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Guillermo Santomà: Conversación en un todoterreno

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Guillermo Santomà (Barcelona, 1984) es diseñador industrial y arquitecto. Construye con sus propias manos todo lo que diseña, desde una mesa o una silla hasta una piscina o su propia vivienda. Sus piezas de mobiliario han sido expuestas en la Side Gallery (Barcelona), Etage Projects (Copenhague y Nueva York) y en el Palais de Tokyo (París). Ha colaborado con diseñadores industriales como Diego Ramos, Max Enrich o Sander Wassink, con el arquitecto Albert Guerra, con la diseñadora gráfica Raquel Quevedo, el cineasta Albert Moya, el diseñador de moda Dries van Noten y con artistas como Francesc Ruiz o Lucía C. Pino.

Me cito con él en su casa del barrio del Guinardó de Barcelona y juntos decidimos que la charla se desarrolle a lo largo de las visitas de obra que tiene programadas para ese día.

7:30. Casa de Guillermo.
La casa original tenía un recibidor, dos estancias, una cocina y un baño, todo en una sola planta. Se trataba de comunicar las dos fachadas, la de la calle y la del patio, para que la luz atravesara toda la vivienda. Al demoler el falso techo, descubrimos que el espacio ofrecía nuevas posibilidades y respondimos a medida que la casa nos lo pedía. No hicimos ni un solo plano; todas las decisiones se tomaban en la obra. Prefiero ir construyendo y pensado la casa poco a poco, que el proyecto se vaya acomodando a la realidad. Ir invadiendo la casa lentamente sin que pierda su esencia.

El uso del color en esta casa fue un gran descubrimiento. Lo he seguido utilizando en otras obras posteriores como un recurso muy económico de transformación del espacio, pero no con la contundencia de este caso. Los colores elegidos aparecieron por casualidad. A menudo visito algunos edificios con los albañiles para enseñarles qué acabados busco o qué significa que un detalle o un encuentro estén bien hechos. Al empezar la reforma de mi casa visitamos el hospital modernista de Sant Pau, de Lluís Domènech i Montaner, que está cerca de casa, cuya entrada está toda ella pintada de rosa, pues por entonces se decía que ese color era de ricos. A partir de esa visita empecé a pensar en la idea del color. Quería que mi casa fuera como un palacete un tanto hortera. Cada habitación tenía un friso de color y las puertas también estaban decoradas. Al demoler algunas partes, desparecieron algunos elementos decorativos y creí que era adecuado trabajar con el color como sustituto de aquella decoración perdida.

Esta fue mi primera obra acabada. Antes había hecho una reforma con Albert Guerra, con quien había estudiado arquitectura, y con él también colaboré en la reforma de su casa. Recuerdo que en segundo año de carrera nos surgió la oportunidad de hacer una casa para un amigo. Fue una obra muy salvaje; agujereamos toda la casa y colocamos una escalera abierta en la cocina, pero la obra quedó interrumpida a mitad del proceso. Por entonces yo vivía en una casa ocupada en Sant Feliu de Llobregat con los forjados destrozados, y coloqué unas tarimas para poder caminar sobre ellos. Hice pequeñas intervenciones en la casa, pero lo más especial fue construir una chimenea con tubos de acero en medio de una escalera. Entonces disponía de muy pocos recursos, pero uno siempre acaba trabajando con los medios que tiene a tu alcance.

8:30. Subimos a su todoterreno negro y nos dirigimos a Poble Nou, barrio donde está construyendo un estudio para una empresa de publicidad. Le pregunto por su época de estudiante.
He crecido en la Barcelona postolímpica, en un momento en que todo el mundo estaba obsesionado por estudiar diseño o arquitectura. Estudiar diseño sería una buena opción si hubiera buenas escuelas y, sobre todo, buenos profesores, pero no es el caso en Barcelona. Empecé estudiando diseño industrial y recuerdo que pronto los objetos se me quedaron pequeños y que lo que realmente me interesaba era el espacio; más tarde me matriculé en Arquitectura y me encontré con una fuerte presencia de la utilidad de las cosas. Se tomaba la utilidad como un argumento proyectual que anulaba cualquier investigación de nuevas posibles soluciones.

El uso es un engaño. El arte fue lo primero que tuvo un uso. Aristóteles decía que el arte es todo aquello que no tiene uso. Eso es mentira, siempre ha tenido un uso como decoración y como necesidad. ¿Quién establece que el mobiliario de IKEA es funcional? La funcionalidad es totalmente subjetiva. Alguien hará uso de un objeto, que a otro no le servirá.

