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El jaque de la muerte

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En estos días se cumplen 20 años del histórico duelo entre una de las glorias eternas del ajedrez, Gari Kaspárov, y la supercomputadora Deep Blue, desarrollada por IBM con el fin de aplastar al gran maestro de Azerbaiyan. El combate, programado a seis partidas, comenzó el 10 de febrero de 1996 en Filadelfia, Pensilvania, y se prolongó hasta el dia 17 del mismo mes, siendo la primera vez que una máquina se imponía a un campeón del mundo vigente. Sin embargo, Kaspárov ganó 3 y empató 2 de las siguientes partidas, quedando el resultado final en 4-2 a su favor. Un año más tarde llegó la gran revancha, match que fue llamado “el más espectacular duelo de ajedrez de la historia” y en esa ocasión la computadora, ahora denominada Deeper Blue —más profundo azul—, que había sido mejorada desde el anterior encuentro, venció a Kaspárov por un resultado 3 ½ por 2 ½. El jugador azerbaiyano acabó hundido y salió pitando de la sala donde se celebró la partida echando humo por la cabeza y haciendo aspavientos con los brazos. Juró en arameo y aseguró que Deeper Blue no jugó como una máquina sino como un maestro humano.

Kaspárov estaba convencido de que la computadora había hecho trampas de alguna manera con una posible intervención humana, algo que IBM rechazó rotundamente. El hombre estaba muy irritado y cuando los periodistas le preguntaron por el juego de Deeper Blue dijo: “Maradona lo llamó la Mano de Dios”, en referencia al gol que le marcó a los ingleses en el Mundial de 1986, que en realidad fue con la mano. Aunque más que intervención humana, sería más propio decir que la mano negra que movió los hilos del cerebro de Deeper Blue procedía de las mismas entrañas del infierno. Esa máquina que acababa de derrotar a Kaspárov tenía una mezcla de dios y de demonio. Poseía un array (mapa) de 256 procesadores en paralelo, capaces de analizar hasta 200 millones de jugadas cada segundo, el doble que la versión que se había enfrentado a Kaspárov un año antes. Podía calcular con antelación entre 6 y 8 jugadas y, en algunas situaciones, hasta más de 20 —algo fuera del alcance de cualquier computadora de esa época y, sobre todo, del ser humano—. Todo ello sin agotarse lo más mínimo. El cerebro humano no podía combatir contra esa potencia de cálculo. Kaspárov, con el orgullo hecho trizas, exigió una nueva revancha, pero IBM rechazó la propuesta y decidió desmontar la supercomputadora para asegurarse de que nunca se volviera a producir tal enfrentamiento.

Que desolación y profunda sensación de soledad debió sentir Kaspárov durante sus jornadas de combate contra esa máquina infernal. Esa partida de Filadelfia, Kaspárov contra Deep Blue, venía a ser la representación moderna de la escena tenebrosa de la partida de ajedrez entre Antonius, el caballero de las Cruzadas, y la Muerte en el poema de cine que plasmó Ingmar Bergman en “El séptimo sello”. Al fin y al cabo la vida no es sino un juego contra la muerte, a la que esquivamos sus diversos mandobles de aquella manera, ganándole partidas vanas en el viaje hasta que llega el sartenazo final, el jaque de la muerte. Zizek habla de la muerte como el gran Otro y le atribuye una existencia de tipo virtual. El gran Otro existe en la medida en que los sujetos creen en él, y, sobre todo, se comportan como si éste existiera. Desde luego Deep Blue fue ese gran Otro que marcó la existencia de Gari Kaspárov. Pero la cosa no quedó ahí.

