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Calcomanía de ángeles y corazón de centauros

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A Paula y sus compañeras, que cuidan de todos, por todos.

La Nochevieja de 1999 visité a Paula en el hospital de Madrid en el que trabajaba. Enfermeras, auxiliares y doctores de la Urgencia pediátrica se reunían para brindar juntos por el nuevo año y Paula pensó que para mí, siempre en busca de novedades, sería una forma especial de comenzar la noche. Un brindis rápido, porque no había tiempo que perder: 57.000 niños al año son 156 por día, fiestas incluidas, con predominio de cuadros respiratorios altos, cuadros cardiacos febriles y gastroenteritis de todo tipo. La brevedad del encuentro me convenía porque yo también tenía prisa. Era tarde y había mucho que andar, mucho que ver. Ya no creía que la noche cambiase los objetos de sitio, pero sí que guardaba el revés de las cosas.

Al acompañarme al ascensor Paula hizo un gesto con la cabeza, señalando a un niño particularmente entubado:

Está inconsciente…‒ dijo, y su paso se hizo más lento. Parecía dudar. Medir mi noche y la suya. Yo ya enfilaba el pasillo camino de la fiesta, pero ella se decidió a hablarme de aquel niño, quizá pensando que al llevarme esa imagen, envuelta en sus palabras, me quedaría un poco con ella:

No se ha despertado– me dijo, bajando el tono, como si existiese la más remota posibilidad de que el chaval nos oyera.

Sus padres habían fallecido en el mismo accidente de tráfico que le dejó inconsciente, varado en la cama del hospital. La imagen del chaval entubado, embarcado en las nieblas del sueño, me acompañó toda la noche y al bailar, o colgado en la barra de un bar u otro, le deseaba con cada trago una buena travesía, y que llegara sano y salvo adonde fuera, sí, pero bautizado de forma indeleble por el olvido.

Paula continuó su carrera en la misma Urgencia y yo la he seguido visitando allí de tanto en tanto, siempre en cortos encuentros aprovechando mis viajes a la ciudad. En una ocasión, hace ya años, me enseñó la página en Red que estaban preparando para que los niños no se sintieran intimidados en la Urgencia y se familiarizaran con su personal y actividades. La hicieron enfermeras y médicas por su cuenta, sin recibir remuneración alguna, como una forma de afinar el sentido de su trabajo. En el curso de otra visita más reciente, hace un par de años, Paula me enseñó la nueva decoración de la Urgencia. Las paredes estaban pintadas con grandes dibujos de colores: había monos y delfines y caballos. Palmeras, ríos, elefantes y cocodrilos, formando un recorrido selvático. Las batas del personal sanitario, sus gorros, estaban también decorados de mil formas y colores, festivos, casi circenses. De nuevo las trabajadoras habían tomado la iniciativa; subvenían al coste del vestuario y trataban de convencer a la dirección de que tolerase su uso no sólo en días específicos, como carnavales y Navidad, sino todo el año.  

Me llamaba la atención que Paula y sus compañeras le dieran tanta importancia a cuestiones que podríamos calificar de epidérmicas. Se trataba de las paredes y el atuendo del personal, de su imagen en internet. Todo aquello no podía obviar que las Urgencias eran un lugar de sanación a menudo difícil o imposible. Al volver a Ginebra, en un encuentro con amigos y conocidos, les hice partícipe de mi extrañeza. Me contestó una chica que apenas conocía, pero que no titubeó al llevarme la contraria. Era enfermera y entendía perfectamente a sus colegas madrileños. Según ella estábamos ante un cambio de paradigma y la profesión médica buscaba vías para expresar su oposición y combatirlo.  Desde todos los ángulos se insistía en que la salud era una responsabilidad individual. Una serie de decisiones relativas a la dieta, el ejercicio o el tabaco permitían prevenir las enfermedades. Se dejaba por ahora en el aire si la ausencia de esas determinaciones debía tener consecuencias en la asistencia prestada. Por otro lado, si la enfermedad acababa por manifestarse, se podía luchar contra ella. La fuerza de voluntad, unida a las buenas decisiones, nos permitían emprender un periplo heroico, una especie de Odisea salutífera, hasta las playas de la recuperación [1]. La libre elección del médico era un hito clave en esta serie de decisiones individuales para evitar y tratar la enfermedad, aunque de nuevo se dejaba entrever que la misma capacidad de decisión debía extenderse a los servicios prestados por distintos seguros e instituciones, y en última instancia, a los que prestaba la sanidad pública y la privada.

Esta perspectiva obviaba por completo que la enfermedad surgía en un contexto social diferente para cada paciente y que se caía enfermo y se salía de la enfermedad en compañía. Mientras me preguntaba qué tenía que ver todo esto con la decoración de la guardia y las vestimentas del personal sanitario, mi vecina parecía alejarse aún más: la individualización de la enfermedad iba acompañada de su medicalización extrema. Se la desposeía de su carácter de experiencia vital esencial, buscando que el paciente tuviera en todo momento, para el más mínimo detalle, una respuesta médica a mano, aunque anduviera solo. En fin, ella apoyaba a sus colegas. Frente a la deshumanización y la individualización proponían, revestidos de colores, emprender con el paciente y su familia una travesía colectiva y vital, y lo expresaban utilizando paredes y atuendos, como estandarte y emblema[2].

Mi última visita a Paula fue profesional, ya que mi hija mayor cayó enferma mientras visitábamos la ciudad y acabó siendo ingresada en el hospital. Mientras le suministraban un antibiótico intravenoso en la sala de curas, una madre, en la camilla contigua, forzaba a su niño a ponerse el respirador, contra el que él se debatía, quejándose, llorando, y exclamando de tanto en tanto:

¿Adónde lleva esto?

Mi hija miraba con aprensión la vía sobre el dorso de su mano y yo sonreía para tranquilizarla. El chaval, de no más de cuatro o cinco años, volvía a alzar la voz, como si el problema fuera que no le hubieran oído bien.  Mientras me esforzaba en sostener la sonrisa trataba de determinar el sentido de una frase que me resultaba impropia de su edad y extrañamente certera. Era una pregunta por el destino del sufrimiento, cuándo se detendría y dónde, en qué situación le dejaría. Pero era también una pregunta sobre la finalidad de todo aquello.  ¿Para qué se le sometía a este trato? ¿Y cómo podía colaborar en aquel castigo su propia madre, la fuente principal de su alegría?

La pregunta del chaval me recordaba otra, formulada años atrás en un contexto por completo diferente. Recién llegados a Ginebra, mi pareja y yo frecuentábamos restaurantes y bares africanos, mucho más animados que el resto. Fatou era la camarera senegalesa de uno de estos locales y una noche aceptó, tras cerrarlo varias veces con ella, seguir con nosotros la fiesta. Fuimos a otros bares y discotecas, encadenando copas, risas, bailes y cigarros, y de tanto en tanto ella,  como si emergiese de una larga sesión de buceo, miraba alrededor y preguntaba, con una gran carcajada:

On est où là?

