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El delfín de combate de Su Majestad

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Nikolai Nazarevski va por una carretera llena de polvo en su Cocodrilo Dorado. Así le llama a su enorme y viejo UAZ clásico del año 1993. El coche es de color oro y tiene un escudo del imperio ruso en la puerta del conductor. Le acaban de avisar de que en la costa de Crimea han encontrado un cadáver más. Debe ejecutar un procedimiento que lleva ejerciendo regularmente en los últimos ocho años. Alguien ha encontrado en la costa un tronco gris de delfín de un metro de longitud. De boca en boca esta información llega hasta Nazarevski. Entonces él coge sus herramientas, arranca el coche y sale al camino. Cada año realiza aproximadamente 70 autopsias de delfines. Es difícil llamar trabajo a lo que él hace, dado que el salario no cubre ni para los gastos de gasolina del Cocodrilo Dorado, aunque por otra parte para un simple hobby todo esto es demasiado serio e implica mucha responsabilidad. Quizás la anatomía patológica de los cetáceos es su estilo de vida.

Todo empieza con el examen físico de las lesiones aparentes. Después las describe detalladamente en el protocolo y establece el sexo, la edad aproximada y el peso. Más tarde hay que medir el delfín: la longitud de la cola hasta el hocico, desde el hocico hasta la aleta dorsal, desde una aleta lateral hasta la otra. Todo esto, si el cuerpo todavía no se ha descompuesto mucho. Lo más importante es conocer el porqué de su muerte: ¿fallecimiento a manos de cazadores furtivos? ¿intoxicación? ¿muerte natural? ¿suicidio? En cualquier caso se necesita una autopsia. El forense, con un movimiento desenvuelto, pasa el escalpelo por el vientre, desde la cola hasta el hocico, para ahondar en el asombroso mundo de la muerte del delfín.

– Siempre hacemos la autopsia en la costa, ¿para qué me los voy a llevar? —dice Nazarevski—. Hace unas semanas hubo un incidente. Me llaman por teléfono desde Kerch; dicen “¡Nikolai, ¿por dónde andas? todos los delfines ya se han descompuesto, llevan en la costa dos semanas, se pudren!”. Resultó que se habían olvidado de avisarme antes, pues pensaron que ya lo habían hecho. Normalmente lo solemos hacer así: al recorrer la costa y al recoger los cadáveres, me llaman, llego en mi Cocodrilo con el instrumental, hago todos los procedimientos necesarios, destripo al animal, apunto los resultados y ya está. ¡En aquel caso hicieron pudrirse seis cadáveres! ¡Pero si esto es información científica! —espeta enojado.

Para él, un empleado de la estación biológica de Karadag, la pérdida de seis delfines es una verdadera tragedia. A lo largo de su labor en la colección del forense ha acumulado más de 500 muestras de tejido adiposo de delfines. Por el análisis del nivel de tóxicos en estos ejemplares se puede obtener un panorama completo de los cambios medioambientales en el Mar Negro. Marsopas comunes, delfines de aletas cortas que también se llaman cerdos marinos o tursiops, todos delfines clásicos según nuestro entendimiento, están repartidos en tarros en las repisas del refrigerador de la estación biológica de Karadag.

El delfín del Mar Negro dejó de ser alimento para los animales hace relativamente poco tiempo, hace cincuenta y pico años. Hasta el año 1965 la flota de la URSS recolectaba a estos cetáceos con fines utilitarios: con ellos se hacía el lubricante “Delfinol” que servía para los mecanismos de alta frecuencia. De la carne y de los huesos se hacía harina para el pienso de consumo animal. Algo parecido hacían Turquía y Bulgaria. Sin embargo en Turquía la carne también era un elemento de la cocina nacional, y en Bulgaria hoy en día hay lugares donde se come carne ahumada de delfín con cerveza. Empezaron a cazar delfines a escala industrial. Según los datos de los científicos, la cantidad de ejemplares capturados alcanzaba mil especímenes al año. A mediados de los años 60 el rendimiento de la pesca se hizo poco rentable y el programa fue cerrado. El interés científico por los delfines volvió a despertarse solo en los pasados años 80.