De las cenizas de Deep Blue, destruida tras derrotar a Kaspárov, surgió otro gran Otro diabólico. Desde aquel mes de mayo de 1997 IBM se encontraba en la búsqueda de un desafío nuevo y en 2004 Charles Lickel, gerente de investigaciones de IBM, había hallado la solución al contemplar la racha ganadora de Ken Jennings en el famoso concurso televisivo Jeopardy! . Había que ganar ese concurso, pero no era una tarea fácil. Fue el momento en que se puso en marcha la creación de otra supermáquina: Watson, en memoria del fundador y primer presidente de IBM, Thomas J. Watson. Se trataba de todo un sistema informático de inteligencia artificial capaz de responder a preguntas formuladas en lenguaje natural. Al frente de la operación se puso el investigador David Ferucci. La potencia de su cordaje cerebral abruma al más plantado: 2880 núcleos de procesamiento POWER7, un total de 16 Terabytes de RAM y con capacidad para procesar 500 giga bytes por segundo, es decir, el equivalente de un millón de libros. Por supuesto que Watson ganó ese concurso Jeopardy! de la televisión estadounidense. En febrero de 2010 el gran vencedor Ken Jennings tuvo que doblar la rodilla y arrastrar su amarga derrota como años antes lo había hecho Kaspárov.

IBM tenía un claro objetivo para Watson: permitir que las computadoras comiencen a interactuar de forma natural con humanos a través de una amplia gama de aplicaciones y procesos, comprendiendo las preguntas de los seres humanos y dando respuestas que los seres humanos pueden comprender y justificar. La supercomputadora estaba lista para un sinfín de aplicaciones, entre ellas, la de diseñar espacios de ingeniería financiera -asunto menos inquietante de lo que pueda parecer a simple vista teniendo en cuenta el fatídico "papelón" jugado por la mente humana en esta materia-. Ante la torpeza del hombre para administrar el mundo la tecnología sale al rescate abriendo un hueco a la esperanza. Watson, la máquina, está preparada para el gran reto. Es capaz de pensar y cuando le haces una pregunta genera una hipótesis y proporciona una respuesta y un nivel de fiabilidad.

La sensacional tenista estadounidense Serena Williams tuvo la ocasión de comprobarlo en un cara a cara con Watson. Y, claro, se quedó de piedra cuando el sistema informático empezó a analizar su estilo de juego:

—Watson: He comprobado, Serena, que cuando estás un punto por debajo logras un “ace” 5,8 veces más que las demás”.

—Serena: Hablas como un entrenador.

—Watson: No lo soy, pero puedo…

En este vídeo pueden contemplar y escuchar un tramo de esa asombrosa conversación entre Watson y Serena Williams, son poco más de 30 segundos inolvidables.

Y ya metidos en harina, por favor no se pierdan esta otra de Watson con Bob Dylan en la que éste propone a la máquina escribir juntos una canción.

La culpa fue del Cha, cha, chá del ajedrez. De aquella fantástica e infernal Deep Blue que rompió el corazón de Gari Kaspárov, el más grande de los ajedrecistas de todos los tiempos. Aceptó un duelo con el gran Otro, la muerte, misión fatal y, claro, salió despellejado. Gari, en sus largas noches de invierno azerbaiyanas, quizá busque consuelo al abrigo de la visión de El séptimo sello:

—La Muerte: La mayor parte de los hombres no piensa en la Muerte y en la nada.

—Antonius: Pero un día llegan al borde de la vida y tienen que enfrentarse a las tinieblas.

—La Muerte: Tal vez no haya nada.

—Antonius: Pero entonces todo perdería su sentido. ¡Nadie puede vivir mirando a la muerte y sabiendo que camina hacia la nada!

O también Gari podría abandonarse en la tempestad de los versos del poema "Ajedrez", de Borges.

(…) No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que en un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada (…)

Cuando los jugadores ya se han ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito (…)

También el jugador es prisionero
de otro tablero
de negras noches y blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios, detrás de Dios la trama
empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Y tras ver la película y leer el poema, entre las luces y sombras del viaje de su vida, quizás Gari Kasparov acierte a decir, aunque sea prendido de un hilo de media voz: ¡Está bien, ahora que venga Watson ¿y lo mejore?! 

 
Fotograma de la película El séptimo sello, de Ingmar Bergman, 1957.