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Teresa Solar
Conocí la obra de Teresa Solar (Madrid, 1985) por la recomendación de unos amigos. «Mira su trabajo, creo que te va a gustar». Créanme, es muy útil fiarse de quien conoce tus gustos. Así que, como la gran ventaja de tener una sección fija en un medio respetable es que puedes ir a fisgar con cierta facilidad, le escribí y fijamos una cita. Quedamos a la misma hora y en el mismo sitio en que hacía una entrega. Cuando llegué la saludé agitando la mano. Ella bajó al sótano y se puso una «camiseta para entrevistas». Luego me ofreció un té al microondas, al que no le noté diferencia con los que se hacen con hervidor. De nuevo, en la misma mesa, puse mi grabadora. Conversamos durante una hora y ella se comió una manzana.
Cuando entré a husmear en la web de Teresa me sorprendió la variedad de formatos en los que trabaja: escultura, vídeo, instalaciones… Tan pronto nos sentamos le pregunté por esto y me dijo que simplemente había ido ocurriendo así. Tuve que poner una cara de asombro bastante considerable, porque añadió: «Necesito motivos importantes para trabajar, o motivos que considere importantes en ese momento». Me contó que su proceso comienza con el descubrimiento de una historia o de una idea que le interesa explorar de cerca. Y luego viene todo lo demás: el cómo se materializa. Admito que me pareció singular que empezase la casa por el tejado. Me parecía, y se lo dije, que construía andamios dificilísimos para llegar a ideas que estaban flotando en el éter. Me parece que tiene una imaginación portentosa. Pero seamos más concretos. La película Todas las cosas que no están trata sobre Harold Edgerton, el fotógrafo estadounidense. Me explicó que le resultaba muy interesante cómo se las había ingeniado para fotografiar explosiones nucleares, empleando un sistema que fundía planchas de plomo delante del objetivo para impedir que la radiación y el fogonazo destruyesen la cámara. Intuyó entonces que la mejor manera de acercarse a esa historia era trabajar, efectivamente, con planchas de plomo, siguiendo la idea de un elemento que anula la cámara cegándola. «—Pero, ¿habías trabajado antes con plomo? —No, nunca.» ¿Entonces? «Fundía el plomo en el patio de casa, con mi padre al lado cortándomelo con un hacha.» Esta manera de trabajar la obliga a estudiar las técnicas que va precisando, porque muchas veces no las conoce. «Mi producción, en ese sentido, es muy incómoda.» Tiene esto dos contingencias muy notables: las sorpresas que da el material con el que se trabaja y la facilidad con la que los procesos pueden salir «medio mal».
«El plomo, cuando lo fundes, es un metal muy brillante, pero cuando se enfría se va oxidando y termina quedándose blanco mate.» Le pregunto cómo enfrenta esos imprevistos. Me responde que no ha vuelto a trabajar con plomo, pero de tenerlo que hacer tendría en cuenta esa oxidación en la obra y trabajaría con ella, porque la pátina blanca ofrece un nuevo camino que, hasta su descubrimiento, no podía ser tenido en cuenta. «A mí me gustaba el plomo brillante, pero es que se oxida.» A veces, me dice, no puede ejecutar personalmente las técnicas que precisa porque, o no las conoce suficientemente, o no tiene los medios necesarios. «Poco tiempo después quise hacer unas piezas en aluminio, con la misma idea [hacer planchas], pero tiene un punto de fusión mucho más alto y lo tuve que llevar a una fundición.» Otras veces, aparecen problemas que impiden conseguir lo que se pretende o que obligan a tomar otro camino. El proceso, en general, es largo y discurre por caminos inesperados. «Ocurre de maneras muy distintas. Por ejemplo, los vídeos —últimamente estoy haciendo vídeos muy largos—; hay vídeos en los que trabajo años. Empieza por un proceso de investigación, te vas a grabar, el material sale no sé cómo, te enteras de no sé cuántas historias más, vuelves a tu casa con todo eso, lo decantas en tu cabeza, te quedas con unas ideas que te interesan y otras que no, consigues escribir acerca de unas cosas y de otras no, los montajes a veces funcionan y a veces no: o sea, que son procesos de creación muy largos y muy complicados.»