Has construido algunas de tus obras con tus propias manos. ¿De dónde te viene esta manera de hacer?
En un momento dado dejé de estudiar Arquitectura y decidí irme a La India. Quería ir al norte del país, pues siempre me ha gustado la montaña, pero como era invierno y las comunicaciones estaban cortadas, crucé el país en tren en cuatro días, cogí un ferry hasta la isla de Havelock, cerca de Tailandia, y me instalé allí. A los pocos días de estar allí me llamó la atención una tienda de ropa. Me hice amigo de los propietarios y poco después me dijeron que querían reformar la tienda. Tenían un carpintero que trabajaba con bambú y con él diseñé unos colgadores de ropa. A las dos semanas se acercó por la tienda un tipo que era propietario de tres hoteles de la zona y quiso reunirse conmigo para proponerme trabajar para él en la reforma de diferentes espacios. Como contraprestación le pedí una casa, una moto y comer gratis en sus restaurantes, y me contrató para reformar una pizzería y la casa donde yo me alojaba, para la que diseñé una cama de bambú, y también una lámpara para las habitaciones de los hoteles.

Trabajaba con un carpintero que me enseñó a manejar el bambú. La India es un país donde aún se trabaja de manera artesanal. Primero construí unos pequeños prototipos que le enseñaba al carpintero y juntos discutíamos cómo fabricarlos. Sin embargo, al año y medio todo se acabó, pues tuve que salir del país por problemas de visado. Me fui a Nepal, después a Sri Lanka y a Tailandia a la espera de poder volver a la India, pero me denegaron el visado y tuve que volver a Barcelona. En La India me sentía cómodo construyendo las cosas yo mismo, y desde entonces aplico aquella experiencia aquí.

¿Y cómo fueron esos inicios a tu vuelta a Barcelona?
Empecé colaborando con una fundación, donde conocí a trabajadores que me ayudaban a construir las piezas de mobiliario. Aunque ya no trabajo más para ella, he mantenido este vínculo con los operarios, con quienes me lo paso bien trabajando. Me gusta divertirme cuando trabajo, pues un proyecto desgasta mucho de por sí: pensar, gestionar, construir...

¿Dibujas previamente alguna idea?
Sólo ideas muy iniciales. En el caso de una reforma, es muy difícil concretar algo hasta que no se demuele, pues hasta entonces no descubres realmente el espacio. Por ejemplo, en mi casa apareció un espacio de casi dos metros detrás del falso techo. Dibujamos directamente en la obra, lo que obliga a estar siempre presente en ella. Últimamente utilizamos maquetas a escala 1:10 en el proceso inicial, lo que permite un mayor control de las piezas y plantear soluciones para la futura construcción.

9:00. Llegamos a un edificio industrial de Poble Nou donde se encuentra el estudio que está diseñando para una empresa de publicidad. Mientras desayunamos hablamos de la continuidad que existe entre sus primeros proyectos y lo que está haciendo ahora.
La continuidad radica en el hecho de construir y destruir constantemente; ciertos mecanismos se repiten para volver a desaparecer, y todo parte de esta actitud de ir a la contra, de poner a prueba el uso de los objetos. También trabajo así en las obras de arquitectura, no desde la indignación, sino en un estado de crítica permanente. El trabajo es siempre más conceptual de lo que uno cree. El proyecto que vamos a visitar ahora no son simples piezas de mobiliario, sino que cuando construyes dos mesas de seis metros de largo y las colocas en el espacio pasa a ser algo más, y eso lo acerca a otro tipo de propuestas.

Tu trabajo acaba siendo muy colaborativo, mano a mano con la que gente que te ayuda a materializarlo.
Totalmente, aunque a menudo no entienden algunas decisiones que voy tomando en obra. Trabajar de este modo supone un reto para todos, un reto que acaba repercutiendo positivamente en lo que se produce. Siempre colaboro con los mismos operarios, porque ya saben lo que busco. Tengo mucha confianza en sus decisiones, y esto me da más tiempo para diseñar y me libera de la gestión de algunos de los procesos de obra. Antes estaba más presente en las obras, pero ahora ciertas tareas de gestión me lo impiden. Necesito recuperar este contacto directo con la obra para tener más libertad para pensar y ejecutar sin depender de un cliente. Me gustaría trabajar para mí mismo.

