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Sufragistas y propiedad
SUFFRAGETTES
Aunque en Londres tuvimos la suerte de poder disfrutarla hace ya unos meses, en España acaba de estrenarse la película Sufragistas (Suffragette). Antes de entrar a valorar su calidad como película hay que considerar que tiene el valor añadido de ser el primer largometraje dedicado íntegramente a este tema y en el que, por fin, estas mujeres se presentan como algo más que burguesas en busca de un entretenimiento. Ya que esta película ha traído el tema a colación es pertinente publicar ahora este texto. La realidad, aquí, en el Reino Unido fue mucho más truculenta, desoladora y violenta de lo que se ha querido contar hasta ahora. Después de décadas[1] de lucha política a través de mítines, reuniones, campañas por la igualdad social y el sufragio femenino, y tras años intentando ser escuchadas en el parlamento sin obtener ningún tipo de progreso, el movimiento sufragista se tornó militante. En el 1903 se formó en Manchester el WSPU (Women’s Social and Political Union), partido liderado por Emeline Pankhurst (con el apoyo de sus tres hijas al comienzo) y encabezado por pequeños grupos de mujeres que ya habían estado envueltas en campañas sufragistas. Este partido político abogaba por la toma de la acción en vez del uso exclusivo de la palabra (“Deeds not words”, decían, “acciones no palabras”). WSPU nacía como respuesta a esa gran decepción de años de campaña sin resultados y a un deseo por parte de sus miembros fundadores por rehacer las estrategias de la lucha sufragista. Se propusieron crear una organización sólo para mujeres que trabajara con el partido laborista intentando así asegurarse las reformas sociales y parlamentarias que les eran negadas por los liberales. Al poco tiempo, la sede del partido se trasladó a Londres con la intención de resultar más visible y de que su campaña fuera más efectiva al llegar a más gente.
La acción directa no fue su único medio de lucha, pero sí el más sonado entonces. Consistió en acciones de militancia individual con el objetivo de dirigir la mirada de la nación a la ignorada cuestión de las mujeres. Digamos que era un medio de visibilización. Muchas veces las acciones se alejaban del vandalismo para encontrarse más cerca del terrorismo, pero someterlas a una u otra definición no es el interés de este artículo; eso sí, cabe decir que desde las cúpulas de los partidos y sus líderes siempre defendieron no atentar contra vidas y sólo hacerlo contra propiedades. Con el nacimiento del WSPU y de esta lucha activa y vandálica nacieron también las suffragettes, movimiento diferenciado por sus métodos del más amplio movimiento sufragista (suffragist en inglés). El término suffragette fue empleado por primera vez por el Daily Mail como un intento de ridiculización[2], pero poco a poco la facción más violenta del movimiento se apropió del término, haciéndolo suyo y denominándose a sí mismas como tales. Parte de esta facción estaba vinculada con el WSPU, pero no únicamente. Hubo más partidos y más agrupaciones de mujeres que emplearon la acción directa en pos de la lucha por el sufragio femenino y la igualdad social. Debido a desacuerdos sucesivos varios grupos de mujeres fueron desvinculándose del WSPU y organizando sus propias formaciones. Las razones fueron varias: desde las sucesivas concesiones del WSPU respecto de las peticiones originales acordadas en su programa inicial[3], hasta la separación, muy acusada en Londres[4], entre la clase trabajadora y la burguesía. Los motivos fueron varios y así aparecieron otros partidos como Women’s Freedom League o The Workers’ Socialist Federation. En definitiva, las suffragettes fueron mujeres pertenecientes a diferentes partidos políticos y de muy diferenciadas escalas sociales pero que en común tenían el haber dejado de confiar en la palabra y pasado a la toma de acciones como medio para exigir la igualdad de género y por lo tanto la igualdad social.