— En Crimea soy el único experto en toxicología. Empecé en el Instituto de Medicina hace 20 años con Sergei Krivojízhen, el principal delfinólogo de Crimea. Fuimos prácticamente los pioneros en estudiar la contaminación del Mar Negro a partir de los mamíferos marinos. Actualmente soy el único que realiza autopsias, que recoge el material para los estudios. Es importante. Esta es la razón —dice Nikolai, agarrándose al volante del Cocodrilo y explicando con orgullo su misión científica. Con él me adentro al mundo de los cetáceos de Crimea. Nazarevski ha prometido enseñarme todos los lugares más importantes en la busqueda del misterioso delfín de combate del cual habíamos escuchado tantas cosas, pero realmente conocemos muy poco.
 

La biografía de Nikolai Nazarevski está llena de sorprendentes ascensos y caídas, de manchas blancas y reticencias retóricas. Me ha pedido que de cuatro años concretos de su vida no cuente nada.  Su servicio incondicional a la ciencia ha sufrido interrupciones. Como pertenece a una familia de médicos, en los años 90 cambió el Instituto de Medicina por la empresa privada. Nikolai vivió en Sebastopol. “Tocaba el contrabajo en una orquesta de Odesa”, signifique eso lo que  signifique.  Hace diez años trabajaba en “empresas de seguridad” en San Petersburgo, después lo dejó todo y se trasladó a Koktebel, se licenció en biología, se curó de una sinusitis crónica, fundó una familia y empezó a realizar autopsias de delfines.

Nazarevski siempre ha estado involucrado en diferentes asuntos y proyectos, desde las cuestiones de ecología del Mar Negro hasta la anexión de Crimea. Se describe a sí mismo como activista social por lo que, probablemente, el juzgado Polesski en Ucrania le condenó in absentia a trece años de cárcel por sus actos durante la llamada Primavera de Crimea. A Nikolai no le hace gracia comentar esta etapa de su vida, aunque mencione que capturaba a los saboteadores en su Cocodrilo Dorado ahí donde los coches occidentales no hubieran podido pasar nunca. Sin embargo, a pesar de todas las peripecias políticas, el tema más importante de Nikolai consiste en estudiar la estabilidad medioambiental y en investigar las causas de la muerte de delfines en la costa del Mar Negro. “Muchos de mis conocidos me dicen que es mucho más beneficioso alquilar las habitaciones de mi casa; en temporada alta podría obtener entre 50-100 dólares al día... Pero eso es vulgar” —suspira Nikolai.

Hay varias causas por las que un delfín contemporáneo puede morir: la vejez, los accidentes, la ecología y el hombre. En la naturaleza estos mamíferos viven entre 30-35 años. Cuando se hacen mayores les cuesta respirar por sí solos, entonces la manada ayuda a flotar a un delfín débil sobre la superficie con sus hocicos. Muchos de los delfines mueren en primavera cuando los cazadores furtivos lanzan sus redes y los animales se quedan atrapados en ellas. Es complicado desenredarles, además los cazadores furtivos suelen matar a los delfines cortándoles las aletas y dejándoles morir desangrados. En los cuerpos se pueden notar las típicas heridas de hélices de barcos. Sin embargo, para los científicos, el mayor interés está en los cadáveres que se encuentran en la costa sin indicios aparentes de una muerte violenta. Sobre todo si hay muchos. Esto significa que el mar se ha alterado.

Hasta el año 1994, los casos en los que encontraban delfines muertos en la costa eran esporádicos. Pero a partir de mediados de los 90 adquirieron un carácter masivo. Se pusieron en marcha operaciones de rescate, empezaron a correr rumores de suicidios. Aunque los científicos no apoyaban esta versión: las causas de este fenómeno no residía en el estado emocional de los delfínes. Se trataba de un virus infectuoso que provocaba la mortalidad masiva de estos mamíferos marinos en diferentes partes del Océano mundial. Este virus afectaba, en primer lugar, a varios sistemas del organismo: al nervioso central, al inmunológico y al respiratorio. Las dificultades respiratorias obligan a los animales a ir en busca de aguas poco profundas, o costas. Otro virus afecta a la ecolocalización, el principal medio de orientación de los delfines, por eso los animales pueden llegar a considerar un bajío como una zona segura del mar. Pero son casos excepcionales. Lo más espantoso es la mortandad. Esto ocurría aquí en los años 2010-2011, cuando en Feodosia la fábrica Zalív derramó al mar toneladas de una sustancia desconocida y durante dos semanas toda la costa se llenó de peces muertos y cadáveres de animales marinos.

