Contenido
La Zona
I
Empieza con tres coches llegando a la N-III, cerca de Buñol. Tres caravanas, cruzando la medianoche. La fecha: 30 de diciembre de 2008.
En la primera caravana viaja El Fantasma. Eric Candaloro. Lo llaman así sus compañeros, aunque no están seguros de que ése sea su verdadero nombre. Sentado en el asiento del copiloto, contempla el paisaje oscuro que se extiende por la ventanilla: los montes pelados, la solitaria carretera, los racimos de luces empañadas que se proyectan en las casas más cercanas.
Cuando los vehículos llegan a la colina Eric observa la estructura que tiene ante él. Las ruinas cubren toda la colina como si fuera un gigantesco estadio de fútbol. Se trata de una fábrica de cemento abandonada, La Cementera, o La Blanca, como solían llamarla sus antiguos empleados. Un amigo francés le había hablado de ella por un foro, pero ahora que está allí Eric comprende que no se han equivocado.
El sitio es perfecto. Además, el aire huele a bosque. Otra agradable sorpresa.
¿Dónde los ponemos?
El Fantasma sabe que se refieren al interior de las caravanas. Las rectangulares sombras envueltas en lonas y cables.
Por todas partes, responde enseguida Eric. Por todas partes.
Encienden bengalas, adentrándose en fila india por el complejo abandonado. Esquivan las gigantescas hiedras que cubren las paredes de más de treinta metros de altura. Lanzan cables, tensan cuerdas, arrastran equipos. Aún queda un día para Año Nuevo, piensa el Fantasma, pero hay mucho que hacer.
Aún tienen que preparar la Zona.
II
El término fue acuñado por el ensayista Peter Wilson, ideólogo anarquista y padre ideológico de la cultura hacker. Usando su famoso seudónimo, Hakim Bey describió la existencia de Zonas Autónomas Temporales. En una era engullida por el simulacro, en un tiempo donde la irrealidad se ha apoderado de nuestras vidas, las Zonas se entienden como lugares donde la identidad, el espacio y el tiempo podían mutar. Adaptarse.
Eric y otros más tienen alguna idea de cómo crear una Zona. Para ellos, todo empieza por el sonido.
Las torres de altavoces empiezan a cubrir las salas. Las tres caravanas cargaban dieciséis equipos, pero esperan cien más en las próximas doce horas, antes de que dé comienzo La Convocatoria. Aún son sólo doscientas personas, repartidas entre la sala principal y las salas contiguas.
Pero El Fantasma está tranquilo.
III
Liria, a treinta kilómetros de Buñol. Un perro se pone a ladrar al ver salir a Irene de casa. La chica de dieciocho años levanta la vista y encuentra al animal, desafiante, encerrado en un balcón de su mismo edificio. Tras el animal se oyen las risas enlatadas de un televisor. Tiene que ser el Especial de Año Nuevo, piensa Irene. Ese programa que se graba en octubre y se emite en falso directo la noche de las Campanadas.
Aparte de los sonidos de esa fiesta, aparte de los ladridos del animal, Liria está prácticamente muerta. E Irene lo sabe. No encuentra nadie en su camino hacia la plaza donde sus amigas la esperan, con el coche en marcha. Han recibido el SMS a la Convocatoria hace cinco horas. Lo mismo sucede en…
… Torrent, a cincuenta kilómetros. El chico en cuestión se llama Joaquín. Sus amigos y él salen de la ciudad despacio, ignorando las colas de las discotecas. Atraviesan arrozales abandonados, tractores varados y granjas en ruinas. En los antiguos huertos ahora sólo levantan letreros anunciando urbanizaciones y campos de golf. Es normal, piensa Joaquín. Con el boom inmobiliario la mayoría de sus amigos se han volcado en la construcción. En los pueblos de interior ya no queda nada, sólo la costa sobrevive, con sus urbanizaciones, con sus centros comerciales relucientes. De eso sabe bastante …
…Juanjo, quien ha fletado un autobús y se dirige también a la Zona. El SMS le llegó hace un día así que tuvo tiempo de prepararlo todo. Su padre trabaja en el municipio y le ha contado los quebraderos de cabeza que tiene el ayuntamiento para deshacerse de la monstruosidad que es la Cementera. Uno de los planes pasa por recalificar el terreno de la fábrica y convertirla en un centro comercial. Sólo en los últimos años se han construido más de cincuenta en toda la costa. Grandes centros de ocio ordenado y reluciente, lejos de los núcleos urbanos. El futuro está en estos nuevos espacios, lugares de consumo y orden. Si nuestros padres no cuidan la tierra qué les importa a ellos…
