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Vestir para la utopía

Cinco décadas de moda soviética
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“Nuestros iguales, nuestros camaradas”, con estas palabras resumía en 1925 Aleksandr Ródchenko el programa constructivista por el que los objetos de consumo dejaban de ser mercancías en una sociedad socialista. Nada más lejos de la intención de la vanguardia rusa que la mera contemplación estética de sus obras, aunque la desaparición de la Unión Soviética los haya convertido, a su pesar, en piezas de museo. Estos objetos de uso cotidiano —se llegaron a diseñar hasta juegos de café suprematistas— estaban pensados para ser producidos industrialmente y disfrutados por todo el mundo, sin distinción. La expresión “de diseño” carecía de valor: el diseñador era un ingeniero más cuyo cometido era resolver problemas y facilitar la vida a las masas.

En la exposición Historia de la moda: desde la vanguardia hasta GOST (acrónimo de “estándar estatal”), comisariada por Daria Makarova, pueden verse algunos de estos “objetos camaradas”. “Las fábricas, las factorías, los talleres esperan que los artistas acudan a ellos y les entreguen muestras de cosas nuevas e inéditas”. Con esta cita de Ósip Brik se abre una muestra que reúne un total de 100 piezas entre sketches, muestras de tejidos, fotografías, carteles, revistas de moda y, por supuesto, los propios vestidos, procedentes de museos y colecciones privadas. Entre las diseñadoras representadas (hay que hablar en femenino porque ellas son mayoría) se encuentran Varvara Stepánova, Liubov Popova, Olga Rozanova, Alexandra Ekster —suyos son los diseños del clásico de la ciencia ficción soviética Aelita: Reina de Marte (Yákov Protazánov, 1924)—, Nikolai Suetin, Kazimir Malévich, Konstantin Rozhdestvensky, Nadezhda Udaltsova, Liudmila Mayakovskaya e Ilya Chashnik.

De la abstracción a la agitación

La primera sala está dedicada al período de 1915-1920. En esos cinco años el vestir experimentó grandes modificaciones: tras la Primera Guerra Mundial, los cambios en la estructura social y la aparición de nuevas técnicas de producción industrial hicieron que tanto el vestido masculino como el femenino se simplificasen en toda Europa. En la Rusia soviética esta evolución tuvo, como es obvio, un perfil propio: la estética de estos años es eminentemente práctica, con diseños basados en patrones abstractos y geométricos —salvo excepciones, como el vistoso patrón de Popova con la hoz y el martillo— y confeccionados con materiales sencillos. El vestido había de ajustarse a la nueva vida revolucionaria, resultar cómodo en el trabajo y fuera de él, para moverse ágilmente en el ajetreo de la gran ciudad. Aquí destaca el atrevido diseño de Varvara Stepánova para la línea de deporte de la Academia de Educación Social, en el omnipresente color rojo. Nunca se llegó a producir: los problemas de escasez de un país que se enfrentaba a una guerra civil y una intervención militar hicieron que éste, como la mayoría de los proyectos de la vanguardia, no pasase de su fase de diseño.

La década de los treinta, de la que se ocupa la segunda sala titulada “de la abstracción a la agitación”, no permitió que salieran del cajón donde fueron guardados. Dejados atrás los años de la NEP —la Nueva Política Económica u “obligado paso atrás” según Lenin— la vanguardia dejó paso al realismo socialista. La nueva doctrina de construcción del socialismo en un solo país tuvo su reflejo en una estética de austeridad revolucionaria. En un país que se imponía a sí mismo la tarea de levantar la ciudadela del socialismo sin apenas ayuda externa, acicalarse pasó a ser un signo de ociosidad y molicie duramente condenado por el Partido Comunista y sus organizaciones. Las revistas de moda dejaron de publicar fotografías de las colecciones occidentales, los salones de belleza cerraron y Rusia, en el movimiento pendular que marca su historia, volvió a dar la espalda a Occidente. A pesar del conservadurismo ideológico generalizado, la vanguardia, en contra de lo que comúnmente se cree, no desapareció, y sus destellos pueden verse en los numerosos pañuelos para mujeres expuestos en esta muestra. En ellos se celebran los habituales temas del socialismo realista: desde la construcción de presas hidráulicas al metro de Moscú, la creación de koljoses, los dirigentes soviéticos, las hazañas revolucionarias, las nuevas tecnologías de comunicación como la radio, los automóviles y los aeroplanos, los atletas y el deporte. El nombre del autor se disuelve definitivamente en el de los colectivos y fábricas. Con todo, la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de posguerra obligarían, una vez más, a aparcar los diseños más elaborados en favor de lo inmediato.

