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¿Existe Luis Rodríguez?

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El apellido Rodríguez es bastante común en España, sobre todo en la zona del norte. De hecho, una de cada casi veinte mil personas se llama Rodríguez en este país. Hay unos novecientos treinta mil en total.  Personas que se llamen Rodríguez Rodríguez ya hay menos: casi cuarenta y cuatro mil. Ciento treinta y uno viven en la provincia de Castellón. Y, entre ellos, se supone que hay un tal Luis Rodríguez Rodríguez, escritor de noche y banquero de día, que vive en el pueblo costero de Benicàssim.

O eso es, al menos, lo que sostiene el periodista de El Periódico Mediterráneo Eric Gras, que asegura haberlo visto en una ocasión y nos informa de que es un hombre de “semblante aparentemente común, demasiado correcto y algo tímido". El escritor Ricardo Menéndez Salmón, que pasa por ser su “descubridor”, confirma que Luis Rodríguez Rodríguez mantiene con él una “correspondencia morigerada”, que sus e-mails, nos dice, van siempre “Sin asunto”. Y, por si fuera poco, tenemos dos pruebas –en principio– irrebatibles de la existencia de Luis Rodríguez Rodríguez: los libros La soledad del cometa (2009) y novienvre (2013), ambos editados por la editorial ovetense KRK. Pero nada más: ninguna fotografía promocional (ni en sus libros ni en la prensa), ni tampoco entrevistas ni declaraciones periodísticas. Cabría pensar, pues, que Luís Rodríguez es un nom de plume.

Su primera novela, La soledad del cometa, una novela breve que el escritor habría publicado a sus cincuenta y un años, no recibió atención sino de unos pocos críticos (Roberto Valencia, Vicente Luis Mora, Francisco Solano y Eugenio Fuentes). Le pasó pues al escritor así llamado Luis Rodríguez que  “había dejado de ser inédito para descubrir que seguía siendo inédito”, según dejó dicho Menéndez Salmón, quien –indignado– señaló cómo “toda la bendita crítica de este país expresó en silencio su ignorancia”. Yo mismo he de reconocer que no sabía nada del escritor así llamado Luis Rodríguez hasta que leí hace menos de un mes el ensayo de Vicente Luis Mora “La construcción del realismo fuerte en algunos libros de narrativa hispánica actual”. Mora se refiere a la escritura de Luis Rodríguez (Cosío, Cantabria, 1958) en los siguientes términos: “Luis Rodríguez es una especie aparte de escritor, una exquisita rareza que no se parece escribiendo a nadie, ni siquiera a sí mismo”. En esta línea ahonda el crítico literario y también escritor, Álvaro Colomer, quien lo califica de “autor secreto".

El desconcierto para el lector que quiere desentrañar el misterio de la existencia de Luis Rodríguez, y que busca indicios en sus libros, se vuelve mayúsculo al descubrir que hay un hombre que protagoniza sus ficciones y que es escritor y banquero, que procede de un pueblo del norte y que ahora vive en la zona de Castellón (las tres cosas forman parte de la biografía del supuesto autor real). Para añadir ambigüedad al caso, en novienvre este personaje tiene un nombre: Luis Rodríguez. Lo cual no resulta un dato baladí, pues pronto el lector descubrirá que la poética de ambas novelas no se basa en la metaficcionalidad postmoderna, sino que estas hablan de qué es ser Luis Rodríguez, de las posibilidades que contiene un nombre. Un nombre común, un alias: everyman.

"Tanto da que uno le ponga voluntad a la vida o no, tanto da que uno quiera morir de propia mano o dejarse matar. Al final, parece decirnos Luis Rodríguez, todo es irrelevante"

El tránsito de La soledad del cometa a novienbre significa la muda del pronombre al nombre (esto es: de la realidad lingüística a la realidad extralingüística). O dicho de otra manera, la narrativa de Luis Rodríguez ejemplifica el proceso metanoico: es decir, fructifica en un viaje que implica un cambio de mente. ¿Esto significa que son novelas esquizofrénicas, paranoides, lisérgicas? No exactamente, son novelas que cuestionan la fiabilidad del mundo, la gravidez (no siempre inescapable) del ambiente en el que se desarrolla el sujeto. El ambiente, pues. El lugar en el que se desarrolla nuestra existencia. De eso van las novelas, de cómo Luis Rodriguez acaba(rá) marcado o no por el entorno que le cerca los pasos. Así, a pesar de que las novelas no tienen trama (pero sí un hilo argumental que las cohesiona), ambas proponen la ambigüedad de dos caminos posibles del sujeto frente a su entorno: el actante, el de aquel que participa, y el del paciente, aquel que se deja llevar por la dinámica del mundo. La paradoja aquí, y lo que hace que sus editores coloquen a la narrativa de Luis Rodríguez la etiqueta de realismo nihilista, es que son caminos intercambiables. Tanto da que uno le ponga voluntad a la vida o no, tanto da que uno quiera morir de propia mano o dejarse matar. Al final, parece decirnos Luis Rodríguez, todo es irrelevante, la vida va a ponernos en el lugar que ella quiera y la única opción que nos queda es la de, parafraseando a Ángel González, ser “un escombro tenaz, que se resiste a su ruina”.

Pero, ay, la realidad de la vida que tiene sus propios planes... ya nos lo dice Luis Rodríguez en sus novelas y es, además, verdad. Pues he de reconocerles, no sin cierta pesadumbre (pues uno siempre prefiere las historias literarias de escritores inexistentes o eremitas) que sí, que en mi búsqueda internética última, para preparar este texto, he dado con un testimonio probatorio: el tal Luis Rodríguez Rodríguez, habitante de Benicàssim, autor de dos libros memorables, sí existe. Lo ratifica este vídeo grabado en la librería l Ámbit, de Benicàssim, el pasado dieciséis de noviembre de dos mil trece. Para mí, empero, Luis Rodríguez Rodríguez seguirá siendo únicamente un estado mental. Una posibilidad. Una incertidumbre. Un mero nombre trivial.

Imagen:Jean Giraud Moebius retratado por si mismo