...el pasado, sí, Paloma no sabe nada de la historia de la Cementera, del cemento que ayudó a construir desde La Ciudad de las Artes de Valencia hasta las principales nuevas ciudades de urbanizaciones. No, Paloma sólo es una chica de veintidós años que acaba de dejar Barcelona y se adentra por la Comunidad Valenciana siguiendo las indicaciones del mensaje de texto. La Convocatoria sólo se compartió mediante SMS veinticuatro horas antes de las Campanadas. Paloma conduce a ciento veinte kilómetros por hora, igual que…
…Irene y sus amigas de Liria, que por fin llegan por la A-III a la Cementera, sólo que para entonces La Blanca ha dejado de ser unas ruinas para transformarse en otra cosa mucho más extraña: un castillo sobre la colina, rodeado por furgonetas y coches que rodean sus muros con plataformas y amplificadores. En las azoteas de alguno de las torres ya cuelgan los primeros carteles, donde se puede leer:
“El mejor sistema es un sistema de sonido”.
En ese momento los altavoces se encienden y los muros empiezan a temblar. Queda inaugurada La Zona, un espacio recuperado donde cuatro mil personas empiezan a bailar entre ruinas y maquinaria abandonada, jóvenes como Irene que se internan en la oscuridad, guiándose por los primeros fuegos que se levantan en la noche, llamas rojas y azules que calientan el aire que huele a bosque.
El ruido que se oye es descrito por algunos vecinos de Buñol como “una lavadora centrifugando a toda velocidad”.
La policía recibe entonces el primer aviso.
IV
Son las nueve de la mañana. Día Dos de la Zona. Y, sin embargo, Miguel es la única persona que no está disfrutando del éxito.
Se encuentra en uno de los pocos espacios vacíos donde no hay altavoces, entre un lago creado por un tanque vacío y una grúa derribada en la arena. Sentado entre los hierros retorcidos puede ver a algunas personas colgar la ropa y darse un baño. Miguel ve también a un par de chavales escribir ESCUXAS en uno de los muros abandonado.
Ya lo decía Emiliano Ilardi: la discoteca es un espacio ya construido que tenemos que aceptar en su totalidad. En la rave, sin embargo, el gris de los muros se puede colorear con grafitis, decorar con telas o con proyecciones psicodélicas. Cada uno aporta su propia decoración, un trozo de sí mismo, de su propia identidad.
Miguel es el representante de un kolectivo anarquista, aunque enviado sería una mejor definición. Su colectivo forma parte de una agrupación mayor, que se encarga de organizar los más de doscientos kolectivos okupas que hay en España. En contra de lo que Miguel podría pensar a sus tiernos diecisiete años, cualquier organización antisistema o anarquista necesita un sistema para organizarse. Y allí está, representando y haciendo presión con el resto de kolectivos squatters. Tomando notas. Sacando conclusiones.
Eric está también negociando. Algunos colectivos ecologistas han llegado a la Zona y pretenden aprovechar el Teknival para hacer una denuncia. La costa se muere, le comentan. Se está construyendo demasiado, obviando legalidades y fronteras naturales. Le hablan de la posibilidad de derribar un par de pilares de la garita, hacer algo de ruido, aparecer en los periódicos. La Convocatoria decía que la ocupación de la Cementera va a durar cuatro noches, cinco días de fiesta discontinua. Pero podría servir para algo más, le cuentan a Eric. Mucho más.
El Fantasma les da largas. Se encarama a una de las lianas y trepa hasta el quinto piso de una de las torres, hasta quedar por debajo de la escalera de caracol roída por el óxido. Allí se lía un cigarro y escucha el rugido de las salas en la planta baja. A veces es una bendición estar sordo de un oído. Le ayuda a entender el ruido de una manera que no puede explicar.
