Contenido

La Guerra™ y su representación

Modo lectura

Que la guerra es la continuación de la política por otros medios lo sabemos ya. Pero quizá no es tan conocida la inversión del aforismo de Von Clausewitz que realizó Foucault en el curso que impartía en Collège de France en 1975: la política es la continuación de la guerra por otros medios. Con ella el filósofo francés apuntaba que las relaciones humanas son siempre relaciones de poder, de modo que la diferencia entre guerra y política depende de la codificación de tales relaciones. Esta visión impone un esquema de análisis fractal que entiende lo social de forma agonística, desde las vivencias familiares (fraternidad-fratricidio) hasta las relaciones internacionales (justicia-equilibrio de fuerzas), pasando por la convivencia urbana o la ciudadanía nacional.

Es precisamente desde esta perspectiva interpretativa que debemos acercarnos a Guerra, el espectáculo musical «multimierda» que interpretaron Albert Pla, Fermín Muguruza y Raül Fernández ‘Refree’ el pasado lunes en Barcelona, en el contexto del festival Grec. Dirigido por Pepe Miravete, Guerra narra la historia de Albert Pla, soldado raso, capitán  y ejercito a un tiempo, que pone cerco primero, e invade física y psíquicamente después, una Ciudad Anónima encarnada por la voz y el rostro de Fermín Muguruza. No por azar el espectáculo es un híbrido entre musical, teatro y proyección audiovisual: más que una invectiva contra la guerra –entendida en su aspecto macro, esto es, como enfrentamiento de ejércitos profesionales– se trata de una reflexión sobre la representación y codificación del conflicto en todos los niveles: de las asfixia financiera a la tragedia de Lampedusa, de Palestina a la mercantilización de la solidaridad, de las disputas soberanistas a la lucha de clases. Así, la función se aboca a un juego especular enormemente sutil donde las palabras, la música y las imágenes chocan entre sí y se desmienten contradiciéndose, obligando al espectador a tomar distancia.

Espectáculo y conflicto

Todo empieza con Albert Pla tras una barricada, recibiendo órdenes por radio para poner cerco a la ciudad. Las primeras palabras del soldado nos introducen ya en un primer código de lectura: informaciones entrecruzadas entre «ganso mareado», «pato mareado» y «un nido de avispas», con instrucciones ininteligibles y ridículas. La platea rió y aplaudió nada más empezar. Habían reconocido al personaje, una parodia estereotípica del soldado incompetente, perdido en tierras desconocidas, bajo las órdenes de una cadena de mando demencial. Algo así como Charlie Sheen en Hot Shots!, pero más torpe que un Caballero de la Mesa Cuadrada en Fallujah. Sin embargo, los descosidos del código de representación pronto quedaban al descubierto: el soldado Albert Pla escribía y reescribía una carta a su madre, reinventando una versión de la realidad a cada nuevo intento. En sus infantiles palabras, proyectadas en el escenario al tiempo que eran escritas, los autóctonos de la ciudad asediada aparecían ahora como abnegados y hospitalarios anfitriones, ahora como antropófagos despiadados y barbaros caníbales que se comerían hasta a sus propios hijos («pero es su cultura, mamá. Debemos respetarla»). Asimismo, Albert Pla evocaba su pueblo natal en forma de oda a la vida retirada, un beatus ille en 8bits que envolvía el personaje de una irrealidad cyberpunk, coronada por una lluvia de emoticonos que rubricaba la decisión de cambiar el medio epistolar por el whatsapp.

Este juego de representaciones se rompía con la aparición de Muguruza, portavoz de la Ciudad y sus miembros, que entonaba sus réplicas al ritmo de drum’n’bass, rock industrial, rap y música electrónica, erigiéndose así como contrapunto físico del juego de representaciones. La dureza del mensaje y el tesón de la verdad se enfrentaban a la liviandad de la ideología económico-militar. Así, aunque muy alejado de su registro habitual, Muguruza era capaz de excitar al público con sus interminables arengas, puesto que personalidad y personaje se confundían en unos mítines transformados en canciones. En el esquema demasiado maniqueo que animaba la trama, el ex cantante de Kortatu simbolizaba el Bien, los Oprimidos, los Inocentes frente a la Arbitrariedad del Mal, los Opresores y los Culpables. Con todo, había algo en la anárquica desfachatez de Pla –¿el soldado o el cantautor?– que parecía atentar contra el discurso militante de Guerra y que paradójicamente lo salvaba de caer en lo panfletario.

Este esquema era repetido a lo largo de la función. La contraposición constante de los dos mundos se decantaba paulatinamente hacia la invasión de la ciudad, la construcción de muros y los asesinatos. Quizá uno de los momentos más memorables de la actuación, tanto por la condición de músicos de los intérpretes, como por el movimiento soberanista que atraviesa Catalunya, fue la organización y celebración por parte de Pla de un multitudinario Concierto para la Libertad, un baño de masas y marcas, de celebración extasiada de la guerra en nombre de la paz. Este trasunto del Concert per la Llibertat, celebrado en el Camp Nou en 2013, era una también una crítica a la doble moral de que hacen gala las celebrities cuando aparecen a defender las esponsorizadas causas justas. Una prueba más de que en el punto de mira del musical no estaban solo las oximorónicas guerras humanitarias.