Y de nuevo la pregunta sobre dónde estábamos se refería al término de una travesía que nos llevaba de un lado a otro, sin dirección fija. Era en este caso la pregunta por el sentido de la ola de bienestar que nos arrastraba juntos. La juerga y sus locales, la curación y los suyos, construyen universos y experiencias estancas. Muchas veces se ha reconocido  la capacidad del dolor y el placer para fijar su propio tiempo. Caemos en sus minutos sin fondo y perdemos pie. Quedamos detenidos en sus charcos minúsculos e infinitos. Quienes los experimentan no conciben su término mientras duran, como si viviéramos anegados por completo en su expansión, sin poder evitar que todo lo que tocamos o vemos duela o agrade.

“ Cuando quise ...” afirma Ulises en La Divina Comedia ”por alta mar aventurarme…” Es curioso que Primo Levi [3] evoque La Divina Comedia en Auschwitz, y que escoja justo estos versos. Esto se ha interpretado como un recuerdo de la humanidad última de aquel que ha sido despojado de todo:

Considerad, seguí, vuestra ascendencia:
para vida animal no habéis nacido
sino para adquirir virtud y ciencia.

Sin descartar por completo esta lectura, no me parece que sea este el foco principal de atención de Primo Levi, que se centra, una y otra vez, en el acto de aventurarse mar adentro. Altamar. Es, dice Primo Levi, “cuando el horizonte se cierra sobre sí mismo, libre, recto y simple, y no hay más que olor a mar: dulce cosa ferozmente lejana”.

Ese “meterse” en alta mar, “ma misi me per l´alto mare aperto” es el ingreso en un entorno en que ya no hay costa, referencia propia, sólo mar como un horizonte cerrado “sobre sí mismo”, y por tanto, en torno nuestro. Un universo estanco y completo, autosuficiente, se cierra alrededor, nos encierra. Un campo, un sistema. De curación. De juego o fiesta. Otros tantos horizontes clausurados, regidos por sus propias reglas [4]. Pero ahora Ulises relata su condena. Desatendiendo todo consejo ha seguido navegando hacia Occidente. Ha dejado atrás a Penélope, a su padre, desobedeciendo a los dioses ha traspasado las Columnas de Hércules. “(N)egaros no queráis” le dice a su tripulación, “a la experiencia de ir tras el sol por ese mar sin gente”.  Lo que sigue es el resultado de esa entrega a la voluntad ajena de lo desconocido:

Cinco veces se había iluminado
y apagado la esfera de la luna
después del noble rumbo haber tomado,
cuando mostrose una montaña, bruna
por la distancia; y se elevaba tanto
que tan alta no vi jamás ninguna.
Nuestra alegría se convierte en llanto,
pues de la nueva tierra un viento nace,
que del leño sacude el primer canto;
con las aguas tres veces girar le hace
y a la cuarta la popa es elevada,
se hunde la proa ‒que a otro así le place‒
y nos cubre por fin la mar airada.

Primo Levi siente verdadera fascinación por el engranaje del campo de concentración en que ha sido internado, por el modo en que las actividades, a cada cual más cruel y grotesca, se conectan unas a otras para producir un resultado funesto. Su conclusión, que probablemente le valió la supervivencia, es que “no tratar de entender es la sabiduría del campo”. Se trata de la inmersión completa en un altamar ajeno y lo mismo que el barco “gira tres veces y a la cuarta la popa es elevada”, podría haber sido a la segunda o a la cuarta [5] porque lo importante es que “a otro así le place” que nos cubra “por fin la mar airada”.

Durante los días que pasé en el hospital con mi hija empecé a imaginarlo como un espacio cerrado, un barco, rodeado por todos lados por un medio diferente: la escuela que ella se perdía, el trabajo del que yo me ausentaba, la calle, el ajetreo de la vida cotidiana [6]. Allí encerrados, el tiempo parecía seguir otro ritmo, las preocupaciones externas desaparecían. Píldoras, colaciones, deposiciones, curas. Una y otra vez y de nuevo. Este mundo aparte trata igual a todos los que lo habitan. Los viste de la misma bata azul para cubrir sus rentas, intereses o aficiones. Constantes corporales e índices de diversas sustancias, unas y otros por completo desconocidos, devienen tan familiares como las cotizaciones para el corredor de bolsa, la agenda de reparto para el transportista o el resultado de las elecciones para el político.

Llegados a este punto sería conveniente aclarar que en aquellos días llevaba varias semanas leyendo a Primo Levi, buscando siempre el modo en que su formación científica se transparenta en sus relatos. De alguna forma las quimeras, los robots y artilugios de sus cuentos son las invenciones de un escritor, no tan diferentes de las ficciones de un inventor. Combinar distintos elementos para dar con funciones nuevas, hacerlo con los objetos quiméricos que él imaginaba y con la propia historia como artilugio. Me tocaba entonces leer Si esto es un hombre, el relato de su estancia en Auschwitz,  y estaba claro que no era la lectura más adecuada para la ocasión. Suponía poner en contacto el régimen de cuidados del hospital con el del campo, la protección máxima frente a la disponibilidad absoluta: dos espacios y sistemas completamente opuestos. Al mismo tiempo me decía que quizá los opuestos se sirven mutuamente de piedra de toque y que traicionaba la lectura de Primo Levi si tomaba sólo la parte amable de su obra.

Mi hija seguía durmiendo, y yo comencé a leer el relato de Levi, aunque de tanto en tanto me entretenía en considerar el tatuaje de la Urgencia. Su calcomanía de imágenes y palabras. Me metía en internet y tecleaba el nombre del hospital. Observaba las paredes con delfines y caballos, los gorros de doctoras y enfermeras. Me parecía que  todo aquello cumplía varias funciones. Las paredes, la página en red, los videos y la música, daban confianza al niño que ingresaba. Los atuendos de colores confirmaban esa buena acogida. Las líneas y flechas en suelos y paredes, los distintos colores, codificaban las funciones de los distintos espacios y el sentido de la circulación de pacientes y personal. Al mismo tiempo se trataba de expresar la voluntad que atravesaba la institución, arrastrando al paciente a su curación, cruzando a menudo parajes difíciles, formando remansos tediosos o remolinos de fastidio. Esa voluntad se quiere alegre y colorida, de línea simple y resuelta,  para mejor orientar al paciente. No es que el paciente no quiera curarse, es que no sabe cómo y es sólo uniendo su voluntad a la altamar sistémica del hospital, aventurándose, como después de un giro, dos, tres, ¿qué sabe ella si no sabe ni donde está?, hundirá finalmente su proa en la curación.