Pero todo esto tiene que ver con los delfines “civiles” que viven tranquila y pacíficamente. Aquí todo está más o menos claro. No se puede decir lo mismo acerca de los delfines de combate, una especie rara rodeada de mitos y leyendas. La vida y la muerte del delfín de combate preocupan a casi todo el mundo en Crimea. Es uno de los temas más populares. De ellos hablan con descuido y de manera cotidiana, como si quisieran acentuar su grado de absurdo. Una de cada dos personas está al tanto del contenido del programa, pero una de cada tres ha visto algo. Como delfines saboteadores, que ponen minas. Delfines kamikazes, con bombas puestas en sus hocicos que hacen explotar a los submarinos. Delfines exploradores, que realizan detenciones y quitan las boquillas de los buceadores enemigos. Delfines que se deprimen al matar a una persona y se niegan a obedecer órdenes. Delfines que se convierten en biorobots y casi flotan con sables de luz de caballeros jedis.

Hoy en día existen solo dos delfinarios militares, uno está en San Diego (EEUU) y el otro se encuentra en la bahía de Kazachka en Sebastopol. El interés de la sociedad por el de Sebastopol despertó hace un par de años, después de que se difundieran algunas noticias impactantes por las que, en 2014, en plena operación de anexión de la península por parte de Rusia, los delfines ucranianos cambiaron de bando y llegaron a servir al ejército ruso. Nikolai y yo repostamos el Cocodrilo Dorado y nos dirigimos hacia el puerto de Kazachka para, por fin, ver al delfín de combate en su plena fuerza mortal.

“Dos delfines armados huyeron de la base de entrenamiento del centro científico en Sebastopol por una hembra. En las cabezas de los animales están ajustadas armas de fuego preparadas para el uso”. Se pueden encontrar noticias de este estilo bajo la búsqueda “delfín de combate”. El mamífero inteligente sabe disparar un fusil láser contra los submarinos enemigos. Es rápido y siempre está en alerta, ya que uno de sus hemisferios del cerebro no se queda dormido nunca y no deja al cerebro apagarse por completo, manteniéndolo despierto. Tampoco puede revelar secretos militares, quizás solo podría tirar al enemigo un chorro de agua con desprecio en un interrogatorio.

El uso de los animales de servicio tiene una tradición remota que lógicamente continúa el proceso de domesticación. En la Antigüedad los humanos ya utilizaban elefantes de combate. En el frente se solían utilizar diferentes tipos de animales, incluyendo caballos, ratones, perros, cerdos, gatos, búfalos, monos, etc. El primer intento de domar delfines y focas se remonta a la Rusia prerrevolucionaria.  

En 1915, el famoso domador Vladimir Durov propuso al Estado mayor la idea de desactivar minas con focas. El experimento de domar animales fue un éxito. Veinte focas de combate esperaban a que se les enviara al frente. Pero en circunstancias misteriosas todos los animales fueron envenenados. La versión oficial dice que fue obra de la inteligencia alemana tras enterarse de la nueva arma biológica de los rusos. Los bolcheviques, al conquistar el poder, llegaron a la conclusión de que era inútil continuar aquellos experimentos y destruyeron la mayor parte de las guías sobre el entrenamiento de mamíferos saboteadores. En la época de la Guerra Fría el tema volvió a la palestra, sin embargo en aquel entonces los pioneros llegaron a ser los Estados Unidos. Durante la guerra en Vietnam los americanos echaron al Mar del Sur animales armados con cuchillos y agujas venenosas ajustadas con mordazas especiales en el hocico que se activaban con un golpe. Los delfines y las focas patrullaban el territorio y buscaban a los partisanos. En 1965 el comando soviético decidió retomar los experimentos de Durov y estableció en Crimea su propio centro científico de investigación, que se encargaba de amaestrar a animales marinos de combate. Como responsable se nombró al ex comandante de un grupo de exploradores, el capitán V.A. Kalganov. En 1989 el proyecto fue clausurado a causa del bajo rendimiento. Sin embargo, el año pasado se anunció que la Fuerzas Marinas de Rusia planeaban preparar en Crimea delfines de combate y focas marinas. Este verano los animales supuestamente han participado en el desfile militar junto a naves y oficiales.