PROPIEDAD
A partir de 1907 la campaña comenzó a agitarse y la vida ciudadana se vio interrumpida de manera violenta. Un total de 141 actos vandálicos fueron referidos en la prensa en los primeros meses de 1914. Las acciones de las suffragettes pasaban por irrumpir en los mítines políticos y en las iglesias gritando “Votes for women”, encadenarse a monumentos, apedrear ventanas y escaparates, quemar iglesias, castillos y casas señoriales, volar buzones, vías y estaciones de tren, y hasta idear un plan para poner bombas en el parlamento. Por ejemplo, Mary Leigh lanzó un hacha al carruaje en el que viajaban John Redmond, líder del Partido Parlamentario Irlandés, junto al primer ministro H. H. Asquith. También se prendió fuego a un invernadero de orquídeas en Kew Gardens o se grabó con ácido la frase “Votes for women” en campos de golf frecuentados por miembros del parlamento. Demostraron además especial interés por atacar obras de arte y museos. Sólo entre 1913 y 1914 se atentó al menos 12 veces en diferentes museos[5]. Las suffragettes dejaron claro que —además de las vías de comunicación como estrategia— atacaban a la propiedad como símbolo, bien fuera pública o privada. Dentro de esta idea de propiedad y debido al alto número de casos, no cabe duda de que el espacio del museo se convirtió para ellas en un lugar para la protesta. Por ejemplo, el 3 de abril de 1913 Lillian Forrester, Annie Briggs y Evelyn Manesta atacaban varios de los más valiosos cuadros de la galería de arte de Manchester dejando 14 pinturas dañadas. El 12 de mayo de de 1914 Mary Ansell atentaba contra un retrato del Duque de Wellington. El 23 de mayo, en la Royal Scottish Academy, Maude Edwards agredía un estudio para un retrato del Rey George V. Pero el caso más conocido es el de Mary Richardson, quien el 10 de marzo de 1914 rajaba siete veces la Venus del espejo de Velázquez en la National Gallery de Londres.
Como decía antes, las acciones de las suffragettes tenían como objetivo hacer visible la problemática silenciada de las injusticias sociales ejercidas sobre las mujeres. Por eso la repercusión en los medios era algo importante para su causa y los museos nacionales eran perfectos para esta empresa: se mantienen con fondos públicos, allí se concentra el turismo y además son los llamados a conservar la gloria que dignifica la historia de una nación. Repercusión en los medios y consternación popular asegurada. Las suffragettes tomaron los museos por ser símbolos de la nación misma, y atacar esas obras de arte era atacar a la nación que no les permitía la emancipación; pero no era ésta la única razón.
Emelyn Pankhurst declaraba en My Own Story[6]: “Hay algo por lo que los gobiernos se preocupan más que por la vida humana, que es la seguridad de la propiedad, y por lo tanto es a través de la propiedad que vamos a golpear al enemigo”. Esta es la ideología que se encuentra detrás de estas acciones, golpear por medio de la propiedad y su valor económico. La lucha sufragista era una lucha por la liberación de la existencia de la mujer, por intentar tomar por la fuerza el derecho a la posesión de sí y dejar de ser una propiedad sometida a los caprichos del Estado (a merced de las leyes que las dejaba dependientes de maridos o hermanos y padres, de aquellas que permitía salarios mucho menores y menos derechos en entornos laborales…). Era la lucha por una existencia entendida hasta entonces como si fuera una propiedad que necesita de un titular. Igual que ocurre con los cuerpos en el arte o con el arte como un cuerpo, que son propiedades, que son cuerpos con un dueño. Al atacar obras de arte las suffragettes hacían una mímesis entre las obras de arte y su misma existencia de mujeres, entendiendo ambos como propiedades y dejando clara su independencia, cobrada por sí mismas al destruir lo que es mensurable en términos económicos, como demuestra el testimonio de Mary Richardson:
“Sentí que tenía que llevar mi protesta a un punto de vista financiero… de igual manera que tenía que dejar que se viera como un acto simbólico. Tenía que dibujar el paralelismo entre la indiferencia del público hacia la lenta destrucción de Mrs Pankhurst y la destrucción de un objeto con valor financiero (…) Era muy valioso por su valor en metálico”[7].