Escuchando el ritmo El Fantasma recuerda el primer teknival que tuvo lugar en Castlemorton Common. 1992. Cuarenta mil personas se juntan en una fiesta libre. Ah, el segundo verano del amor para Inglaterra, antes de que llegara la Criminal Justice Bill que prohibía la música repetitiva demonizándola. Sí, piensa Eric. Reactivar zonas por toda Europa. Olvidar la política. Perderse en el ruido.
Eric se termina el cigarro y vuelve a echar un vistazo. Desde allí descubre cómo varios coches de policía empiezan a subir la carretera principal. Eric ve cómo acordonan la zona e impiden la entrada a más de los veinte vehículos que aún esperaban entrar en el descampado al lado de la fábrica.
¿Y ahora qué?, le preguntan.
El Fantasma de la Zona sonríe.
Que vengan, responde.
V
Juan se despierta a las cuatro de la tarde en su casa de Liria. Mientras desayuna echa un vistazo al telediario. Más de cuatro mil personas siguen de fiesta de Nochevieja en la Cementera de Buñol. Los periodistas afirman que la policía planea entrar en las próximas horas
Alarmado, Juan lo recuerda entonces. Su hermana Irene le había comentado algo parecido, así que le llama para saber dónde está…
…Pero por supuesto su hermana no lo coge. Irene está en uno de las naves. El sonido es delicioso, 150 decibelios. Las paredes tiemblan y hay algunos pilares que amenazan con desplomarse.
A su lado pasan unos miembros de un colectivo que van predicando el significado de la palabras P.L.U.R. Van vestidos de blanco y caminan descalzos, como si pudieran levitar por el suelo lleno de basura.
Por supuesto Irene no sabe nada de las esencias PLUR, las siglas de la rave surgidas de las primeras celebraciones en la India. Amor, Placer, Unión, Respeto. Mientras que el punk anarquista acabó engullido por el sistema (¡Benditas camisetas de Sex Pistols y los Ramones a veinte euros!) las raves y las free party van siempre ajenas al sistema. Y cuando las esencias se pierden, cuando la Love Parade de Berlín celebrada en 1989 acaba patrocinada por distribuidores de alcohol, entonces la música se vuelve más dura. De Love Parade pasamos a FuckParade. Del acid house al minimal y después al horrorcore. Puro ruido para entrar en trance. Piezas musicales de quince minutos, ritmos que jamás podrán escucharse en la radio.
No, Irene sólo se da cuenta de que la manera de hablar de ese grupo es rara. Sus maneras son casi sectarias, con un fervor casi religioso. Así que Irene se toma un respiro y sale por el inmenso portón donde la gente aún sigue bailando.
La luz del sol le da la bienvenida. Son a las cinco de la tarde. Es su segundo día en la Zona, o quizás el tercero. No está muy segura. Pero la fiesta sigue.
Tres horas después Juan aparca la moto a dos kilómetros de la Cementera, descubriendo que las carreteras están cortadas. Juan observa las excavadoras bloqueando la calle. Enormes dunas empiezan a bloquear la salida principal. Aislados, la policía sólo deja salir. El acceso está prohibido.
Entonces Juan toma una decisión: deja la moto en el arcén, escondida tras unos arbustos, y salta el quitamiedos. Se adentra así en un bosque de pinos y senderos perdidos, en busca de un acceso por la parte trasera de la Cementera. En busca de Irene, en busca de su hermana.
VI
En sus inicios la discoteca Barraca solía romper un single ante la multitud si éste había salido en la radio. No tocar nada comercial, no cambiar y volverse como el resto.
Quizás Valencia sea una tierra propicia para la fiesta sin límites, piensa Miguel mientras sigue tomando notas. Por ejemplo, nadie está allí para ganar dinero, pero su presencia de capital es imposible de ignorar. La cerveza está a un euro, los cubatas a cuatro, precios irrisorios comparados con lo que uno podría esperar en una discoteca del centro. La gente puede comer en los contenedores convertidos en hogueras. De vez en cuando alguien pasa para recolectar todo el dinero. Para otra fiesta, para otra Zona.
Pero no todo son alegrías. El kolectivo que representa Miguel está prácticamente solo en su lucha contra el uso de drogas en las fiestas. Miguel echa un vistazo a las furgonetas cargadas con el humo, las cocinas donde se prepara ketamina en sartenes. Las drogas anulan y anestesian, argumenta. No, defienden el resto de kolectivos. Las drogas nos liberan. Algunos DJ´s cobran aquí con esa moneda. Hay que hacer arder el cuerpo, Miguel. Liberar los sentidos.
