre fue mi hermana, mi madre. Estaba haciéndose cada vez más famosa y eso no la cambió para nada. Venía a mi casa con Almodóvar y hacíamos salmón con pistachos y lo pasábamos bien. Pedro flipaba conmigo y se tronchaba con mi manera de expresarme, siempre se portó bien y nunca le vi un movimiento raro, y eso que en mi casa volaban a menudo los platos por mi relación con Balti. Este chico estaba muy enganchado y era muy celoso, no tenía trabajo y yo le tenía que pasar pasta para que pillara porque, si no, me armaba la de Dios. Se ponía muy agresivo y en algunos hoteles, furioso perdido, le daba por romper las puertas de los armarios y destrozar el mobiliario. Una vez manchó todas las sábanas de la cama con mercromina, la sustancia ésa que usábamos para pintarnos el pelo, y al pedir la cuenta al día siguiente tuvimos que pagar las sábanas y, claro, otra bronca, bueno, broncas mil. Aun así, el grupo Peor Impossible seguía funcionando porque los músicos eran los más responsables, yo era el más loco de todos, pero nos apañábamos porque a mí no me hacía falta ensayar ni nada, desafinaba bastante, sí, pero no quedaba mal del todo.
El reventón llegó casi de repente, durante unos carnavales de 1989 en los que me agarré el cebollón del siglo y, al recobrar la conciencia, decidí cortar. No avisé a nadie, ni al Cuatro Rosas ni al Kiss, a nadie. Preparé todo para volver a Mallorca, compré un billete de avión y adiós Madrid. Ese momento coincidió con el fin de Peor Impossible, hacía unos meses que Rossy había dejado el grupo y decidimos disolverlo definitivamente. En Palma volví a mi oficio de cocinero, que también lo alternaba con las discotecas, y tras unas idas y venidas entre Utrera, el Pirineo y Madrid, donde en 1999 —y eso no lo puede decir todo el mundo— rodé una película: El celo, unos cuantos gloriosos planos, con Harvey Keitel y Lauren Bacall, casi nada, un coproducción dirigida por Toni Aloy. Al poco tiempo, en 2000, Balti y yo decidimos separarnos porque se nos había acabado el amor de tanto usarlo, ya no quedaba nada, bueno, a mí me quedaba algo más, pero él se desenamoró de mí. Se dio la vuelta la tortilla, así que acordamos hacer un viaje de divorcio, dos meses a la India, quince días a París y otros quince a Venecia. Sólo follamos dos veces en ese largo viaje, y tan contentos.
Tres años después hicimos la fiesta del 20 aniversario de Peor Impossible y apareció la Pepa, la Terremoto de Alcorcón, para ofrecerme abrir el Flexas, otro garito de lustre, en el barrio chino de Palma, y ahí estuve otros diez años. Lo más asombroso fue que se me cruzó un rumano casado y con hijos. Al pobre lo casaron por poderes con 12 años en su país y, claro, tuvo una tortuosa travesía de vida. El caso es que tuve con él los mejores momentos de sexo de mi vida. Fue una relación sobre todo de sexo, pero también de amistad y algo de chulerío, porque me chuleaba un poco, bueno, yo también me dejaba. Menudo era el rumano, a veces se presentaba en mi casa con tías y nada, yo les comía el coño y lo pasábamos bien. La verdad es que yo sólo había estado con tíos en mi vida, pero con él descubrí mil cosas más, tías, travestis, no sé. Era la bomba el rumano, tenía una polla enorme con un tatuaje en el que se leía “SAX” y yo le preguntaba qué quería decir eso, y él: quiere decir saxofón para que tú lo toques. Hasta que un día desapareció por problemas con la policía y se marchó a Rumanía.
No sé si se enteró el pobre del tremendo porrazo que me di en la fiesta del Orgullo Gay en Madrid de 2009, a lo mejor sí se enteró porque fue noticia nacional. Durante el gran desfile de carrozas yo cantaba junto a Gloria Trevi y más gente subido en los altavoces de la carroza de la revista Shangay. El caso es que se cruzó una travesti y el chófer del camión tuvo que dar un tremendo frenazo para no atropellarla que acabó conmigo en el suelo. Un hostión terrible y corte de rollo. El caso es que me tuvieron que ingresar en la UCI del Hospital Clínico con fractura de cráneo y una clavícula y tres costillas rotas y hemorragia interna. Por allí desfilaron todos mis amigos y les dejaban pasar de uno en uno y todos salían aterrados, incluido Alberto García-Alix, que me hizo un montón de fotos que aún no se han publicado. Bueno, a los cuatro o cinco días ya estaba en casa haciendo mayonesa.
En fin, volví a mi Flexas de Palma querido con mi Pepa y demás tropel, pero no duré mucho tiempo. Volvió a llegarme el momento de dejarlo todo otra vez, ¡joder, cuántas veces he dejado tantas cosas!, y regresé a Utrera a cuidar a mi madre. Y allí he estado los últimos dos años, casi desaparecido del mundo y con una vida de pueblo total, a excepción de algunas cositas mías que he seguido haciendo como una aparición algo escalofriante en la película Kiki, el amor se hace, de Paco León, en la que me saco la dentadura tipo Alien, y poco más.
Y ahora vuelvo a darle vueltas a la cabeza porque quiero sentir otra vez la acción, pero no sé lo que quiero hacer, ya me vendrán las cosas. Lo que más nervio me da es haber vivido tanto y haberlo disfrutado tan bien y, claro, poder contarlo. Me he salvado de muchas cosas malas y no sé por qué. Bueno, algún ángel de la guarda se habrá colgado de mí.
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Fernando Fernández Jiménez, Fernando La Estrella o Fernando Estrella, nació en Utrera, Sevilla, en 1960. Cocinero de postín antes que artista heterogéneo y heterodoxo. Fundador, junto a Rossy de Palma, del grupo mallorquín Peor Impossible. Agitador único de la noche madrileña y de las noches de todas las ciudades.
La foto de Peor Impossible y el retrato ochentero de Fernando Estrella son de Alberto García-Alix. © Archivo García-Alix.