Subimos a las oficinas que están en obra. En el espacio unos operarios están montando una mesa de seis metros de longitud, otra de cartón yeso de color blanco y otra metálica, y una estructura semiesférica.
La sala de reuniones se cubrirá con policarbonato transparente, vidrio y unas hojas de palmera seca que coronarán la cúpula. Hemos diseñado una mesa redonda para su interior. En la entrada al estudio habrá otra mesa con una maceta con una palmera que separará la zona de trabajo de los socios de la de reuniones informales con el resto de los colaboradores. Todo el espacio se iluminará con fluorescentes colocados en vertical, como si fuera una lluvia, en tres tonos distintos de luz: blanca, cálida y azul.

10:00. Acaba la visita de obra termina y nos dirigimos a su estudio, situado en una nave industrial en Cornellà del Llobregat. Mientras, seguimos hablando del uso del color y del espacio.
Entiendo el uso del color como un mecanismo de aislamiento para crear un mundo propio ajeno del exterior, pero también me interesa que el espacio se transforme en un objeto y operar de manera más escultórica, como si lo plastificaras. Se trata de una acción muy primaria: pretender que los proyectos sean objetos, no espacios. Trabajo obsesionado por controlar hasta el último detalle y poder diseñar todos los muebles; el color es un medio que los une. La ocupación del espacio por parte del habitante acaba superponiéndose fácilmente a la obra, por muy dispares que sean sus enseres, pues el límite entre ambas cosas queda muy claro. Por ejemplo, la reforma que he hecho de una herboristería en Santa Coloma está repleta de todo tipo de utensilios, y todos ellos conviven con mucha naturalidad con la intervención.

Siempre pienso en el espacio. Cualquier pequeño movimiento que haga acaba repercutiendo en el conjunto, como en una partida de ajedrez. Mis obsesiones son la luz y el espacio, con los que también en piezas de menor escala, que a menudo acaban convirtiéndose en lugares. Es el caso de la piscina que construí con una estructura de madera en el sótano de la tienda Studio Store, como también de la cúpula de las oficinas que acabamos de visitar, una pieza que se convertirá en separador, reflejará y repartirá la luz, y donde uno puede moverse a su alrededor... Esto es en lo que me interesa trabajar, y no solo en el ámbito doméstico. Ahora me interesan las máquinas. Me gustaría diseñar un barco para poder operar en un ámbito aparentemente alejado de la arquitectura, pero que probablemente no lo esté tanto. También me gustaría diseñar un coche, manipular su carcasa y poner a prueba su funcionalidad. Quizás un coche con el que no puedas circular, pero en el que, por ejemplo, colocar el motor de un Renault 5.

Nos distraemos de la conversación, y la retomamos hablando de su taller.
Para poder fabricar objetos de grandes dimensiones se necesita un espacio de grandes dimensiones, de ahí que me decantara por una nave industrial con un puente grúa que me permita manipular con facilidad las piezas de mayor envergadura. Lo mismo sucede con el todoterreno en el que nos encontramos; su tamaño repercute en el trabajo que puedo hacer, pues gracias a él pudimos cargar un stand de cinco metros para la Fira de Barcelona. Cargamos el stand en el coche (¡sobresalía un metro por cada lado de la baca!), entramos con él en Barcelona por la Avenida Diagonal y lo desmontamos directamente en su sitio. Lo mismo ocurrió con la intervención
Zeta que llevé a cabo en colaboración con la artista Lucía C. Pino en el Colegio de Arquitectos de Cataluña, una escalera de espejo construida en el taller y que trasladamos en el coche hasta el centro histórico de Barcelona.

Colaboras habitualmente con artistas. Recuerdo una acción que hiciste con Francesc Ruiz en Castillos y bodegones en la que propusisteis un botellón en un pequeño garaje de 100 m2 que llenasteis a rebosar con tres coches y 150 personas vestidas con chándal.
La intervención fue muy salvaje [risas]. Todo fue muy fácil con Francesc. Quedábamos en el mercado de la Boqueria para desayunar, bebíamos y hablábamos de cómics. Apenas conocía su trabajo, y es cierto que está algo alejado del mío, pero fue una experiencia muy especial.

Imagino que colaborar conmigo debe ser complicado, pues nunca me siento a una mesa a hablar de ideas. Para mí es importante el tiempo e ir pensando mientras hago otras cosas. Dejo que el tiempo transcurra. La cúpula del estudio de publicidad ahora está en barbecho; llegará un día que lo vea todo claro y la acabaré. Todo está a la espera en algún momento determinado.