Al cabo de un rato me he dado cuenta de que mi lectura embarrancaba. A diferencia de otras veces, no me orientaba en el espacio descrito por Levi. El campo, la fábrica, las barracas, la enfermería: no, no lo veo. Creía que a Auschwitz se iba sólo a una cosa, y he aquí a nuestro protagonista entregado a un sinfín de ajetreos laborales, curativos y alimenticios. Y pienso que podré orientarme mejor si me documento sobre el lugar exacto al que Primo Levi fue deportado durante la guerra. En internet he consultado la wikipedia y las páginas de varias instituciones, y en especial las del Memorial Norbert Wollheim [7], que lleva el nombre de un compañero de campo de Primo Levi, y del archivo Mazal del Holocausto, que ha publicado en Internet casi todas las actas de los juicios de Núremberg [8]. Aprovechando el sueño de mi hija y una conexión pasable a Internet he leído sin parar sobre el campo de Buna-Monowitz, también conocido como Auschwitz III, al que llegó Primo Levi en 1944, casi al final de la guerra. Lo primero que me ha llamado la atención es que Auschwitz, que yo conocía como el mayor campo de exterminio nazi, era muchas otras cosas.  Consistía básicamente en Auschwitz I (campamento base), Auschwitz II-Birkenau (el campo de exterminio), y Auschwitz III- Monowitz, un campo de trabajo para el personal de la fábrica Buna de la empresa IG Farben. Había además 45 campos satélites con diferentes funciones y extensiones. La segunda sorpresa es que Auschwitz era uno de los mayores complejos industriales de Europa.  Sólo la fábrica de IG Farben ocupaba 25 kilómetros cuadrados, y había también fábricas de Siemens, Krupper y otras 400 empresas alemanas. Todas ellas se beneficiaban de la mano de obra de los trabajadores forzados, también conocidos como trabajadores esclavos.

Para conocer mejor Buna-Monowitz, la fábrica levantada en 1941 para producir caucho y combustible sintéticos, conviene referirse a la empresa a la que pertenecía, IG Fabern, y al momento en que esta se constituyó. En el periodo de entreguerras del pasado siglo Alemania gozaba de una posición hegemónica en relación con muchos productos farmacéuticos y colorantes industriales. Sus empresas, incluyendo BASF, Bayer, Hoescht y Agfa competían ferozmente entre sí en los mercados internacionales, donde sólo unas pocas firmas estadounidenses y alguna francesa e inglesa, podían hacerles frente. Estas empresas, después de ensayar varias fórmulas de cártel y colaboración para compartir los mercados externos, acabaron fusionándose en 1925 para formar  un conglomerado, IG Fabern, que se convirtió de inmediato en la mayor empresa química del mundo [9]. La compañía experimentó una rápida sintonía con el ascendente partido nazi, y fue desde el principio uno de sus mayores soportes económicos. Al estallar la guerra el régimen le fue entregando las fábricas químicas situadas en los territorios invadidos: Checoslovaquia, Francia, Polonia, Noruega, Rusia…. La sinergia entre empresa y régimen era tan poderosa como variada. IG Farben producía nitrato para fabricar explosivos, pero sobre todo caucho y petróleo sintéticos, indispensables para mantener el esfuerzo bélico de una potencia que nunca logró hacerse con yacimientos petrolíferos de importancia.  Y es a la luz de estas sinergias cuando empieza a poder medirse el grado de complicidad de las grandes empresas alemanas en la guerra de anexión y conquista lanzada por el III Reich. El belicismo hitleriano corre paralelo a la agresiva expansión de las multinacionales germanas que ven multiplicados sus beneficios desde la llegada al poder del nuevo régimen. A veces son los grandes capitales los que jalean al poder nazi en su expansión; otras, las empresas secundan los hechos de armas y proponen el curso a seguir. Un ejemplo de esto último sería la carta que el director de  Asuntos Legales y miembro de la Junta Directiva de IG Farben, August von Knieriem, dirige al Gobierno alemán el 20 de julio de 1940, poco después de la rendición de Francia, proponiéndole una serie de medidas para la nueva Europa, incluyendo una moneda única, un único sistema judicial y una legislación común. El tono y contenido de la misiva dejan translucir que la expansión alemana era una empresa común de la industria, el partido y el Estado, y que a todos correspondía definir su curso.

IG Farben fue desmembrada después de la guerra en sus compañías originarias: BASF, Bayer, Hoescht y Agfa. Justo antes fue objeto de uno de los juicios de Núremberg, gracias al cual se ha podido documentar la estrecha asociación de la empresa con el nazismo. Las penas a que fueron condenados los directivos nos parecen hoy irrisorias, y escandaloso que muchos de ellos volvieran a ocupar cargos importantes en las empresas originales, e incluso en el Gobierno de la RFA y la Comisión Europea. Aunque las empresas que quedaron del lado soviético fueron nacionalizadas, en Occidente no hubo cambios sustanciales en la propiedad, más allá de la entrega de los activos a las empresas fundadoras del conglomerado. Las compañías originales siguieron operando, a menudo manteniendo a sus directivos y líneas de actividad previas, y recuperando sus posiciones hegemónicas en el mercado.  

La simbiosis de las empresas con los campos no fue exclusiva de la industria química. Un flujo de trabajadores esclavos continuamente renovado resultó ser una tentación irresistible para las grandes empresas alemanas, desde Hugo Boss, que producía los uniformes de las SS, a Pelikan, que procuraba la tinta que numeraba los presos, pasando por Krupp o Siemens. Para IG Fabern los presos del campo procuraban además un material barato e ilimitado para ensayos clínicos arriesgados, cuando no directamente criminales, como la inoculación de tifus y otras enfermedades. Las condiciones de los trabajadores en Buna-Monowitz, sin dejar de ser espeluznantes, variaban enormemente. Había mano de obra forzada de los países conquistados, prisioneros de guerra, presos políticos, delincuentes comunes, y deportados por motivos raciales. Este último grupo, al que pertenecía Primo Levi, era sin duda el peor tratado y la duración media de la vida de los judíos asignados a la Buna, aunque mayor que en otros campos de Auschwitz, era de apenas tres meses.  En cualquier caso, las disquisiciones empresariales en relación al uso de los trabajadores forzados, reflejadas en las actas de los juicios de Nuremberg, resultan especialmente reveladores de cómo el poder empresarial iba entrando en sintonía con las autoridades hitlerianas, conformándose como facetas distintas de un mismo poder.  Especialmente aterradoras son las continuas discusiones empresariales sobre la productividad, que pueden leerse como un ejercicio corporativo para evadirse de lo que realmente sucedía en sus instalaciones [10].   

