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Tres en coma, la obra del momento

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"En el mundo realmente invertido lo verdadero es un momento de lo falso"
La sociedad del espectáculo, Guy Debord

Hace un par de semanas Gonzalo se presentó en casa agitando un par de entradas en la mano y mirándome con sus ojos de eyaculador feroz mientras me decía: “Becerrita, ponte guapa, que te llevo al Matadero”. Hace diez años le habría dado con la puerta en esa napia battiatesca que se gasta, pero ya entrada en la treintena mi gozosa estrategia es dejarme torear, dejar que el hombre se envalentone y coja confianza para que de una manera fluida y nada traumática el engranaje se ponga en funcionamiento y, tras el inicial pavoneo, acabe, sí o sí, clavándome el estoque.

–Bandolero, ¿qué vamos a ver?

–Una obra de teatro de Canódromo Abandonado y Juan Cavestany que han preparado para el Fringe Festival del Matadero y que se llama Tres en coma

–¿Tres en cama?

–No, en coma.

En otras circunstancias le habría dicho que mejor nos íbamos al cine pero, al fin y al cabo, se trataba de una obra de dos (Cavestany y Génisson) que también escriben en El Estado Mental y yo, desde que estoy condenada a la soledad de la redacción de mi tesis, soy muy amiga de los conocidos y de los desconocidos, sin distinguir entre amistades virtuales y físicas, vamos, que hasta contesto con cariño a los lisonjeros spam que me llegan al mail.

–Es posthumor del bueno –me dice Gonzalo haciéndose el moderno.

Posthumor, le llaman, porque no tiene gracia. Risas congeladas, desconcierto asegurado, algo supuestamente divertido que te dejará el cuerpo temblando de susto, la intelectual ilusión desilusionada de mostrar las costuras o el espectáculo de lo no espectacular. La gracia de lo que no tiene gracia. Ya saben, si me entienden es que no me he explicado bien.  Posthumor, le han llamado, porque de algo tienen que vivir los periodistas culturales (por ejemplo, de poner nombres que contribuyan al espejismo de que algo está ocurriendo incluso cuando parece que todo ha pasado, de ahí el socorrido prefijo de post: posthumor o, ya puestos, post-todo).

–Pero ¿de qué va la función?

Gonzalo, tan diligente y pistolero como siempre, desenfunda su móvil y se apresta a contestarme leyendo la información que viene en la web del teatro:

 “Tres en coma, castigado sin cuerpo cuenta la historia de un cura, una peluquera y el hombre al que atienden: un misterioso enfermo en coma que salta a la fama haciendo comedia desde la frontera entre la vida y la muerte.

Un hombre en coma sin identidad yace en una habitación de hospital. Las únicas visitas que recibe son las del capellán que acude a rezar por su alma y de la peluquera en prácticas que viene a cortarle el pelo.

La peluquera es radioaficionada y descubre que el comatoso empieza a comunicarse en morse a través de los pitidos del monitor de constantes vitales. El enfermo está contando chistes zafios desde la frontera entre la vida y la muerte.

Pese a la oposición del capellán, los médicos del hospital desarrollan un interfaz para convertir en audio la incipiente conciencia del comatoso, que pronto será conocido como ‘el cómico en coma’.”

La cosa pinta bien. Así que nos vamos volando hasta el matadero y nos sentamos en la tercera fila. Y empieza la función. Y una hora y cuarto después termina. A Gonzalo no le ha gustado nada, a mí, en cambio, me ha encantado, es más, me ha parecido la obra del momento. De camino a mi casa discutimos.

La obra, según Gonzalo, es un coñazo porque los actores no son profesionales. Efectivamente Julián Génisson y Lorena Iglesias, a la sazón Canódromo Abandonado1, son dos entusiastas infatigables que  el año pasado estrenaron La tumba de Bruce Lee, una de las películas low cost más sugerentes y marcianas que ha despachado eso que llaman nuevo cine español, pero no son actores. Gonzalo opina que con actores de verdad la obra habría resultado hasta comercial, adjetivo que en su boca pop de labios bembones es un piropo.