Las once de la noche de la tarde. Miguel está pensando en irse. Ha tomado notas suficientes para saber que la Zona es un lugar extraño.
Observa cómo algunos colectivos de sistemas de sonido empiezan a esfumarse. Camina por la plaza y es entonces cuando ve a un chaval. Parece el único que no está drogado o borracho. En su mano lleva una fotografía.
Busco a mi hermana, le dice a Miguel. Se llama Irene.
VII
Día 3 de la Zona. Los equipos de sonido empiezan a volver a las furgonetas mientras que otros grupos empiezan a bailar desnudos. Sólo quedan quinientas personas. La mayoría han salido de la Cementera por los senderos de tierra.
La policía espera pacientemente en la entrada.
Mientras tanto, Juan y Miguel se adentran en la oscuridad.
Atraviesan las salas de máquinas. Conforme descienden a los niveles inferiores comprueban que la calidad del aire es peor. Los grupos se vuelven más reducidos: veinte personas alrededor de un altavoz conectado a una mesa situada quizás en el piso de arriba. En la oscuridad es imposible distinguir si lo que cae por las claraboyas son enredaderas o salidas de audio.
Distinguen máscaras de payasos. Juan ha oído historias de las sectas que pueblan Castellón y Valencia, desde las Hijas de Satán hasta grupos fascistas. El mundo abandonado es un lugar que muchos grupos tratan de disputarse, cada noche, cada día.
Pero esta noche no hay rituales en los subterráneos. Miguel y Juan encuentran a Irene en las catacumbas de la Cementera, contenta, decididamente eufórica. Lleva cuatro días sin dormir, pero se encuentra como nunca. Quizás tenga razón el eslogan que cuelga de uno de los muros de la Cementera.
“El mejor sistema es un sistema de sonido.”
VIII
La lluvia empieza a caer, filtrándose por los techos rotos. Eric y otros miembros de los colectivos restantes deciden ponerse manos a la obra. Retiran los cables. Destensan las cuerdas.
La Zona empieza a disolverse.
Las últimas caravanas abandonan Buñol para nunca volver. Para cualquiera que ha organizado un Teknival es una regla normal. Una vez que un edificio ha sido tomado como Zona Autónoma no puede volver a ser tomado.
Días después Cemex España acusará a la policía no hacer nada. Los telediarios hablarán de delincuencia y daños materiales, pero lo cierto es que no hubo ninguna víctima. Ningún herido.
El nombre de Eric saldrá a la luz y le acusarán de haber organizado una rave ilegal. Pero eso al Fantasma no le preocupa. Después de todo, acaban de inaugurar el 2009. Si los rumores dicen que son ciertos, la reciente crisis en Estados Unidos va a afectar la costa española. Las nuevas urbanizaciones, con sus enormes y relucientes campos de golf, quedarán abandonadas en los próximos años, al igual que los aeropuertos y los auditorios.
Eric casi puede verlo: raíces negras y gruesas como troncos apoderándose de fábricas y hoteles en quiebra. Plazas construidas con diseños vanguardistas convertidas en campos de trigo. Rascacielos abandonados, sus esqueletos saludando al Mediterráneo desde la primera línea ilegal de la playa.
Hakim Bey lo dijo: hay que apropiarse del inminente mundo en ruinas, crear nuevas áreas ajenas al sistema. Zonas para escapar y sumergirse en el Ruido, todos juntos, sin importar orígenes ni distinción. Sacudir los sentidos. Se avecinan buenos tiempos para la aparición de Zonas, piensa el Fantasma. Oh, sí. Zonas de Resistencia, por todas partes.
Por todas partes.
Bibliografía:
Hakim Bey: La Zona Temporalmente Autónoma.
Simon Cellars, Hakim Bey: Repopulating the Temporary Autonomous Zone.
Emiliano Ilardi, El illegal rave como fenómeno político, 2001.
Okupas, techno, raves y Subversión social – Reflexiones tras una Fiesta Techno sin Drogas.
La Nochevieja más Larga de Buñol.
Créditos:
En portada, la cementera de Buñol desde Macastre, por 19Tarrestnom65.