Varios supervivientes de Bona-Monowitz, incluyendo a Salomon Kohn [11], reconocen a Walther Dürrfeld como el responsable final de seleccionar a los presos que ya no eran aptos para el trabajo, lo que suponía el traslado a la cámara de gas en Birkenau, situada apenas a unos kilómetros de distancia. Había supervisores desplegados por toda la planta que informaban de síntomas tales como si un trabajador iba más lento o se demoraba en el baño o junto a la estufa, de modo que  Dürrfeld no necesitaba plantarse a la salida de la fábrica, escudriñándoles, como muchos supervivientes le recuerdan, en compañía del jefe de las SS. Quizá veía esta comprobación final como una obligación de su cargo,  quizá como una prerrogativa. ¿Importa realmente? Pese a su estrecha amistad con el comandante en jefe del campo, Rudolf Höss, con el que salía de caza a menudo, pese a que las chimeneas de los crematorios funcionaban sin parar y el olor a carne impregnaba cada resquicio de la fábrica, Dürrfeld insistió ante el tribunal de Núremberg que no sabía cuál era la suerte de los trabajadores declarados no aptos. ¿Qué otra cosa se podía esperar? Sin embargo, las mismas actas reflejan como Dürrfeld no pudo ocultar su entusiasmo ante aquel flujo inagotable de mano de obra: “…no podía controlar cuántos presos se enviaban al campo principal y cuántos llegaban nuevos a Monowitz para remplazarlos. Verá usted, en lo que respecta al trabajo, estábamos siempre en una curva ascendente en el aflujo de trabajadores forzados…”[12]

En este y otros comentarios de la dirección de IG Farben se pone de manifiesto que la preocupación por la productividad quedaba eclipsada por el marcado entusiasmo ante una fuerza de trabajo rápidamente desechable, sí, pero también completamente renovable. La integridad del trabajador ha dejado de suponer un límite a las exigencias de la producción. Lo que subyace a los cada vez más esforzados ejercicios de disimulación colectiva es la consideración del trabajador como mero insumo, y el convencimiento creciente, liderado por las SS, de su potencial como repositorio de materias primas. Ya está identificado y numerado, y la evaluación que tiene lugar de forma continua es si la fuerza de trabajo residual y decreciente supera la necesidad de espacio y el valor del despojo final de sus miserables pertenencias, unido al de las materias primas extraíbles de su cadáver, empezando por el oro de los implantes dentales.

La lectura ante la pantalla de las actas del juicio de Núremberg ha terminado por desvelarme. Miro a mi hija dormir y le deseo que el sueño la reponga. Que me permita a mí seguir recorriendo los archivos a marchas forzadas. Me pregunto si la noción de los campos como universos estancos hace aguas. Encuentro unas declaraciones de Primo Levi en los 70 en las que reafirma su apreciación. A su juicio, el régimen nazi no era completamente inmune a las críticas externas. La Iglesia, la Cruz Roja y otras organizaciones públicas y privadas tenían cierto grado de influencia en su funcionamiento. Sólo los campos de concentración y exterminio quedaban completamente fuera del alcance de cualquiera de esos grupos. Preservados de la influencia externa se regían por reglas propias y nada de lo que sucedía en ellos alcanzaba tampoco el mundo exterior.  Me pregunto si esto es cierto respecto de todas las influencias y pienso en el mercado como una de las más penetrantes. Me siento como si estuviera introduciendo una caja cerrada en un barreño de agua para comprobar su aislamiento y busco burbujas en los distintos ámbitos en que la experiencia del campo se sumerge en el mercado.

Presos, guardias y personal civil, y hasta las SS, se entregaban en Buna-Monowitz a una frenética actividad mercantil, cuya unidad más básica de comercio era el potaje y el rancho de pan pero que cubría también zuecos, camisas, cucharas, tabaco, y todo tipo de objetos, desde metal hasta papel o probetas que se substraían de la enfermería y la fábrica. Sin embargo, por mucho que el comercio, que ayudaba a los presos a prolongar brevemente sus días, enriqueciese a las SS y al personal civil de los campos, sólo había transacciones a corto plazo, nadie esperaba a nadie porque los presos podían desaparecer en cualquier momento. Y el campo parece probar así su aislamiento e independencia frente al mercado, lo mismo que si nos fijamos en los objetos que los internos y civiles intercambian, que nunca abarcaban ningún elemento fundamental para el exterminio, como podrían ser las latas de Zyklon B [13], cuyos cristales generaban el gas mortífero, ni las piezas de los  respiraderos necesarias para introducirlo en las cámaras repletas de deportados.

Desde otra perspectiva, en cambio, el Zyklon B ofrece un marcador privilegiado para trazar la interacción entre el campo de exterminio y el mercado. IG Fabern controlaba la producción del Zyklon B a través de su subsidiaria, Degesch. El exterminio de varios millones de personas en la II Guerra Mundial se llevó a cabo utilizando un objeto disponible en el comercio y protegido legalmente por una red de licencias, contratos, marcas y patentes. El Zyklon B, que es básicamente ácido cianhídrico con un estabilizador y un marcador olfativo, perfeccionaba un pesticida que se venía utilizando desde finales del siglo XIX en la agricultura de cítricos y que, tras ser empleado en la I Guerra Mundial como arma química, volvió a servir para desinfectar bodegas y ropa. A estos efectos IG Fabern había inventado una cámara donde se introducía la ropa, evitando la dispersión del agente químico. Este era el uso que se le daba en los campos de concentración nazis hasta que en 1941, tal y como relata Rudolf Höss, uno de sus capitanes, un tal Fritzsch,  tuvo la idea de aplicar el Zyklon B a la aniquilación de prisioneros, empezando los ensayos en el sótano de un edificio, con  un grupo de soldados soviéticos [14]. La muerte sobrevenía de manera inequívoca, inhibiendo la respiración celular, pero la agonía duraba a menudo más de veinte minutos de horrible sofocación y pérdida masiva de líquidos corporales. Para incrementar la eficiencia del proceso era necesario encontrar lugares mayores y de más fácil ventilación, por lo que se acondicionaron dos residencias de ladrillo de apariencia bucólica, la casa roja y la blanca, tirando las paredes interiores y tapiando sus ventanas.  Finalmente, se pasó a utilizar un mortuorio, con una capacidad mucho mayor, y será esta construcción la que servirá de modelo a las cámaras construidas a partir de 1943 para acelerar el exterminio.  

Es interesante el contraste entre la extensa red de contratos, licencias, patentes y marcas que protegían la distribución del Zyklon B y el uso tan sigiloso del mismo en el Holocausto. Es cierto que desde que se adopta la Solución Final los beneficios de IG Fabern por su participación en Degesch se multiplican: los dividendos de 1944, 43 y 42 doblan los de 1940 y 1941. Sin embargo, esto no deja de ser un resultado económico que mantiene oculta la conexión entre ambas realidades. Hay, en cambio, un jirón del velo jurídico comercial que deja al desnudo el exterminio. El pesticida contenía un marcador olfativo que tenía por objeto alertar de su carácter letal a quien se expusiese al mismo. Algo así como el olor del propano y otros gases de uso doméstico. Las SS pidieron a Degesch que eliminara la señal olfativa. Los directivos de la empresa se opusieron. Aunque estaba claro por qué se lo pedían, la negativa no se debía a razones humanitarias, ni a la obligación legal de mantener la señal por razones de salud pública. La patente del Zyklon B había expirado y sólo el marcador, protegido por una patente diferente, permitía a la empresa mantener una posición de monopolio en el mercado.  Aún así, IG Fabern acabó cediendo, impidiendo que los condenados que ingresaban en las cámaras divisaran la montaña bruna de que hablaba Dante y con ella la certeza de su destino inminente.

