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Silentium

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Paso los últimos días de verano en una ciudad, ruidosa como todas las ciudades. Cuando me apetece disfrutar de un rato de silencio lo primero que se me ocurre, ya que la ciudad es Madrid, es dar un paseo por el parque del Retiro. Una vez allí busco un lugar apartado y me tumbo sobre la hierba a observar las hojas de los árboles movidas por la brisa. Cierro los ojos y pienso en el lujo que supone encontrarse de pronto solo en un jardín. Lo único que escucho son los cantos de los pájaros. Hasta que…

Una música incómoda en El Retiro

En principio no tengo nada en contra de las gaitas, aunque sinceramente no me parece un instrumento demasiado afortunado. Mientras huyo (y es increíble el alcance que tienen las ondas sonoras) pienso que al fin y al cabo ese gaitero fue declarado “apto” por el Ayuntamiento de Ana Botella en el casting que se realizó para seleccionar a los músicos que podían tocar en la calle. Esto me hace acordarme de mi amiga Alejandra Barella, dedicada a la música desde hace veinte años, ha sido cantante en diversas formaciones de jazz, soul, funk, electrónica, ha participado en giras nacionales e internacionales, es compositora, arreglista, docente, vocal coach y… fue declarada no apta en aquellas pruebas, para bochorno de la alcaldesa a la que por cierto no había elegido nadie.

Cuando esa misma noche quise ir a algún sitio a escuchar música en directo me costó mucho encontrar algo entre lo poco que había. Lo que me llevó a preguntarme por qué la música está donde no debería y donde debiera estar no se la encuentra. Volví a acordarme de Alejandra entonces, y la llamé para comentar el asunto. Que la culpa la tenía yo, fue lo primero que me dijo.

–A quién se le ocurre ir al Retiro si busca silencio. Ve al parque de Tierno Galván si buscas silencio, ¡o a Navacerrada!

Me sentí un poco incomprendida, más cuando Alejandra me aseguró además que a ella no le molesta el ruido. Le gusta escuchar la calle. Nunca lleva mp3 mientras camina. Le gusta oír a la gente. Sus voces, sus pasos. Estar en contacto. Es de barrio, dice. Ella, como el compositor americano John Cage, reivindica el sonido del silencio: tráfico, motores, puertas, ladridos, murmullos, risas… Su vecino es violinista y no le importa escucharle continuamente. Toca de puta madre, dice.

Está bien. Si no coincidimos en esto sí coincidiremos al menos en la falta de oferta de música en directo.

–Sí. Faltan salas. Falta divulgación. Falta educación.

Uno de los insólitos criterios para recibir aquel carnet de apto era “resultar entretenido” (¿como el gaitero?). Desde esa precaria cultura musical se entiende la pesadilla de la flauta como asignatura obligatoria en los colegios, y menos mal que no son gaitas.

Alejandra y yo recordamos el espacio Artépolis, donde nos conocimos. Era un lugar con una sala de cine/ teatro, varias clases donde se impartían diversos talleres y un bar con un pequeño escenario. Ahora es un gimnasio.

–También los cines Luna se convirtieron en gimnasio.

¿Pues qué pasa con los gimnasios?

Si uno lo piensa, los ingredientes son los mismos que puede haber en un concierto: música y movimiento. La manera de combinarlos sin embargo es completamente diferente. En el primer caso se utilizan auriculares y máquinas. En el segundo altavoces y gente. ¿Individualismo versus sociabilidad? Yo quiero creer que el cambio político también cambiará esto. Al menos el equipo de Manuela Carmena ha suspendido esas pruebas a los músicos callejeros y está reuniéndose con ellos para debatir los cambios. Alejandra sube las cejas con escepticismo y le da un sorbo a su té helado con limonada de La Yoli, en el ruidoso barrio de Lavapiés.

Soledad Silencio

Soledad Silencio podría ser el nombre de un personaje de novela y en la primera página se la mostraría a ella sola en una habitación insonorizada. Pero Soledad tendría muchas caras, porque en su sencillez sería complicadísima, como el silencio.

Y es que sólo se me ocurre algo tan “simple” como el silencio: el agua. Algo “tan claro como el agua” al parecer resulta casi incomprensible a nivel molecular. O el color blanco, que es la suma de todos los colores del espectro solar. El silencio podría ser algo así como la suma de todos los ruidos. De hecho el llamado ruido blanco (el ruido de fondo procedente de máquinas) consiste de muchas frecuencias.

No, en serio, ¿qué es el silencio? En la RAE la primera acepción es “Abstención de hablar”. O sea, que aquel día en el Retiro, entre el gaitero y yo reinaba el silencio. La segunda acepción es “Falta de ruido”. También esto resulta complicado porque nos obliga a elegir entre calificar de ruido las voces de los intérpretes de una ópera o asegurar que aunque canten permanecen en silencio. Y afirmando que “El silencio es el ruido más fuerte” Miles Davis no lo arregla precisamente.

En la habitación insonorizada donde permanece sola Soledad Silencio hay un ordenador encendido frente al que está sentada. Tiene abiertas varias ventanas: Twitter, su servidor de correo, Instagram, dos páginas web de consulta, un documento de Word. No se oye nada pero se suceden los comentarios, la información, valoración, las voces superpuestas, las observaciones interrumpidas por otras observaciones. Todo eso llega a su cerebro a través de los ojos. La gente está deseando hablar y comunicarse. Internet es un frenesí de interconectividad. La red es todo menos muda. La auténtica víctima de la red es el silencio.

