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El fotógrafo francés que se perdió en Siberia

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Guillaume Chauvin no tarda ni un día en contestar a mi petición para una entrevista. Evidentemente, Rusia le apasiona y quiere hablar de ella. Una fascinación que recoge Le vie russe – entre Sibérie et aujourd d'hui (Allia), su libro de fotografías sobre esta región, y que contagia rápidamente al lector. Curiosamente, el libro, según me explica, no surgió de ningún proyecto con unos objetivos marcados. Simplemente Chauvin viajó desde su Francia natal hasta Rusia y allí quedó atrapado.

«Antes de ir no sentí la necesidad de hacer un trabajo así. En realidad fui por motivos de estudio», dice. «Comencé un blog para comunicarme con mis amigos y mi familia, y algunos de ellos me dijeron: danos más». De vuelta a Francia, ese «danos más» se convirtió en un libro. Uno bastante singular. No sólo por el tema, ni tampoco por las fotografías de interminables bosques de abedules y paisajes nevados, y de sus habitantes, a los que Chauvin retrata siempre de cerca y en plano frontal, reflejo de un interés sincero y sin juicios preconcebidos sobre el país y sus gentes. El libro carece de pies de foto que expliquen quién es el fotografiado, y cuándo y dónde se tomó la fotografía. Tampoco hay detalles técnicos. «Cuando volví a ver las fotografías en Francia, tuve la impresión de que podrían haber sido tomadas en cualquier lugar de Rusia», explica. «Los pies de foto a menudo “suprimen” las interpretaciones que puedes tener frente a una fotografía, y yo no quería que el espectador perdiese esa oportunidad. Además, cuando empecé a maquetar el libro con un amigo mío, queríamos que el lector ojease la primera parte del libro, unas 100 páginas de fotografías, y luego, cuando llegase al texto y lo leyese, recordase las fotografías que vio antes, como ilustraciones inconscientes del texto. Además, le permitía la posibilidad al lector de, una vez terminado de leer el texto, regresar a la primera parte, la de las fotografías, y verlas bajo una luz completamente diferente... creando una especie de bucle».

Además de no haber pies de foto, tampoco hay, aparentemente, ningún orden, cronológico, temático o de cualquier otro tipo. Según el autor, se trata de «una expresión de lo que sentí cuando abandoné Rusia, y tengo que admitir que sólo vi una parte bastante pequeña del país», por lo que honestamente, continúa, «asumí que este libro es solamente un punto de vista». El orden, o más bien la falta de él, tiene su origen en la teoría de la “subjetividad reponsable” del fotógrafo y documentalista Chris Marker, a la que el autor concede gran importancia. «Además, el tamaño del libro es poco común (17x30 cm) –el editor normalmente sólo publica libros de pequeño formato (10x17 cm)–, las letras son grandes, el título es grande, el código de barras es grande... es como uno de esos libros grandes de cuando eres niño... y también fue idea de un amigo mío, diseñador gráfico, que me dijo: “Deberías adaptar el tamaño de tu libro a su tema. Rusia. ¡Un país enorme! Adáptalo a él.”»

Rusia. Siberia. Sin duda, la sola mención de estos lugares evoca de inmediato en el lector numerosas imágenes. Porque son un espacio físico, pero también –y en Occidente, sobre todo– mental. Algunas de estas imágenes son poéticas. Otras, en cambio, terribles. Como es notorio, Siberia fue, por su naturaleza con frecuencia inhóspita –temperaturas extremas y enormes extensiones de terreno despobladas– un lugar de destierro para enemigos políticos mucho antes incluso de la creación del gulag. Bastante menos conocido es el carácter hospitalario de sus habitantes. Aunque supone el 77% del territorio de la Federación Rusa y se extiende desde los Urales hasta el Ártico y el Pacífico, y mantiene fronteras con países como Kazajistán, Mongolia y China, Siberia sigue siendo un gran –y nunca mejor dicho– desconocido. Para muchos rusos, la Rusia auténtica se encuentra en realidad en Siberia y no en Moscú o San Petersburgo. Desierto polar, taiga, tundra, estepa. Ciudades como Nefteyugansk (distrito autónomo de Janty-Mansi-Yugrá) o Neftegorsk (Samara), con menos de cincuenta años de historia. Cristianos ortodoxos, protestantes, judíos, budistas, musulmanes y chamanes animistas. Todo eso es Siberia. Y lo que aquí no cabe. ¿Qué es, en fin, lo que atrajo tanto de Siberia a este fotógrafo francés? «Mi primera impresión de Siberia, durante una estancia en Tiumén para aprender el idioma, fue muy buena. El Lejano Oriente sonaba en cambio demasiado exótico. Era como viajar a África, con la diferencia de que aquí, al menos, los lugareños no pueden identificarte». «Honestamente, quería una vida con sorpresas, no como en Francia...», añade.

Le pregunto a Chauvin si tiene intención de volver a Rusia algún día para realizar un nuevo proyecto fotográfico. Sorpresa: «Ojalá pudiera ir pronto a Novorrosiya para llevar a cabo otra descripción de esa 'extrañeza habitual' que se encuentra en Rusia. Incluso si no es Rusia. Y por supuesto, me encantaría volver pronto a Siberia. Allí dejé tantos amigos, tantos recuerdos y tantos proyectos... La verdad es que la espera se me hace difícil.»

Después de mencionar Nueva Rusia –la confederación formada por las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk en el este de Ucrania, una entidad internacionalmente no reconocida– no puedo evitar preguntarle por las tensiones entre Rusia y Occidente y cuál es su opinión de la imagen que los medios de comunicación occidentales transmiten de Rusia (ahora confieso que iba a preguntárselo de todos modos). «En Francia la situación es muy clara: el 90% de los medios de comunicación está en contra de Rusia o tiene miedo de Rusia. Y los consumidores de los medios, en consecuencia, piensan igual. Espero que la cosa no vaya a peor, y que la gente en Europa entienda que una declaración del gobierno ruso no equivale necesariamente a lo que la gente de allí piensa. Pienso que tenemos muchas cosas en común con los rusos... ну вот, так и живем

Lo dijo en ruso, pero ya les traduzco yo: “Pero bueno, así vivimos”. O más libremente: “Pero bueno, a pesar de todo, vivimos”.