— Los delfines se divierten, no entienden lo que hacen; tampoco que pueden asesinar a una persona. Hay que interesarles con un juego y obligatoriamente recompensarles con un pescado por un truco exitoso —Nikolai trata de gritar en voz más alta que el ruido de motor del coche, evitando unos baches de la carretera a 90 kilómetros por hora—. Se entrenan con mucho gusto, les parecen curiosos los objetivos que les da el hombre. Les entrenan con una recompensa positiva, ya que es inútil hacerles obedecer. Si se les muestra violencia, se distancian, no colaboran con el hombre. Apenas entienden la diferencia entre una guerra y un juego. Por ejemplo, a un delfín le enseñaban a que no tuviera miedo de acercarse a una persona. Después le ajustaban unos cuchillos y unas agujas y él mataba a un saboteador en una misión. Es poco probable que sean conscientes de lo que hacen. Además les ajustaban jeringas y un spray de gas. Así, un delfín se acercaba a una persona, le hacía quedarse dormido y el spray hinchaba el traje del buzo. Para un delfín es un maniquí de entrenamiento, un trabajo por el cual siempre le daban una recompensa.

“En 1975 un grupo de delfines de combate comenzó la guardia en el puerto de Sebastopol y junto a un grupo de fuerzas especiales de la flota del Mar Negro vigilaba las 24 horas del día”, reza orgullosa una placa del museo de los sistemas de fortificación de Balaklava. Ahí mismo se encuentra una colección de mordazas de combate de mamíferos marinos. A los delfines y focas les entrenaban para realizar varias tareas: vigilar y patrullar la zona marina, encontrar y neutralizar a los saboteadores, buscar y marcar diferentes objetos. Las mordazas se necesitaban para ajustar con ellas los aparatos y boyas con las que los delfines marcaban objetos encontrados en el fondo del mar o a los saboteadores.  En el caso de que encontraran algo interesante, la boya salía a flote. Junto a los delfines el deber militar lo ejercían las focas. Ahora el desfile militar del 9 de mayo durante el cual las focas, ataviadas con boinas granates y fusiles de plástico en las aletas, “felicitan” a los veteranos ya no parece tan absurdo. Aparecen nuevos sentidos y un nuevo trasfondo.

Después de cuatro horas de viaje en el Cocodrilo Dorado hemos llegado al puerto Grafskaya. El combustible siempre se agota. El ictiólogo que debía recibirnos en Sebastopol y presentarnos a un domador militar que trabajó en el delfinario en los años 80 se niega a ir al puerto Kazachka. El científico acaba de poner carne en el horno. Las puertas se cierran delante de nuestras narices: adiós a las personas que supuestamente sabían algo sobre delfines de combate. Al principio todo esto nos parece cuestión de mala suerte, pero luego nos da la sensación de que se trata de un complot astuto. El delfín de combate se nos escapa, se sumerge en las profundidades, se oculta en el atardecer.

Nos queda una última posibilidad. Tenemos que ir nosotros mismos a aquel sitio que durante décadas no aparecía en ningún mapa. Hoy en día el puerto Kazachka es un campamento militar con unas barreras flojas en la entrada y con un portón fuerte delante de la unidad militar. La entrada al campamento está obstaculizada con una barrera más que es también de color oro, como el Cocodrilo. Quizás justo por esto nos dejan pasar sin hacer preguntas. Por las calles pasean mujeres con cochecitos y hombres amables vestidos en uniformes de color caqui. Nikolai me dice que hay que encontrar un café llamado “Estrella”. Al terminar su turno de trabajo, los empleados del delfinario acostumbran a pasar por allí. 