Desde el punto de vista neurológico, imaginar una acción y ponerla en práctica viene a ser prácticamente igual. Mover una mano pone en marcha las mismas conexiones neuronales que pensar en moverla. Alejandra Barella me habló del curso de “Entrenamiento del oído interno” que había hecho. Se trata de una actividad basada en la memoria musical que uno puede escuchar en silencio. Los cantantes de ópera, y muchos músicos, en lugar de estar cantando o tocando a viva voz reproducen en el cerebro cada nota y corrigen en el oído interno. Les sirve. Para ellos es igual que practicar con sonido. 

Al final de la novela se descubre que Soledad Silencio no existe.

El silencio mental es imposible. El silencio físico también

En 1952, en el Maverick Concert Hall de Nueva York, se interpretó la pieza del compositor americano John Cage titulada 4'33´´, cuya partitura tiene una única palabra, Tacet (término con el que se indica al ejecutante que guarde silencio). Cage pensaba que el silencio no existía, y su intención era que el material sonoro de la obra lo constituyeran los sonidos que escuchara el espectador durante ese tiempo. En aquella primera interpretación, según sus palabras, ”Podías oír el viento golpeando fuera durante el primer movimiento. Durante el segundo, gotas de lluvia comenzaron a golpetear sobre el techo, y durante el tercero la propia gente hacía todo tipo de sonidos interesantes a medida que hablaban o salían”.

Un año antes, en 1951, John Cage había visitado la cámara anecoica (una habitación diseñada para absorber el sonido) de la universidad de Harvard esperando encontrarse con el silencio más absoluto. En su lugar percibió un sonido grave que correspondía a la circulación de su sangre y otro más agudo que se debía a su sistema nervioso.

Si el silencio es imposible, o al menos difícil de conseguir, se convierte en un  bien escaso. En una sociedad mercantilista algo así pasa a ser de inmediato un lujo, aumentando su precio. Hoteles sin niños, restaurantes insonorizados. Tal vez hasta los vagones silenciosos se encarezcan si se hace realidad la pesadilla de las talking windows. En ese invento endemoniado, cuando el pasajero reposa su cabeza contra la ventana del tren –quizás cansado, quizás melancólico– se pone en marcha un dispositivo tecnológico que se encuentra adosado al cristal y comienza a emitir unas vibraciones que repercuten directamente en el cerebro del interfecto, traduciéndose allí en sonidos. Sólo él, el pasajero adormecido, podrá escuchar esa voz mientras está en contacto con las vibraciones del cristal. Si bien lo que supone este invento para personas sordas es obviamente fantástico, el campo que se abre para la publicidad a nivel general resulta terrorífico. ¡Pueden venderte un móvil, un refresco o un coche mientras duermes! Solo de pensarlo dan ganas de coger el martillo para situaciones de emergencia y hacer añicos el vidrio. Ante esto hasta el gaitero del Retiro parece inofensivo, como si fuera únicamente un silencio con el volumen un poco más alto de lo normal.

Nacho Mastretta provoca un silencio incómodo en la radio

Cada vez más, todo va tan rápido que la mínima disminución en la velocidad de las cosas se interpreta como un parón, un fastidio. En los vídeos grabados por adolescentes las fotografías se suceden sin permanecer ninguna de ellas fija por más de un segundo. Dejar detenida la imagen más tiempo equivaldría a un silencio incómodo –incomprensible– igual que si en la canción que utilizan como música de fondo hubiera una interrupción de repente.

El silencio se interpreta entonces como un vacío. Como consecuencia ya no es sólo incómodo en los ascensores sino en muchísimos más sitios. Esa necesidad de no dejar huecos es evidente por ejemplo en la radio. Nacho Mastretta aludía a ello en RNE: “En la radio quedarse en silencio es un drama. Pero la música necesita silencio. Habría que corregirlo. Haría disfrutar con más sentido de la música.” Lo dijo después de quedarse callado durante unos segundos. Un microlapsus que pareció eterno.

A lo mejor no podríamos vivir en el silencio como no podríamos vivir en el vacío. “Las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio” se afirma en el relato “El silencio de las sirenas”, de Franz Kafka. En ese cuento se especula con la posibilidad de que lo que no escuchó Ulises fue el silencio de las sirenas, un silencio letal que le hubiera matado. ¿Por qué? ¿Es que escuchar el silencio absoluto es insoportable? ¿O quizás es que ese silencio revela el ruido interior y es este el que no podríamos aguantar? ¿Cómo taparse el “oído interno”? Sea como sea, se trataría de algo ensordecedor y tendría razón Miles: no hay ruido más fuerte. Un ruido inhumano, imposible. A lo mejor el silencio absoluto es la muerte.

 

Imagen portada: esquema de pared destinada a absorber las ondas sonoras
Imagen 1: persona y equipo hifi en cámara anecoica. Autor desconocido. (Anuncio de AT&T, 1949)
Imagen 2: detalle de la partitura de 4´33´´ John Cage. The Museum of Modern Art, New York. MoMA. Imágenes de la partitura completa pueden verse aquí: http://hyperallergic.com/85779/the-original-john-cage-433-in-proportional-notation-19521953/