Para las suffragettes la destrucción de obras de arte era un acto de toma de independencia y emancipación. La iconoclastia es un ataque, no al objeto, sino a lo que éste representa, y ellas dejaban muy claro que sus cuerpos ya no eran propiedades a disposición como lo eran esos cuadros. Gamboni apunta[8] en su libro La destrucción del arte que cortar los cuadros era lo más cerca que podían estar de atacar, atentar realmente, contra dichas personas, pero sin hacer mal a ser humano alguno. Es decir, asesinar simbólicamente. Gamboni, sin embargo, deja en su texto sin exponer las razones para la incongruencia que presentan los cuadros elegidos. En el caso de retratos del rey están claras las motivaciones, pero hay otros como la Primavera de Clausen o los retratos de Henry James o Carlyle que, como Gamboni dice, no tienen un motivo aparente. Podría ser que el impulso destructivo no siempre eligiera a las víctimas por ser representaciones de los retratados, sino por ser, como digo, valor y propiedad en sí mismas, que ejemplificaban el sometimiento de estas mujeres. Porque el arte, se mire como se mire, es valor económico y por lo tanto propiedad.
RESTAURACIÓN
La acción de Mary Richardson consiguió arrancar al objeto del discurso histórico en el que se encontraba para colocarlo en uno nuevo. Lo convirtió en un cuadro testigo y testimonio del cambio social de la revolución post-industrial y de las luchas de las mujeres. Con su gesto, Richardson había añadido historia a la lectura que era posible realizar al contemplar la pintura, porque Mary Richardson y cualquiera de las otras sufragistas no sólo estaban atacando patrimonio, en realidad estaban marcando esas pinturas con un rastro de historia. Podemos decir que añadiendo valor histórico, añadiendo capas de lecturas posibles.
Pero ¿qué ocurre con la Venus cuando las rajas son tapadas? Tras el atentado, la Venus del espejo fue restaurada rápidamente y hoy en día el daño es casi imperceptible. Todos los cortes fueron reparados con éxito por el entonces restaurador jefe de la National Gallery, Helmut Ruhemann. Claro, no haberlo hecho hubiera sido dejar en evidencia el torpe sistema de seguridad de la National Gallery y de la policía británica. Además, las restauraciones permiten a los gobiernos rehacer la historia a su conveniencia, porque la historia no está escrita sólo en los libros de texto, sino en lugares como los museos, esas cápsulas de tiempo para recordar al vencedor y no a los vencidos. La tradición de la lucha se reescribe según convenga al paisaje socio-político, y en este caso la restauración permitió olvidar, no a la lucha sufragista en sí, que hoy día es todo un honor para cualquier nación, sino la necesidad de violencia que implicó.
Nos han enseñado a mirar hacia atrás, orgullosos por las mujeres de nuestro pasado, pero por una lucha edulcorada que no fue en realidad lo que ocurrió. Si no, ¿porqué se han borrado las marcas de violencia? La lucha sufragista fue violenta, fue una auténtica toma de poder, y la institución museística lo oculta, lo omite, y nos lo hace olvidar. En conclusión, nos hace entender la historia de otra manera a como fue, criminalizando parte de una lucha que por otro lado ensalza. Todo para hacernos creer que la violencia no es necesaria cuando parece que sí lo ha sido, y para mantener una imagen inamovible, invulnerable del Estado y de su gloria. El museo, y cualquier gobierno detrás de él, siguen reformando la historia. En esta ocasión convenciéndonos de una lucha pasiva y haciendo a nuestros cuerpos olvidar el pasado de nuestra historia reciente, de la violencia de la que somos herederos, de la toma de posición social. ¿Acaso no es eso un gesto iconoclasta en sí mismo? Borrar los trazos de la historia de la que provenimos, de la violencia que nos ha costado la conquista de libertades ciudadanas y presentarnos, por contra, un pasado desdramatizado, ficticio, del que se han borrado la violencia y el sufrimiento. Evitando así los contagios entre aquellos y nuestros cuerpos. Eliminando la herencia y haciéndonos recorrer el camino que nos permite ser capaces de poner nuestros cuerpos en riesgo de nuevo, una y otra vez.
Aún hoy día, cuando se describe lo ocurrido, la narración suele estar cargada de moral, dejando muy claro que Mary Richardson cometió un crimen contra una pieza única, patrimonio de la humanidad. Las mismas restauraciones, que se nos presentan como un noble acto de conservación de la historia y la memoria, en realidad esconden muchas veces algo perverso. Es el paso del tiempo el que es borrado, y lo que a priori puede presentarse como un gesto de preservación del patrimonio es, en realidad, un gesto de preservación de la economía y la gloria a través de la propiedad. ¿Acaso no es la misma violencia ejercida la de Mary Richardson sobre la Venus que la del Estado al tapar los cortes? Privándonos del derecho de saber, de conocer la historia tal y como fue y perpetuando un cuadro (y por lo tanto un relato) que ya no es tal.