Dior se pasea por la Plaza Roja

Con la década de los cincuenta y el deshielo jruschoviano arranca una época caracterizada, como en EEUU, por el optimismo y la vitalidad asociados a la recuperación económica, pero también el regreso de los roles de género tradicionales. El vestido de la mujer se estrecha en el talle y los motivos políticos se disuelven en estampados florales. “Atrapar y superar a América” es la nueva consigna del Kremlin. Con ella, los postulados de un cambio radical de la vida cotidiana que sostenía la vanguardia soviética pasan a ser cosa del pasado y se expande el horizonte del comunismo soviético, algo parecido a una sociedad de consumo como la occidental, pero desprovista de sus acentuadas desigualdades sociales. En este período aparecen las primeras revistas de moda soviéticas, como Bonjour, cuyo nombre evidencia la intención de apelar al glamour francés. La industria soviética iba pese a todo muy por detrás no ya de la occidental, sino de la de otros países del bloque socialista como Polonia, Checoslovaquia o la República Democrática Alemana, cuyos productos, junto con los de Finlandia, Austria o Yugoslavia, estaban sólo al alcance de la nomenklatura en tiendas especiales como la notoria Sección 100 del GUM. También se celebran los primeros pases de modelos soviéticos —mucho más modestos y recatados que sus homólogos occidentales, pero pases de modelos al fin y al cabo—, como el que muestra la comedia Hay un tipo así (Vasili Shukshin, 1964):

El VI Festival Internacional de la Juventud y los Estudiantes celebrado en Moscú en 1957 pone en contacto a los jóvenes soviéticos con los de otras 130 naciones, y con ellos, con otras formas de vestir. Los deportistas y músicos que viajan a Occidente vuelven con ropas nuevas, y éstas no siempre se quedan en el armario: en los cincuenta aparecen por primera vez los célebres fartsovschiki, los traficantes de ropa occidental. El péndulo ahora se mueve en sentido contrario y Rusia intenta adaptar las modas occidentales a su propia singularidad. A partir de 1957 los diseñadores de moda soviéticos comienzan a viajar a París para aprender lo que hacen sus colegas en Givenchy o Yves Saint Laurent, aunque el mejor valorado es Christian Dior, cuyo “new look” las altas instancias consideraban como “ideológicamente neutral”, clásico y práctico, lo que, cuestiones estéticas aparte, permitía reducir sensiblemente los costes de producción. En 1959 los diseñadores de Dior son invitados a visitar la URSS —una decisión que se tomó, según se dice, al más alto nivel— y organizar el primer desfile de moda occidental desde el que realizase Paul Poiret en 1911.

Del estancamiento a la perestroika

La moda de los sesenta, a la que la exposición dedica la última sala, corre en paralelo a la occidental y testimonia, en convivencia con los estampados florales, un tímido retorno de los patrones geométricos de la vanguardia soviética, como ocurría en el op-art occidental y, como éste, sin la carga política originaria de aquélla. Los tejidos de los sesenta, con la introducción de nuevas técnicas industriales, son más variados y elaborados, y su abaratamiento permite ponerlos a disposición de cada vez más capas de la población.

Si la muestra termina en esta década acaso sea para ahorrar al visitante el recuerdo (no sólo estético, aunque probablemente también) del estancamiento de Brézhnev en los setenta —fue en esta época cuando comenzó la famosa búsqueda de pantalones vaqueros en el mercado negro por parte de los jóvenes rusos—, la inestabilidad política de los ochenta y la fallida perestroika, tras la cual se produjo el desplome definitivo de la industria local y el comienzo de la entrada de los productos chinos, mucho más baratos. Quien tenga aún interés por recorrer el resto del camino puede hacerlo en la exposición que se exhibe en el pabellón adjunto, titulada 100 años de moda en Rusia (1915-2015).

Como todos los países de la (semi)periferia, Rusia ha pasado la mayor parte de su historia intentando escapar a su condición. Esta exposición, que puede considerarse como una pequeña muestra de los nuevos intentos de la historiografía por intentar comprender desde nuevos ángulos la historia reciente del país, intenta romper algunos tópicos. El más evidente, por descontado, es el de la uniformidad de la moda soviética, pues toda producción en masa predispone a ella. ¿O acaso los diseños de Zara o H&M —por citar dos populares cadenas de ropa— destacan por lo contrario? El capitalismo nos ofrece, como es sabido, la ilusión de elección. La diferencia entre sistemas estriba en otra parte. Lo que pasa es que esa “otra parte” está muy lejos de nuestra mirada, se encuentra en puntos distantes del planeta, como China, la India o Bangladés. Sólo sabemos de ella cuando accidentes como el ocurrido en Rana Plaza en 2013 rasgan por un momento el velo ideológico. Desde el silencio de la vitrina, los “objetos camaradas” nos observan y nos amonestan.

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La exposición Historia de la moda: desde la vanguardia hasta GOST acaba este domingo 28 de febrero en el pabellón 59 del Centro Panruso de Exposiciones (VDNKH). Prospekt Mira, 119, Moscú.

 
En la foto de portada, un estuiante posa con uno de los diseños de Varvara Stepánova para la línea de deporte de la Academia de Educación Social, hacia 1923. La tercera imagen corresponde justamente a dichos diseños. Las otras son de textiles firmados por distintos diseñadores rusos entre 1915 y la década de 1960.