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Isaac Rosa: La memoria como instrumento político

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Hace unos meses, el escritor sevillano Isaac Rosa, ganador en 2005 del Premio Rómulo Gallegos por El vano ayer, publicó en la editorial Nube de Tinta su primera experiencia como guionista de novela gráfica: Aquí vivió. Historia de un desahucio, junto con la ilustradora y autora de cómic Cristina Bueno. El autor de ¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil! (2007), La mano invisible (2011) y La habitación oscura (2013), todas publicadas por Seix Barral, mantiene en esta nueva experiencia la implicación social que hila toda su obra. El tema, esta vez, son los desahucios en España. Una realidad que tiende a invisibilizarse —por demasiado frecuente— y se narra con agilidad gracias a los dibujos de Cristina Bueno. Siempre político, Isaac Rosa vive de realidad y la destila en sus columnas y en sus obras. Conversamos con él sobre el libro, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), la desobediencia civil, la toma de responsabilidad y, también, cómo no, sobre lenguaje y literatura.

¿El objetivo final de Aquí vivió es que la gente se haga de la PAH?

Más que eso, el objetivo es compartir, dar a conocer, la otra cara de los desahucios, la menos conocida y más esperanzadora: la lucha contra los desahucios. Más o menos todos conocemos el lado negativo, miles de familias que se han quedado sin casa y muchas otras que viven en el alambre; pero no sabemos tanto de su reverso, el lado luminoso. Cristina [Bueno] y yo solemos decir que los desahucios son lo peor que nos ha pasado como sociedad en décadas, pero al mismo tiempo la lucha contra los desahucios son lo mejor que nos ha pasado como sociedad en el mismo período. La novela pretende compartir lo que nosotros mismos descubrimos al acercarnos a asambleas de la PAH y de otros colectivos de vivienda: una experiencia de organización colectiva que tiene pocos precedentes y ninguno con tanta fuerza; una forma de resistencia basada en la autogestión, la solidaridad y el cuidado mutuo; una actualización de formas de desobediencia civil; y un colectivo de personas que han sido capaces de sobreponerse y pasar de víctimas a activistas. Si al terminar el libro alguien decide acercarse a una asamblea por curiosidad, nos damos por satisfechos.

Los bancos dicen que la gente no sabía lo que firmaba, que vivíamos por encima de nuestras posibilidades. Los desahuciados y la PAH se defienden alegando que las hipotecas son una estafa. Es culpa de todos o, lo que viene a ser lo mismo para parafrasear a Arendt, no es culpa de nadie. ¿Esta novela lucha para dar cuerpo a esa pretendida invisibilidad del problema? ¿Apunta a un culpable contra el que sí pueda lucharse?

Somos los primeros que rechazamos culpar en abstracto al “sistema”. Por supuesto hay que empezar por asumir nuestra propia responsabilidad como ciudadanos en lo que nos ha pasado en los últimos años, y señalar toda la gama de responsables que hay, de abajo arriba. Pero eso no puede hacernos olvidar que no todos son igual de responsables, y que si hay que buscar culpables, están ahí, son reconocibles, tienen nombre y apellidos: quienes gobernaban y permitieron convertir la vivienda en objeto de especulación; quienes no pusieron los medios para evitar los desahucios (y siguen sin hacerlo); quienes fallaron en controlar a constructores, promotores, bancos, prestamistas, etc.; y quienes desde el sector financiero levantaron una operación de saqueo que sí, puede llamarse estafa y no en sentido figurado. Cuando hablas con familias afectadas lo que más sorprende es ver cómo la mayoría se privó de todo (incluida una alimentación suficiente para sus hijos) antes que dejar de pagar la hipoteca o el alquiler, y que cuando dejan de pagar es cuando ya no pueden más. La gente, las familias hipotecadas e inquilinas de alquiler, han cumplido su parte siempre. Son otros los que han fallado.

La alienación social es una constante en tu obra. En La mano invisible retrataste el trabajo mecánico, al que llegamos cada día sin saber por qué. En La habitación oscura muestras la precariedad a la que parece estar condenada una generación de jóvenes y cómo eso no cuadra con lo que les habían prometido que pasaría cuando fueran mayores. ¿Has encontrado alguna diferencia a la hora de tratar un tema social en formato novela y novela gráfica? ¿Son igualmente efectivos?

Aparte de las diferencias evidentes entre una novela y un cómic, creo que el cómic permite una forma especial de conexión con el lector, que empatiza con los personajes por una vía más rápida, instintiva y sentimental si quieres. Diría que tiene que ver con el pasado de lectores infantiles de cómic que todos compartimos, pero tampoco me atrevo a teorizar sobre algo que sin embargo constato: leyendo una historia en cómic conectamos automáticamente.

Aquí vivió está lleno de datos, ¿podríamos decir que hasta cierto punto se trata de un trabajo de periodismo literario? ¿Cómo te documentaste para el proceso?

