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Salir de la taquilla

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Como dijo (o no dijo) Groucho Marx, “perdonen que no me levante” (del todo) ante las conclusiones recientes de un sesudo trabajo estadounidense que indica que la sociedad española es la que más acepta la homosexualidad en todo el mundo. El informe, realizado por el think tank Pew Research Center y titulado “The Global Divide on Homosexuality”, señala que el 88% de los españoles afirma que los homosexuales deben estar integrados en la sociedad. Después de España, se sitúan en esta clasificación Alemania (87%), la República Checa (80%), Australia (79%) y Francia (77%). Más lejos queda Rusia, donde solo un 16% de los habitantes aprueban las relaciones homosexuales. En los países árabes y África la nota sufre un bajón considerable; en Egipto, por ejemplo, el dato roza el 3%, cifra similar, aunque suene a chino, a la de Marruecos, donde los homosexuales son tratados como delincuentes. ¡Ufff! ¡Homosexuales en Marruecos, no, por favor! ¡Esas callejuelas polvorientas, de ardiente sombra, mano a mano, aroma a menta y comino en la Medina de Marrakech!

En lo que respecta a la sociedad española, parece claro que el lobby gay se ha instalado la mar de bien en casi todos los rincones. Ha penetrado profunda y suavemente, como cuchillo en mantequilla, una tolerancia progresiva con música de Yes. ¡Si hasta los diputados se besan cálidamente en la boca con la media luz y los taquígrafos del Congreso! Pero estamos en El Estadio Mental, cosa seria, y hay un espacio que aún es muy refractario al asunto de la homosexualidad: el deporte —hay algunas excepciones, pocas—, sobre todo el fútbol. Que vayan con estos datos estadísticos a los deportistas homosexuales de élite —hombres, principalmente, que a las mujeres se les consiente más— que compiten en  esos países europeos y de otras latitudes; a los futbolistas gays que siguen atrincherados, y muertos de pavor, en el armario, en este caso, armario deportivo, la taquilla del vestuario, ante las consecuencias que acarrearía la confesión pública de su homosexualidad.

Si hay un tema tabú en el fútbol, una ley del silencio inexorable, es la homosexualidad. Ni la corrupción ni los presidentes de clubs trileros de traje caro, ni los fichajes multimillonarios ni los árbitros de compra y venta o amaños de partidos, nada. En los últimos cinco años sólo cinco futbolistas profesionales han declarado ser gays en un mundo repleto de vejaciones, amenazas y vidas paralelas. Eso, fuera de España, porque en nuestro país no se conoce a un solo futbolista que haya salido de la “taquilla”. Aquí, cabrones, sí, ¿pero gays? Hace un par de años el exinternacional alemán Thomas Hitzlsperger tuvo la valentía de confesar su homosexualidad. Jugó en el Sttugart, Aston Villa, Lazio o West Ham, entre otros. Pero esa confesión la hizo tras retirarse, ya que nunca se atrevió a comentarlo mientras estaba en activo por miedo a las consecuencias. Pero en España no se conoce un solo caso de futbolista gay, a lo mejor no los hay, vaya usted a saber, son rumores como los de la Carrá. Comentarios entre dientes sobre éste o aquél, sonrisas cómplices de conejos, pero, ¡bah!, se dicen tantas cosas.

Hace unos días, el sensacionalista y digital diario deportivo Gol volvía a hurgar sobre el asunto acerca de la supuesta homosexualidad de Cristiano Ronaldo. Esta sí que sería la bomba informativa del siglo, ¡Cristiano Ronaldo es gay! La crónica de marras la encabezaba el siguiente titular: “Cristiano Ronaldo prepara, poco a poco, su salida del armario”. Y en la información se podía leer que el crack del Real Madrid “aumenta los rumores sobre su ambigüedad sexual tras varios meses investigado por su estrecha amistad con el boxeador marroquí Badr Hari”. Y los protagonistas del asunto, ante la insistencia de determinados medios por desvelar, por fin, la homosexualidad de Cristiano, lejos de enfurruñarse, y en evidente tono burlón, no dudaron en atizar más el fuego del dichoso chisme. Y al boxeador fuerte y robusto, de piel tersa y morena, no se le ocurrió otra cosa que publicar en las redes sociales una foto sosteniendo en brazos y paños menores a Cristiano con la siguiente leyenda: “Recién casados. Siempre ahí para llevarte en brazos, hermano”. El asunto tiene miga de roscón, y la salida del armario de una gran estrella del fútbol como Cristiano Ronaldo provocaría un cataclismo social de alto calibre.

