Contenido

10 avisos del fin de la civilización

Modo lectura

1. Decadencia y caída del Imperio romano, Edward Gibbon (1776-1789).

La idea del fin de la civilización no es tan antigua como la del fin del mundo: se podría fijar el chispazo inicial de esa forma de terror en 1918, con la publicación del primer tomo de La decadencia de Occidente. En ese ensayo pionero, citado a veces de manera inapropiada e incluso sensacionalista —“¡el fin llega, él lo dijo!”—, Oswald Spengler entendía las culturas como entidades evolutivas que, igual que nacían, acabarían por terminar de manera inexorable. Los ejemplos históricos avalaban su tesis: imperios más altos —Babilonia, la antigua China, el alto Egipto— habían caído. Y del mismo modo en que desapareció Roma, algún día desaparecerá Occidente; para Spengler, estamos inmersos en la última fase, en un nuevo y largo declive.

Spengler escribía en el contexto de una Europa en guerra y todavía dueña del mundo. La Europa de hoy es muy distinta: desmilitarizada, atascada en el crash del capitalismo, exhausta, amenazada desde dentro y desde fuera; una Europa con más miedo que ilusiones. El miedo y el cansancio, sostenía el historiador Kenneth Clark en su libro Civilización (1969), acabaron con Roma: “Miedo a la guerra, miedo a la invasión, miedo a la peste y al hambre […] Y miedo a lo sobrenatural, que significa no atreverse a poner en duda o cambiar nada”. Clark citaba a Edward Gibbon, el erudito que dedicó seis libros a la Decadencia y caída del Imperio romano —más de 3.000 páginas en la última traducción editada por Atalanta—, y que ya en el siglo XVIII avisaba de cómo se podía descomponer y ruidosamente desmoronar “la parte más bella de la tierra y la más civilizada del género humano”.

2. Hijos de los hombres, Alfonso Cuarón (2006).

Lo cierto es que, a diferencia de épocas de expansión optimista en las que se soñaba con la conquista del espacio sideral y la mejora confortable del espacio privado —la tecnología al servicio del electrodoméstico, el automóvil y las misiones Apolo—, hoy es más fácil imaginar la aniquilación que la prosperidad. Las utopías están bajo sospecha, y la distopía ha progresado desde los años 50, cuando el cine se llenaba de invasiones extraterrestres. Es un enfoque omnipresente en todas las manifestaciones culturales: Occidente, como civilización, parece un pez fuera del agua, que boquea en busca de aire —o sea, espacio vital, que antes encontraba en la colonización y que ahora ya no lo asegura el libre mercado— y al que la desaparición le parece un escenario más apetecible que la evolución.

Repasemos Hijos de los hombres de Alfonso Cuarón: filme inquietantemente profético, esa distopía parece un reflejo levemente distorsionado del mundo de hoy, envejecido, cansado, insolidario, estéril en ideas. Es un todos contra todos en el que, como ahora, el pobre lucha contra el que es aún más pobre por unas pocas migajas. Bajo la metáfora de la infertilidad subyace la idea de que, sin nuevas soluciones, la única salida es extinguirnos.

3. Contra natura, Joris-Karl Huysmans (1884).

La característica que mejor define a la civilización no es el refinamiento de la cultura, sino su voluntad de prolongarse en el tiempo. Una cultura puede sobrevivir —en el museo— siglos después de desaparecer la civilización que permitió su desarrollo. La apatía es el primer síntoma del declive, porque la comodidad incentiva el inmovilismo. Roma, explica Gibbon, empezó a descuidar sus fronteras embebida en su lujo, y sustituyó sus viejos dioses funcionales por otro más compasivo. El hombre apático, dado sólo al placer, es la alegoría del fin de raza: antes de Spengler, los decadentistas franceses glamourizaron —como el síntoma de una enfermedad incipiente— la superstición y el narcisismo estéril de las drogas, la acumulación material y la obsesión por lo mórbido. Des Esseintes, el pálido protagonista de Contra natura de Joris-Karl Huysmans, y primer esbozo del putrefacto Dorian Gray, causó asco en el siglo XIX: “Después de un libro como À rebours [Contra natura], al autor sólo le queda elegir entre una pistola o arrodillarse ante la cruz”, escribió Barbey d’Aurevilly. Pero ahora nos inunda en un extraño gozo: el de reconocernos en ese exceso de lujuria, desafecto por el prójimo, de zombificación en una burbuja de placeres, mientras el exterior se pudre.