Las adquisiciones del  Zyklon B no eran diferentes a las de los hornos crematorios de Topf und Söhne o las de la tinta Pelikan con que se numeraba a los presos. Todas estaban perfectamente documentadas. A menudo se obvia el andamiaje jurídico y comercial que sostenía el exterminio. El respeto a las reglas del mercado era perfectamente compatible con la ocultación de las actividades últimas y el destino final de los objetos de comercio. Este disfraz jurídico-comercial es paralelo a la ocultación de la Solución Final en los objetos materiales, el camuflaje de los edificios, la casita roja y la blanca, el falso mortuorio, el destino desconocido del tráfico ferroviario [15]. No hay que olvidar que, pese a su ominoso y violento antisemitismo, el régimen nazi nunca reconoció públicamente la Solución Final. Al contrario, Primo Levi describe como Buna-Monowicz contaba con barracas acondicionadas que mostrar a los visitantes, incluyendo a las delegaciones de la Cruz Roja Internacional, y rutas por donde pasearlos para desmentir los crecientes rumores sobre la verdadera naturaleza de los campos [16].

A pesar de calificarse a sí mismo de socialista el nazismo no alteró la estructura fundamental de la economía alemana, ni su cúspide, más allá de los remplazos de personas concretas por aplicación de las leyes raciales [17] o el progresivo ascenso de los más afines. El nazismo se comporta con gran desenfado en los ámbitos empresariales. Su lógica revela que el poder, concebido como un atributo racial y un rasgo de la Naturaleza, corresponde al que ya lo tiene (siempre que sea ario), que por algo será. Las grandes alianzas en la industria, y entre esta y el régimen, son una herencia de la I Guerra Mundial que el nazismo lleva al extremo. Para unos pocos actores empresariales, lo vemos también en nuestros días, la guerra se convierte en un gran negocio.  Y la conquista  territorial es una forma de generar riqueza: fábricas, minas, depósitos bancarios y mano de obra forzada contribuyen tanto al esfuerzo bélico como a los beneficios de las empresas. Se trata además de una forma primigenia de adquirir la propiedad, una especialmente venerable, ideal para conectar con el discurso de la mitología y la tradición guerrera.

Aunque pocos consideran el Holocausto como el fruto espontáneo de un arrebato de odio racista, el grado de planificación y automatización del proceso sólo empieza a conocerse hoy en día. Los judíos estaban perfectamente identificados desde mucho antes de llegar a los campos. De hecho su identificación exhaustiva había permitido conducirlos a su funesto destino, desde todos los rincones de Europa, de una forma extraordinariamente eficaz. Un factor especialmente desconocido en la consecución de este resultado fue la colaboración entre IBM y las autoridades nazis y, más concretamente, el uso de las tarjetas perforadas desarrolladas por el fundador de la empresa, Edward Hollerith, para efectuar censos étnicos, no sólo en Alemania, sino en todos los territorios conquistados [18]. Sólo en Alemania, tras la aplicación del censo llevado a cabo con la tecnología de IBM, la población judía, estimada hasta entonces entre 400.000 y 600.000 personas se eleva hasta los dos millones.  La misma tecnología se siguió aplicando para administrar los flujos de judíos y gitanos, su distribución por los campos y su progresivo exterminio, gracias a que cada campo contaba con su sala de tarjetas perforadoras Hollerith y que, según algunas fuentes, las máquinas siguieron recibiendo mantenimiento y soporte técnico hasta el final de la guerra [19]. El Departamento Hollerith de Cracovia, con quinientos trabajadores, fijaba los horarios y rutas de los trenes hacia los campos y llevaba a cabo diversos cálculos estadísticos sobre el exterminio, tales como el número de muertos por inanición por kilómetro cuadrado.  La identificación de los presos en Auschwitz se afinaba con la numeración tatuada en la piel, que resultaba especialmente útil para identificar los cadáveres.

El tratamiento automatizado y estadístico de los deportados, el Zyklon B, los campos levantados a los costados de las fábricas, y viceversa, los trabajos forzados y ensayos clínicos, el uso regular de productos comerciales en el exterminio, y el aprovechamiento de los cadáveres, por no hablar de los bienes expoliados a millones de personas, incluyendo bienes raíces, cuentas y todo tipo de objetos personales. Esta es la dimensión económica del genocidio, a menudo minimizada para preservar a las grandes empresas implicadas, con la excusa de facilitar la recuperación económica y el retorno de la Alemania vencida a la comunidad internacional. Se ha presentado, en cambio, como la ocurrencia de un loco y su jauría de fanáticos seguidores, lo que mantiene el status quo y alimenta nuestro deseo de dar una explicación sicológica e idealista de la Historia.

Y es cierto que Primo Levi recalcaba que los campos funcionaban con gran autonomía y su función de exterminio prevalecía sobre los condicionamientos externos. El mercado por tanto no detenía ni condicionaba el Holocausto. No entraba siquiera en el campo, es cierto, pero es que quizá ya estaba dentro. Y no me refiero al miserable comercio de rapiña con que se enriquecían las autoridades y los presos trataban desesperadamente de prolongar la vida, sino a la cantidad de factores que aproximan la actividad del campo a una operación de logística comercial a gran escala. Los campos representan la epifanía de la disposición extrema del entorno, la forma absoluta de instrumentalizar al prójimo, borrando su alteridad para convertirlo en insumo absoluto, vislumbrando incluso su condición de materia prima. En este sentido, los campos pueden considerarse como el epígono del capitalismo desinhibido, una especie de ultra-capitalismo sin complejos. La consideración de los presos como mercancía y materia inerte queda subrayada por el testimonio de Levi, que llama la atención en varios pasajes sobre la mirada siempre vacía e indiferente de las autoridades alemanas. Las SS y los guardias posan una mirada inerte, sin resto de emoción, sobre los presos, igual que las autoridades civiles, e incluso los colegas de profesión de Levi, doctores y químicos alemanes, en las excepcionales ocasiones en que mantienen una entrevista privada. No hay afinidad en esa mirada, pero es que tampoco hay odio. Se trata de la indiferencia y la fría prestancia con que se administra un almacén, pasando entre las literas como estanterías para anotar en el albarán el estado de la mercancía antes del siguiente despacho. El campo se convierte en la antesala del mercado donde las víctimas están perfectamente contabilizadas, evaluadas y administradas. Y es el vértigo de la mercantilización absoluta de los campos el que seduce irremisiblemente a las grandes empresas que dan pasos decididos para considerar como meros insumos a sus trabajadores forzados. Pura fuerza de trabajo traduciéndose de forma transparente e ilimitada en réditos empresariales. El humanismo ha dejado de oponer reparos a este proceso y el tratamiento de los deportados como mercancía incrementa su disgregación, su aislamiento colectivo, la falta de coagulación de una identidad y respuesta común.