Las fotografías del interior de la Cementera provienen del fotolog Vinyljunkie y de la página Underave.
La Zona
I
Empieza con tres coches llegando a la N-III, cerca de Buñol. Tres caravanas, cruzando la medianoche. La fecha: 30 de diciembre de 2008.
En la primera caravana viaja El Fantasma. Eric Candaloro. Lo llaman así sus compañeros, aunque no están seguros de que ése sea su verdadero nombre. Sentado en el asiento del copiloto, contempla el paisaje oscuro que se extiende por la ventanilla: los montes pelados, la solitaria carretera, los racimos de luces empañadas que se proyectan en las casas más cercanas.
Cuando los vehículos llegan a la colina Eric observa la estructura que tiene ante él. Las ruinas cubren toda la colina como si fuera un gigantesco estadio de fútbol. Se trata de una fábrica de cemento abandonada, La Cementera, o La Blanca, como solían llamarla sus antiguos empleados. Un amigo francés le había hablado de ella por un foro, pero ahora que está allí Eric comprende que no se han equivocado.
El sitio es perfecto. Además, el aire huele a bosque. Otra agradable sorpresa.
¿Dónde los ponemos?
El Fantasma sabe que se refieren al interior de las caravanas. Las rectangulares sombras envueltas en lonas y cables.
Por todas partes, responde enseguida Eric. Por todas partes.
Encienden bengalas, adentrándose en fila india por el complejo abandonado. Esquivan las gigantescas hiedras que cubren las paredes de más de treinta metros de altura. Lanzan cables, tensan cuerdas, arrastran equipos. Aún queda un día para Año Nuevo, piensa el Fantasma, pero hay mucho que hacer.
Aún tienen que preparar la Zona.
II
El término fue acuñado por el ensayista Peter Wilson, ideólogo anarquista y padre ideológico de la cultura hacker. Usando su famoso seudónimo, Hakim Bey describió la existencia de Zonas Autónomas Temporales. En una era engullida por el simulacro, en un tiempo donde la irrealidad se ha apoderado de nuestras vidas, las Zonas se entienden como lugares donde la identidad, el espacio y el tiempo podían mutar. Adaptarse.
Eric y otros más tienen alguna idea de cómo crear una Zona. Para ellos, todo empieza por el sonido.
Las torres de altavoces empiezan a cubrir las salas. Las tres caravanas cargaban dieciséis equipos, pero esperan cien más en las próximas doce horas, antes de que dé comienzo La Convocatoria. Aún son sólo doscientas personas, repartidas entre la sala principal y las salas contiguas.
Pero El Fantasma está tranquilo.
III
Liria, a treinta kilómetros de Buñol. Un perro se pone a ladrar al ver salir a Irene de casa. La chica de dieciocho años levanta la vista y encuentra al animal, desafiante, encerrado en un balcón de su mismo edificio. Tras el animal se oyen las risas enlatadas de un televisor. Tiene que ser el Especial de Año Nuevo, piensa Irene. Ese programa que se graba en octubre y se emite en falso directo la noche de las Campanadas.
