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Thunnus

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Patrick Burwell, de la Universidad de Illinois, ha publicado un reciente estudio sobre los hábitos del tuno. El artículo analiza detalladamente el flujo migratorio de estos bardos en su vuelta a la provincia, atraídos por las altas temperaturas, las terrazas de bar y el olor a tapita de mediodía. Uno de los especímenes fue atrapado en su viaje Madrid-Salamanca con parada en Arévalo. El hermoso ejemplar de beca amarilla y pantalones cervantinos con faroles, había desdeñado la línea de Auto-Res directa, de lo que se colige la necesidad que tienen estos vertebrados por echar un pitillo cada cien kilómetros.

"Una destilada bonhomía de clases [...] permite al tuno trocar diecinueve botellines por un simple lunar junto a tu boca" 

El pequeño dispositivo de radio-rastreo se le colocó a la altura de la pandereta, sin dañar el jubón. La intervención tuvo lugar mientras dormitaba nada más comenzar el visionado de una de tantas películas en las que Steve Guttenberg hace de padre en apuros, por lo que no hubo necesidad de sedación química. El emisor de señales electromagnéticas marca un itinerario firme y acelerado desde el descenso del autobús hasta un portal en las inmediaciones de la calle Filiberto Villalobos. En este punto geográfico se han encontrado dos colillas de Fortuna y un profesor de música atestigua haber escuchado afinar la sexta cuerda de una bandurria en Sol natural. Los datos son esclarecedores: el tuno común está “juntando a la banda”. A las 17:05 se reemprende la marcha. Una pequeña desviación de veinte metros en el Paseo de San Vicente y la vuelta sobre sus propios pasos, alerta frente a la posibilidad de que una “hembra de derecho” haya anulado las capacidades de orientación de los individuos durante un breve espacio de tiempo. Pocos segundos después, las cámaras de seguridad de la Hospedería Fonseca graban a dos figuras negras cimbreándose al unísono. La grabación no tiene muy buena factura, por lo que tan solo parecen dos sombras moviéndose a la pálida luz de la luna. A continuación el rastreador traza un vuelo directo hasta la Plaza de la Fuente, donde se detienen durante treinta minutos presumiblemente esperando a un tercer miembro con el que, por fin, adoptar la típica formación en “V” de la bandada. El vértice apunta, sin ninguna duda, a la Plaza Mayor. Este epicentro de la ciudad es al tuno lo que las Lagunas de Villafáfila al ánsar común. Pero antes de alcanzar la codiciada meta, el tuno visita a todos los compañeros de promoción, amigos, conocidos y primos lejanos que regenten un bar. El estudio anatómico de los bombachos desvela la inexistencia de bolsillos, de ahí su carestía: al no haber continente, no puede haber contenido. Se diría que no llevan ni un clavel, pero sería del todo injusto. Tienen clavelitos hasta debajo de la axila, y con ellos pagan el repostaje. Esta evolución en las transacciones es una de las mayores incógnitas a las que se enfrentan los estudiosos del tema. Los preceptos marxistas desaparecen y en su lugar emerge una destilada bonhomía de clases, que permite al tuno trocar diecinueve botellines por un simple lunar junto a tu boca, o endilgarse catorce tapas de farinato engatusando a una compostelana. Tal procacidad alcanza sus mayores cotas en la variedad taxonómica del tuno tunante, que tiene las mismas peculiaridades que el tuno común pero las manos más largas.

Tras dibujar un pespunte desigual sobre el mapa entrando y saliendo de distintas tascas, el tuno recala en el ecosistema deseado. La Plaza Mayor en esta época del año hierve de vida y color. Será aquí donde liben hasta finales de verano, momento en el que toma el relevo la variedad autóctona de “señor con abrigo”. El tuno por fin ha encontrado un lugar. Los bancos de alemanas le alimentarán y podrá aparearse haciendo sonar el cascabel. El tuno, tras su largo periplo, ha llegado a su destino. 

 

En la imagen, la Tuna Pontificia de Salamanca