Teníamos claro desde el principio que no queríamos hacer un reportaje, ni un informe, sino una ficción. La ficción, sea novela, cine o cómic, es un buen sitio desde donde mirar, permite un punto de vista diferente, que a menudo puede ir más allá y ensanchar donde se queda el periodismo. Dicho esto, es una ficción llena de realidad, claro, y tiene detrás un trabajo similar al que habríamos hecho para escribir un reportaje: entrevistas, lecturas, documentación, trabajo de calle.

¿Alguna persona de tu entorno ha sufrido un desahucio?

Para mí, los desahucios eran un problema ajeno, algo que me despertaba solidaridad, sí, pero que no me tocaba, le pasaba a otros. Empecé a verlo de otra manera cuando se visibilizaron los primeros desahucios en mi barrio, cuando afectaron a familias en el colegio de mis hijas, cuando una vecina fue detenida y sancionada por participar en un stop desahucios, cuando se multiplicaban las convocatorias y se producían a dos calles de mi casa. Sobre todo, entendí algo que queremos trasladar con nuestro libro: que los desahucios no son un problema de los desahuciados, sino de toda la sociedad; no son un fracaso de ellos, sino un gran fracaso social; y no pueden resistir solos, es asunto nuestro también.

José Luis Sampedro dijo en una ocasión que la frase “vivir por encima de nuestras posibilidades” era absurda en sí misma porque todo el mundo vive conforme a sus posibilidades, entre las cuales se encuentra, o se encontraba, el crédito. ¿Por qué una frase tan incoherente ha tenido tanta suerte?

El desconcierto de los primeros momentos de la crisis, con el desmoronamiento súbito de “todo lo que era sólido”, facilitó sentimientos de culpabilidad: algo habríamos hecho mal. El empobrecimiento generalizado (pues sin llegar a caer en la pobreza todos hemos perdido, todos hemos visto reducidos nuestros ingresos, nuestra calidad de vida) apuntaba a que antes “habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades”, y ahora llegaba el ajuste. Pero es mentira. La gente, entonces como ahora, vive de acuerdo a las posibilidades que hay. Si se hipotecaban era porque todo conducía a comprar vivienda: la política fiscal, los tipos de interés, la falta de un mercado de alquiler razonable, los mensajes oficiales, la propaganda. Los que nos resistíamos y no comprábamos ni nos hipotecábamos éramos tontos, estábamos tirando el dinero en alquiler, dejábamos pasar una oportunidad de comprar una vivienda que no sólo no iba a bajar nunca, que seguiría revalorizándose. Ni siquiera es verdad que los españoles tengamos mentalidad propietaria. Si tuviésemos políticas de vivienda y mercados de alquiler como en otros países europeos, no habría tantos propietarios.

Una de las cosas que dices en el libro es que las estadísticas de desahucios no distinguen entre aquellos que son de primera viviendo y aquellos que son de segunda vivienda. ¿Por qué crees que esos datos están mezclados?

La falta de datos firmes es otra muestra de la falta de voluntad política para acabar con los desahucios. No hay cifras porque no quieren que las haya, es inverosímil que no pueda saberse una cifra fiable y definitiva, estando informatizados todos los registros sobre vivienda. Es preferible que nos quedemos en una nebulosa donde lo mismo son cincuenta mil que quinientos mil, antes de fijar una cifra que sería insoportable.

Un tema importante en el libro es la desobediencia civil y el empoderamiento ciudadano. Uno de los miembros de la PAH que aparece en el libro explica que los que se vuelven verdaderamente desobedientes son aquellos que lo han perdido todo. ¿La desobediencia civil está estigmatizada como una muestra de clase baja y excluida?

La desobediencia civil ha sido duramente perseguida en España, siempre. En otros países, los desobedientes son los que abren brecha, los que ensanchan el cauce de libertades, y pasado un tiempo se les reconoce como héroes civiles. Aquí no, aquí se castiga al disidente y se le estigmatiza para siempre. Una de las cosas que ha conseguido la PAH es un desplazamiento del discurso, un ensanchamiento del sentido común. Cosas que antes eran rechazadas mayoritariamente, que se asociaban a la delincuencia o a actitudes marginales, hoy son aceptadas: resistirse a la policía en un desahucio, desobedecer una orden judicial, ocupar un piso.

En el libro, una familia desahuciada ocupa en secreto el piso del que los han echado. Esta situación se compara con la ocultación de los judíos en el nazismo, en concreto, con el caso de Ana Frank, pero también con los casos de republicanos que vivieron durante años escondidos tras la Guerra Civil sin poder salir de casa, un problema que relata Alberto Méndez en uno de los cuatro estupendos relatos de Los girasoles ciegos. Uno vive escondido solamente si lo están buscando, ¿son los desahucios una forma de persecución?