La pregunta entonces sería la siguiente: ¿si los judíos y otros deportados de los campos de concentración y exterminio son tratados como mercancía por el régimen nazi, cuál es la transacción? A estas alturas estoy agotado y las letras de la pantalla bailan ante mis ojos, pero me parece que los nazis no compran. Los judíos son propiedad del Reich y son también la mercancía objeto de transacción. El campo es un inmenso muestrario secreto en que se enseña a los grandes capitales –a los suficientemente grandes y fuertes para tolerarlo–  lo que se puede conseguir si se elimina la condición humana de la fuerza de trabajo. Como toda mercancía peligrosa, no se vende a plena luz de día y el vendedor ha de querer ver lo que se oculta a otros. Bayer, Siemens, Bosch, Boss: sólo las empresas más poderosas se asoman. Por supuesto que esta función económica del Holocausto, dirigida a seducir al capital e invitarlo a conformar una nueva era de la explotación económica, no era incompatible con otras funciones. Quizá me equivoque, quizá el tema sea demasiado serio para aventurarse en especulaciones, pero es posible que un pálido reflejo de esa noción del trabajador desechable, continuamente renovado, asome en el modo en que se combinan hoy en día la precarización laboral con el hundimiento de los sistemas públicos de cuidado. Que sea esta, la de una sucesión interminable de muertos vivientes, la formulación más perfeccionada del ejército industrial de reserva que propone Karl Marx en El Capital. Y es cierto que no debemos banalizar lo sucedido, ni olvidarlo, pero también estamos obligados a ser vigilantes y extender a nuestros días la memoria y lección del Holocausto.

Mi hija se ha despertado mucho mejor. Me sonríe. Quiere levantarse. Paula, que entra por la puerta con una sonrisa, dice que en unas horas podrá irse a casa. En cambio yo, que no he dormido en toda la noche, tengo cuarenta de fiebre. Me quitan la tableta de las manos y me hacen una placa. Me llevan luego a otra habitación y, ya instalado en la cama, me practican una vía por la que me  administrarán el mismo antibiótico que tomaba mi hija. La misma cepa. Ella es ahora la que me visita. Me mira sonriendo, al borde de la cama, desde donde yo la miraba. Su madre está llegando a buscarla. Duermo. Al despertarme pienso otra vez en Primo Levi, interno en Auschwitz, trabajando en la Buna. En un raro momento de respiro, en el trayecto entre la fábrica y los barracones, evoca para un amigo los versos de Dante que tratan, a través de Ulises, de su captura por los fascistas, su traslado a Alemania, de su ingreso en un orden radicalmente ajeno: “ Cuando quise por alta mar aventurarme…” Primo Levi siempre decía que Auswichtz le hizo escritor y hay un par de quimeras en sus relatos que, a mi modo de ver, reflejan de forma eficaz el régimen que allí sufrió y la ilusión que le permitió resistirlo.

En Mariposa angelical [20] Levi relata los experimentos nazis para desarrollar seres humanos alados. Las investigaciones del profesor Lebb se centran en la neotenia, esto es, la conservación del estado juvenil en el organismo adulto y sus efectos en ciertas larvas que alcanzan la madurez sexual y se reproducen sin necesidad de metamorfosis. El axolotol, o ajolote [21], es una salamandra neoténica que vive bajo el agua de algunos lagos cercanos a Ciudad de México. El ajolote cuenta con branquias pero es, pese a las apariencias, un anfibio, y bajo circunstancias muy extraordinarias, relacionadas con la temperatura del agua y su acidez, experimenta una metamorfosis que le lleva a desarrollar pulmones y salir del medio acuático [22]. Entre sus asombrosas cualidades está una enorme capacidad de regeneración, que hace que sus miembros amputados vuelvan a formarse.

El profesor Lebb considera que la condición angelical es una potencialidad humana, cegada por la evolución, pero que podría volver a despertar, bajo ciertos estímulos, en individuos de edad avanzada. A partir de esta presunción de la neotenia en la especie humana trata de identificar las condiciones que desencadenen la metamorfosis. Dispone la ejecución de los mayores de 60 años para practicarles autopsias. Somete a diversos experimentos a individuos seleccionados del campo de exterminio. Lebb consigue finalmente que una serie de presos enjaulados experimenten una metamorfosis que los convierte, no en ángeles, al menos tal y como los imaginamos normalmente, sino en una especie de buitres desplumados con cabeza de momia. Pájaros gigantes y deformados que al final de la guerra son devorados por la hambrienta población germana circundante. El superhombre convertido en pajarraco supone una metáfora certera de la experimentación médica nazi pero, trasladada al plano de la economía alemana, dibuja el terrible engendro surgido de la cópula entre los grandes capitales y el poder hitleriano. Una Quimera formada en el propio cuerpo de los deportados, cuya destrucción sostiene a muchas de esas grandes empresas, tanto por el consumo forzado de sus productos como por el trabajo que se ven obligados a realizar para ellas.

Frente a la quimera de la individualidad, la autosuficiencia y la perfección, Primo Levi dibuja la quimera de la colectividad interdependiente y afectiva. Es este el mundo de los centauros. Las quimeras que lo pueblan son fruto de la alteridad, del encuentro feliz y feraz de lo diferente, y no de la autogeneración y la reproducción en serie, irrefrenable, de lo idéntico. Entre ellas están el delfín, hijo del atún y la vaca, las mariposas, hijas de la mosca y la flor, las tortugas, nacidas de un sapo y un peñasco, y los murciélagos, retoños de la lechuza y el ratón. Todas ellas proceden del lodo primordial y común que nos sustenta y representan una segunda creación, la verdadera y más importante, ya que da cuenta de lo que hacemos con el mundo que nos vino dado. En Quaestatio de Centauris [23] se trata de la amistad entre un joven y un centauro, enamorados de la misma mujer. Al consumarse el amor entre humanos el centauro escapa, despechado, y tras unirse violentamente con varias yeguas, cada vez más lejanas, desaparece por completo. O no, porque poco después varios pescadores avistan un delfín con torso y cabeza humana, saltando sobre las olas, y lo acompañan brevemente, antes de que desaparezca, sumergiéndose en ellas.

Alguien me pregunta cómo estoy, quizá mi hija, y algo digo, pero no soy capaz de levantar los párpados. El rastro de violencia y dolor del centauro desaparece cuando decide transformarse. Hay que recombinar, juntar elementos nuevos para dar con otras funciones. Y aun así no es fácil. No  existen infiernos completamente estancos, pero tampoco paraísos. El hospital público lucha por mantenerse al margen del mercado, pero empieza a parecer cercado. En aras de la eficiencia económica se propugna la externalización y privatización de los servicios, empezando por los no médicos como las lavanderías o la limpieza, para proseguir luego por los análisis y más tarde por las intervenciones médicas. Se da la paradoja de que se obliga al sistema público a depender de la intervención de servicios privados de menor calidad y eficiencia [24].  La sanidad pública paga cada vez más a la privada. La contribución, que ha aumentado un 52% desde 2002, supone ya un 10, 5% del gasto sanitario y es tanto más difícil  de contener por la pluralidad de formas que adopta: concesiones, conciertos, convenios [25]. La voracidad del capitalismo sanitario se revela en otras facetas del interés público, considerados como reductos a conquistar, desde la educación a las pensiones. Revela en el capitalismo tardío una fagomanía tan insaciable como la de Cronos, que sólo pudo ser detenida por la combinación de la fuerza  y el ingenio de Poseidón y Zeus, dando comienzo al gobierno colectivo de los dioses y a una vida merecedora de tal nombre. El sometimiento de Cronos en el Olimpo me parece paralelo, entre los hombres, a la operación por la que se delimita en la polis el espacio y la función de otras tantas instituciones: templo, ágora de debate, biblioteca, termas, teatro. Hay también un espacio para el mercado y acotarlo es la mejor manera de impedir que se convierta en la hidra que se extiende por las demás instituciones y determina su funcionamiento hasta sofocarlas.

