Contenido

Mr. Lewis

Modo lectura
Cada mes de febrero, Estados Unidos celebra su cultura Negra. Con motivo del Black History Month, Mireia Sentís y José Luis Gallero, editores de BAAM (Biblioteca Afro Americana Madrid), recuerdan la visita realizada a nuestro país por David Levering Lewis, autor de Cuando Harlem estaba de moda.

Salimos muy temprano hacia el aeropuerto, donde enseguida descubrimos que el vuelo de Mr. Lewis ha madrugado aún más que nosotros. Ni rastro del viajero. El servicio internacional de su teléfono no está operativo, y Barajas no dispone de megafonía. El personal de información sugiere acudir a la Policía. Se nos antoja una bienvenida demasiado brusca. En medio de la desazón, atisbamos su figura entre grupos de viajeros, impasible como una columna. Paraguas, chaqueta de tweed y gorra a cuadros. Parece recién llegado de Londres, más que de Nueva York.

«Obtener un Pulitzer  (él lo recibió por partida doble: 1994 y 2001) garantiza la publicación de tu próximo libro. Cuando tenía entre manos El crisol de Dios: el Islam y el nacimiento de Europa, 570-1215 (Paidós, 2009), los editores de Norton hubieran preferido un trabajo sobre historia norteamericana. Sin embargo, lo publicaron inmediatamente».

En Estambul, donde conoció a los responsables de la traducción al turco de dicho libro, le dijeron que su página de Wikipedia atestiguaba que era musulmán, lo cual había despertado suspicacias. Todos sus intentos de refutar el dato se estrellaron contra la autoridad incontestable de la Enciclopedia. He aquí un ejemplo de cómo nuestra identidad virtual puede convertirse en testigo de cargo contra nosotros mismos.

Para delimitar tareas que en España designamos con la misma palabra, la lengua inglesa dispone de dos: editor y publisher. El editor supervisa los criterios literarios (selecciona, recorta, reordena); el publisher se ocupa de los aspectos materiales (producción, distribución, venta). Ahora mismo se rueda en Hollywood una película basada en la vida del editor Max Perkins, que aportó sabia nueva (Fitzgerald, Hemingway, Wolfe, Caldwell) al venerable sello Scribner’s, con cuyos publishers tuvo bastantes conflictos. «Algo ha cambiado en Hollywood para que se interesen por la vida de un editor. Nunca lo hubiera imaginado». ¿Pero no se asemejan últimamente las producciones de Hollywood a películas indie, y viceversa?

No hay duda de que su tema favorito son los libros. «Están tratando de convertir la Biblioteca Pública de Nueva York en una especie de centro comercial. Norman Foster presentó un proyecto, pagado a precio de oro, que ha sido paralizado gracias, entre otras cosas, a la demanda de Advocates for Justice, entre cuyos miembros me cuento. Se ha conseguido evitar la destrucción de las siete plantas del edificio. Sin embargo, se desconoce adónde han ido a parar los libros. Un mal irreparable para el bien más preciado de una biblioteca».

¿Y la presidencia de Obama? «Ocho años perdidos. No ha sido valiente. Frente al rechazo republicano, debió ejercer su derecho a decidir mientras el Senado estaba aún en manos demócratas. Una oportunidad definitivamente malograda».

The Crisis, revista clave, tanto para el Renacimiento de Harlem (1919-1934) como para el Movimiento en favor de los Derechos Civiles (1955-1968), fue fundada por Du Bois en 1910. Esta publicación de análisis político cuenta en la actualidad con un millón de seguidores, los mismos que la organización de la que sigue siendo órgano: la NAACP (National Association for the Advancement of Colored People), y su influencia es decisiva entre el electorado negro.

Pese a odiar a homosexuales y afroamericanos, hay sospechas de que Edgar Hoover, primer director del FBI, no solo era gay, sino que llevaba en sus venas sangre negra. Su certificado de nacimiento, a diferencia del de sus dos hermanos, fue tramitado inusitadamente tarde: cuando contaba 43 años. Su madre, de ascendencia suiza, ¿tuvo a este hijo con otro hombre, del que no quiso dar noticias? ¿Practicó Hoover el passing, esa manera de ocultar tras una piel clara una ascendencia africana? El tema constituye casi un género dentro de la literatura afroamericana, con piezas como Autobiografía de un exhombre de color (1912), de James Weldon Johnson (Señor Lobo Ediciones, 2014), Passing (1929), de Nella Larsen (Claroscuro; Contraseña, 2011), o Milk in My Coffee (1998), de Eric Jerome Dickey. Todas ellas precedidas por El bobo Wilson (1894), de Mark Twain.

