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Lo pequeño es hermoso

La cabaña y otras arquitecturas esenciales
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El mejor lugar para convocar a los tímidos y esquivos espíritus creadores es una cabaña solitaria. Escribir un libro, componer una sinfonía o descubrir la razón de la existencia humana, parece más fácil allí, o, al menos, eso pensamos si atendemos a los numerosos ejemplos de personajes brillantes que utilizaron una cabaña para llevar a cabo su obra.

Referencia obligada en esto de perderse en el bosque para encontrarse es Henry David Thoreau y su experiencia eremítica, que contó allá por los años cincuenta del siglo XIX en su clásico Walden. El filósofo alemán Martin Heidegger mantuvo una intensa relación durante cincuenta años con su cabaña en la Selva Negra, donde escribió buena parte de sus libros; el compositor austriaco Gustav Mahler recurrió a una cabaña "vacacional" donde inspirarse en Steinbach, mirando al lago Atter; el escritor irlandés George Bernard Shaw tenía una caseta giratoria con la que buscaba el sol y la sombra en su jardín; y el poeta galés Dylan Thomas tuvo la suya que parecía girar por dentro.

Aunque el aislamiento y el contacto con la naturaleza son ingredientes necesarios para este modelo de búsqueda interior, sospecho como arquitecto que no son suficientes y hay también algo relacionado con el carácter mínimo del refugio.

Pareciera que la arquitectura de la cabaña, sucinta y compendiosa, que busca los límites de la reducción espacial de la vida cotidiana, vibrara más próxima a nuestra frecuencia de resonancia intelectual, abocándonos a un flujo trascendental.

Los ejemplos conocidos dentro del gremio de arquitectos son las cabañas de Le Corbusier en Roquebrune-Cap-Martin, Riviera francesa, que construyó para su esposa y sus propios veraneos; y la de Ralph Erskine, en un bosque sueco, donde pasó cuatro años y tuvo a su primera hija. 

Pero no sólo de cabañas vive la arquitectura de lo esencial, el proyecto de un habitáculo conciso que satisfaga nuestras necesidades de habitante resulta más obvio y pertinente en la ciudad.

Como los apartamentos plegables de Graham Hill en New York, millonario y activista de lo pequeño (él diría que lo pequeño es sexy) o Gary Chang, arquitecto de Hong Kong que ha necesitado 30 años para conquistar sus 32 metros cuadrados.

Un trajín sabroso, una danza de muros y abatibilidades para tenerlo todo y a mano, concentrando los usos y la materia, evitando las redundancias.

O las ideas de los protagonistas de Microtopia, documental sueco que nos muestra un puñado de propuestas explorando el límite de la materialidad de la vivienda.

Una caseta autosuficiente y ecológica que huye de la "civilización" en el desierto de Texas, una casa isla de botellas recicladas en Cancún, casas prefabricadas y portátiles, casitas sobre ruedas, habitaciones imaginarias en espacios públicos de París, tiendas de campaña que se cuelgan de los troncos de los árboles, un kimono que se infla y convierte en refugio, una cápsula nómada con patas hidráulicas o un cubículo en lo alto del brazo de un camión grúa. 

Todos ellos ejemplos que nos remiten al libro de Schumacher Lo pequeño es hermoso, quien hace ya cuarenta años fue vanguardia de la economía ecológica y el sentido común.

En un mundo que se devora a sí mismo de manera enfermiza, Schumacher plantea que "el objetivo debería ser conseguir la mayor cantidad de bienestar con el mínimo consumo"; frente al "más grande es mejor" (bigger is better) esgrime que "lo pequeño es hermoso" (small is beautiful). Hermoso por ajustado, porque sirve y no sobra, porque tiene más de una función; la belleza de lo ecológico, al fin y al cabo. 

Una belleza de lo sencillo que vendría siendo lo opuesto a la ordinariez de la opulencia y el exhibicionismo de los haigas de los ricos del estraperlo de la posguerra o los yates de nuestros recientes millonarios del ladrillo, quienes compraban, de igual forma, el más grande que "haiga".

 

Imágenes:
1. La cabaña de Heidegger en la Selva Negra, pintada por Miki Leal
2. George Bernard Shaw a la puerta de su caseta giratoria
3. Cabaña de Gustav Mahler
4. Field lab de John Wells en el desierto de Texas
5. Crane Room de Aristides Antonas