Lo que ocurría en el delfinario soviético sigue siendo secreto de Estado. La información oficial difiere mucho de los resultados de los experimentos. Tampoco hay información sobre los hipotéticos objetivos de los delfines de combate.  Según cuenta el principal delfinólogo de Crimea, Sergei Krivojózhin, jefe del Instituto de Medio Ambiente, al principio había mucho trabajo; se realizaban muchos experimentos crueles. Los militares hacían los experimentos sin saber hacia donde iban; a menudo terminaban con la muerte de los animales. ¿Cuánto tiempo podrá sobrevivir un delfín en un tanque lleno de diesel o de agua dulce de lago? ¿Podrá vivir en aguas del Extremo Oriente o en las de Murmansk? ¿Qué pasa si tiramos un delfín en paracaídas? Justo antes de la disolución de la Unión Soviética conseguieron obtener una beca para dos programas: el de seguridad de la zona acuática y el de enseñanza como ayudantes marítimos del hombre. El principal logro del último programa fue el hallazgo de un torpedo que contenía 20 kilos de plata. Krivojózhin dice con un tono desafiante que el programa de preparación de los delfines de combate no tiene nada que ver con historias sobre un gran imperio, sino con una tontería del hombre, que volvió a intentar mostrar a los demás seres vivos quién es el rey de los animales. Los delfines son el subproducto de la carrera armamentista en la que la Unión Soviética quedaba atrás, y con este programa solo quería montar un espectáculo con el que fanfarronear. Es curioso que justo ahora el proyecto resucite, como si nos hiciera falta reunirnos con nuestro pasado soviético y con las intrigas de la Guerra Fría.

Se conoce con certeza un episodio más en la biografía militar del delfín del combate. Durante años, en el puerto de Sebastopol, fueron colocadas unas grandes jaulas en las que habitaban los delfines. Estas jaulas estaban equipadas con unos aparatos —pedales y palangas que activaban una alarma— con los que los animales podían señalar la apariencia de los saboteadores. Los militares hicieron un experimento con los delfines. Los delfines acertaron diez veces de diez la apariencia de los hipotéticos saboteadores. No se equivocaron ni una vez. Al final, en los años 90, las jaulas de acero las tiraron en la costa o las vendieron como chatarra. El delfinario dejó de funcionar, los domadores fueron despedidos y cada uno de los delfines tuvo su propio destino. A algunos les dejaron en libertad. Los más talentosos, según los rumores, fueron vendidos a Irán “con fines exclusivamente pacíficos”. El mismo edificio fue remodelado y empezó a funcionar como un centro de rehabilitación para niños con parálisis cerebral.

El café “Estrella”, en el que supuestamente debían pasar el tiempo los especialistas en delfines de combate, fue eliminado de la faz de la tierra. Nadie sabe nada de él, no se ven los entrenadores y me empieza a parecer que el delfín de combate es un cebo para turistas locos y lectores de la revista “Enigmas del siglo XX”.

– Los delfines son buenos. No entendían nada cuando atacaban a los saboteadores, quiero decir en el sentido de que hacían daño a alguien–. Nikolai intenta tranquilizarme, conduciendo por una carretera llena de polvo de una barrera que cierra la entrada al delfinario principal. Ahí no nos dejan pasar, nos hacen volver atrás diciéndonos por lo bajo, como en secreto, que a los delfines de combate aún no los han traído, y que no hay nada que ver.  Pero los esperan cualquier día de estos. No se sabe quién participó en el desfile de las fuerzas marinas este año, pero los delfines de combate en Crimea no están. De hecho es más útil para los objetivos militares utilizar cohetes. Son más rápidos, más seguros y más eficaces. Los mamíferos de combate fueron rentables en los años 70, cuando los dispositivos no identificaban a los delfines como unidad militar. Según dicen los expertos militares, no volverá a haber más horrores como los delfines kamikaze. Los objetivos actuales de los delfines y las focas (si es que quedan) serán la búsqueda de objetos hundidos y aparatos militares, y el avistamiento de saboteadores.