4. El mundo sumergido (1962) + La sequía (1963), J. G. Ballard.

Llevamos años sometidos al bombardeo del “todo va mal”: los sueldos, el precio del litro de gasolina, la contaminación de los mares que envenena el sushi, la xenofobia, la corrupción moral que desemboca en corrupción material, las fronteras amenazadas, la degradación de la democracia. Por supuesto, con nuestra avidez no sólo nos hemos cargado un sistema económico que, pese a sus altibajos, ofrecía prosperidad creciente para cada vez más gente, sino también el equilibrio ecológico. Desde fábulas actualísimas como Interstellar (2014) —el planeta convertido en un yermo inhabitable, sin futuro: sólo cabe emigrar a otro planeta, como sostiene Stephen Hawking— hasta novelas totémicas como La carretera de Cormac McCarthy, la distopía más probable no es aquella en la que nos invaden los marcianos o se eleva un dictador global que controla a la población como ocurriría en V de Vendetta o cualquier relato de Philip K. Dick, sino aquella en la que dejamos el planeta hecho un asco excepto para las cucarachas. J. G. Ballard, maestro de la literatura de anticipación pesimista, lo tenía claro desde finales de los 60: el problema era la progresiva sequedad del suelo, la subida del nivel de los mares tras la fusión de los polos y otros holocaustos cada vez más posibles.

En La sequía, el planeta acaba convertido en un Sahara; la comida se reduce a unas pocas algas en charcos, a anémonas. A su lado, los comedores sociales de Cáritas parecen un banquete del emperador Nerón. En El mundo sumergido, el escenario era el opuesto: el aumento de la transferencia de energía del Sol disloca el equilibrio del clima, la vieja naturaleza muere y toma el control una vegetación monstruosa, abundante, propia de edades pretéritas —un regreso al triásico—.

5. Black Mirror, Charlie Brooker (Channel 4, 2011-2015).

Las alertas sobre el desbaratamiento del equilibrio natural son intermitentes. Parece como si confiáramos en que se todo resolverá de manera espontánea, como aquel agujero en la capa de ozono que ya no está. Si se acerca un meteorito, ojalá pase de largo. Incluso rezamos: en la época de la expansión del pensamiento científico, mayor es el nivel de superstición. El miedo que acabó con Roma podría ser hoy la reticencia a cambiar los viejos dioses monoteístas por la fe en el avance de la razón: una serie como Cosmos —el remake de 2014, no la original de 1980, con Carl Sagan— tiene su origen no en volver a explicar las maravillas del universo, sino en la necesidad de combatir la superchería. Hay una sombra de sospecha generalizada sobre la ciencia, menos cuando cura enfermedades: a los laboratorios farmacológicos, a las empresas de Internet, a la NASA, se les suponen intereses ocultos. Nuestro mundo hipertecnificado avala la tesis: detrás de cada mensaje de WhatsApp hay una corporación que acumula datos y nos envía publicidad a medida. Detrás de cada cámara en la calle no hay un celo por nuestra seguridad, sino por el control: no somos víctimas potenciales, sino delincuentes en potencia, observados por el Gran Hermano.

De todas estas variaciones cotidianas habla a la perfección Black Mirror, serie creada por Charlie Brooker para Channel 4: los medios de comunicación como herramienta del terrorismo, la adicción a los recuerdos efímeros generados en la red, el reverso terrible de esa tecnología que, en vez de aumentar el confort, dispara nuestra infelicidad. La geolocalización nos impide ser invisibles —o sea, ser privados—: somos células en un organismo colectivo cada vez más interdependiente; si mañana se cayeran Google o Facebook, sería peor que el adviento anunciado en el Apocalipsis.