Aparte de los sonidos de esa fiesta, aparte de los ladridos del animal, Liria está prácticamente muerta. E Irene lo sabe. No encuentra nadie en su camino hacia la plaza donde sus amigas la esperan, con el coche en marcha. Han recibido el SMS a la Convocatoria hace cinco horas. Lo mismo sucede en…
… Torrent, a cincuenta kilómetros. El chico en cuestión se llama Joaquín. Sus amigos y él salen de la ciudad despacio, ignorando las colas de las discotecas. Atraviesan arrozales abandonados, tractores varados y granjas en ruinas. En los antiguos huertos ahora sólo levantan letreros anunciando urbanizaciones y campos de golf. Es normal, piensa Joaquín. Con el boom inmobiliario la mayoría de sus amigos se han volcado en la construcción. En los pueblos de interior ya no queda nada, sólo la costa sobrevive, con sus urbanizaciones, con sus centros comerciales relucientes. De eso sabe bastante …
…Juanjo, quien ha fletado un autobús y se dirige también a la Zona. El SMS le llegó hace un día así que tuvo tiempo de prepararlo todo. Su padre trabaja en el municipio y le ha contado los quebraderos de cabeza que tiene el ayuntamiento para deshacerse de la monstruosidad que es la Cementera. Uno de los planes pasa por recalificar el terreno de la fábrica y convertirla en un centro comercial. Sólo en los últimos años se han construido más de cincuenta en toda la costa. Grandes centros de ocio ordenado y reluciente, lejos de los núcleos urbanos. El futuro está en estos nuevos espacios, lugares de consumo y orden. Si nuestros padres no cuidan la tierra qué les importa a ellos…
...el pasado, sí, Paloma no sabe nada de la historia de la Cementera, del cemento que ayudó a construir desde La Ciudad de las Artes de Valencia hasta las principales nuevas ciudades de urbanizaciones. No, Paloma sólo es una chica de veintidós años que acaba de dejar Barcelona y se adentra por la Comunidad Valenciana siguiendo las indicaciones del mensaje de texto. La Convocatoria sólo se compartió mediante SMS veinticuatro horas antes de las Campanadas. Paloma conduce a ciento veinte kilómetros por hora, igual que…
…Irene y sus amigas de Liria, que por fin llegan por la A-III a la Cementera, sólo que para entonces La Blanca ha dejado de ser unas ruinas para transformarse en otra cosa mucho más extraña: un castillo sobre la colina, rodeado por furgonetas y coches que rodean sus muros con plataformas y amplificadores. En las azoteas de alguno de las torres ya cuelgan los primeros carteles, donde se puede leer:
“El mejor sistema es un sistema de sonido”.
En ese momento los altavoces se encienden y los muros empiezan a temblar. Queda inaugurada La Zona, un espacio recuperado donde cuatro mil personas empiezan a bailar entre ruinas y maquinaria abandonada, jóvenes como Irene que se internan en la oscuridad, guiándose por los primeros fuegos que se levantan en la noche, llamas rojas y azules que calientan el aire que huele a bosque.
El ruido que se oye es descrito por algunos vecinos de Buñol como “una lavadora centrifugando a toda velocidad”.
La policía recibe entonces el primer aviso.
IV
Son las nueve de la mañana. Día Dos de la Zona. Y, sin embargo, Miguel es la única persona que no está disfrutando del éxito.
Se encuentra en uno de los pocos espacios vacíos donde no hay altavoces, entre un lago creado por un tanque vacío y una grúa derribada en la arena. Sentado entre los hierros retorcidos puede ver a algunas personas colgar la ropa y darse un baño. Miguel ve también a un par de chavales escribir ESCUXAS en uno de los muros abandonado.
Ya lo decía Emiliano Ilardi: la discoteca es un espacio ya construido que tenemos que aceptar en su totalidad. En la rave, sin embargo, el gris de los muros se puede colorear con grafitis, decorar con telas o con proyecciones psicodélicas. Cada uno aporta su propia decoración, un trozo de sí mismo, de su propia identidad.
Miguel es el representante de un kolectivo anarquista, aunque enviado sería una mejor definición. Su colectivo forma parte de una agrupación mayor, que se encarga de organizar los más de doscientos kolectivos okupas que hay en España. En contra de lo que Miguel podría pensar a sus tiernos diecisiete años, cualquier organización antisistema o anarquista necesita un sistema para organizarse. Y allí está, representando y haciendo presión con el resto de kolectivos squatters. Tomando notas. Sacando conclusiones.
Eric está también negociando. Algunos colectivos ecologistas han llegado a la Zona y pretenden aprovechar el Teknival para hacer una denuncia. La costa se muere, le comentan. Se está construyendo demasiado, obviando legalidades y fronteras naturales. Le hablan de la posibilidad de derribar un par de pilares de la garita, hacer algo de ruido, aparecer en los periódicos. La Convocatoria decía que la ocupación de la Cementera va a durar cuatro noches, cinco días de fiesta discontinua. Pero podría servir para algo más, le cuentan a Eric. Mucho más.
El Fantasma les da largas. Se encarama a una de las lianas y trepa hasta el quinto piso de una de las torres, hasta quedar por debajo de la escalera de caracol roída por el óxido. Allí se lía un cigarro y escucha el rugido de las salas en la planta baja. A veces es una bendición estar sordo de un oído. Le ayuda a entender el ruido de una manera que no puede explicar.