No queríamos hacer ningún paralelismo con situaciones históricas que no son comparables, pero sí dejar algunos referentes reconocibles de situaciones de persecución, encierro y miedo. La asociación de ideas surgió espontánea, al oír relatos de personas que habían estado en sus casas sin atreverse a salir por si al volver les habían cambiado la cerradura, temblando cada vez que sonaba el timbre por si era la comisión judicial, viviendo con las persianas bajadas después de haber reocupado su propia casa tras un desahucio. Hace unos días escuché algo similar sobre los inmigrantes sin papeles: cuando se corre la voz de que en determinada fecha habrá un vuelo de expulsión, no salen de su casa en los días previos, porque si les sorprende la policía por la calle saben que acabarán en el avión rumbo a África, ya que hay órdenes de llenar los aviones.

Se cuenta también, de pasada, cómo los directores de las sucursales de los bancos se cambian con frecuencia y se sugiere la razón: de esa manera, ni tienen tiempo de crear vínculos con la comunidad, ni se quedan para que los vecinos puedan recriminarles las consecuencias de sus actos. ¿Hablaste con algún director de banco para documentarte sobre los impactos de esa deshumanización?

No, personalmente no, pero sí supimos de algunos casos a través de reportajes. Es algo reconocido por las propias entidades, que han movido sus plantillas para no enfrentarlas a situaciones de mucha tensión con las mismas familias a las que antes les habían vendido productos hipotecarios.

Precisamente es el director del banco el que dice “A nadie se le puso una pistola en la cabeza” cuando firmaron una hipoteca. Sin embargo, el texto apunta a que hubo otras causas que sí influyen en nuestro comportamiento: la filosofía interiorizada de que el alquiler es una pérdida de dinero, la presión social de ser propietario, la publicidad y sus fotografías de familias felices. ¿Son esas circunstancias también “pistolas”?

Como decía antes, todo empujaba. Los bancos no ponían pistolas, pero sí ofrecían unas facilidades que, aliadas con esa presión social, eran irresistibles y ocultaban las consecuencias en caso de cambio de ciclo económico. Además, los contratos hipotecarios eran, en efecto, fraudulentos, no sólo por la letra pequeña. Lo de “la banca siempre gana” se ve bien en el caso del negocio hipotecario, con las cláusulas suelo o las subastas en caso de impago.

¿Comprar pisos provenientes de desahucios es una manera de apoyar los desahucios?

Es un dilema moral, al que debe enfrentarse cada uno. A un familiar mío, que estaba buscando casa, le ofrecieron desde una inmobiliaria pisos sospechosamente baratos. No necesitó investigar mucho para averiguar que eran de desahucios, y eligió no ser parte de eso.

Otro tema importante que aborda el libro es el olvido. Nos impacta la noticia de una familia desahuciada o de un hombre que se lanza por la ventana cuando la comisión llega a su casa, pero tenemos poca memoria. Aquí vivió termina con la inauguración de una placa en la fachada del edificio para recordar a una anciana desahuciada. ¿Cómo beneficia el recuerdo a la acción social?

La construcción de memoria es parte fundamental en cualquier lucha ciudadana. Los activistas anti desahucios no tienen ni tiempo ni fuerzas para construir esa memoria, porque tienen que apagar fuegos a diario, dedican toda su energía a lo urgente. Pero en algún momento habrá que hacer ese trabajo, y sin querer hacer paralelismos imposibles, sí sirve mirar al movimiento de la memoria histórica, que busca verdad, justicia y reparación. Lo mismo que buscan los activistas hoy.

Los números no significan nada. Las cifras no nos impactan. Las historias sí. Recomiéndame otras historias, en cualquier formato, que hablen de la situación social de España en este momento. ¿Las hay?

Sin mucho pensar, me vienen a la cabeza la película Hermosa juventud de Jaime Rosales; una obra de teatro como Nada que perder de Quique y Yeray Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe; un cómic como El mundo a tus pies de Nadar; las últimas novelas de Chirbes o Marta Sanz; y hasta un musical cómico como Mongolia.

¿Cómo elegisteis Cristina Bueno y tú qué tipo de dibujo iba con Aquí vivió?

Teníamos claro que no queríamos un dibujo oscuro, dramático, que sería lo previsible para una historia sobre desahucios. Todo lo contrario, queríamos un dibujo amable, luminoso, en coherencia con esa otra cara de los desahucios que queríamos mostrar y con el mensaje positivo del libro, pero también por romper las expectativas del lector que esperase aquel dibujo duro, oscuro, en blanco y negro, para una historia “dramática”. En cuanto a la representación del pasado y el presente, su convivencia en distintos tonos en una misma viñeta ya estaba marcada en el guión.

¿Volverás a escribir un guión para novela gráfica?

Sí. La experiencia ha sido muy buena, y me parece una vía interesante de dar salida a otras historias en paralelo a mis novelas. En lo personal, mi vocación frustrada desde adolescente era ser dibujante de cómic, y esto es lo más parecido que puedo conseguir. No es poco.

El retrato de Isaac Rosa es de Sandra Blanco para Hortaleza | Periódico vecinal.

Las viñetas están tomadas del libro Aquí vivió. Historia de un desahucio (Nube de Tinta, 2016).