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Touché

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“Donde un español no alcanza con la mano, llega con la punta de su espada.”
(Un caballero español en la corte francesa de Luis XIV)

Esa frase de la cita le soltó un caballero español a un sobrado gabacho que se había mofado de él por su corta estatura ante una bella dama y con un alto rosal de por medio. El paisano, sin despeinarse, alargó su acero, cortó el tallo de la rosa y se la entregó a la mujer, ante el pasmo del burlón francés que quedó bien tocado y retratado. Touché. Fuera de combate y muerto sin un rasguño en la piel pero con el corazón y el alma para el desgüace. Un oportuno arrebato de ingenio puede ser más letal que la carga furiosa de un batallón de fusileros. Los maestros del arte de la esgrima saben mucho de eso y no solo se han apuntado victorias a base de espadazos.

En estos días de duelos políticos de baja estofa entre las sombras del Parlamento conviene reparar en el espíritu de la esgrima, que incrementa la rapidez, la destreza y la fuerza y se educan las cualidades psíquicas más importantes: la voluntad, el autocontrol, la iniciativa, la seguridad y la inteligencia. En esa coordinación de factores prima la reflexión frente al impulso. La sabiduría y el ingenio para buscar la solución final. No son pocas las investigaciones especiales realizadas en los institutos docentes y científicos experimentales de cultura física que han puesto en evidencia la estrecha relación de la esgrima con los distintos sistemas del organismo, fundamentalmente con el sistema nervioso central. Los legendarios samuráis lo tenían clavado en su código de vida y existe un viejo dicho en el Budo o “camino del guerrero”: “Primero los ojos, segundo la astucia, tercero el coraje y después la fuerza física.

La esgrima es el arte marcial más antiguo del que se tiene conocimiento. Su primitivo origen se pierde en la noche de los tiempos y se lo disputan Japón, China, la India y Egipto. Hace 5.000 años ya se combatía con espada de bronce, luego llegaría el hierro y, con el tiempo, otras sofisticadas aleaciones. Pero nadie duda de que la Esgrima moderna es obra de los españoles, quienes, aparte de furia española, tiraron de pellizco y técnica sutil, aires más virtuosos frente a la tosquedad del mandoble vulgar. El sistema de esgrima española llamado Destreza, es un método global de lucha con espadas con un fuerte componente matemático, filosófico y geométrico, fruto de la educación renacentista de sus inventores. Los espadachines españoles no dejaban títere con cabeza pero además de su coraje y afán sanguinario latía en algún rincón de sus espíritus algunas –quizá no demasiadas- de las virtudes del bushido japonés, el alma de los samuráis.

Me ilustra sobre el asunto con su pasión de invierno Javier Lorenzo, maestro y juez de esgrima, fino escritor de aleonado cabello. Se remonta el amigo al Siglo de Oro para documentarme sobre la invención de “la ropera” —denominada así porque se escondía entre el ropaje— y la “vizcaína” o quitapenas, dagas que empuñaban los soldados españoles en la mano izquierda junto al sable que sostenían en la derecha de buen hierro y oscuro propósito para aliviar la pesada carga de la vida terrena de su víctima. También las llamaban “dagas de caridad”, cumplían la labor de auxiliar a la mano derecha, portadora de la espada en un combate haciendo la caridad de evitar sufrimientos al enemigo moribundo al asestarle con ella la estocada definitiva. La vizcaína, junto a la ropera, han causado más muertes en Europa que la peste. En muchas callejuelas del viejo Madrid, y en el interior de sus tabernas de morapio y queso manchego, también se siente aún el lejano eco de este letal ruido de aceros.

Daga española llamada “ropera”.

Parece dudoso creer que en lo más hondo de su corazón en estos espadachines ibéricos imperara el noble espíritu de los samuráis, en quienes prevalecía el principio de la justicia ciega. El samurái, guerrero hábil y supremo, de quien asegura la leyenda que usaba su fuerza para proteger a los más débiles dando la espalda a la crueldad. Según las virtudes del Bushido, el samurái tiene que ser respetuoso y bondadoso con sus rivales, de lo contrario estaría mostrando su lado más fiero y asesino, convirtiéndole en una bestia que solo se rige por sus instintos. Su intención era hacer del guerrero un hombre noble.

Se vuelve a recordar en los estertores de cada mes de febrero aquel ruido de sables negros que mantuvo en vilo al país, ese 23-F, 35 años ya, “¡quieto todo el mundo!”, la vuelta a las cadenas, el estruendo de los tanques, la hoja del sable afilada. ¡Qué gran reality remoto antes de los modernos realitys de Tele 5! Y la paradoja me deja el gaznate seco y la sangre helada al repasar documentos que aseguran que uno de los ídolos que, sin duda, inspiraría el espíritu del coronel Tejero, el cojo, manco y tuerto Millán Astray, se basó en el Bushido, en la esencia del samurái japonés, para crear la Legión. Millán Astray quedó prendado de sus enseñanzas al leer diversos tratados sobre esa gente oriental. El Bushido, de alguna forma era equivalente a los viejos manuales de caballería. Un código de filosofía de vida, una forma de afrontar la muerte. El siniestro militar gallego digirió el asunto a su manera, sobre todo en lo referente a que el samurái no sentía miedo ante la muerte y que estaba dispuesto a entregarla a su señor, o sea ¡a la Patria! Ese principio caló hondo en el guerrero Millán y lo dejó grabado a fuego en la Legión, su gran criatura, a cuyos miembros se les conocería como los “novios de la muerte”. Cosas que pasan con algunas lecturas que, como algunos sueños, crean monstruos.

Pero la historia no perdona y a los corajudos soldados de los Tercios españoles no les impresionaba nada la leyenda de los samuráis. El amigo Lorenzo, antes del primer vermú, no duda en recordarme cómo 40 de esos soldados bajitos, bigotudos y fornidos hicieron hincar la rodilla a nada menos que 1.000 samurais en un duelo a muerte de espadas y arcabuces. Sucedió en la Batalla de Cagayanes, en 1582. Con su Verdadera Destreza ese puñado de españolitos hizo picadillo el mito del código de honor guerrero de esos japoneses de leyenda. Los mismos que también entendieron que donde un caballero español no alcanza con la mano llega con la punta de su espada. Les cortaron la cabeza y, de paso, el tallo de un buen ramillete de flores de loto para obsequiar a sus amadas. Touché, touché y a otra cosa, mariposa.