10.30. Llegamos a su taller de Cornellà, un gran espacio repleto de objetos. Me enseña varias piezas de mobiliario, algunas en proceso y otras terminadas.
Fabricamos esta maqueta para una escenografía de danza para el Festival Grec que se iba construyendo en el transcurso de la obra, un jardín con agua y una topografía con arena pintada que formaba una piscina. Este otro proyecto en el que estamos trabajando es un gran expositor para complementos de ropa con mucha visibilidad desde la calle. Estamos pensando en usar tela para dar continuidad entre el exterior y el interior, y construir expositores muy transparentes, de vidrio; un espejo ocuparía una esquina para dar la sensación de que el espacio se multiplica.

Dejamos el taller y volvemos al todoterreno para visitar una obra que acaba de construir, una herboristería en Santa Coloma de Gramenet. Me explica cómo documenta su trabajo.
El espacio tiene que quedar bien explicado. Durante el proceso, mi trabajo es muy sucio, de modo que unas fotografías más asépticas lo complementan mejor. La idea de fotografiar yo mismo las obras siempre está en el aire, pero sería un registro muy distinto al proceso de construcción. Pinto con una amiga y a menudo pensamos en la posibilidad de hacer unos cuadros de los interiores habitados de mis obras. Si uno diversifica los documentos que ayudan a explicar un proyecto, este se multiplica en otras cosas de alguna manera.

¿Te imaginas construyendo proyectos de mayor envergadura?
No me importaría, pero me siento más cómodo interviniendo en edificios existentes. Por ejemplo, el camino flotante que acaban de construir Christo y Jeanne-Claude en el lago Iseo es un tipo de actuación que aún no se ha incorporado a la arquitectura, y estaría bien que lo hiciera; y digo esto como algo muy positivo, pues implica que la arquitectura tiene aún mucho camino por recorrer.

Antes comentabas que no querías dedicar tanto tiempo a la gestión de los proyectos y concentrarte más en el diseño. ¿Has pensado cómo cambiaría tu manera de trabajar si los proyectos aumentasen de escala?
No, no lo he pensado nunca, pero no me preocupa porque siempre encuentro una solución [risa socarrona]. Lo que se presenta como un problema acabo transformándolo a mi favor. Hace poco me surgió la oportunidad de realizar un proyecto de mayor escala, pero renuncié a él porque no me dejaban actuar con la libertad que necesito. De momento me interesan otro tipo de proyectos más personales que me permitan seguir explorando otros caminos. Ahora estoy pensando en diseñar barbacoas a base de construcciones de ladrillo refractario, hacerles fotos y no vender el objeto, sino sus fotos; me atrae la idea del objeto gráfico.

¿Qué referentes tienes en arquitectura?
Hace tiempo que no miro ni revistas ni libros de arquitectura. De todos modos, si tuviera que elegir me quedaría con Rem Koolhaas, a pesar que mi trabajo no se parece en nada al suyo. Me interesan más otras disciplinas y personajes de difícil clasificación, como Kevin Goldsmith. También me interesan los clásicos, como Donald Judd, Andy Warhol o Charles Baudelaire. Tengo un proyecto en mente de hacer un libro de la historia de la arquitectura vista desde otras disciplinas, pues muchas veces planteo los encargos de esta forma, como desde fuera. Si se trata de una reforma interior, pienso en un espacio expositivo, y si me encargaran un espacio expositivo seguramente piense en otra cosa. Esta primavera expuse algunas de mis piezas en la Side Gallery, una galería que siempre me ha parecido más una tienda, de modo que propuse una intervención para el día de la inauguración que consistió en utilizar el puticlub vecino como espacio de
vernissage. Para mí esa acción fue tan importante como los objetos mismos que se exponían en la galería. Haremos unas fotografías de las chicas del puticlub en las sillas de vidrio la exposición y quizás imprimamos unos pósters. Estas sillas fueron diseñadas originalmente para un fashion film de Dries van Noten que pronto podrá verse en internet, en el que tuve la oportunidad de colaborar con Albert Moya, con quien me entendí muy bien y con quien espero poder volver a trabajar pronto.

Tus muebles suelen exponerse en galerías, un espacio que a priori no es el suyo.
He expuesto siempre en espacios pequeños, en la galería Etage Project de Copenhague, donde presenté una serie titulada Mirage, y también en el Palais de Tokyo de París, donde junto a Mau Morgó y Marta Armengol expusimos la serie de muebles en metacrilato. En Barcelona me siento más cómodo trabajando en proyectos más independientes que planteen otros contenidos fuera del circuito más mediatizado, como la mencionada colaboración con Francesc Ruiz en
Castillos y bodegones. Ahora me ha contactado una institución francesa que me propone trabajar con unos contenedores de plantas, y creo que lo que tengo se va de la escala que ellos esperan...