Escuchando el ritmo El Fantasma recuerda el primer teknival que tuvo lugar en Castlemorton Common. 1992. Cuarenta mil personas se juntan en una fiesta libre. Ah, el segundo verano del amor para Inglaterra, antes de que llegara la Criminal Justice Bill que prohibía la música repetitiva demonizándola. Sí, piensa Eric. Reactivar zonas por toda Europa. Olvidar la política. Perderse en el ruido.
Eric se termina el cigarro y vuelve a echar un vistazo. Desde allí descubre cómo varios coches de policía empiezan a subir la carretera principal. Eric ve cómo acordonan la zona e impiden la entrada a más de los veinte vehículos que aún esperaban entrar en el descampado al lado de la fábrica.
¿Y ahora qué?, le preguntan.
El Fantasma de la Zona sonríe.
Que vengan, responde.
V
Juan se despierta a las cuatro de la tarde en su casa de Liria. Mientras desayuna echa un vistazo al telediario. Más de cuatro mil personas siguen de fiesta de Nochevieja en la Cementera de Buñol. Los periodistas afirman que la policía planea entrar en las próximas horas
Alarmado, Juan lo recuerda entonces. Su hermana Irene le había comentado algo parecido, así que le llama para saber dónde está…
…Pero por supuesto su hermana no lo coge. Irene está en uno de las naves. El sonido es delicioso, 150 decibelios. Las paredes tiemblan y hay algunos pilares que amenazan con desplomarse.
A su lado pasan unos miembros de un colectivo que van predicando el significado de la palabras P.L.U.R. Van vestidos de blanco y caminan descalzos, como si pudieran levitar por el suelo lleno de basura.
Por supuesto Irene no sabe nada de las esencias PLUR, las siglas de la rave surgidas de las primeras celebraciones en la India. Amor, Placer, Unión, Respeto. Mientras que el punk anarquista acabó engullido por el sistema (¡Benditas camisetas de Sex Pistols y los Ramones a veinte euros!) las raves y las free party van siempre ajenas al sistema. Y cuando las esencias se pierden, cuando la Love Parade de Berlín celebrada en 1989 acaba patrocinada por distribuidores de alcohol, entonces la música se vuelve más dura. De Love Parade pasamos a FuckParade. Del acid house al minimal y después al horrorcore. Puro ruido para entrar en trance. Piezas musicales de quince minutos, ritmos que jamás podrán escucharse en la radio.
No, Irene sólo se da cuenta de que la manera de hablar de ese grupo es rara. Sus maneras son casi sectarias, con un fervor casi religioso. Así que Irene se toma un respiro y sale por el inmenso portón donde la gente aún sigue bailando.
La luz del sol le da la bienvenida. Son a las cinco de la tarde. Es su segundo día en la Zona, o quizás el tercero. No está muy segura. Pero la fiesta sigue.
Tres horas después Juan aparca la moto a dos kilómetros de la Cementera, descubriendo que las carreteras están cortadas. Juan observa las excavadoras bloqueando la calle. Enormes dunas empiezan a bloquear la salida principal. Aislados, la policía sólo deja salir. El acceso está prohibido.
Entonces Juan toma una decisión: deja la moto en el arcén, escondida tras unos arbustos, y salta el quitamiedos. Se adentra así en un bosque de pinos y senderos perdidos, en busca de un acceso por la parte trasera de la Cementera. En busca de Irene, en busca de su hermana.
VI
En sus inicios la discoteca Barraca solía romper un single ante la multitud si éste había salido en la radio. No tocar nada comercial, no cambiar y volverse como el resto.
Quizás Valencia sea una tierra propicia para la fiesta sin límites, piensa Miguel mientras sigue tomando notas. Por ejemplo, nadie está allí para ganar dinero, pero su presencia de capital es imposible de ignorar. La cerveza está a un euro, los cubatas a cuatro, precios irrisorios comparados con lo que uno podría esperar en una discoteca del centro. La gente puede comer en los contenedores convertidos en hogueras. De vez en cuando alguien pasa para recolectar todo el dinero. Para otra fiesta, para otra Zona.
Pero no todo son alegrías. El kolectivo que representa Miguel está prácticamente solo en su lucha contra el uso de drogas en las fiestas. Miguel echa un vistazo a las furgonetas cargadas con el humo, las cocinas donde se prepara ketamina en sartenes. Las drogas anulan y anestesian, argumenta. No, defienden el resto de kolectivos. Las drogas nos liberan. Algunos DJ´s cobran aquí con esa moneda. Hay que hacer arder el cuerpo, Miguel. Liberar los sentidos.