Como habrán notado, la obra de Teresa Solar tiene una enorme voluntad narrativa. En sus obras siempre aparecen, de alguna manera, textos. La forma en que estos textos se integran merece que nos detengamos un momento. Debo confesar que durante esta conversación pregunté muchas veces a Teresa si las cosas que me contaba sucedían siempre así: soy un completo neurótico y me da mucha paz la regularidad en los procesos. Ella siempre me contestaba que depende, lo que sin duda hace su trabajo rico e interesante: la satisfacción de mis neurosis no es, ni mucho menos, una credencial de calidad. Pero hablábamos de los textos. Me recuerda entonces de un proyecto que tuvo por tema la capa de dispersión profunda y los problemas que tenían los sónares con ella. Allí, el texto aparece en un metacrilato azul (como el fondo del mar, intuyo) troquelado, que exige mirarlo de perfil para discernir las letras (la visión como el sónar). Pero en otro proyecto, El escritorio circular, una colaboración con Guillermo Mora, el texto es un audio que sale de una chimenea parlante. Mientras hablamos tengo a mi espalda una pequeña mesa donde unas esculturas de arcilla esperan a secarse. Me hace saber que son parte de un proyecto que explora un lenguaje físico: cada escultura es una palabra o una letra de lenguaje de signos transferido a la pella de arcilla, en un gesto que pone de manifiesto el trabajo y la dificultad del lenguaje. Deberían poder ser leídas por alguien que sepa lenguaje de signos, me dice. Una caligrafía en el espacio. Discutimos un rato sobre si un lenguaje necesita lectores. Saco la artillería pesada y pongo a Wittgenstein sobre la mesa. Hacia el final de nuestra conversación me habla de su madre, que es egipcia, y de cómo se comunica con ella a través de WhatsApp. Me cuenta que ella, Teresa, es analfabeta en árabe, y que escribe por intuición fonética en caracteres latinos. La dificultad del lenguaje, decíamos.
Poco después de esto ambos teníamos compromisos para almorzar. Nos despedimos cortésmente y me marcho apretando el paso en busca de la línea uno.
Imágenes cedidas por Teresa Solar.
Teresa Solar
Conocí la obra de Teresa Solar (Madrid, 1985) por la recomendación de unos amigos. «Mira su trabajo, creo que te va a gustar». Créanme, es muy útil fiarse de quien conoce tus gustos. Así que, como la gran ventaja de tener una sección fija en un medio respetable es que puedes ir a fisgar con cierta facilidad, le escribí y fijamos una cita. Quedamos a la misma hora y en el mismo sitio en que hacía una entrega. Cuando llegué la saludé agitando la mano. Ella bajó al sótano y se puso una «camiseta para entrevistas». Luego me ofreció un té al microondas, al que no le noté diferencia con los que se hacen con hervidor. De nuevo, en la misma mesa, puse mi grabadora. Conversamos durante una hora y ella se comió una manzana.
Cuando entré a husmear en la web de Teresa me sorprendió la variedad de formatos en los que trabaja: escultura, vídeo, instalaciones… Tan pronto nos sentamos le pregunté por esto y me dijo que simplemente había ido ocurriendo así. Tuve que poner una cara de asombro bastante considerable, porque añadió: «Necesito motivos importantes para trabajar, o motivos que considere importantes en ese momento». Me contó que su proceso comienza con el descubrimiento de una historia o de una idea que le interesa explorar de cerca. Y luego viene todo lo demás: el cómo se materializa. Admito que me pareció singular que empezase la casa por el tejado. Me parecía, y se lo dije, que construía andamios dificilísimos para llegar a ideas que estaban flotando en el éter. Me parece que tiene una imaginación portentosa. Pero seamos más concretos. La película Todas las cosas que no están trata sobre Harold Edgerton, el fotógrafo estadounidense. Me explicó que le resultaba muy interesante cómo se las había ingeniado para fotografiar explosiones nucleares, empleando un sistema que fundía planchas de plomo delante del objetivo para impedir que la radiación y el fogonazo destruyesen la cámara. Intuyó entonces que la mejor manera de acercarse a esa historia era trabajar, efectivamente, con planchas de plomo, siguiendo la idea de un elemento que anula la cámara cegándola. «—Pero, ¿habías trabajado antes con plomo? —No, nunca.» ¿Entonces? «Fundía el plomo en el patio de casa, con mi padre al lado cortándomelo con un hacha.» Esta manera de trabajar la obliga a estudiar las técnicas que va precisando, porque muchas veces no las conoce. «Mi producción, en ese sentido, es muy incómoda.» Tiene esto dos contingencias muy notables: las sorpresas que da el material con el que se trabaja y la facilidad con la que los procesos pueden salir «medio mal».
