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Sálvame y la lógica de la crisis económica

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Llevo, como todas ustedes, una semana muerta de calor, por eso en las peores horas de la canícula me he visto obligada a refugiarme en el sillón y a ver Sálvame  que transita sin ninguna razón aparente pero con un gran alborozo del amarillo al naranja. Como ser una simple esclava del opio de la meteorología no era justificación suficiente me he obligado a escribir algo para eliminar la culpa, algo, claro, de cariz político… a ver si al menos me gano un bolo en la próxima universidad de verano de Podemos.

El programa a nivel (neo)marxista, entiéndanme, es estupendo ya que un 80% de su duración trata sobre la gestión de un capital fantasmagórico como es la propia imagen entendida en términos de propiedad intelectual no en términos relacionados con el derecho a la intimidad. Porque los colaboradores del programa son una especie de consejeros en la inversión de ese capital que es la propia imagen labrada en gimnasios, centros de bronceado, discotecas, peluquerías, programas de telerrealidad extrema y horrorosos centros vacacionales. Un capital que cobra valor en la aparición televisiva: “Claro, la hija de Isabel Pantoja no contó nada en Supervivientes porque se iba a hacer un Lecturas”.

Esa circulación, más o menos controlada, de la propia imagen no tendría ningún valor de cambio si no estuviera relacionada con una cadena de significados a los que se asocia dentro del imaginario colectivo. Por citarles algo y para que no se crean que me he pasado el julio rascándome el coño podemos hablar de cómo Richard Dyer explicaba como “las estrellas repiten, reproducen, reconcilian e incluso desplazan y compensan los valores de la audiencia dentro de unas formaciones culturales determinadas”.

Averiguar los significados de las historias que se elaboran sobre la materia prima del capital-imagen de los famosos dentro de un contexto de crisis económica e institucional como el que vivimos es algo paternalista pero entretenido. La idea que hay detrás del juego es contestar a dos sencillas preguntas y de una de ellas ya les digo la respuesta para que no se hernien: ¿por qué triunfan las historias de famosos? Porque convierten en narraciones personales los valores, las ideas abstractas de una época, y porque reflejan y ayudan a crear esos valores. Entonces, ¿qué valores particulares transmite la historia de ese famoso particular?

Por ejemplo, Iker Casillas, con su enervante normalidad y su lacrimógena salida del Real Madrid espectaculariza en los programas de cotilleo deportivo la fuga de cerebros de una España en crisis, la incapacidad de un país por retener su capital humano. Al poner en marcha esa narrativa crea con ello a su propio malvado, el especulador avaricioso Florentino Pérez. Más problemática es la historia de Ia hija de Isabel Pantoja, Chabelita, llamada ahora Isabel II, que recién sale de Supervivientes y que personifica las ansiedades culturales de una España claramente xenófoba donde las tensiones relacionadas con raza e inmigración se siguen resolviendo de una manera gruesa, tal y como ejemplifican las palabras de una de esas personas tóxicas que pueblan Cantora: “Si Chabelita no fuera la hija de la Pantoja ¿qué estaría haciendo? Pues cobrando 12 pesetas la hora que es lo que se cobra en Perú”.

Sin embargo, la historia que me interesa aquí es la de la familia Mateo que la semana pasada ha copado todo Sálvame bajo la forma de gran escándalo. Los Mateo es una familia que se ha hecho famosa a fuerza de acudir a dos famosos programas de telerrealidad como son Quién se quiere casar con mi hijo y Supervivientes. A través de estas plataformas, pero especialmente la primera, construyeron un relato de familia millonaria que disfrutaba de una vida de lujo en Marbella. El hijo mayor, Rafa, que buscaba pretendiente a través del programa se gastaba cantidades obscenas de dinero y se pasó toda la edición diciendo memeces como “esto es muy exclusivo”, “este champan es una serie limitada” que encontraban su eco en las redes sociales donde el chaval nos tenía informados de sus faraónicos dispendios. Una vez que su hermano menor, Christopher, ganara Supervivientes saltó el escándalo: no eran, tal y como decían, una familia multimillonaria  sino que, supuestamente, eran unos prestamistas de baja estofa de Málaga que completaban la economía familiar trapicheando con coches de alta gama. No faltaron tampoco testimonios aterrorizados de personas del Levante español supuestamente extorsionadas por esa familia.