Las once de la noche de la tarde. Miguel está pensando en irse. Ha tomado notas suficientes para saber que la Zona es un lugar extraño.
Observa cómo algunos colectivos de sistemas de sonido empiezan a esfumarse. Camina por la plaza y es entonces cuando ve a un chaval. Parece el único que no está drogado o borracho. En su mano lleva una fotografía.
Busco a mi hermana, le dice a Miguel. Se llama Irene.
VII
Día 3 de la Zona. Los equipos de sonido empiezan a volver a las furgonetas mientras que otros grupos empiezan a bailar desnudos. Sólo quedan quinientas personas. La mayoría han salido de la Cementera por los senderos de tierra.
La policía espera pacientemente en la entrada.
Mientras tanto, Juan y Miguel se adentran en la oscuridad.
Atraviesan las salas de máquinas. Conforme descienden a los niveles inferiores comprueban que la calidad del aire es peor. Los grupos se vuelven más reducidos: veinte personas alrededor de un altavoz conectado a una mesa situada quizás en el piso de arriba. En la oscuridad es imposible distinguir si lo que cae por las claraboyas son enredaderas o salidas de audio.
Distinguen máscaras de payasos. Juan ha oído historias de las sectas que pueblan Castellón y Valencia, desde las Hijas de Satán hasta grupos fascistas. El mundo abandonado es un lugar que muchos grupos tratan de disputarse, cada noche, cada día.
Pero esta noche no hay rituales en los subterráneos. Miguel y Juan encuentran a Irene en las catacumbas de la Cementera, contenta, decididamente eufórica. Lleva cuatro días sin dormir, pero se encuentra como nunca. Quizás tenga razón el eslogan que cuelga de uno de los muros de la Cementera.
“El mejor sistema es un sistema de sonido.”
VIII
La lluvia empieza a caer, filtrándose por los techos rotos. Eric y otros miembros de los colectivos restantes deciden ponerse manos a la obra. Retiran los cables. Destensan las cuerdas.
La Zona empieza a disolverse.
Las últimas caravanas abandonan Buñol para nunca volver. Para cualquiera que ha organizado un Teknival es una regla normal. Una vez que un edificio ha sido tomado como Zona Autónoma no puede volver a ser tomado.
Días después Cemex España acusará a la policía no hacer nada. Los telediarios hablarán de delincuencia y daños materiales, pero lo cierto es que no hubo ninguna víctima. Ningún herido.
El nombre de Eric saldrá a la luz y le acusarán de haber organizado una rave ilegal. Pero eso al Fantasma no le preocupa. Después de todo, acaban de inaugurar el 2009. Si los rumores dicen que son ciertos, la reciente crisis en Estados Unidos va a afectar la costa española. Las nuevas urbanizaciones, con sus enormes y relucientes campos de golf, quedarán abandonadas en los próximos años, al igual que los aeropuertos y los auditorios.
Eric casi puede verlo: raíces negras y gruesas como troncos apoderándose de fábricas y hoteles en quiebra. Plazas construidas con diseños vanguardistas convertidas en campos de trigo. Rascacielos abandonados, sus esqueletos saludando al Mediterráneo desde la primera línea ilegal de la playa.
Hakim Bey lo dijo: hay que apropiarse del inminente mundo en ruinas, crear nuevas áreas ajenas al sistema. Zonas para escapar y sumergirse en el Ruido, todos juntos, sin importar orígenes ni distinción. Sacudir los sentidos. Se avecinan buenos tiempos para la aparición de Zonas, piensa el Fantasma. Oh, sí. Zonas de Resistencia, por todas partes.
Por todas partes.
Bibliografía:
Hakim Bey: La Zona Temporalmente Autónoma.
Simon Cellars, Hakim Bey: Repopulating the Temporary Autonomous Zone.
Emiliano Ilardi, El illegal rave como fenómeno político, 2001.
Okupas, techno, raves y Subversión social – Reflexiones tras una Fiesta Techno sin Drogas.
La Nochevieja más Larga de Buñol.
Las fotografías del interior de la Cementera provienen del fotolog Vinyljunkie y de la página Underave.