Oigo en la duermevela que Sara y su madre se van. Cuando consigo abrir los ojos estoy otra vez solo, mirando un vaso de agua que no me decido a alcanzar. Las dos principales medidas de recorte sanitario introducidas en España durante la crisis no conciernen directamente a los hospitales, pero no dejan por ello de afectarles. Mediante el llamado “medicamentazo”, cuatrocientas especialidades médicas, incluyendo fármacos y prótesis, dejaron de estar cubiertos por el sistema de salud y pasaron a ser accesibles tan sólo en el mercado libre. Por aplicación del copago se impone una participación mayor de los pacientes en el coste de los medicamentos.  La limitación del acceso a las medicinas de las personas de menor renta incrementa las hospitalizaciones y el recurso a las Urgencias. Muestra además la pluralidad de ángulos desde los que se busca un altamar diferente, regido por la voluntad de negocio. Esa pluralidad de embates concertados componen un desafío temible que sólo el esfuerzo conjunto de pacientes y personal sanitario, organizado en las llamadas mareas blancas, ha sido capaz de afrontar.

Ayer pude dar unos pasos por mi habitación y hoy he podido pasear con Sara por el hospital. Hemos cruzado hasta la parte infantil en la que ella estuvo internada. El mono, el caballo y el delfín, pintados en colores brillantes, parecían darle la bienvenida desde las paredes. Uno detrás de otro ofrecían una secuencia de los distintos aspectos de la alegría y la eficiencia que reina en aquel espacio. Aún así, no me hago ilusiones. Creo que la piqueta de la crisis empieza a resquebrajar el sistema de salud [26] y que la montaña bruna empieza a perfilarse en el horizonte. Al fin y al cabo, pacientes y trabajadores forman parte de la misma sociedad sufriente. Si por efecto de los recortes sanitarios se reduce el personal sanitario, el servicio se resiente, las condiciones de trabajo empeoran. Lo mismo sucede cuando bajan los salarios. El hospital puede tratar por igual a todos quienes ingresan, pero lo harán unos u otros, en mayor o menor medida, en función del desempleo, de los efectos de la crisis energética y alimentaria, de la emergencia habitacional. Por mucho que digan quienes sólo hablan de responsabilidad individual, el deterioro de la renta, la vivienda, la alimentación y la educación, impacta de forma directa en la salud de todos y cada uno de nosotros [27].

Si el hospital no es un universo estanco, tampoco lo es la seguridad social, ni la salud misma. Conviene tratarlas en conjunto, unidas a otras necesidades básicas como la vivienda, la educación y las pensiones, formando un régimen de cuidados cuya atención solidaria exige trazar un nivel mínimo de garantía. Una intervención colectiva, programática y obligatoria debe asegurar la prestación de los servicios básicos, alejándolos del albur de los mercados. Esa misma intervención colectiva debe activarse, en sentido contrario, para frenar el crecimiento desbocado y el despilfarro de recursos que pone en peligro el equilibrio medioambiental.  Ambos márgenes, trazados conjuntamente, garantizan el suelo y el techo de la actividad económica, aseguran una vida digna de tal nombre y la viabilidad del planeta que nos sustenta.

La operación del mercado tiene lugar entre ambos márgenes, incentivando el desarrollo de nuevas actividades y ofreciendo un sistema de símbolos y señales que informan y relacionan a los distintos agentes económicos. Es un tatuaje cambiante, una calcomanía desplegada por la piel del sistema económico, cuyos motivos varían en función de los sectores y objetivos perseguidos: agricultura sostenible, energías renovables, investigación, biotecnología, pero también, integración, ahorro, eficiencia, formación, colaboración. El ejemplo contrario a este capitalismo epidérmico lo representa la reforma constitucional española de 2011 [28] que garantiza el equilibrio presupuestario por encima de los derechos fundamentales y el bienestar de los ciudadanos. Desde un punto de vista simbólico, en un día aciago de septiembre de 2011, el capitalismo financiero marca el corazón del sistema, revelando que todo lo demás se supedita a él. No es ya tatuaje o calcomanía,  sino el hierro candente que señala como propio el corazón del sistema.

Es claro que lo que se propone aquí como forma de garantizar los servicios básicos es una quimera, esto es, una combinación de elementos diversos, que se proponen como ciertos, sin serlo. Pero también el capitalismo lo es, y una mucho más imposible, porque tras siglos de insistencia, sigue  proponiendo la miseria de una gran mayoría en beneficio de unos pocos. Hay que probar a darle la vuelta al guante y desplegar el corazón por la piel, y viceversa.

Las quimeras del profesor Lebb, que describen procedimientos industriales ligados al sufrimiento de los detenidos, beben de la experiencia de Primo Levi en la Buna. Ponen de relieve el afán capitalista por explorar todas las posibilidades de explotación de una situación dada, como si lo posible no tuviera otra salida que su uso y cumplimiento [29]. Frente a las quimeras de la identidad, la reproducción y el cumplimiento, los centauros proponen la alteridad y la potencia. Su materia es plástica, semejante a los sueños con que los niños transforman la realidad y también a las células madre, pluripotentes, que pueden abocar a un órgano u otro. El valor de la potencia es la preservación de las posibilidades, y su precio, el incumplimiento de todas aquellas que sacrificamos en el altar de la escogida [30]. El cruce feraz de lo diverso, sí, pero también el examen sereno de lo que puede ser, pero que a menudo no conviene que sea, o conviene diferir, o transformar porque daña a otros, o a uno mismo, o elimina otras posibilidades mejores.     

Hoy salgo del hospital. Al enfilar el pasillo me apoyo por vez primera en Sara. Sonrío, pero también me digo que hay que elegir, trazar entre todos el suelo y el techo de la actividad económica. Esta operación conjunta define el sistema y lo hace de todos. Entre el nivel mínimo de garantía y el máximo de actividad hay que seguir eligiendo. Dar forma a las quimeras cambiantes que precisa cada contexto. Pintar las paredes. Adoptar la precisa velocidad del águila. El corazón del centauro. La fuerza de la tigresa y la estabilidad de la vaca.
 

[1] La genética se presenta a menudo como aliada de esa concepción individualista, ya que ofrece una rica fuente de información probabilística, a partir de la cual podemos  tomar nuestras propias decisiones, con el debido asesoramiento médico.