Pase lo que pase, se han derramado muchas lágrimas por este asunto frustrante; y mucha sangre, también. El caso más dramático fue el de Justin Fashanu, el primer jugador negro en valer un millón de libras en el fútbol inglés. En 1990, jugando en el Nottingham Forest, confesó a The Sun que era homosexual, siendo el primer futbolista en revelar tal condición. Aclaró que lo hizo después de ser acusado por un joven de 17 años de agresión sexual. Fashanu fue detenido e interrogado por la policía, aunque fue puesto en libertad. Ocho años después, Fashanu fue hallado ahorcado en un garaje con una nota que, entre otras cosas, decía: “Me he dado cuenta de que ya he sido condenado como culpable. No quiero ser más una vergüenza para mis amigos y familia (…) Espero que el Jesús que amo me dé la bienvenida y finalmente encuentre la paz”. Poco después se reveló que no existía una orden de detención para el futbolista y que la policía había abandonado el caso por falta de pruebas. Fashanu fue elegido para integrar la lista de los 500 héroes gays y lésbicos de la revista Pink Paper.

El planeta del fútbol tiene singularidades catastróficas, y determinadas lacras culturales, atávicas, siguen sacudiendo la piel de los millones de aficionados a este deporte. Y eso no tiene pinta de cambiar de inmediato. La manzana no está madura, más bien está podrida, y que un futbolista se declare homosexual puede condenarlo a la ruina por esa cara oscura, atroz e inclemente que esconde el fútbol.

Echar la vista atrás estremece hasta al mayor de los heteros. ¿Dónde quedó la memoria de aquellos gloriosos tiempos de la Antigua Grecia? ¡Oh témpora, oh mores! Épocas en que se glorificaban las relaciones homosexuales, sobre todo en el deporte. La costumbre de la pederastia estaba vinculada inseparablemente a los deportes organizados. Es importante resaltar que el erómeno era un adolescente ya entrado en la pubertad, y no un niño, como se entiende en el concepto actual de pederastia, y el adulto no debía tener más de treinta años. La principal ocasión que hombres y chicos tenían para conocerse y pasar tiempo juntos, además de una oportunidad para enseñarles las artes de la guerra y la filosofía, era durante los deportes de gimnasio. Hasta mi querido Platón reparó en ello y en sus primeras obras, como El banquete  y Fedro, comentaba los principios de la pederastia; y acerca de las relaciones con los del mismo sexo, afirmaba: “Por lo que sé, no hay mejor bendición para un hombre joven que está empezando a vivir que un amante virtuoso, o para un amante que un joven amado”.

Se me hace un nudo el trago de cerveza pensar en estas cosas y seguir leyendo en los tratados clásicos que la relación entre el entrenador y sus atletas a menudo tenía una dimensión erótica, y que el mismo espacio en el que tenían lugar los entrenamientos servía igual para los coqueteos y escarceos lascivos.

No sé, no sé, ha llovido tanto desde entonces. En los tiempos que vivimos con tanta intensidad, ahora, Siglo 21, vamos a seguir escuchando a cierta afición de grada y bocata en mano llamar “nenaza” en vez de ¡vago cabrón! a un futbolista por su supuesto comportamiento indolente sobre el terreno de juego (¡mete la pierna chaval!) Al gran Guti, artista fino y eterno, le gritaban “¡Guti maricón!” por sus peinados fashion y los zarcillos en sus orejas. Y no digamos lo que le soltaban a ese medio, que también era el mensaje, Michel, después de intentar distraer en un saque de esquina, toqueteándole el paquete, a un atónito Valderrama, a quien al sentir el apretón en sus partes se le congeló su acaracolado cabellón.

Tampoco ayudan mucho los exabruptos de algunos futbolistas famosos como el italiano Antonio Cassano, ex del Real Madrid, entre otros, cuando dijo antes de una Eurocopa que “espero que no haya maricones en la selección”. O las del gran truhán de la Pampa, el ex seleccionador argentino Carlos Bilardo: “Estoy de acuerdo en que los jugadores tengan relaciones sexuales antes de los partidos… mientras sean las mujeres las que estén arriba”. No, no está el personal preparado para la salida en tromba de futbolistas de la taquilla. Lo razonaba, con disparo certero, el capitán del Bayern de Múnich Philipp Lahm: “Hasta los políticos pueden salir del armario, pero ellos no juegan cada semana ante 60.000 espectadores. No creo que esta sociedad esté lista para aceptar a un jugador gay. No es políticamente correcto”.

Desde luego, da la sensación que el ambiente no es el propicio, mejor dejarlo para otro día, sobre todo en el caso de Cristiano Ronaldo. Lo que faltaba en las huestes madridistas, sumida en estos tiempos de cólera y melancolía: que saliera el portugués de la taquilla. Y, ya de paso, dos o tres jugadores más. Y detrás, las legiones de El Cholo, los camaradas de Piqué… ¡Qué momento! No, definitivamente, creo que yo tampoco estoy preparado para tantas emociones.

 
Futbolistas en orden de aparición: Thomas Hitzlsperger, Cristiano Ronaldo cargado en brazos por su amigo Badr Hari durante una fiesta en Marruecos y Justin Fashanu.