Medianoche. Volvemos a casa sin encontrar ningún delfín. El Cocodrilo Dorado gime de cansancio. Entre los dos tenemos 40 rublos. Comemos compota de cornejo rojo de una lata sucia que el forense ha sacado del asiento del conductor. No tenemos otra comida. El combustible se está agotando. El radiocassette supera el ruido del camino con un sonido ronco.

– ¿En qué creen los delfines, si son tan inteligentes? –pregunto yo.

En el radiocassette está sonando la canción Mi querida Rusia, de Alisa. El cantante grita una letra sobre los valores tradicionales. De repente empieza La tapa de cámara de fotos Zenit, del grupo Lirio del Valle.

– Me parece que creen que ven la verdad del mar, del océano. La de las personas —a Nazarevsky le brillan los ojos; se lo atribuyo al resplandor de los faros de los coches que pasan—. Tienen un transmisor muy exacto, veo improbable que deformen los hechos. Son casi telépatas. Los delfines son para nosotros como extraterrestres mentalmente. Nunca los vamos a entender. Les parecemos interesantes. Dicen que a los delfines les tienen encerrados en los delfinarios, que les mutilan... todo esto es mentira. Ellos solos vuelven del mar abierto porque ahí no hay balones, porque nadie les enseña cosas interesantes... —Nazarevski empieza a filosofar sobre los orígenes misteriosos de los delfines que, según él, pertenecen a una raza alienígena; son seres perfectos que hace mucho tiempo que han entendido todo sobre los humanos y simplemente nos dejan vivir con ellos en el mismo planeta. Él está convencido de que viven en los delfinarios, porque así es mucho más cómodo estudiar a los humanos.

Siento que alguien me mira fijamente. Es, desde una esquina del laboratorio, una cabeza de plástico de delfín.

– No te preocupes. Nos lo han traído... —dice Viachesláv Riábov, científico del más alto nivel de la estación biológica de Karadaga, que lleva los últimos 50 años estudiando el oído, el sistema de ecolocalización y la lengua de los delfines. Ha publicado varios artículos en los principales revistas científicas rusas e internacionales.

Por la puerta entreabierta entran los silbidos de los delfines que dan un espectáculo acompañado por los gritos entusiasmados de la grada. Hace poco Riábov consiguió obtener unos resultados espectaculares: la última investigación dio pruebas de que los delfines tienen cinco tipos de señales y seis diferentes sonares. Sin embargo, resultó que los órganos a través de los que los delfines emiten sonidos no son dos como se creía antes, sino cuatro como mínimo. Estos mamíferos tienen un sistema comunicativo muy complicado. Sus silbidos, que los humanos tomamos por la lengua de los delfines, son señales exploratorias que cumplen una función técnica. Es como si los humanos transmitieramos información exclusivamente con gruñidos, tos y refunfuños. “El hombre no es capaz de oír el habla de los delfines, es que la frecuencia de sus sonidos es de uno hasta 160 kHz” —me explica Riábov—. “Escuchamos solo los sonidos con frecuencia ultra baja que ellos emiten. Ni siquiera somos capaces de escuchar la armonía de los silbidos”. Riábov pudo clasificar los sonidos más frecuentes que supuestamente constituyen el idioma desarrollado de los delfines. Son impulsos no coherentes, cada uno de los cuales difiere en forma y espectro. Los impulsos no coherentes son palabras y la secuencia de los impulsos es una frase. El idioma de los delfines es muy lógico. Las palabras tienen alguna especie de sílabas. Si nos planteamos el objetivo de contar las diferentes combinaciones de estas “sílabas”, resultará que el idioma supuesto de los delfines tiene unos millones de palabras. Es un sistema abierto, como los idiomas humanos. La duración de los impulsos no coherentes de la lengua de los delfínes es de 250 microsegundos, mientras la de los fonemas de una lengua humana dura unas decenas de milisegundos. Es decir que una palabra de los delfines es tres veces más corta que un fonema de una lengua humana. Al mismo tiempo oyen perfectamente los sonidos de nuestra habla. Según dice Viachesláv Riábov, el idioma de los delfines tiene las mismas características constructivas que un idioma de los humanos. Solo difieren en los tipos de comunicación. Como si los humanos trataramos de aprender un idioma extraterrestre con nuestros métodos habituales. Aunque hay personas que afirman saber cuántas palabras contiene el vocabulario de los delfines y que han profundizado en su aprendizaje. Lo de que los delfines disponen de una lengua desarrollada se corresponde con una opinión difundida de que ellos son los primeros animales inteligentes en la Tierra. En su estado evolutivo actual, ellos existen desde tiempos inmemoriales. El cerebro de los delfines superó al del hombre en tamaño y complejidad hace aproximadamente 30 millones de años. El homo sapiens existe solo desde hace decenas de miles de años. Nuestra primera ciudad, Çatalhöyük en Turquía, fue fundada hace nueve mil años.