6. El Círculo, Dave Eggers (2014).

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las distopías han fantaseado con la irrupción de un nuevo Hitler que además ganara, o estuviera a punto. Desde esa óptica, hasta El señor de los anillos es una parábola del mundo moderno, otra vía para llegar al mismo mensaje que George Orwell en 1984. Las novísimas distopías que triunfan entre el público juvenil —sagas como Divergente o Los juegos del hambre— reflejan el miedo a una división entre unos pocos, ricos y distantes, protegidos en un Edén de fronteras fuertemente militarizadas, y una mayoría empobrecida, hambrienta, utilizada como ganado o mano de obra esclava, una parábola de las últimas tendencias y tensiones del capitalismo.

Pero, ¿y si el Gran Hermano no fuera un dictador sino un genio de la informática con síndrome de Asperger? ¿Quién manda más, Obama o Mark Zuckerberg? ¿Qué presupuesto es más alto, el del Departamento de Defensa de Estados Unidos o el de todo Google? A la vez que Google nos ha hecho la vida más fácil, también la ha hecho menos nuestra: acumula datos y deseos resumidos en búsquedas, cruza información que nos completa como perfiles individuales, números controlables para que consumamos. El Círculo, la última novela de Dave Eggers, es terrible por su familiaridad: mezcla de Amazon, Facebook, Google y Yahoo, la empresa que se describe —idílica aparentemente, pero terriblemente dirigida a obtener el control— acaba mostrando su lado terrible. Matrix no era una simulación, sino una experiencia de usuario: así, ante los cantos de sirena de los gurús del ciberoptimismo, cada vez más oímos las voces de los que alertan de que “Google is evil”, como Jaron Lanier, antiguo fanático del progreso tecnológico ahora convertido en tecno-escéptico, o Nicholas Carr, cuyo libro Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (2011) es el perfecto manual de uso para volver a una más plácida existencia offline.

7. Far Side Virtual, James Ferraro (2011).

Las empresas tecnológicas son sólo la punta de esta colosal fuente de alimentación para el pensamiento cenizo. Desde el año 2010, y con la nostalgia apuntando a 30 años atrás, se ha venido rememorando lo que bien pudiera haber sido “la década prodigiosa del capitalismo rampante”, el germen del reciente caos financiero. Los 80 son los años de Patrick Bateman, de Gordon Gekko y de otra forma de crueldad psicológica vehiculada a partir de ideas de progreso irrealizable como el coche (y el monopatín) volador de Regreso al futuro (1985) y el glamour de las grandes corporaciones difundido a través de la publicidad y el diseño de texturas brillantes y líneas elegantes. Hay un álbum del músico neoyorquino James Ferraro, Far Side Virtual —mejor disco de 2011 para la revista The Wire—, que se nutre de toda aquella imaginería: zumbidos diseñados por técnicos para la comunicación de las grandes corporaciones, el jingle publicitario y el efecto de sonido para simular la apertura de una lata de Coca-Cola, o un momento zen en el mullido sofá de tu living room. Mezcla de new age y nueva música de ascensor con hiperventilación electrónica, Ferraro somete a crítica feroz los sonidos del capitalismo: sus piezas son otra forma de distopía, la sugerencia de un mundo feliz que refleja, con su perversa luz, la crisis actual.

8. Watching Dead Empires in Decay, The Stranger (2013).

En tiempos duros, imaginar un futuro bondadoso es difícil. En épocas así, la música, o se vuelve escapista para disfrutar despreocupadamente mientras todo alrededor se cae a pedazos —lo que va de Ariana Grande y Beyoncé a los chavales bailando EDM con la gorra de lado—, o se hace densa, oscura, catastrofista. A veces puede ser una reacción utópica, una llamada a recuperar viejos usos —la maravillosa obra de Daniel Lopatin con su alias Oneohtrix Point Never, versión amable de lo que hace James Ferraro, propone un retorno a la arcadia de los sintetizadores—, pero es más fuerte el reclamo de la oscuridad disimuladamente vestida de decepción. El productor inglés James Kirby, que graba bajo una serie de proyectos —Leyland Kirby, The Stranger, The Caretaker, V/Vm—, es un perfecto transmisor de sensaciones agrias. Sólo consultando sus títulos se puede entender de qué va su música: Watching Dead Empires in Decay fue su disco de 2013 para Modern Love, una oda al derrumbe personal y al fin de nuestras esperanzas colectivas; otros fragmentos como “We drink to forget the coming storm” (2014), “This is the story of paradise lost”, “To reject the World” o “No longer distance than death” son fogonazos de abandono que se traducen en un sonido triste, derrotado, la banda sonora para un imparable descenso a los infiernos de la apatía: todo esto se ha ido a la mierda y la única solución es beber, mientras esperamos, como en el poema de Cavafis, a que lleguen los bárbaros. Pero, ¿llegan?

