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Insignificancias

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El sistema se pasa el día asustándonos con peligros que se acercan: el paro, el cáncer, las alergias, los musulmanes, el fin del mundo. El problema es otro, la angustia sorda que produce la desaparición de la vida. Todas las tecnologías online han acelerado, y a la vez compensan, el silencio de la presencia real. Se trata de un mutismo de la especie, in situ, que produce un poco de espanto. Tanto si eres profesor, conferenciante, o simplemente un ser humano interesado por el prójimo, la crisis del encuentro es desconcertante. Ahora reina en la cercanía un silencio extraño. Hemos buscado que lo espectacular nos salve del riesgo anónimo de vivir y la consecuencia (en el metro, en las aulas, en la calle) es la del ensimismamiento, una humanidad ocupada y vaciada por la comunicación, por la dialéctica entre aislamiento e interactividad. Todo en mundo aparece encriptado en su narcisismo. Y este “arresto domiciliario” de las mentes y los afectos, que es causa de la ansiedad por el espectáculo de la conexión, aumenta a su vez la dependencias de las tecnologías. Así como estimula el deseo de animales de compañía. Las mascotas prolongan el retiro, la seguridad de una vida gobernada por los dígitos y la economía, con un simulacro de sangre caliente que juega con nosotros y despierta nuestros dormidos afectos.

Sobre este programa

Reflexiones filosóficas sobre lo contemporaneo.