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En el Círculo Dorado: días con/ sin Ornette Coleman

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Free es una bonita palabra –¿quién no quiere ser libre?–, pero si la juntas con Jazz te sale Free Jazz y la gente empieza a abandonar la sala. Ornette Coleman, el hombre a quien se le ocurrió unir esas dos palabras falleció el pasado día 11. En estos días, muchos otros artículos han ofrecido una panorámica de su prolífica carrera. Aquí nos conformaremos con interrumpir un instante la música del instante para observar una fotografía.

El lugar natural de un músico de jazz no es un nevado bosque (o parque) de Escandinavia. La foto hace evidente esa desubicación. Pero si el paisaje es insólito y frío, el público que les espera un poco más tarde será (quizás por puro, bendito esnobismo) cálido y receptivo a la música de estos tres hombres. Los de la foto son el trío de Ornette Coleman en Estocolmo, en 1965. Ornette lleva chistera y una gabardina clara. El rostro pálido es David Izenzon, contrabajo. Completa el trío un paisano de Ornette, Charles Moffett, de Fort Worth, Texas, a la batería.

Las grabaciones tomadas de los conciertos del trío de Ornette Coleman en el Gyllene Cirkeln (Círculo Dorado) de Estocolmo no son la pieza angular de su discografía. Pero no hay rincones menores en la obra de Ornette Coleman; su intensidad nunca desmaya. Simplemente, no siempre el relato se escribe de la misma manera. El relato construido acerca de Ornette trata de una revolución que partió las aguas del jazz moderno dejando, a un lado, fascinación, al otro, incomprensión. Las grabaciones que levantan acta de ese momento crítico se tienen por más valiosas. Pero no parece que la inspiración de Ornette Coleman se fortaleciese en la controversia y el conflicto; si acaso se afirmaba a pesar de ellos. Al contrario que otros jazzistas de su generación, tampoco era adepto a grandes ideas religiosas, estéticas o políticas. Al menos no condicionaban lo que oía en su cabeza, pues le guiaba más bien una corriente de pensamiento musical irónico e íntimo, dispuesto a conectar e inscribirse en el tejido de las cosas cotidianas.

El relato que nos cuenta el trío de Estocolmo trata de eso. Aquella gira europea fue un momento de plenitud después de dos años sin actuar. El contacto con el público hizo bien a esta música: espontánea y audaz como siempre, ahora sonaba relajada y radiante. Las grabaciones de Estocolmo están llenas de momentos en que es posible sentirlo así. Muchas de las composiciones presentadas por el trío eran nuevas. A juzgar por sus títulos, se diría que están marcadas por las circunstancias de aquel tour.

Al escuchar Faces and places, por ejemplo, es fácil reconocer (en el atropellado fraseo del solista, en el swing siempre cambiante) el vértigo de quien intenta recoger lo particular de paisajes y gentes cuya variedad no cabe en una única imagen sonora. Para intentar algo así, siempre es útil servirse de un patrón musical reconocible. El ritmo de vals rústico de European Echoes, con su sencilla tonada de notas repetidas, es una canción popular de ninguna parte, algo que cualquiera podría silbar para sí sin pensar mucho. La ironía de postal continúa de alguna forma en Antiques. Esta vez la velocidad es la de un tranquilo paseo. Cómodamente mecido por el colchón rítmico de Izenzon & Moffett, Ornette se dedica a contemplar las pintorescas figuras que dibuja su saxo alto, tomándose un momento para seleccionar aquellas que mejor pueden completar su rara y preciosa colección.

Aquí todo aquello que produce una impresión viva se vuelve sonido. Puede ser el choque con una realidad nueva, movediza y recién descubierta, como hemos visto, pero también la permanencia de lo fundamental. Muchas canciones que el grupo interpreta en las sesiones de Estocolmo suenan como esa especie de canto espontáneo. En Snowflakes and sunshine, Ornette deja de lado el saxo alto y hace resonar (más que cantar) las cuerdas de un violín, alternándolo con toques de esa trompeta amateur que tanto irritaba a Miles Davis.

Morning song y Dawn son dos temas tranquilos, dos cantos a la mañana. En el primero escuchamos una serena melodía que Ornette desarrolla con arte de hipnotista. Casi al final, entre el zumbido del contrabajo se abre un hueco para que el percusionista salude al nuevo día con toques de campanitas.

Dawn es una composición más incierta. ¿En qué tono vibra ese amanecer? La voz principal no parece dispuesta a revelarlo, ni aún requerida por un bajo que oscila entre los dos extremos de su registro y por un latido de batería dispuesto a cambiar abruptamente. Pero como la mañana no está completa sin desayuno, el trío ataca una pieza titulada Doughnuts. Uno puede imaginarse al gran John Coltrane tocando un tema llamado Amanecer, pero no uno que se titulase Rosquillas. El mundo de Ornette Coleman es así.

En estos extensos temas del Círculo Dorado, el elemento central es la inventiva melódica de Ornette, con la sección rítmica marcando un sutil e intrincado pespunte. Otras veces es como si el saxo irradiase, desprendiendo tras de sí una estela de repiques de platos y notas frotadas del bajo. Y cuando el compás se altera, el dilema planteado queda a veces sin responder: el solista persiste, siguiendo el curso impasible de un hilo que nunca acaba de devanar.

Esta afinidad de Ornette por lo melódico frente a lo armónico era una opción estética y anímica. La armonía es estructura y sistema. La melodía, de tan natural, ni siquiera es un logro exclusivamente humano. Cuando un compañero le preguntó cuáles eran los cambios de acordes en un tema que se disponían a tocar, Ornette tomó la partitura y escribió un acorde distinto sobre cada nota. .La respuesta estaba clara: todos y ninguno.

Coleman entendía la armonía como una coexistencia de melodías no subordinadas entre sí por una ley superior: la canción particular de cada voz, de cada instrumento, todas sonando al mismo tiempo. Algo tan primario que, así expuesto, no sabemos si es la definición de vanguardia o la de folklore. Ornette Coleman nunca tuvo que elegir entre una cosa y otra.

(Los hombres de la fotografía dejaron Estocolmo y prosiguieron su viaje. Algunos meses más tarde se les vio por París, donde grabaron la banda sonora para una película del grupo de vanguardia Living Theatre. En el siguiente vídeo les vemos caminar con sus instrumentos, bromear, hablar de su música, enfadarse porque hay que repetir una toma y, sobre todo, hacer música.)


Así que esta historia continúa para todos nosotros y también para Ornette Coleman, que sigue sonando.

 

La fotografía pertenece a la portada del disco de The Ornette Coleman Trio At the “Golden Circle” Stockholm, vols. 1&2, Blue Note Records, RVG Edition.