9. Plataforma, Michel Houellebecq (2001).

La historia del ataque terrorista contra la redacción de Charlie Hebdo no es nueva, y además presenta síntomas parecidos. Cuando Houellebecq publicó Plataforma en 2001 no tardaron en llegar las críticas, las mismas que con la inminente Sumisión, en la que fantasea con la llegada al Elíseo del primer presidente musulmán de la República Francesa: el último tramo de aquella novela, que culmina con un sangriento atentado en el sudeste asiático, fue tachado de islamófobo, degenerado y alarmista. Escrita antes del 11-S, Plataforma se alimentó del estado de miedo posterior y él se creció en sus declaraciones contra el Corán. En 2002 se tuvo que sentar ante el juez. Paradójicamente, el 12 de octubre de 2002, un atentado en una discoteca de Bali reivindicado por la célula islamista Jemaah Islamiyah mató a 202 personas y dejó heridas a 209: la horripilante realidad imitaba a la ficción de Plataforma. Los agoreros esgrimen el choque de civilizaciones —China contra Occidente, los países árabes contra Israel, el IS contra todos— como un signo del fin cercano: las fronteras del Imperio, como antaño las de Roma, están asediadas por pueblos que buscan venganza, tierras o mercados, y que utilizan tácticas nuevas para reforzar su ventaja militar o en los negocios.

Rizando el rizo, hasta se diría que las últimas cuadernas proféticas de Nostradamus, las que predecían el siglo XXI, están ya anunciando la confrontación final, la Tercera Guerra Mundial; incluso anunció la llegada de un nuevo rey en España, llamado Felipe, en 2015 —¿sirve un margen de error de un año como acierto?—. Fruslerías para fans de Iker Jiménez, sin duda, pero al fin una coincidencia inquietante que refuerza la posición del pensamiento supersticioso. Nostradamus avisaba de la confrontación entre el Islam y nuestra Babilonia. En cualquier caso, la predicción que ha fallado es la del “fin de la Historia” de Fukuyama: en su momento post-histórico, Occidente aparece más débil que nunca; no sólo no ha ganado, sino que parece a punto de perder.

10. Battle Royale, Kinji Fukasaku (2000).

Y si la guerra no es entre civilizaciones, será entre nosotros. Control por la comida y el agua. Hasta el oxígeno será de pago. Antes de Los juegos del hambre, mezcla entre suicidio inducido de la población sobrante y olimpiadas de sangre, estuvo Battle royale, la cruenta competición japonesa entre alumnos de una misma escuela que deben aniquilarse sin piedad hasta que sólo quede uno. Y, cómo no, retransmitido por TV: la televisión como mecanismo vulgar de comunicación, cuya transferencia de horrores ha mutado en los vídeos del IS decapitando periodistas. Al final, una posible causa del declive de Occidente esté no únicamente en la autocomplacencia, sino en el desprecio por la educación: mientras hay quien aventura que el final llegará por un crecimiento desmesurado de la natalidad —el planeta ya no puede soportar tanta gente y habrá conflicto—, también se podría esgrimir la idea de que es más importante que nunca la sensatez, la racionalidad, la responsabilidad. Sin ellas, quizá acabemos jaleando espectáculos de tronistas y zotes cada vez más degradados de los que Battle royale es una hipérbole inquietante. Roma también cayó, olvidando los cimientos de su progreso, despreocupadamente esperando el fin, mientras disfrutaban de los juegos del circo. Podría ser otro síntoma, el enésimo aviso.

 

Imágenes:
1. Black Mirror
2. Hijos de los hombres 
3. Black Mirror
4. Watching Dead Empires in Decay
5. Battle Royale