[1] El movimiento sufragista en el Reino Unido estaba relacionado con movimientos protofeministas y de lucha social obrera que datan de 1800-1850.
[2] El sufijo –ette proviene del francés, lengua que aún se emplea para denotar que algo es diminutivo o que tiene la característica de ser más pequeño de lo normal. En esos años también se refería a aquello que imita o que es inferior. Hacia 1900 era conocido, además, por referirse a aquello relativo a la mujer. Cuando el Daily Mail empleó el sufijo lo hacía, evidentemente, con tono de mofa y desprecio, haciendo referencia a esa nueva ola de mujeres “histéricas y agitadoras”, como también fueron descritas en la prensa de la época.
[3] Las peticiones referidas a reformas sociales se fueron poco a poco abandonando para poder concentrar todos los esfuerzos en la obtención del derecho al voto.
[4] La cúpula dirigente del WSPU no quiso contar con la clase trabajadora del Este de Londres a pesar de que Sylvia Pankhurst estuvo siempre vinculada a ella. La cúpula consideraba que sus preocupaciones relacionadas con la lucha social se interponían en su trabajo por obtener el voto y, por lo tanto, estimaban que era una lucha distinta.
[5] Esta información está sujeta a cambio ya que actualmente me encuentro recabando más información.
[6] Pankhurst, Emmeline, My Own Story, London : Virago, 1979. pp 213 - 214
[7] Richardson se refería así a lo ocurrido unos años después en una entrevista. Del inglés original: “I felt I must make my protest from the financial point of view… as well as letting it be seen as a symbolic act. I had to draw the parallel between the public’s indifference to Mrs Pankhurst’s slow destruction and the destruction of some financially valuable object… it was highly prized for its worth in cash”.
[8] Gamboni, Dario. The Destruction of Art: Iconoclasm and Vandalism Since the French Revolution (Picturing History), Reaktion Books, 1997. pp 98
Sufragistas y propiedad
SUFFRAGETTES
Aunque en Londres tuvimos la suerte de poder disfrutarla hace ya unos meses, en España acaba de estrenarse la película Sufragistas (Suffragette). Antes de entrar a valorar su calidad como película hay que considerar que tiene el valor añadido de ser el primer largometraje dedicado íntegramente a este tema y en el que, por fin, estas mujeres se presentan como algo más que burguesas en busca de un entretenimiento. Ya que esta película ha traído el tema a colación es pertinente publicar ahora este texto. La realidad, aquí, en el Reino Unido fue mucho más truculenta, desoladora y violenta de lo que se ha querido contar hasta ahora. Después de décadas[1] de lucha política a través de mítines, reuniones, campañas por la igualdad social y el sufragio femenino, y tras años intentando ser escuchadas en el parlamento sin obtener ningún tipo de progreso, el movimiento sufragista se tornó militante. En el 1903 se formó en Manchester el WSPU (Women’s Social and Political Union), partido liderado por Emeline Pankhurst (con el apoyo de sus tres hijas al comienzo) y encabezado por pequeños grupos de mujeres que ya habían estado envueltas en campañas sufragistas. Este partido político abogaba por la toma de la acción en vez del uso exclusivo de la palabra (“Deeds not words”, decían, “acciones no palabras”). WSPU nacía como respuesta a esa gran decepción de años de campaña sin resultados y a un deseo por parte de sus miembros fundadores por rehacer las estrategias de la lucha sufragista. Se propusieron crear una organización sólo para mujeres que trabajara con el partido laborista intentando así asegurarse las reformas sociales y parlamentarias que les eran negadas por los liberales. Al poco tiempo, la sede del partido se trasladó a Londres con la intención de resultar más visible y de que su campaña fuera más efectiva al llegar a más gente.
