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El arte de dirigir

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“El arte de dirigir consiste en saber
cuando hay que abandonar la batuta
para no molestar a la orquesta”

(Herbert Von Karajan)

El rey Zidane exhibió su ilustre efigie ante el Deportivo en la banda del Bernabéu tras un nuevo volantazo de Florentino I, el autarca del Real Madrid que nunca escuchó a Karajan debido a la atracción fatal que siempre le arrojó, inane, a los brazos hermosos de Las Supremas de Móstoles. El crónico solipsismo de Florentino, Napoleón arrebatado, envenena sus sueños y al despertar, sin resaca que le arrope, vomita el monstruo que lleva dentro. En su delirio de mala siesta se parte el pecho contra espectros desgreñados y fantasmas que, mira por donde, suelen vestir de blanco. En el mundo del cemento y las divisas gobierna Florentino con su mirada de acero mientras sucumbe en el universo de la creación y las emociones. Y si alguna vez lloró, sus lágrimas nacieron secas y muertas, lágrimas de mentirijillas que se han ido amontonando, clavadas como chinches en el rabillo de sus ojos.

Es una misión sublime el arte de dirigir, manejar con soltura los mecanismos para que no se gripe el motor en mitad del viaje. Encerrado en su cerebro de hierro Florentino, ciego y sordo, adicto a sus trampas de sofá, se empeña en la creación de su siniestra criatura, como un doctor Frankenstein vestido de Armani. Y ya sabemos cómo terminan esos cuentos. Ahora llega Zidane al banquillo del Real Madrid, en una nueva y arriesgada pirueta del magnate Pérez cuyo desenlace es imprevisible. Zidane es algo más que un jefe del vestuario, Zidane es un símbolo, casi un mito tras la gloriosa huella que dejó como jugador. Aunque ese mismo aire mítico puede arrancarle el corazón tratándose del Real Madrid, esa madre castradora. Que no quiero verlo, insisto, que no quiero ver la sangre de Zidane sobre la hierba.

El planeta del fútbol, que es una metáfora del todo, sirve para explicarnos muchas cosas, por ejemplo, el misterio de una extraordinaria melodía. Dentro del juego de la vida, el fútbol es la música del magma que nos lleva. En principio, el planteamiento no resulta complicado: Un juego en el que un equipo de especialistas –los jugadores- a las órdenes de un director –el entrenador- cuya misión es imponerse al contrario en base a unas reglas establecidas. Aunque, efectivamente, todo empieza a complicarse cuando, también, entran en juego los sentimientos y las emociones de millones de personas. Que no es lo mismo entrenar al Elche que al Real Madrid. Aunque tampoco es para tanto, así pues, echemos un vistazo a un básico manual en el que se establecen algunas claves maestras para ser un buen jefe de vestuario, un buen entrenador de fútbol:

  • Debe ser capaz de comunicar sus ideas y de que sus jugadores las entiendan.
  • Tener una amplia gama de conocimientos futbolísticos, ser organizado y ser deportivo.
  • Ser una persona positiva, con dominio total del “si mismo”.
  • Honesto, abierto, apasionado y enérgico.
  • Fijar unos objetivos coherentes, y saber sacar lo mejor de un grupo.
  • Saber crear un buen ambiente en su grupo, saber escuchar y tomar decisiones justas.
  • Capaz de solucionar conflictos y situaciones difíciles.
  • Cuidar su imagen y la del equipo.

Con estos argumentos es suficiente, pero si no, tengo otros. Aunque, como los mandamientos, y como la vida en general, todo se resume en lo esencial: sentido común, es decir, sabiduría y conocimiento. Y mientras nos despistamos, jugamos y divagamos con el fútbol, con Zidane y Florentino, amanece el nuevo año con España envuelta en un estado de perplejidad, de atocinada confusión, un gran quilombo, como concluye un amigo. Sigue España sin entrenador, sin jefe que le sacuda el polvo, y a la espera de que surja una figura capaz de administrar el desaguisado de este país, que, por otra parte, no sufre más por la ausencia de un padre que el resto de la galaxia que habita. El poder como el dinero, mata, la obsesión por mirarnos el vello del pecho despreciando al otro. Asistimos a una nueva verbena de vanidades perversas y el espectador contempla atónito a la escena. Lo que acaba de ocurrir en Cataluña parece un sketch de El Jueves, a la espera de las cómicas viñetas de negro humor que aguardan en los sótanos donde se cuece el estado del Estado.

Asegura Daniel Innerarity en “La sociedad del conocimiento” que "tengo la impresión de que en la sociedad del conocimiento precisamente lo que no tiene valor propio es el conocimiento, en la medida en que el saber es definido con criterios, expectativas, aplicaciones y valoraciones externas. Se dice que la sociedad del conocimiento ha sustituido a la sociedad industrial, pero da la impresión de que, al contrario, es el saber el que se ha industrializado de manera acelerada y se piensa la producción, transmisión, almacenamiento y aplicación del saber como si se tratara de un bien más. Nos hablan de transferir la investigación en zonas de rentabilidad económica".    

No dispara sin tino Innerarity, ha llegado el momento del ingenio ante la dificultad de hallar una solución noble que alumbre el arte de dirigir. Pues bien, ante la dificultad de conjugar solidaridad y ética, quizá sea necesario hurgar, buscar, avanzar en otras dimensiones del conocimiento. Ya se ensayan estos modos, por mucho que aterre el horizonte. Visto lo visto, quizá haya que recurrir, con mano sabia y templada, corazón fresco y mente de ley a la inteligencia artificial, a las máquinas, sí. Indagar en un algoritmo luminoso que nos refresque el camino, ya que la experiencia meramente humana parece frustrante. En eso están en la India, sin ir más lejos. Este exótico país, también perplejo, intenta incorporar la tecnología para mejorar su gestión desde hace dos décadas. El fin es la instauración de un bienestar social más confortable y para ello India ha recurrido a los gurús de la tecnología de origen indio en todo el mundo, incluido el cofundador del servicio de fotos en Internet Snapfish y empleados de Google, Yahoo e Intel Corp. ¿Quién dijo miedo?

En fin, parece claro que ni Florentino I, ni Rajoy, ni Pedro Sánchez, ni Pablo Iglesias, ni Artur Mas y la CUP y todos los Junts pel Sí que pululan por ahí no tienen mucha intención de tomar nota de esa nueva línea de conocimiento, pero ahí está el reto. Por lo que al Real Madrid respecta, confiemos, de momento, en la inteligicencia natural de Zidane y en su mano sabia,y en su resistencia a mirar hacia el palco del Bernabéu para evitar convertirse en una estatua de sal y pimienta. Mantengamos la esperanza en que Zidane sí entienda la maestría de Karajan y sea capaz de arrojar a tiempo al viento su batuta por el bien del temple de la orquesta.