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Víktor Tsoi, a 25 años de su muerte

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La calle Arbat, una de las avenidas más conocidas de Moscú, es hoy, con sus artistas callejeros y tiendas de souvenirs, el equivalente moscovita a Las Ramblas de Barcelona, e igualmente transitada, especialmente durante estos días, cuando los turistas acuden a la ciudad aprovechando el corto verano ruso y los propios residentes de la capital salen a la calle a disfrutar de los escasos días de sol y buenas temperaturas.

En uno de los callejones laterales de Arbat, no muy lejos de la casa-taller del legendario arquitecto constructivista Konstantín Melnikov –una pequeña joya arquitectónica de la ciudad, afortunadamente aún oculta a la mirada de los turistas– sobrevive el llamado Muro de Tsoi, uno de los monumentos, sin duda el más improvisado de todos ellos –y por esa razón uno de los más interesantes–, a una de las leyendas del pop-rock ruso, de cuya muerte hoy se cumplen 25 años.

Si el Muro de Tsoi pasa desapercibido a tantos visitantes extranjeros es seguramente porque no se trata más que de un tramo de pared lleno de pintadas y mensajes en homenaje al músico. Y eso está bien. Casa con la personalidad de Tsoi. Quizá su nombre no suene mucho en España, pero según leo, en el Grand Theft Auto IV le rindieron un particular homenaje, incluyendo su canción Gruppa Krovi (Grupo sanguíneo) dentro del 'jukebox' de la emisora Vladivóstok FM, así que no descarto que algún lector de El Estado Mental que tenga ese videojuego haya oído a Tsoi sin ni siquiera saberlo.

Víktor Róbertovich Tsoi nació el 21 de junio de 1962 en Leningrado, actual San Petersburgo. Su madre, Valentina, era profesora de gimnasia y su padre, Robert Maximóvich Tsoi, ingeniero de etnia coreana (del que heredó el apellido, para nada ruso). A los quince años Víktor Tsoi fue expulsado del instituto por sus malos resultados, y dos años después, en 1979, comenzó a escribir sus primeras canciones, que interpretaba, como era la costumbre en el 'underground' soviético, en fiestas privadas celebradas en apartamentos. El éxito en estos círculos le ayudó a debutar, con la ayuda de los miembros del grupo de folk-rock Aquarium, en el Leningrad's Rock Club en 1982. Provocó tal impresión entre el público que allí mismo reclutó a los componentes de su futuro grupo, Kino.

La banda grabó aquel año su primera maqueta, que titularon simplemente 45. La grabaron en el propio apartamento de Tsoi –el samizdat, equivalente soviético al DIY, no se limitaba a los textos políticos y culturales– para después hacerla circular en los círculos contraculturales. Canciones como Elektrichka –así es como se conoce a los trenes de cercanías en Rusia– describe cómo un hombre se queda atrapado en uno de sus vagones, que lo lleva en una dirección en la que no quiere ir. Las autoridades soviéticas captaron rápidamente la metáfora política y prohibieron su interpretación en público, lo que, evidentemente, no hizo más que aumentar la fama de Tsoi, luego incrementada por canciones antibelicistas contra la intervención soviética en Afganistán (Zona libre nuclear) o en defensa de la política de glasnost (transparencia) de Mijaíl Gorbachov (¡Queremos cambios!) .

Pese a toda la fama –Kino llegó a llenar el estadio Luzhnikí de Moscú con 62.000 seguidores e hizo giras por Italia, Francia y Dinamarca–, todas las biografías del músico coinciden en señalar que Víktor Tsoi fue durante toda su vida una persona humilde, completamente alejada de las excentricidades y caprichos de la inmensa mayoría de las estrellas del rock occidentales. Por ejemplo, Tsoi mantuvo su empleo en la sala de calderas de un edificio soviético –un rasgo que el cineasta Rashid Nugmanov daría a su personaje en la película Iglá (La aguja, 1988)–, con el que apoyó económicamente a su grupo. “Hablar con vuestros colegas es muy aburrido, porque todas las preguntas son iguales y responderlas por enésima vez es agotador”, le espetó una vez a un periodista musical.

La carrera de Víktor Tsoi finalizó abrupta y trágicamente el 15 de agosto de 1990, cuando murió en un accidente de tráfico en las afueras de Tukums (Letonia). Tsoi regresaba de una excursión cuando su 'Moskvich' –la copia soviética del Simca– se estrelló contra un autobús. Su muerte fue más impactante en tanto en cuanto nada tenía que ver con la frase de “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”, tantas veces aplicada a otros mitos del rock. Se dice que tras la muerte de Tsoi, más de 60 adolescentes se quitaron la vida en toda la Unión Soviética.

Poco después de conocerse la noticia de su muerte, un anónimo seguidor escribió con sencillas letras negras en el muro de la calle Arbat: “hoy ha muerto Viktor Tsoi”. Alguien añadió al mensaje anterior: “Tsoi Vive”. En los días siguientes comenzaron a desfilar ante él los fans para escribir sus mensajes en lo que se había convertido ya en un libro de condolencias público. Más tarde se instaló su retrato. El Muro de Tsoi era una realidad. Algunos seguidores siguen dejando aún hoy paquetes de cigarrillos, en referencia a una de sus canciones más populares (“Si uno tiene un paquete de cigarrillos en el bolsillo /  significa que no todo va mal ese día”), de los que los avispados mendigos rápidamente se apoderan. Irónicamente, a Tsoi no le gustaba demasiado Moscú. “En Leningrado el rock lo hacen héroes, y en Moscú, bufones”, dijo en una ocasión. Inclusó llegó a grabar una canción titulada “No me gusta Moscú”: “No me gusta Moscú / me gusta Leningrado / entre nosotros la fruta madura antes / lo que significa que nos la comemos antes “.

En el inesperado final de Iglá –sáltense este párrafo si aún no han visto la película y quieren verla–, una película que tiene como insólito escenario Kazajistán, el antihéroe protagonista interpretado por Tsoi es apuñalado en un parque por uno de los traficantes a quienes ha localizado para enfrentarse con ellos por haber convertido a su novia en adicta a la morfina. Cuando el espectador piensa que Tsoi morirá sin remedio, éste se levanta, enciende tranquilamente su cigarrillo y se aleja de cámara por el camino nevado, a la luz tenue de una línea de farolas. Vista con una distancia de veinticinco años, esta escena no resulta solamente lírica, sino también metafórica. En su necrológica, el diario Komsomólskaya Pravda escribió: “Tsoi nunca mintió ni se vendió. Fue él mismo y seguirá siéndolo. Resulta imposible no creerle. Tsoi es el único rockero en el que su imagen y su vida real no se diferenciaban. Vivió como cantó”.

Efectivamente, con Tsoi desaparecía una manera de entender la música que no podía volver, porque el país en que nació, la Unión Soviética, dejó de existir un año después de su muerte, y con él, las condiciones que permitieron, para bien o para mal, la aparición de grupos como Kino. Se anunciaban tiempos duros, más apropiados para el sonido sucio lo-fi, garajero y post-punk de músicos como Yegor Létov y su grupo Grazhdánskaya Oborona, aún hoy oscuros y desconocidos para el público occidental. Pero para eso, otro artículo. 

 

                    Fotografías en color de Ira Golenkova.