La acción directa no fue su único medio de lucha, pero sí el más sonado entonces. Consistió en acciones de militancia individual con el objetivo de dirigir la mirada de la nación a la ignorada cuestión de las mujeres. Digamos que era un medio de visibilización. Muchas veces las acciones se alejaban del vandalismo para encontrarse más cerca del terrorismo, pero someterlas a una u otra definición no es el interés de este artículo; eso sí, cabe decir que desde las cúpulas de los partidos y sus líderes siempre defendieron no atentar contra vidas y sólo hacerlo contra propiedades. Con el nacimiento del WSPU y de esta lucha activa y vandálica nacieron también las suffragettes, movimiento diferenciado por sus métodos del más amplio movimiento sufragista (suffragist en inglés). El término suffragette fue empleado por primera vez por el Daily Mail como un intento de ridiculización[2], pero poco a poco la facción más violenta del movimiento se apropió del término, haciéndolo suyo y denominándose a sí mismas como tales. Parte de esta facción estaba vinculada con el WSPU, pero no únicamente. Hubo más partidos y más agrupaciones de mujeres que emplearon la acción directa en pos de la lucha por el sufragio femenino y la igualdad social. Debido a desacuerdos sucesivos varios grupos de mujeres fueron desvinculándose del WSPU y organizando sus propias formaciones. Las razones fueron varias: desde las sucesivas concesiones del WSPU respecto de las peticiones originales acordadas en su programa inicial[3], hasta la separación, muy acusada en Londres[4], entre la clase trabajadora y la burguesía. Los motivos fueron varios y así aparecieron otros partidos como Women’s Freedom League o The Workers’ Socialist Federation. En definitiva, las suffragettes fueron mujeres pertenecientes a diferentes partidos políticos y de muy diferenciadas escalas sociales pero que en común tenían el haber dejado de confiar en la palabra y pasado a la toma de acciones como medio para exigir la igualdad de género y por lo tanto la igualdad social.
PROPIEDAD
A partir de 1907 la campaña comenzó a agitarse y la vida ciudadana se vio interrumpida de manera violenta. Un total de 141 actos vandálicos fueron referidos en la prensa en los primeros meses de 1914. Las acciones de las suffragettes pasaban por irrumpir en los mítines políticos y en las iglesias gritando “Votes for women”, encadenarse a monumentos, apedrear ventanas y escaparates, quemar iglesias, castillos y casas señoriales, volar buzones, vías y estaciones de tren, y hasta idear un plan para poner bombas en el parlamento. Por ejemplo, Mary Leigh lanzó un hacha al carruaje en el que viajaban John Redmond, líder del Partido Parlamentario Irlandés, junto al primer ministro H. H. Asquith. También se prendió fuego a un invernadero de orquídeas en Kew Gardens o se grabó con ácido la frase “Votes for women” en campos de golf frecuentados por miembros del parlamento. Demostraron además especial interés por atacar obras de arte y museos. Sólo entre 1913 y 1914 se atentó al menos 12 veces en diferentes museos[5]. Las suffragettes dejaron claro que —además de las vías de comunicación como estrategia— atacaban a la propiedad como símbolo, bien fuera pública o privada. Dentro de esta idea de propiedad y debido al alto número de casos, no cabe duda de que el espacio del museo se convirtió para ellas en un lugar para la protesta. Por ejemplo, el 3 de abril de 1913 Lillian Forrester, Annie Briggs y Evelyn Manesta atacaban varios de los más valiosos cuadros de la galería de arte de Manchester dejando 14 pinturas dañadas. El 12 de mayo de de 1914 Mary Ansell atentaba contra un retrato del Duque de Wellington. El 23 de mayo, en la Royal Scottish Academy, Maude Edwards agredía un estudio para un retrato del Rey George V. Pero el caso más conocido es el de Mary Richardson, quien el 10 de marzo de 1914 rajaba siete veces la Venus del espejo de Velázquez en la National Gallery de Londres.
Como decía antes, las acciones de las suffragettes tenían como objetivo hacer visible la problemática silenciada de las injusticias sociales ejercidas sobre las mujeres. Por eso la repercusión en los medios era algo importante para su causa y los museos nacionales eran perfectos para esta empresa: se mantienen con fondos públicos, allí se concentra el turismo y además son los llamados a conservar la gloria que dignifica la historia de una nación. Repercusión en los medios y consternación popular asegurada. Las suffragettes tomaron los museos por ser símbolos de la nación misma, y atacar esas obras de arte era atacar a la nación que no les permitía la emancipación; pero no era ésta la única razón.