La historia es ejemplar de como el escándalo es un relato de interrupción de esa relación entre la imagen pública y los valores que representan los famosos y como esa relación tiene para nosotras, espectadoras, valores morales. Por otro lado, el trabajo de la prensa rosa/amarilla al narrar esa crisis es, tal y como explica Stephen Hinerman, “un intento de redirigir esa confusión para que las audiencias puedan resolver esa supuesta contradicción”. En ese sentido los escándalos pueden acabar en última instancia por restaurar la autenticidad de las estrellas, al menos en determinados ámbitos culturales.

La historia de los Mateo es también ejemplar de los dos principales usos de la imagen de la riqueza, de la imagen de los ricos dentro de los media de un país sumido en una grave crisis económica: primero como espectáculo de consumo y segundo como odio de clase. La Gran Recesión de 2008 pensada como crisis de sub-consumo encontró su bálsamo en los programas de ricos que gastaban a espuertas y este país, especialmente damnificado por el ladrillazo, se lanzó a ver lo que llaman “pornografía inmobiliaria” donde personas ricas enseñaban sus casas de diseño o donde sosas parejas de canadienses buscaban reformar sus enormes sótanos. Por otro lado y dada la progresiva precarización social, unida al aumento de un 40% de los ricos desde 2008, se encontró el gustó en criticar los excesos de las clases pudientes, ya sea porque sus cachorros hacían el idiota en anuncios con bolsos en la cabeza o ya sea porque mostraban indecentemente sus activos. Como pasó con la familia Mateo, que como la España toda se había hecho pasar por nueva rica estando como estábamos, boquiabiertos delante de los trileros de hipotecas. Lejos quedaba la frase de Solchaga de que España era el país donde uno se podía hacer rico más rápido.

Sin embargo, el punto más inquietante del Sálvame de esta semana ha sido comprobar como las narrativas de escándalos de famosos se parecían milimétricamente a las noticas sobre corrupción política. Recordemos como hace un año toda la prensa se recreaba en los fantásticos coches y motos de la familia Pujol. Pensemos como a mitad de curso saltó el escándalo de las Tarjetas Black y pudimos comprobar los desmesurados gastos en restaurantes, las sacadas de 500 euros a las 5 de la mañana y las vacaciones de ensueño en playas paradisiacas. Después llegaron Granados y su amigo constructor que traía con un helicóptero marisco fresco a sus cacerías en medio de la península…

La prensa “seria” contó esas noticias con las mismas herramientas que utilizan los periodistas  del corazón, tanto al narrar el escándalo político como una crisis entre la imagen pública y los valores privados que en última instancia intenta subsanar, como al recrearse de manera fascinante en los exclusivos gustos de nuestros políticos y sus brillantes adquisiciones. Con ello se conseguía un doble objetivo: primero, desvincular la responsabilidad de un sistema político que permitía ese tipo de desfalcos subrayando la culpa individual relacionándola con los gustos personales. Dentro de los relatos periodísticos, la corrupción política más que en un fallo democrático, era un lifestyle. Y segundo, al hablar de cómo ese lifestyle estaba construido a base de objetos maravillosos los convertía en un espectáculo de consumo en un periodo de escasez.

Ese carácter de espectáculo de consumo que informativamente han tenido las noticias de corrupción acababa de reconciliar a los espectadores con el sistema capitalista caníbal, que si bien era la causa última de ese estado de cosas, habría producido unos brillantes coches deportivos por lo que merecía la pena robar.  De este modo y de manera un tanto irónica, las noticias de corrupción política con toda su retórica de prensa rosa, más que informar a los ciudadanos han acabado significando un parche más en ese dilema que llevamos demasiado tiempo evitando como es el que existe entre democracia y capitalismo.