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Canción de amor de un día

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Vivimos en la era de la copia y la compresión. La ansiedad está de moda y el poder es tan anhelado como siempre. El miedo a la pobreza se ha instalado en el pensamiento usurpándole espacio y tiempo a la belleza. El arte, sobrino de Dios, ha sido expulsado de este mundo a latigazos por la vulgaridad y el perpetuo engaño. El mundo tiene una pistola apuntando a la sien de su culo. Que el dinero se suicide y la poesía fortalezca el mundo. Que los que traemos hermosura al malestar común podamos vivir dignamente y no infravivir marginados, eso le rezaría al mar ayer.

La réproba sobredosis de población, la repulsiva miseria en la ilusión, el exceso de vigilancia, el terror hasta en las nanas para dormir. Abrazo a mi amor para no volverme loco. Les falta amor, les falta amor a los humanos hoy, en los estertores de la democracia.

“La música detesta a los ingeniosos y abraza a los amantes”

La música es mi enfermedad crónica. Bendita sea. La música detesta a los ingeniosos y abraza a los amantes. Los instrumentos se tocan. La música nadie puede tocarla. La música ha sido virtualmente amordazada, pintada de colores repelentes, hijos bastardos de la fotofobia, y puesta en manos de necios cuyo objetivo primordial es resucitar lo mediocre y disfrazarlo de diversión. Una diversión fea y triste, empacho de simpatía.

Amo la música y la poesía. Hago canciones desde tiempo inmemorial. He presenciado el auge y el desmoronamiento de la industria discográfica y sobrevivido a innumerables crisis, individuales y colectivas, a varias plagas y he experimentado momentos mortales y cotidianos de felicidad. El dinero está en nuestra sangre, es la peor enfermedad humana, viene ya desde los testículos de nuestros padres. Dinero y mal gusto, compresión y mediocridad, compra y venta sacrílega de lo que éticamente nunca debería ser comercializado: música, amistad, cariño, compañía, pagar por nacer, pagar por miedo a la soledad...

Nos regalan nuevas enfermedades para que nos arruinemos adquiriendo los remedios, a los que nos acabamos habituando y con los cuales también enfermamos. Ridícula humanidad, enfermedad enferma. Ser bueno para qué, ser bueno para qué...

En 2004 nació en mí una ilusión: componer, grabar y publicar una canción que durara un día entero, 24 horas. Pulsar play en el reproductor a las 9 de la mañana de un día cualquiera y que la canción terminara a las 9 de la mañana del día siguiente. Preservar la calidad en la escucha de la música, no usar compresiones como MP3, que desvirtúan notablemente la calidad de la sonoridad y la esperada eufonía musical. Ruptura con los formatos establecidos por la industria discográfica desde hace un siglo. Una página en blanco para que se expresen los auténticos artistas con verdadero odio, con amor verdadero. Diez años después y tras años de trabajo intenso y duro, en condiciones incómodas, estoy logrando traer este sueño a la realidad y aliviar con mi pequeña obra de un día los dolores, pánicos e insatisfacciones que habitan en el estado mental de la humanidad. Doy gracias de corazón a las decenas de cuerdos que me acompañan en esta aventura. 

Con música y otras irradiaciones artísticas. Involucrando a artistas de distintos estilos con un denominador común: el amor a la música, capacidad de evolucionarla y revolucionarla al unísono; crear belleza y expandirla por cuerpos y almas... Música diseñada, planeada y ceñida a reglas artísticas arraigadas, y música libre, pura, generada desde la ingenuidad, la inocencia: hombres, mujeres, niñas y niños manipulando instrumentos que hacen brotar una música inédita, inaudita... Paciencia, calma, lentitud, coito de amor y tiempo. Venganza de la biosfera. Guerra de amor.

Aunque parezca que protesto, no lo hago, sólo canto al amor y a la libertad. 

 

Javier Corcobado actúa hoy viernes a las 21:30 en Paddock, Madrid, y en El Liceo de Guernica el 22 de noviembre.

Fotos: Aintzane Aranguena