Emelyn Pankhurst declaraba en My Own Story[6]: “Hay algo por lo que los gobiernos se preocupan más que por la vida humana, que es la seguridad de la propiedad, y por lo tanto es a través de la propiedad que vamos a golpear al enemigo”. Esta es la ideología que se encuentra detrás de estas acciones, golpear por medio de la propiedad y su valor económico. La lucha sufragista era una lucha por la liberación de la existencia de la mujer, por intentar tomar por la fuerza el derecho a la posesión de sí y dejar de ser una propiedad sometida a los caprichos del Estado (a merced de las leyes que las dejaba dependientes de maridos o hermanos y padres, de aquellas que permitía salarios mucho menores y menos derechos en entornos laborales…). Era la lucha por una existencia entendida hasta entonces como si fuera una propiedad que necesita de un titular. Igual que ocurre con los cuerpos en el arte o con el arte como un cuerpo, que son propiedades, que son cuerpos con un dueño. Al atacar obras de arte las suffragettes hacían una mímesis entre las obras de arte y su misma existencia de mujeres, entendiendo ambos como propiedades y dejando clara su independencia, cobrada por sí mismas al destruir lo que es mensurable en términos económicos, como demuestra el testimonio de Mary Richardson:
“Sentí que tenía que llevar mi protesta a un punto de vista financiero… de igual manera que tenía que dejar que se viera como un acto simbólico. Tenía que dibujar el paralelismo entre la indiferencia del público hacia la lenta destrucción de Mrs Pankhurst y la destrucción de un objeto con valor financiero (…) Era muy valioso por su valor en metálico”[7].
Para las suffragettes la destrucción de obras de arte era un acto de toma de independencia y emancipación. La iconoclastia es un ataque, no al objeto, sino a lo que éste representa, y ellas dejaban muy claro que sus cuerpos ya no eran propiedades a disposición como lo eran esos cuadros. Gamboni apunta[8] en su libro La destrucción del arte que cortar los cuadros era lo más cerca que podían estar de atacar, atentar realmente, contra dichas personas, pero sin hacer mal a ser humano alguno. Es decir, asesinar simbólicamente. Gamboni, sin embargo, deja en su texto sin exponer las razones para la incongruencia que presentan los cuadros elegidos. En el caso de retratos del rey están claras las motivaciones, pero hay otros como la Primavera de Clausen o los retratos de Henry James o Carlyle que, como Gamboni dice, no tienen un motivo aparente. Podría ser que el impulso destructivo no siempre eligiera a las víctimas por ser representaciones de los retratados, sino por ser, como digo, valor y propiedad en sí mismas, que ejemplificaban el sometimiento de estas mujeres. Porque el arte, se mire como se mire, es valor económico y por lo tanto propiedad.
RESTAURACIÓN
La acción de Mary Richardson consiguió arrancar al objeto del discurso histórico en el que se encontraba para colocarlo en uno nuevo. Lo convirtió en un cuadro testigo y testimonio del cambio social de la revolución post-industrial y de las luchas de las mujeres. Con su gesto, Richardson había añadido historia a la lectura que era posible realizar al contemplar la pintura, porque Mary Richardson y cualquiera de las otras sufragistas no sólo estaban atacando patrimonio, en realidad estaban marcando esas pinturas con un rastro de historia. Podemos decir que añadiendo valor histórico, añadiendo capas de lecturas posibles.
Pero ¿qué ocurre con la Venus cuando las rajas son tapadas? Tras el atentado, la Venus del espejo fue restaurada rápidamente y hoy en día el daño es casi imperceptible. Todos los cortes fueron reparados con éxito por el entonces restaurador jefe de la National Gallery, Helmut Ruhemann. Claro, no haberlo hecho hubiera sido dejar en evidencia el torpe sistema de seguridad de la National Gallery y de la policía británica. Además, las restauraciones permiten a los gobiernos rehacer la historia a su conveniencia, porque la historia no está escrita sólo en los libros de texto, sino en lugares como los museos, esas cápsulas de tiempo para recordar al vencedor y no a los vencidos. La tradición de la lucha se reescribe según convenga al paisaje socio-político, y en este caso la restauración permitió olvidar, no a la lucha sufragista en sí, que hoy día es todo un honor para cualquier nación, sino la necesidad de violencia que implicó.