En la primera fila de la grada del delfinario de Koktebel salpica el agua. Huele a cloro y a sal. La presentadora, una mujer que lleva una blusa de color esmeralda y tiene una voz fuerte, con joyas grandes, grita: “¡A Jorik le encanta el waterpolo! ¡De joven era muy gracioso!”. Mientras Jorik, un foca veterana, levanta el balón, su compañero Vasya da una vuelta por la piscina a la espalda de uno de los delfines. Ellos pintan lo más rápido posible “Los paisajes de Koktebel”, gruñen al micrófono cuando se lo ordenan, abren la boca al ritmo de óperas y bailan con mucha naturalidad el conocido baile ruso “Yablochko” en una plataforma, mientras los delfines bailan break dance. La domadora después de un número exitoso acaricia durante un rato el vientre del delfín Danila. “Parece que el delfín puede mirarte en el alma y saber todos tus secretos”, dice con voz misteriosa la presentadora con música de Chopin. Todo esto provoca una sensación contradictoria: cariño y al mismo tiempo vergüenza del ser humano. ¿Realmente a estos animales tan complicados les gusta jugar con el balón y enseñar su vientre? ¿Realmente les gusta jugar a la guerra, herir a los saboteadores con agujas y atacar los submarinos? Los delfines y los seres humanos son prácticamente dos especies únicas en la Tierra que tienen relaciones sexuales por el placer. Sin embargo, el acto sexual de los delfines dura no más de cinco o diez segundos. Pero el preludio al sexo dura no menos de dos semanas y consiste en juegos amorosos, caricias y suspiros ruidosos. También los delfines se deprimen. Pero no por el amor no correspondido, sino porque uno ofende a otro, por ejemplo, quitándole el pescado. La depresión tampoco dura mucho, aproximadamente siete minutos. Si la depresión dura más tiempo, eso demuestra que el estado fisiológico ha cambiado. En este caso al animal lo mandan al doctor para hacer unos análisis. ¿No os recuerda a algo? Existe un montón de testimonios de que los delfines son buenos, que nos quieren mucho y nos salvan. Pero todo esto lo vemos en los que llegaron a la costa, porque en el mar hay cuatro direcciones y solo una de ellas dirige hacia la tierra. En el mar abierto no se recomienda acercarse a los delfines.

“Es sabido que la verdad a menudo no es tal como parece. Por ejemplo, en la Tierra los humanos siempre nos hemos creído más inteligentes que los delfines, porque inventamos cosas como la rueda, Nueva York, las guerras, etc, mientras los delfines solo se divertían en el agua. Los delfines, al contrario, siempre se han creído más listos que los humanos por la misma razón”, escribió Douglas Adams. Se puede llevarle la contraria al clásico: los delfines también participan en guerras, viven en Nueva York y, quizás, utilizan ruedas. Pero, al parecer, al contrario de los humanos, ya han entendido que el mundo está hecho de vacío.

 

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Traducción: Roman Ponomarev