–Puede ser –le digo–, pero entonces se perdería esa ingenuidad que tiene, como de función de fin de curso, y esa invitación a la acción que supone el que dos personas sin formación actoral se suban a un escenario. Por no hablar del extrañamiento brechtiano consustancial a una obra que supone un cuestionamiento de la sociedad del espectáculo o el retrato que de rondón ofrece de los reality televisivos donde el telespectador se ha convertido en el profesional, desbancando a los expertos. Me pregunto qué pensaría Guy Debord del asunto.

–Yo me he reído con los chistes, pero ese rollo del misticismo…

Gonzalo, tiene su atractivo y hasta una cierta inteligencia primitiva que va muy bien para según qué cosas. Pero no lo saques de ahí porque se te mustia. Yo tendría que haberlo previsto pero me dejé llevar por el entusiasmo y en tono didáctico me puse a explicarle los logros de la obra: cómo en una sociedad enferma de información no digerida, donde el imperativo neobarroco de la fiesta y el desborde nos obliga a tragar monstruosos espectáculos que ya ni entretienen, donde nuestras mentes distraídas y dispersas son incapaces de alcanzar la calma, donde el embotamiento de los sentidos nos coloca en una lastimosa seudoexistencia zombi en las antípodas de la vida refinada, donde el triunfo del skecht ha barrido no ya los grandes relatos sino también los pequeños cuentos con los que la gente solía antaño encontrar sentido a su día a día, cómo en esa sociedad fragmentada, alienante y pese a todo aburrida y llena de gente aislada, la idea de un cómico en coma está llena de potencia simbólica. Y su evolución, del éxito masivo a la apartada senda de un misticismo comatoso, resuelve la peripecia argumental con la inquietante conclusión de que en esta vida no hay salida y que el encuentro con los otros es siempre un desencuentro. Aunque vete tú a saber, como dice el capellán al comienzo, “Las cosas nunca son lo que son y nada más”.

Todo eso le solté al pobre de Gonzalo camino de mi casa. Y no teniendo bastante lo subí a mi pisito y de una de las estanterías tomé La Sociedad del espectáculo buscando salpimentar mi discurso –y acabar lapidando al bueno de Gonzalo– con alguna piedre-cita de autoridad como esta:

“El espectáculo es la pesadilla de la sociedad moderna encadenada que no expresa finalmente más que su deseo de dormir. El espectáculo es el guardián de este sueño.”

En fin, todo esto se lo cuento, queridos lectores, porque hoy jueves Tres en coma vuelve a la cartelera madrileña, esta vez al Teatro del barrio y he decidido volver del brazo de otro acompañante, nada menos que mi vecino –del que ya les hablé en otra ocasión anterior– que ahora está de rodríguez y con la mujer en la playa.

¿Y Gonzalo? Se preguntarán ustedes. Gonzalo, como era de esperar, no remató la faena; al dejar el libro de Debord de nuevo en la repisa y abalanzarme sobre su cuerpo torero el hombre se había venido abajo: su miembro en un estado que bien podría calificarse de comatoso me dejó castigada sin su cuerpo. Posthumor le llaman, porque no hace gracia.

 
 

1 Canódromo Abandonado está formado, además de por Lorena Iglesias y Julián Génisson, por Aaron Rux, responsable de la música del espectáculo. Por otro lado, y contra lo que se afirma en el texto acerca de la profesionalidad de los actores, los editores quieren puntualizar que Lorena Iglesias hace teatro, cine, televisión y stand-up desde hace hace más de diez años y es protagonista de la web-serie Pampini

 

Tres en coma, castigados sin cuerpo se representa los jueves y viernes desde hoy  hasta el 5 de septiembre en el Teatro del Barrio