Nos han enseñado a mirar hacia atrás, orgullosos por las mujeres de nuestro pasado, pero por una lucha edulcorada que no fue en realidad lo que ocurrió. Si no, ¿porqué se han borrado las marcas de violencia? La lucha sufragista fue violenta, fue una auténtica toma de poder, y la institución museística lo oculta, lo omite, y nos lo hace olvidar. En conclusión, nos hace entender la historia de otra manera a como fue, criminalizando parte de una lucha que por otro lado ensalza. Todo para hacernos creer que la violencia no es necesaria cuando parece que sí lo ha sido, y para mantener una imagen inamovible, invulnerable del Estado y de su gloria. El museo, y cualquier gobierno detrás de él, siguen reformando la historia. En esta ocasión convenciéndonos de una lucha pasiva y haciendo a nuestros cuerpos olvidar el pasado de nuestra historia reciente, de la violencia de la que somos herederos, de la toma de posición social. ¿Acaso no es eso un gesto iconoclasta en sí mismo? Borrar los trazos de la historia de la que provenimos, de la violencia que nos ha costado la conquista de libertades ciudadanas y presentarnos, por contra, un pasado desdramatizado, ficticio, del que se han borrado la violencia y el sufrimiento. Evitando así los contagios entre aquellos y nuestros cuerpos. Eliminando la herencia y haciéndonos recorrer el camino que nos permite ser capaces de poner nuestros cuerpos en riesgo de nuevo, una y otra vez.
Aún hoy día, cuando se describe lo ocurrido, la narración suele estar cargada de moral, dejando muy claro que Mary Richardson cometió un crimen contra una pieza única, patrimonio de la humanidad. Las mismas restauraciones, que se nos presentan como un noble acto de conservación de la historia y la memoria, en realidad esconden muchas veces algo perverso. Es el paso del tiempo el que es borrado, y lo que a priori puede presentarse como un gesto de preservación del patrimonio es, en realidad, un gesto de preservación de la economía y la gloria a través de la propiedad. ¿Acaso no es la misma violencia ejercida la de Mary Richardson sobre la Venus que la del Estado al tapar los cortes? Privándonos del derecho de saber, de conocer la historia tal y como fue y perpetuando un cuadro (y por lo tanto un relato) que ya no es tal.
[1] El movimiento sufragista en el Reino Unido estaba relacionado con movimientos protofeministas y de lucha social obrera que datan de 1800-1850.
[2] El sufijo –ette proviene del francés, lengua que aún se emplea para denotar que algo es diminutivo o que tiene la característica de ser más pequeño de lo normal. En esos años también se refería a aquello que imita o que es inferior. Hacia 1900 era conocido, además, por referirse a aquello relativo a la mujer. Cuando el Daily Mail empleó el sufijo lo hacía, evidentemente, con tono de mofa y desprecio, haciendo referencia a esa nueva ola de mujeres “histéricas y agitadoras”, como también fueron descritas en la prensa de la época.
[3] Las peticiones referidas a reformas sociales se fueron poco a poco abandonando para poder concentrar todos los esfuerzos en la obtención del derecho al voto.
[4] La cúpula dirigente del WSPU no quiso contar con la clase trabajadora del Este de Londres a pesar de que Sylvia Pankhurst estuvo siempre vinculada a ella. La cúpula consideraba que sus preocupaciones relacionadas con la lucha social se interponían en su trabajo por obtener el voto y, por lo tanto, estimaban que era una lucha distinta.
[5] Esta información está sujeta a cambio ya que actualmente me encuentro recabando más información.
[6] Pankhurst, Emmeline, My Own Story, London : Virago, 1979. pp 213 - 214
[7] Richardson se refería así a lo ocurrido unos años después en una entrevista. Del inglés original: “I felt I must make my protest from the financial point of view… as well as letting it be seen as a symbolic act. I had to draw the parallel between the public’s indifference to Mrs Pankhurst’s slow destruction and the destruction of some financially valuable object… it was highly prized for its worth in cash”.
[8] Gamboni, Dario. The Destruction of Art: Iconoclasm and Vandalism Since the French Revolution (Picturing History), Reaktion Books, 1997. pp 98