Según el autor de Cuando Harlem estaba de moda, el legendario barrio neoyorquino está dejando de ser negro. La industria inmobiliaria, poderoso brazo de la gentrificación, se apodera del último reducto de Manhattan. Una cadena marsellesa de restaurantes acapara las mejores ubicaciones comerciales. Marsella, Palermo… Estamos en la vieja ruta de la mafia.

En el Museo Reina Sofía, durante la visita al Guernica y su contexto, nos detenemos ante la célebre foto de Robert Capa (miliciano alcanzado por una bala), cuya autenticidad ha sido puesta en cuestión a menudo. Mr. Lewis señala que tres de las fotografías más icónicas del siglo XX fueron presuntamente escenificadas: el miliciano español de Capa (1936), el beso parisino de Doisneau (1950) y la bandera norteamericana de Rosenthal ondeando en una isla japonesa (1945). A su juicio, la imagen de Capa es la única de las tres en la que no hay pose. El ensayista evoca con humor su frustrado viaje al pueblo de Gernika (Vizcaya) en compañía de su esposa: enzarzados en una trifulca conyugal, su automóvil pasó de largo para siempre.

En la vida de un investigador, no existe nada más importante que el silencio. Mr. Lewis lo encuentra al norte del Estado de Nueva York, en una casa desde cuyas ventanas domina un panorama de 360 grados. Allí, como quien trabaja en el montaje de una película, procesa la ingente documentación recogida durante meses en archivos y bibliotecas. «El arte del investigador es equiparable al esfuerzo de un llanero solitario», afirma.

Comentamos la reciente traducción al castellano de un texto que nosotros mismos habíamos planeado editar. Nuestro interlocutor abre mucho los ojos. Se trata del libro de su sobrina Michelle Alexander (El color de la justicia, Capitán Swing, 2014), escrito a raíz del arresto injustificado de un conductor negro. Para sorpresa de Mr. Lewis, su análisis del racial profiling (inculpación basada en el color de la piel), así como del encarcelamiento masivo de afroamericanos, resultó un éxito editorial. Michelle, abogada, está casada con un fiscal del Estado, «lo cual debe de dar pie a interesantes desayunos», sonríe.

A propósito de La hija del presidente (1853), de William Wells Brown, primera novela escrita por un afroamericano (de próxima publicación en BAAM), nos anuncia que acaba de aparecer la primera biografía de su autor, «un personaje mucho más complejo de lo que se pensaba».

En su visita a la sede de BAAM, Mr. Lewis se sienta junto a un retrato de Arthur Koestler, circunstancia que nos invita a evocar el famoso encuentro entre el escritor húngaro y Langston Hughes en una polvorienta ciudad de Turkmenistán. «Koestler, el nada sentimental intelectual judío, consideraba que la Revolución rusa era útil de manera momentánea. Hughes, el sentimental intelectual afroamericano, excusaba los defectos de la Revolución explicando que había observado los cambios a través de los ojos del Negro».

Esa misma noche, tras la presentación de su libro, cuando ya la cafetería del Círculo de Bellas Artes estaba desierta, el azar reservaba al propio Lewis un encuentro memorable con el pianista Randy Weston, quien el mismo día y en el mismo lugar oficiaba ante su público. Nacidos respectivamente al final y al comienzo del Renacimiento de Harlem, tenían amigos comunes, habían oído hablar el uno del otro, pero sus destinos no se cruzaron hasta el 20 de noviembre de 2014 en Madrid.

Mientras apuramos el último Dry Martini (de vodka), repasamos la jornada. La tarde madrileña resultó caótica (manifestaciones, cortes de tráfico). A la hora de comenzar la presentación, la sala estaba vacía. Casi todos los que pudieron asistir, lo hicieron con mucho retraso. Cuando Harlem estaba de moda —crónica que tiene mucho que ver con nuestro tiempo, pues habla de una fiesta que se convierte en fracaso— habría merecido un acto relajado y concurrido. Lo mismo cabría decir del otro título que dábamos a conocer —Caña (1923), de Jean Toomer—, que Ray Loriga cubrió de elogios: «Uno de los libros más bellos que jamás he leído. Habla de las mujeres para describir a los hombres. Lo he copiado durante toda mi vida sin conocerlo». La poética de Toomer aparece condensada en uno de los aforismos de Essentials (1931), su segunda y última publicación: «Encontrar dificultades desconocidas para obtener resultados inesperados».

En el bar del aeropuerto, mientras comienza a clarear, formulamos a nuestro viajero —con quien el día anterior conversábamos ante las pinturas negras de Goya— una última pregunta: «¿Todo está perdido, Mr. Lewis?». Con su mirada de detective, responde: «Un historiador solo puede predecir con cierta exactitud el pasado».

Adiós, Mr. Lewis. Lo echaremos de menos.