¿Y no te interesa la palabra?
Sí que me interesa, me interesa mucho escribir, pero enfoco la escritura como un objeto. De hecho, ¡dejé la carrera de arquitectura porque quería ser escritor! Me interesan las historias que plantean una huida, aunque no necesariamente de la realidad. Existe un vínculo muy fuerte entre la arquitectura y la escritura. Ambas son muy disciplinas muy conceptuales y muy libres.

Por ejemplo, cuando tengo que preparar una conferencia la entiendo como una pieza única, muy cerrada. Para el ciclo Absolutamente moder(rr)nos en el Colegio de Arquitectos de Cataluña, ciclo para el que también hice aquella escalera con Lucía C. Pino, Moisés Puente me invitó a dar una charla, que planteé a base de memes. Para otra charla, a la que Omar Ornaque me invitó desde Arxius d’Arquitectura, elegí a cuatro amigos que hablaran sobre mi trabajo y la conferencia acabó construyéndose a partir de sus comentarios. De este modo, las charlas pasan a ser una intervención más.

Siempre está presente la acción en lo que haces. Todo lo entiendo como una construcción. Ahora a mi abuela le ha dado por cocinar sopas Campbell, comida prefabricada. La llamo la “warhola”. Pero porque para mí comer es también un placer, y me lo quiero pasar bien comiendo. Así cuando les visito compro un buen vino, buenos embutidos... y le pido que me cocine ella, que lo hace muy bien, y bebemos vino, y alargamos la sobremesa.

¿Crees que tu entorno familiar ha condicionado el tipo de arquitecto en el que te has convertido?
Mis abuelos viven en Coborriu, un pueblito de montaña donde solía pasar temporadas de pequeño. El pueblo se encuentra en un entorno natural y yo hacía muchas salvajadas. Mi abuelo, ingeniero de caminos, construyó una estructura muy curiosa para traer agua a la finca. De mi padre aprendí su admiración por la naturaleza; nos solía llevar a navegar y siempre hemos estado en contacto con espacios salvajes, que de algún modo trato de recrear en mis obras. En Barcelona vivíamos en el edificio de viviendas de José Antonio Coderch en la calle Johann Sebastian Bach, y soy consciente que todo el imaginario que proviene de la vivencia de esa casa, a la que solo podía accederse atravesando el garaje; eso no es ninguna locura; Coderch era muy sensato, pero muy radical a la vez.

11:30. Llegamos a la herboristería de Santa Coloma de Gramenet.
De momento solo hemos intervenido en el espacio interior, pero queremos cambiar la fachada, el letrero, las puertas... Está repleta de objetos, pero el rojo con el que he pintado todo el espacio ayuda a poner orden.

Volviendo a mi casa, estoy pensando en cambiar las sillas, comprar unas de plástico y pintarlas. También me apetece trabajar con textiles, diseñar camisetas gigantes y albornoces, pero no para usarlos, sino como meros objetos.

De vuelta a Barcelona nos distraemos…
La ciudad ya es irreversible, ya está construida y ya se ha invertido en ella. Lo mismo sucede con las nuevas ciudades, donde no se propone un nuevo modelo urbano, de ahí que haya ido perdiendo el interés en los arquitectos. Es momento de arriesgar. Admiro a arquitectos como Enric Miralles, a quien se le cayó la cubierta de un edificio y siguió adelante, porque la arquitectura participa de este tipo riesgos.

Por el camino, Guillermo me señala un coche abandonado en la Ronda del Litoral.
Allí hay un hombre que vive en un Audi 100 estropeado. El coche es su casa. Un día me paré para hacerle una visita. Es impresionante; el coche tiene su cocina, su cama, su toldo... Se pasa todo el día tomando el sol y está muy moreno...

13:00. Guillermo me deja en la Avenida Meridiana. Aparca el todoterreno delante de una tienda para comprar una bomba para una piscina que se está construyendo en el patio de su casa y nos despedimos.

 

En portada: Interior de la casa del arquitecto. Fotografía de José Hevia.

De arriba abajo: Guillermo Santomà durante la entrevista (foto de Miquel Mariné); dos fotografías del estudio de la empresa de publicidad, por José Hevia; interior de local comercial proyecto de Diego Ramos y Guillermo Santomà (fotografía de José Hevia); intervención en el sótano de Studio Store (fotografía de José Hevia); muebles de acero para Etage Projects (fotografía de Adrià Cañameras); muebles de vidrio y acero para Etage Projects (fotografía de Adrià Cañameras); herboristería en Santa Coloma de Llobregat (fotografía de José Hevia); Guillermo Santomà fotografiado por Miquel Mariné.