«El plomo, cuando lo fundes, es un metal muy brillante, pero cuando se enfría se va oxidando y termina quedándose blanco mate.» Le pregunto cómo enfrenta esos imprevistos. Me responde que no ha vuelto a trabajar con plomo, pero de tenerlo que hacer tendría en cuenta esa oxidación en la obra y trabajaría con ella, porque la pátina blanca ofrece un nuevo camino que, hasta su descubrimiento, no podía ser tenido en cuenta. «A mí me gustaba el plomo brillante, pero es que se oxida.» A veces, me dice, no puede ejecutar personalmente las técnicas que precisa porque, o no las conoce suficientemente, o no tiene los medios necesarios. «Poco tiempo después quise hacer unas piezas en aluminio, con la misma idea [hacer planchas], pero tiene un punto de fusión mucho más alto y lo tuve que llevar a una fundición.» Otras veces, aparecen problemas que impiden conseguir lo que se pretende o que obligan a tomar otro camino. El proceso, en general, es largo y discurre por caminos inesperados. «Ocurre de maneras muy distintas. Por ejemplo, los vídeos —últimamente estoy haciendo vídeos muy largos—; hay vídeos en los que trabajo años. Empieza por un proceso de investigación, te vas a grabar, el material sale no sé cómo, te enteras de no sé cuántas historias más, vuelves a tu casa con todo eso, lo decantas en tu cabeza, te quedas con unas ideas que te interesan y otras que no, consigues escribir acerca de unas cosas y de otras no, los montajes a veces funcionan y a veces no: o sea, que son procesos de creación muy largos y muy complicados.»
Como habrán notado, la obra de Teresa Solar tiene una enorme voluntad narrativa. En sus obras siempre aparecen, de alguna manera, textos. La forma en que estos textos se integran merece que nos detengamos un momento. Debo confesar que durante esta conversación pregunté muchas veces a Teresa si las cosas que me contaba sucedían siempre así: soy un completo neurótico y me da mucha paz la regularidad en los procesos. Ella siempre me contestaba que depende, lo que sin duda hace su trabajo rico e interesante: la satisfacción de mis neurosis no es, ni mucho menos, una credencial de calidad. Pero hablábamos de los textos. Me recuerda entonces de un proyecto que tuvo por tema la capa de dispersión profunda y los problemas que tenían los sónares con ella. Allí, el texto aparece en un metacrilato azul (como el fondo del mar, intuyo) troquelado, que exige mirarlo de perfil para discernir las letras (la visión como el sónar). Pero en otro proyecto, El escritorio circular, una colaboración con Guillermo Mora, el texto es un audio que sale de una chimenea parlante. Mientras hablamos tengo a mi espalda una pequeña mesa donde unas esculturas de arcilla esperan a secarse. Me hace saber que son parte de un proyecto que explora un lenguaje físico: cada escultura es una palabra o una letra de lenguaje de signos transferido a la pella de arcilla, en un gesto que pone de manifiesto el trabajo y la dificultad del lenguaje. Deberían poder ser leídas por alguien que sepa lenguaje de signos, me dice. Una caligrafía en el espacio. Discutimos un rato sobre si un lenguaje necesita lectores. Saco la artillería pesada y pongo a Wittgenstein sobre la mesa. Hacia el final de nuestra conversación me habla de su madre, que es egipcia, y de cómo se comunica con ella a través de WhatsApp. Me cuenta que ella, Teresa, es analfabeta en árabe, y que escribe por intuición fonética en caracteres latinos. La dificultad del lenguaje, decíamos.
Poco después de esto ambos teníamos compromisos para almorzar. Nos despedimos cortésmente y me marcho apretando el paso en busca de la línea uno.
Imágenes cedidas por Teresa Solar.