[2] La enfermera en cuestión había participado recientemente en un curso sobre salud pública en España y me remitió a las palabras pronunciadas allí por otra colega, María González Barral Médico, residente de Medicina Interna del Hospital La Paz: https://saludpublicayotrasdudas.wordpress.com/2015/12/24/como-no-contrib...

[3] Si esto es un hombre, Muchnick Editores, 2002, traducido por Pilar Gémez Bedate en 1987. Para los versos de La Divina Comedia he preferido la traducción de Ángel Crespo, Círculo de Lectores, 2002.

[4] Los espacios de La Divina Comedia están también atravesados por una finalidad cumplida. Los condenados repiten su maldición una y otra vez, lo mismo que los bienaventurados su alabanza. Nada pueden cambiar de su situación y se hallan en manos ajenas, en función eso sí, lo que introduce un elemento de cordura ausente de otros universos cerrados, de sus actos pasados.

[5] A la derecha o a la izquierda, como en los casos en que se decidía la suerte de quienes bajaban de los vagones según lo hicieron por un lado, que les conducía directamente a la cámara de gas, o por el contrario.

[6] También es comparable a un sueño, otra forma de inserción en una narración ajena. Llama la atención que el templo de Escolapio (s. V aC) en la ladera sur de la Acrópolis, uno de los primeros precedentes del hospital, facilitara la sanación de los devotos ofreciéndoles un lugar de descanso para que el dios pudiera aparecérseles en sueños, trayéndoles la curación. La combinación de la función práctica y religiosa se deba también en el contiguo templo de Dionisio junto al que nacieron las primeras representaciones teatrales.   

[7] http://www.wollheim-memorial.de/

[8] https://web.archive.org/web/20120915041053/http://www.mazal.org/Default.htm

[9] http://www.holocaustresearchproject.org/economics/igfarben.html

[10] IG Fabern no dejaba de preguntarse por qué la productividad de la fábrica era menor que otras semejantes en Alemania. Un incremento continuo de los castigos corporales dio paso en 1944, más o menos cuando Primo Levi llegó al campo, a una política de incentivos, con menor severidad disciplinaria y la introducción de vales que permitían a los presos (salvo a los deportados por motivos raciales) adquirir tabaco y llevar a cabo visitas gratuitas al burdel del campo. Como la productividad no aumentaba se volvieron a incrementar los castigos corporales, hasta que un comité empresarial llegó a la conclusión, poco antes del final de la guerra, de que era el hambre la que ralentizaba el trabajo.  La impresión que da este diálogo corporativo es el de una cortina de humo colectiva.

[11] http://www.wollheim-memorial.de/en/walther_duerrfeld_18991967

[12] Ibídem.

[13] El Zyklon B lo suministraban las compañías alemanas Degesch (Deutsche Gesellschaft für Schädlingsbekämpfung mbH, Corporación Alemana para el Control de Plagas) y Testa (Tesch und Stabenow, Internationale Gesellschaft für Schädlingsbekämpfung m.b.H), bajo licencia del dueño de la patente, la empresa IG Farben.

[14] Sin embargo ya en 1940 se documentó su uso en Buchenwald con 250 niños gitanos.

[15] El campo de Theresiendstat es un ejemplo extremo de este proceso de ocultación, ya que se presentaba a los visitantes internacionales como un gueto modelo y la prueba de la falacia del maltrato a los judíos. Se llegó a rodar una película en 1944 para cuyo rodaje se levantó un decorado de pequeños comercios y alojamientos decentes. Los judíos más conocidos y afluentes, como algunos miembros del Consejo de Administración de IG Fabern acabaron allí, pero, aunque la vida no era tan dura como en otros campos, la mayoría de sus habitantes acababan muriendo por maltrato, enfermedad o inanición, o fueron deportados a campos de exterminio como Auschwitz.

[16] Aquí quizá conviene traer a colación un comentario de Wolfang Iser, procedente del ámbito de la crítica literaria, que subraya que la novela calla lo que la constituye, y que el texto vendría a ser la proyección de la sombra de ese constituyente oculto.  Los campos pueden verse como clave de bóveda del sistema nazi, el constituyente oculto que le da estructura y fundamento. Se unen en ellos el antisemitismo, la expansión territorial y los procesos industriales avanzados, sostenidos por la colaboración entre las empresa y el Estado,  y entre las autoridades civiles y el Ejército. Al mismo tiempo y siguiendo el paralelismo de Iser, todo en el relato del ascenso y caída del III Reich parece diseñado para acabar preguntándose adónde se dirigen esas vías férreas, a las que los nazis dan prioridad sobre los convoyes militares, qué llevan esos vagones de carga.  L´appel du texte, Allia, 2012, París.

[17] En 1926, 4 de los 11 miembros del Consejo de Administración de IG Farben eran judíos.

[18] IBM y el Holocausto, Edwin Black, Editorial Atlántida, Buenos Aires, 2001.

[19] http://www.cbsnews.com/news/ibm-and-nazi-germany/ Investigaciones recientes subrayan el papel jugado durante la guerra por una subsidiaria de IBM con base en Ginebra.

[20] Cuentos completos, Primo Levi, El Aleph, 2009, Traducción de Carmen Martín Gaite.  

[21] Esta extraña criatura es también protagonista de un famoso relato de Cortázar.  

[22] Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Ambystoma_mexicanum

[23] Ibídem.

[24] Lo contrario sería posible, facilitando las vías para que el sistema público se beneficiase de clientes externos de pago, procedentes de otros países, y que acuden a clínicas privadas de peor calidad.

[25] http://www.eldiario.es/sociedad/sanidad-privatizacion-pago-publico_0_237...

[26] El gasto en salud de las administraciones públicas se redujo un 13.6% entre 2009 y 2013, casi 10.000 millones de euros. En el mismo periodo el tiempo medio en la lista de espera quirúrgica pasó de dos meses a más de tres y el número de pacientes que llevan más de seis meses esperando casi se triplica. En 2013 de un total de 583.612 personas en la lista de espera quirúrgica un 13. 7% llevan más de seis meses esperando.

[27] Es un impacto inequívoco, aunque difícil de medir y a veces paradójico, ya que durante la crisis algunos pacientes tardarán más en ir al médico, por el riesgo de perder el trabajo si faltan, e irán menos a las consultas que a las urgencias, por las ventajas que les ofrecen sus horarios ilimitados.

[28] Promulgada el 27 de septiembre de 2011, entrará en vigor en 2020.

[29] Afán llevado a su extremo por las ocurrencias del capitán Fritzsch.

[30] La plasticidad de las células pluripotentes les permite transformarse en células de cualquier órgano, pasando de la piel al corazón o el hígado. Una vez emprendido el camino de la definición estas células pierden la plasticidad necesaria para convertirse en cualquier otro órgano.

Créditos de las imágenes: 

En portada, My girlfriend's axolotl, por Nacho Facello. De arriba abajo, fotos de ajolotes por Shantel Jang, Roselle Kingsbury, Wade Tregaskis, Fred Langridge, Wheel Cosmic, Colleen Galvin, ThePonymonster.