Con todo, el concierto, como la mayor parte de los elementos que componen la obra, resulta una forma de escenificar la dualidad representacional del conflicto, de la guerra-política/política-guerra. Descubrimos que el decorado del Concierto por la Libertad es reversible, y si bien Muguruza utiliza ese giro del tablado para mostrar que la coreada Libertad es en realidad la Guerra™, esto es, un conglomerado de intereses empresariales y políticos adornado con grandes bafles y luces multicolor, debemos entender que el subsiguiente concierto protagonizado por Muguruza, en un espacio austero, simple y llano, es también una representación discursiva. Esa bidireccionalidad ideológica es ejemplificada en el hecho que Pla y Muguruza, hartos uno del otro, culminan la escena con una canción a dúo. Enfrentados a lo Pimpinela, su discusión es reducida a un combate cuerpo a cuerpo –las luces del teatro se apagan, el trasfondo se difumina y solo quedan las cuerdas de un ring–, que termina identificándose un conflicto agonístico, irreconciliable.

Guerra: una representación

Trasladar la discusión sobre la guerra al campo del conflicto y de la representación de la Guerra™ es el gran acierto de la obra. Entronca con una tradición audiovisual de cuestionamiento de la representación de lo bélico. Un breve resumen: la Primera Guerra Mundial no es filmada; en la Guerra Civil Española –de la que hoy, 18 de julio, se cumple una triste efeméride– las fotografías serán clave; la representación de la Segunda Guerra Mundial queda en manos de los noticiarios oficiales, que servirán como fuente de propaganda; con la Guerra de Vietnam, ya en la era de la televisión, se originará una crisis (¿cómo filmar la guerra?), pues la profusión de imágenes tratará de ser controlada por las autoridades; con la aparición de la CNN, la Guerra del Golfo había de ser un conflicto retransmitido en directo, pero EEUU logró que no lo fuera; los enfrentamientos en los Balcanes volverán a derramar multitud de imágenes, mientras que la invasión de Kosovo es invisibilizada (apenas habrá relatos y testimonios de los refugiados); será en Irak donde se producirá un cambio: CNN y Al Jazeera libraran una batalla de contrainformación, mostrando relatos contradictorios; internet, finalmente, derrocará la hegemonía del relato televisivo, abriendo paso a un nuevo universo de representaciones no menos discursivas.

En este contexto, aparecerán distintos trabajos cinematográficos que abordarán la cuestión. Iraqui short films, de Mauro Andrizzi, recoge las imágenes grabadas con cámaras pequeñas por los soldados de ambos ejércitos. Los documentos, mal filmados, muestran un estilo de verdad mucho más pronunciado que las imágenes profesionales, las cuales entrarán en crisis frente a la omnipresencia del vídeo amateur; The war tapes, documental de la cadena por cable HBO, utilizará este mismo recurso, aboliendo la voz en off –en un retorno al espíritu del direct cinema–. También la ficción se verá afectada por esta transformación: Redacted, de Brian de Palma, adopta la estética amateur, igual que la miniserie de David Simons, Generation Kill; también debe citarse Vals con Bashir, el testimonio de un soldado israelita que combatió en la guerra del Líbano, que optará por los dibujos animados ante la incapacidad de restaurar la memoria bélica con imágenes de archivo.

Este musical multimedia, que aúna proyección, actuación y música, aboga por un híbrido de estéticas representacionales: dibujos animados, videojuego e imágenes reales. Además, se sirve de la actuación teatral y musical de personajes tan conocidos como Pla y Muguruza, políticamente marcados, que ayudan a codificar el relato. Como en Vals con Bashir, Guerra pone sobre la mesa la realidad de lo bélico por una vía oblicua, esto es, cuestionando sus medios de representación. La Guerra™ termina siendo una superproducción auspiciada por marcas comerciales, retransmitida por televisión y celebrada por la sociedad civil como fiesta humanitaria, sí, pero cualquier otra forma de codificación acabaría por ser una falsificación de su carácter intrínsecamente conflictivo.

Por ello, la dimensión fractal que obliga a pensar más allá de lo estrictamente bélico nos lleva a cuestionar la construcción discursiva que envuelve y neutraliza otra clase de conflictos: la inmigración y las barreras nacionales, la violencia policial, la dictadura económica, la precarización laboral, etc. Es la ciudad misma (o, mejor, nuestra existencia como ciudadanos) la que es puesta en cuestión en la aceptación pasiva de ciertas formas de representar el poder. No se trata únicamente de un carnaval de los opresores, que habrían ataviado de económico lo político, sino de poner en primer plano el carácter conflictual de lo social. De ahí que tras erigir un gigante muro que ejerce al mismo tiempo de prisión, el soldado Albert Pla desista en su intento de pintarlo con los colores del arcoíris, de aderezarlo con accesorios color rosa, y suelte finalmente: ¿sabes qué? Mejor píntale un Bansky.

 

La información sobre la representación de la guerra en el medio audiovisual procede del libro de Àngel Quintana, Después del cine: imagen y realidad en la era digital